CRÓNICA LETRA GLOBAL HOMENOTS 123 Carmen Linares & María Pagés 05 2022

CRÓNICA LETRA GLOBAL HOMENOTS 123 Carmen Linares & María Pagés 05 2022

Músicas

Carmen Linares y María Pagés, catedráticas flamencas

La cantaora de Jaén y la coreógrafa sevillana, galardonadas con el Premio Princesa de Asturias de las Artes, encarnan la evolución del flamenco desde sus raíces populares a la modernidad escénica

10 mayo, 2022 20:00

Como en el caso de Mozart con el singspiel, el flamenco mantiene una unicidad en todo su desarrollo y, cuando la cantaora jienense, Carmen Pacheco Rodríguez, conocida artísticamente como Carmen Linares, lo expresa con su voz, reconoce lo específico del origen sánscrito del género, vinculado a una mezcla de sabores judíos, musulmanes, cristianos o gitanos. Cuando se trata de este género, la música y el baile están indisolublemente unidos. El Premio Princesa de Asturias de la Comunicación y la Cultura (2022) lo ha confirmado galardonando a dos de sus mejores exponentes: la cantaora jienense Carmen Linares y María Pagés, la bailaora y coreógrafa sevillana de elegantísimo vuelo.

En su acerbo musical y gestual, estas dos mujeres reconocen la exactitud de su propuesta: el clima anímico, inmerso en un planteamiento que muestra la jerarquía del arte sobre las emociones. Ellas han ampliado los cauces expresivos del flamenco; lo universalizan alejándose con paso firme de los lugares comunes del cuadro rococó, del arrobo populista en el tablao o del melodrama. Bucean en lo jondo; desdeñan “las romanzas de los tenores huecos”, como escribió el poeta que no quiso ser un “ave de esas del nuevo gay-trinar”, en referencia crítica a los excesos verbales del modernismo.

La austeridad machadiana dejó una huella en la letra y el arte en general, que alcanza al rigor actual del flamenco, un género vivo y con ayer. Cada interprete lo ha trasmitido con la esperanza de sobrevivir a su obra y los estudiosos, como Linares y Pagés, han hallado a sus ancestros en el tablao de la memoria. Ellas han explorado la música no editada, recogida en soportales, zaguanes y calles desnudas, antes de trasladar su fruto a los teatros, los libros o a las discográficas. “La música del origen es un regalo para los intérpretes, como la ornitología lo es para los pájaros”, en palabras de Barnett Newman, exponente del expresionismo abstracto.

Carmen Linares es contemporánea de una generación de flamencos deslumbrante, que se extingue después de revolucionar el género. Pertenece al mundo de Paco de Lucía, Camarón de la Isla o Enrique Morente, la gran trilogía ausente, artistas oreados por los vientos marinos que conservan sus presencias para siempre. Con palabras tiernas, ella hace partícipes a estos amigos que ya no están: Paco ha sido el “artista absoluto, rotundo”; de Camarón “me lo quedo todo” y de Morente, “recuerdo, por ejemplo, Omega, un logro del Ronco del Albaicín, junto a Lagartija Nick, la joya que innovó con estilo, sin perder las raíces”. La cantaora ha recorrido los rincones de su arte. Trabajó con Manolo Sanlucar y se llevó de gira a jóvenes valores que hoy ocupan la cima del cante, como Miguel Poveda, Arcángel, Pitingo o Marina Heredia.

Hace pocos días sonaron en Sevilla los tangos de Granada con Miguel Poveda junto a la maestra Linares celebrando los 40 años de la su carrera musical. Es la otra faceta de Carmen, la de recopiladora, autora de la Antología de la mujer en el cante, publicada en 1996, un álbum que reivindica las grandes voces femeninas del arte jondo, casi extinguidas, como Manuela la Gitana (Tangos de Cádiz), la Tía María (Granaínas), la Perlita de Huelva (Fandangos), Rosa la Papera, Rosiña la del Colorao o Pastora Pavón, la niña de los Peines. Ha recorrido lo jondo de punta a punta.

Empezó con la ayuda de Fosforito, uno de sus maestros, al que conoció en el poroso Café de Chinitas, pero también, al que nunca recreó, porque ella buscaba su propio camino, cuya síntesis se ha convertido a la postre en una diversificación sin precedentes sobre el patrimonio cultural del flamenco. Ella canta por soleás, tarantos, peteneras, alegrías, martinetes, seguiriyas, bulerías, tonás, nanas, tientos y también por haikus, jarchas, cantigas o cantares. Su voz acompasa el campo, la ganadería, la fábrica, la calle, el aula, la mina, el grito, el amor y el dolor. Todo.

