Loquillo, José María Sanz, en una actuación / EFE

Loquillo, José María Sanz, en una actuación / EFE

Músicas

Loquillo, la España que exige un reconocimiento

Felipe Cabrerizo publica la biografía "oficial" de Loquillo, el gran referente del rock español de los últimos 30 años a pesar de la antipatía que ha generado

18 abril, 2022 22:25

Un tipo muy alto, rocker, pero amante del punk, y que ha buscado inspiración en el jazz, el swing y el country. Arrogante, descarado, sin pelos en la lengua. Macarra en ocasiones. En muchas ocasiones. Inquieto, con ganas de interiorizar otros estilos, poco amante de lo ortodoxo. Sin muchas lecturas….más tarde quiso investigar, le ayudaron --Gay Mercader-- y se pudo al día. Y maravillado con la poesía. Es Loquillo, José María Sanz, un referente para el rock español, para la música que se ha hecho en España en los últimos 30 años. Con unos cuantos temas que no se pueden ni se deben obviar, con colaboraciones fantásticas con muchos músicos y poetas. Loquillo siempre parece decir que todo el mundo está en deuda con él. Tuvo éxito, es respetado, pero es cierto que ha representado una España que exige un reconocimiento, la de los años donde hubo atrevimiento, sin mucha pericia, a veces. Pero donde fluyó la vida, la de ese país de los ochenta y noventa, a medio hacer. Loquillo estaba allí. ¿Qué hacías tú a finales de los ochenta?, podríamos decir, emulando aquel mágico ¿Dónde estabas tú en el 77?

Felipe Cabrerizo, el realizador de Psycho Beat, un programa radiofónico de culto, ha escrito Loquillo, la biografía oficial, (Maxi-B) que sirve para sumergirse en un recorrido fascinante por esa España que crecía a toda velocidad, con enormes problemas, pero con una juventud fascinada por los conciertos de rock. Hubo drogas y alcohol, en enormes cantidades, que dejó secuelas importantes, con muchas muertes, con muchos músicos también devastados. Loquillo lo vivió en directo, con su amigo, con quién se separo y buscó de nuevo el encuentro, Sabino Méndez, que fue adicto a la heroína. El libro de Cabrerizo sitúa al lector ante las grandes disyuntivas de un joven que pudo haber sido una estrella del baloncesto –llegó a jugar y ser una promesa—pero que jugó a ser una estrella del rock and roll, con todas sus consecuencias, como él mismo cantara en aquel primer trabajo junto a los C-Pillos y Los Intocables, donde conociera a Sabino Méndez. Aquel Quiero ser una Rock 'n' Roll star sigue siendo uno de los himnos musicales para varias generaciones.

Loquillo en un concierto / EFE

Loquillo en un concierto / EFE

Loquillo ha caído mal en los medios de comunicación, en las revistas especializadas. Siempre ha buscado un protagonismo que se ha entendido mal. Pero Loquillo ha dado jugosos titulares, porque nunca se ha callado nada. Y algunos posicionamientos políticos fueron valientes, cuando ahora se puede decir cualquier cosa sin sonrojarse.

¿Qué pasó? ¿Puede haber una posición comprensiva, que interprete a Loquillo a la luz de una España que iba buscando su propio camino entre las democracias europeas? Loquillo es hijo de un estibador del Puerto de Barcelona, excombatiente republicano, que acabó en el exilio de la playa de Argelès, donde los soldados senegaleses que custodiaban el campo de refugiados no tenían ningún miramiento. Aquel hombre derrotado volvió a su barrio, el Clot, y miró por su hijo, José María, a quien llevó a un colegio 'de pago' del centro de Barcelona, una experiencia que no fue fructífera. El chico se afianzó en el barrio.

