The Louvin Brothers
Sus armonías celestiales les valieron la cuarta posición en una lista de mejores dúos de la historia de la revista Rolling Stone. Aunque se querían como buenos hermanos, la convivencia no era sencilla
31 mayo, 2021 00:00El apellido Loudermilk (traducción aproximada: la leche más fuerte) es, probablemente, uno de los más ridículos de la lengua inglesa. Supongo que por eso los hermanos Loudermilk se convirtieron en los hermanos Louvin para iniciar su brillante carrera musical en los mundos del country y del góspel. Yo los descubrí en una tienda de discos de Barcelona que bajó la persiana hace años y que se distinguía por albergar cosas que no podías encontrar en ningún otro sitio y que, con inusitada frecuencia, no sabías muy bien a quién podían interesar. Corría la última década del siglo XX y en España nadie había oído hablar de los Louvin Brothers, aunque yo había leído en alguna parte que representaban el sector más melodramático de la música campestre y me fascinaron la portada y el título del disco con el que me topé una tarde en la tienda de marras, Tragic songs of life (Canciones trágicas de la vida); sobre la imagen de un hombre evidentemente atormentado, podían leerse los títulos de las canciones, que prometían todo tipo de desgracias sin cuento (si tenemos en cuenta que el country se nutre de desdichas amorosas, inmersiones en el alcoholismo, mujeres fatales que te buscan la ruina, hombres infieles por naturaleza y situaciones generalmente tristes y preocupantes, los hermanos Louvin prometían desde la portada de Tragic songs of life un compendio de infortunios que alguien como yo, dado a la melancolía musical que hace compañía, no podía dejar pasar).
El disco me pareció magnífico. Las historias que narraba eran tremebundas, pero los hermanitos de Henagan, Alabama, las habían convertido en unas canciones preciosas que sobrepasaban tranquilamente los límites del género y podían satisfacer a los devotos de, sin ir más lejos, Nick Drake o el fadista Alfredo Marceneiro. Las orquestaciones eran sencillas y casi todo se reducía a los instrumentos acústicos y las voces perfectamente acopladas de Ira (1924-1965) y Charlie (1927-2011). El fervor religioso que distinguiría el resto de su carrera estaba a medio cocer en 1956, año de publicación de Tragic songs of life, pero alcanzaría su cima en 1959 con el álbum Satan is real, cuya portada es casi tan ridícula como el apellido Loudermilk: los hermanos, vestidos de blanco nuclear, posan en una especie de infierno de baratillo junto a un extra disfrazado de demonio que tal vez pretendía infundir en el oyente el temor de Dios, pero solo lograba dar risa (las canciones, eso sí, eran estupendas y no hacía falta ser creyente para disfrutarlas: la fresca inocencia de The Christian life (La vida cristiana) me emociona cada vez que escucho esa canción, aunque nunca haya superado mi condición de agnóstico incapaz de ser ateo porque hace falta tanta fe como para ser creyente).
Ira tocaba la mandolina y llevaba la voz cantante, aunque a veces se intercambiaban los papeles y el guitarrista Charlie dejaba de ejercer de precedente de Art Garfunkel y lideraba vocalmente el tema de turno, sin que el oyente supiera muy bien cómo lo había hecho. Sus armonías celestiales les valieron la cuarta posición en una lista de mejores dúos de la historia del pop elaborada por la revista Rolling Stone. Aunque se querían como buenos hermanos, la convivencia no resultaba sencilla. Pese a las constantes muestras de fe en el Señor de su hermano mayor, el piadoso Charlie estaba hasta las narices de la vida que llevaba Ira, quien hacía compatible su (aparente) religiosidad con un carácter violento, un consumo exagerado de alcohol y una propensión al sexo y el puterío que su hermano encontraba lamentables. Casado en cuatro ocasiones, a punto estuvo de no llegar al cuarto matrimonio porque su tercera esposa, Faye, le disparó seis veces (cuatro en el pecho y dos en la mano) mientras él intentaba estrangularla con el cable del teléfono (Ira murió en 1965 en un accidente de tráfico mientras la policía --nada que ver con el camión que se tragó por la carretera-- lo andaba buscando para detenerlo por una orden que pesaba sobre él por conducir borracho).
Dos años antes de la muerte de Ira, Charlie disolvió el dúo, harto de la conducta desmadrada de su hermano, que incluía súbitos cambios de humor (más de una vez había roto la mandolina en el escenario, borracho, para reconstruirla posteriormente en privado, sobrio). Las canciones de los Louvin Brothers fueron versionadas por gente tan cabal como los Byrds (The Christian life, en el disco que inventó el country rock, Sweetheart of the rodeo) o Emmylou Harris (If I could only win your love). En sus últimos años, Charlie grabó algunos discos en solitario, siendo el más entrañable el de duetos con algunas luminarias del presente que compensaban con sus trinos la poca voz que le quedaba al viejo. Charlie echó de menos a su hermano hasta su fallecimiento por cáncer de páncreas en 2011. Dicen que siempre arrastró la culpa por no haber sabido apartar a Ira del mal camino y reciclarlo en el adorable meapilas que él fue toda su vida, pero eso ya da igual. Lo que nos queda es una serie de discos formidables, bellos, melancólicos, tiernos y hasta elegíacos que no dejarán indiferente a nadie con corazón, aunque el country no sea lo suyo. Como Hank Williams y Patsy Cline, los Louvin Brothers eran demasiado buenos como para vivir constreñidos por las normas de un género.