“Carmen bucea en el primitivo flamenco histórico, de ahí que su voz haya acabado siendo absolutamente singular,” en palabras del experto Velázquez-Gaztelu, enciclopedista del flamenco, autor de libros y narraciones en Cine y TV sobre el tema. A Gaztelu le vale ser conocido, en el restrictivo milieu de los flamencólogos, como “el paño de la Verónica”, historia misma del género. Así le llamó Pedro Peña por haber hecho justicia tantas veces con los sones perdidos o desperdigados a lo largo del tiempo. Su foto para el recuerdo es una instantánea colgada en la Fundación Caballero Bonald –el soberbio escritor, autor del Archivo del flamenco, exponente de la generación del 50 y fallecido el pasado año– en la que a Gaztelu se le ve departiendo con Alejandro Reyes, los hermanos Soto Sordera, Tomatito o el gran José Mercé, entre otros. El flamenco también es eso: reconocimiento, mérito demostrado, amistad y complicidad con una música que limpia y renueva, como la catarsis de Aristófanes, maestro de la hipérbole.

Carmen Linares es anterior al vinilo, porque nunca se ha contentado con lo que tiene más a mano. Podríamos decir que ha efectuado una inmersión en el folclore, digna del influjo cultural de la Bética, tierra de Antoninos y emperadores sabios, como Marco Aurelio. Este premio Princesa de Asturias es producto de su voz, pero el galardón tiene también sabor a letras, ya que a través de sus temas son muchos los que, sin pretenderlo, han descubierto a Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández o Rafael Alberti. Ella ha recordado estos días que Enrique Morente fue uno de los primeros en cantar a Miguel Hernández: “No nos abrió una ventana, nos abrió un balcón”. Sin embargo, cuando se cruzan dos artes, hay que establecer comuniones y disensiones: Linares se ha ajustado a los argumentos literarios, pero ha añadido preocupaciones estéticas sobre el alma de la música que anticipa otros rumbos, además del poético. Se diría que sigue, con mucha cautela, la receta de Caballero Bonald: “Cuando un cantaor ha penetrado hasta el fondo en la condición ritual del flamenco cuenta ya con la más absoluta libertad para interpretarlo a su manera”.

En todo caso, el ensalmo está casi asegurado cada vez que se fusionan música y poesía. Con lo mejor de este bagaje, Linares ha conquistado auditorios insospechados, como el Lincoln Center de Nueva York, el Opera House de Sydney. el Teatro Chaillot de París, el Palau de Música de Barcelona o el Teatro Real de Madrid. En las dos últimas décadas la cantaora ha dirigido sus espectáculos, como Canciones Populares de Lorca, Raíces y Alas, Remembranzas o sus estrenos más cercanos, Oasis Abierto dedicado a la obra de Hernández y Ensayo Flamenco en el que interpreta a Juan Ramón, Alberti o José Ángel Valente.

En el Premio Princesa de Asturias compartido, a la gran bailaora María Pagés se le reconoce lo mejor de su obra, contenido, entre otros temas, en la escenografía de Una oda al tiempo. La trayectoria de Pagés recorre son sutileza sus avances y capitulaciones pasajeras, que empezaron en la Compañía de Antonio Gades y acabaron encontrando su destino a partir de su propia compañía de danza. Desde el momento en que rompió con el pasado para lanzar el Centro Coreográfico María Pagés, la bailaora ha colocado en los escenarios obras como Sol y sombra, De la luna al viento, Perro andaluz, Flamenco Republic o Utopía.

La técnica de Pagés nace de lo jondo en busca de la fluidez como sustrato natural del baile. Sus espectáculos valen en sí mismos y gracias en parte a ella, la escenografía ya no es un simple apoyo del cuadro flamenco. Pagés limita los pasos estructurados del género y se mueve usando el plexo solar como punto de partida para generar movimientos que vinculan todo su organismo con el material sensible de sus retablos; trata de armonizar las partituras musicales con su equipo de bailaores para que estos acaben funcionando como un organismo vivo. No es una bailaora al uso; ella ha contribuido a configurar la coreografía como una forma de entender el mundo, en el que la danza, las manos, los pies, la nuca o los brazos ocupan un lugar sagrado. Frente a los que solo aplauden el orden clásico, Pagés responde sobre el escenario devorando modelos y liberando energías. Su arte conecta con la contemporaneidad espectral de las vanguardias.

En su célebre Oda, Pagés sorprendió con una alegoría sobre la felicidad, los ataques a la igualdad, los terrorismos o la democracia, acompañada de aportaciones fragmentarias de Margarite Yourcenar, Borges, Platón o Neruda; este último fue el referente y bisagra de la idea, gracias a su irrefutable poema ‘Dentro de ti, tu edad creciendo, dentro de mí, mi edad andando…”. La pieza se explica a sí misma explorando la tradición y revisitando los palos del flamenco con aditamentos de Goya y Picasso.

La tensión entre la urgencia del placer sensorial y la exigencia de la alta cultura encuentra su mejor expresión en el arte. Esta es la síntesis en la que se han instalado Linares y Pagés, mujeres y artistas, que defienden un arte feminista y emancipador sin reservas. Son un momento de la creación, pero prefieren medir el diámetro de su propuesta por el camino de renuncias e ilusiones que un día tuvieron que tomar. Su flamenco es un refugio de lo que permanece. Militan en el rigor, en un momento en el que las referencias pierden su centro de gravedad y la cultura se adentra en un nuevo ciclo de depuración y mestizaje.