Portada del libro de Felipe Cabrerizo

Portada del libro de Felipe Cabrerizo

José María Sanz nació el 21 de diciembre de 1960. Creció en el Clot y buscó referencias que se encontraban con cuentagotas y en sitios muy dispares y canallas. Era un barrio obrero, destartalado, como toda la periferia de Barcelona. Y eso cuenta, aunque no pueda ni deba ser definitivo. Loquillo lo tiene presente y traza una conexión con el rock, como el instrumento rompedor que debe cambiar las cosas. Y lo que se encuentra después es un clima muy singular que dice mucho de Barcelona y de Cataluña en general. Es la generación ‘progresiva’, lo hippie, la música de muchos músicos de conservatorio, la que prima. Y son referentes, gente bien, los que protagonizarían el festival de Canet, los que buscarán la yugular de Loquillo y de otros ‘rockers’.

Es Pau Riba, que acaba de fallecer, --el gran gurú del rock-folk-progresivo-- el que carga contra un concierto de Loquillo en Studio 54, con El ritmo del garaje, y después de despuntar en Madrid, con la aparición estelar en el programa La edad de oro, con Paloma Chamorro. Riba habla de ruido ensordecedor y de la pérdida de horizonte de su público. Lo escribe en Diario de Barcelona, y para Loquillo, que respeta a Pau Riba, aunque siempre se desmarcó de su particular apuesta musical, es un jarro de agua fría. Cabrerizo escribe: "aquello le hace entender que, lejos de allanar el camino, el éxito alcanzado en Madrid le ha colocado la etiqueta de sospechoso”. No solo le había criticado a él, sino a su propio público. Era demasiado.

Loquillo y Alaska en el vídeo de 'Rey del Glam' / EP

Loquillo y Alaska en el vídeo de 'Rey del Glam' / EP

Y eso se repetirá una y mil veces. Los altavoces oficiales, los que gestionan lo que se debe escuchar en Cataluña, no le harán mucho caso a Loquillo, aunque él y su banda, Loquillo y los Trogloditas, junto con El último de la fila, sean los grupos más aclamados en todos los conciertos, fuera en las gratuitas fiestas de la Mercè o en los conciertos de pago en salas y estadios deportivos. Más tarde, Raimon, apunta Cabrerizo, también señalará que Loquillo no es cultura catalana, porque no canta en catalán. Luego Raimon sería vilipendiado por el independentismo por no plegarse al discurso de los últimos diez años.

En paralelo, muchos grupos de rock en catalán son promocionados por la Generalitat. Y Loquillo lo dice y lo denuncia. Y la respuesta no llega. Es el vacío. Loquillo no cae bien, y sus apuestas, a través de entrevistas en los medios, con frases contundentes, ni son entendidas ni se respetan.

Esa es una cuestión cierta que no se puede esconder. Pero hay algo más. En el recorrido por las páginas del libro de Cabrerizo, escrito a partir de muchas horas de entrevistas con Loquillo, se percibe una constante: José María Sanz puede ser un arrogante, por su propio aspecto físico, por su bravuconería, pero sigue adelante a pesar de la gran travesía del desierto que supuso la segunda mitad de los noventa, con el PP en el poder y un cambio de gustos de gran calado: Alejandro Sanz o Juan Luis Guerra, en perjuicio de Loquillo, Alaska, Radio Futura o Gabinete Caligari. El rock dejaba de ser interesante. La España moderna, democrática, quería a cantantes melódicos, además de abrazar al pop británico de los Blur, o el fascinante Kurt Cobain de Nirvana. Alaska enviaba en esa época sus nuevos trabajos por correo, porque la industria la había dejado de lado. Malos tiempos para rock y los grupos de la Movida.

Loquillo en una imagen promocional

Loquillo en una imagen promocional

Loquillo busca e investiga. Quiere musicar poemas. Le gusta el swing, el country, el jazz, y no quiere seguir siempre una misma línea, la que le reclamaban los músicos de los Trogloditas, --una banda catalana, con talento, con músicos de Vic como Ricard Puigdomènech, Jordi Vila o Josep Simón (hablaban todos en catalán en los ensayos y en sus encuentros)—y, tras dejar a Sabino Méndez –destrozado por la heroína--, con quien se había ido separando porque Loquillo quería también escribir los textos de las canciones—encuentra la conexión con el poeta y catedrático Gabriel Sopeña y, más tarde, atención, con Luis Alberto de Cuenca, que fue secretario de estado de cultura con el gobierno de José María Aznar.

