Ramones
Durante su larga y agitada carrera, la banda fue semipopular y superinfluyente, pero nunca vendió gran cosa en su país natal
16 agosto, 2021 00:00Los Ramones son, probablemente, el único grupo de rock que ha vendido más camisetas que discos. De hecho, como leí en un artículo, mucha gente que luce esas prendas con el logotipo o la foto de la banda ni siquiera sabe de quién se trata. Excentricidades del mundo pop, como coleccionar álbumes de vinilo sin tomarse la molestia de adquirir un tocadiscos. Durante su larga y agitada carrera (1974 - 1996), los Ramones fueron semipopulares y superinfluyentes, pero nunca vendieron gran cosa en su país natal, Estados Unidos, siendo más apreciados en lugares como Inglaterra, España y, sobre todo, Argentina, donde el culto a su peculiar grandeza fue más que notable. Su especialidad siempre fueron las canciones breves y aceleradas que levantaban ipso facto el ánimo de la audiencia. Aunque descritos como punks, eran en el fondo unos devotos del pop melódico de los años 50, y la violencia de sus temas era puramente aparente: nada que ver con los Sex Pistols, los Clash y demás grupos británicos de la era Thatcher. Por eso no es de extrañar que el que para mí es su mejor disco, End of the century (1980) fuese producido por el mítico majareta Phil Spector, el hombre que se inventó el Wall of sound (Muro de sonido) y que tantas maravillas de la música negra (y a veces blanca) ofreció al mundo a principios de los años 60 (a destacar, desde el punto de vista de quien esto firma, el elepé de Ike & Tina Turner River deep, mountain high).
Para algunos puristas de la banda, End of the century fue un disparate y una traición a los principios musicales de los Ramones: lo mismo dijeron algunos fans de Leonard Cohen cuando Spector le produjo el soberbio Death of a ladies men). Si los Ramones se distinguían por unos arreglos espartanos (voz, guitarra, bajo, batería y aire), Spector los cubrió de vientos, metales, orquesta y coros y les fabricó una sinfonía pop a partir de sus notas, podríamos decir. Estamos, sin duda, ante el disco más raro de los Ramones, pero también Death of a ladies man fue el disco más extraño del señor Cohen. Yo lo considero una obra maestra y la culminación de una carrera que, a partir de ahí, empezó a ir cuesta abajo, con broncas en el grupo, problemas de drogas y alcohol, sustitución de miembros por diversos motivos y así hasta dejarlo correr en 1996, lo cual es digno de admiración, pues tirarse veintidós años a la greña sin que se jorobe el invento es un logro que no está al alcance de cualquiera.
Los miembros originales del grupo eran del barrio neoyorquino de Queens y están todos muertos: el cantante, Joey Ramone (Jeffrey Hyman) falleció a causa de un linfoma en 2001; el guitarrista Johnny Ramone (John Cummings) sucumbió a un cáncer en 2004; el bajista Dee Dee Ramone (Douglas Colvin) reventó en 2002 por una sobredosis de heroína; y al batería Tommy Ramone (Thomas Erdély) se lo llevó al otro barrio un cáncer en 2004. Todos murieron jóvenes, y si no pudieron dejar un cadáver bonito fue porque eran más feos que Picio. Yo los vi actuar a finales de los 70 en un entorno absurdo: la fiesta de Treball, el periódico de los comunistas catalanes, donde la mayoría de los asistentes se quedó con la impresión de haber sufrido un ataque imperialista en su propia casa (el responsable del concierto, un rojo amigo mío, tuvo algunos problemas con el PSUC, pero consiguió evitar que lo expulsaran). Joey era de izquierdas y Johnny de extrema derecha, pero no sé si se llegaron a enterar de dónde estaban tocando. En cualquier caso, los chicos de la prensa underground, que no solíamos acudir a los conciertos de los psuqueros, lo pasamos muy bien. No es del todo descartable que el nieto del comunista que más se cabreó entonces por el concierto de los Ramones luzca ahora una camiseta con su nombre, su logo y su foto. Sin necesidad de tener ni pajolera idea de quiénes son, por supuesto.