Con Luis Alberto de Cuenca

¿Se volvió loco Loquillo, realmente, tras criticar con dureza al PP de Aznar por aquella transformación de España, que había abandonado a la España creativa ‘y socialista’ de los ochenta? José María Sanz, que no dudó en apoyar al PSOE y a Pasqual Maragall en Barcelona, --Cabrerizo deja una perla curiosa al decir que apoyar a Maragall era arriesgado porque no era de izquierdas-- dejando su imagen para campañas gubernamentales sobre las drogas o la educación sexual, encontraría un refugio con el secretario de estado. Fruto de ello es el álbum Su nombre era el de todas las mujeres. Tras haber reivindicado a referentes de la derecha, como Dionisio Ridruejo, que renegó del franquismo, pero que fue uno de los fundadores de la Falange, Loquillo reivindicó una España más plural, que rompiera ya con los tópicos y las trincheras.

El diario El País lo recibe mal: “El rockero enamorado hasta de su sombra nos obsequia con otras revelaciones esclarecedoras: “El multiculturalismo es un nuevo fascismo, solo que más hortera”. Deducimos que su ideólogo de cabecera prefiere el fascio clásico, el pata negra. Loquillo cree traerse entre manos un espectáculo provocador, disidente. En realidad, es el retrato elocuente de un hombre que admira de Madrid “los paseos nocturnos por “La Castellana” y presume de capa española. Y le auguramos, en efecto, un gran futuro”.

Luis Alberto de Cuenca y su antología que redescubre a otros poetas y escritores / EFE

Luis Alberto de Cuenca y su antología que redescubre a otros poetas y escritores / EFE

Loquillo lo vio de otra forma: “El guerracivilismo que nos queda, tanto en la derecha como en la izquierda, es algo de lo que deberíamos empezar a pasar página. Para unos, Mujeres en pie de guerra es un proyecto que repasa la historia de anarquistas y rojas; para otros, Luis Alberto es un poeta de derechas. Que les den. Estoy harto de la derecha rancia y de la izquierda sectaria”.

Un legado para varias generaciones

Ese es José María Sanz, a quien parece que todo el mundo le debe algo. Él, en todo caso, sin saber tocar un solo instrumento, con un registro de voz que fue mejorando con el tiempo, puede decir que deja un legado –y lo que le queda todavía—de enorme solidez, con canciones como El rompeolas, Cadillac solitario, Brillar y brillar, Feo, fuerte y formal, Rock suave, Johnny et Silvie, El hombre de negro (versión del tema de Johny Cash), La Mataré, En las calles de Madrid o Avenida de la luz. Sin olvidar esa juvenil Esto no es Hawai, que guai, que fue el tema que le llevó a ser conocido, y que fue la sintonía de una sección de un programa de Radio 3, la que marcaba entonces a toda una generación de jóvenes españoles.

Loquillo es el estandarte de una España que ha pasado al olvido, la de bandas que hicieron vibrar a una España adolescente y también el pionero de las críticas necesarias a una política cultural de la Generalitat de Cataluña que fue desacertada, y que ha tenido consecuencias. También podría ser el abanderado de una España plural, que sabe entenderse, que ha dejado de vivir enfrentada en clixés ideológicos. Pero a José María Sanz le ha faltado empatizar. Mientras Sabino Méndez ha sido adorado por la prensa –hay que leer su corrosivo libro Corre, Rocker-- a Loquillo no se le ha entendido. Desde su 1,96 metros esboza una medio sonrisa. Lo sabe. Pero ahí está toda su obra. Y la enorme capacidad para lograr conciertos de rock antológicos.