El paisaje social americano: el ojo de Lee Friedlander
La exposición en la Fundación Mapfre sobre la obra fotográfica de Friedlander nos acerca a Estados Unidos, en una época muy concreta
4 octubre, 2020 00:00“En las fotografías de Friedlander, la danza entre los espacios, las líneas y los bordes del encuadre le otorga a cada imagen su gracia, humor y ritmo distintivos. Construye sus encuadres en un instante, pero, como en los viejos muros de piedra de Nueva Inglaterra, cada piedra soporta el conjunto, y es necesaria. Todo lo que aparece en el marco es una parte esencial del todo. No sobra nada. Nada falta”. Esta frase, de Nicholas Nixon, con la que se cierra esta gran retrospectiva, la más extensa hasta ahora en España, en la Fundación Mapfre en Madrid, resume a la perfección la esencia del estilo de Friedlander.
Un universo tremendamente familiar y extraño al mismo tiempo, en el que la densidad de objetos que lo construyen generan cierta confusión y transmiten la desmesura y el caos de la sociedad americana. Un lenguaje visual hermoso y desconcertante, una suerte de collage óptico propio e inconfundible.
Un estilo ya reconocible desde sus tempranos comienzos, cuando en 1964 participó en una exhibición colectiva en el MoMa de Nueva York bajo el título The Photographer’s Eye y, apenas tres años después, en estas mismas salas junto a Diane Arbus y Garry Winogrand en la emblemática New Documents, organizada por John Szarkowski. Juntos convulsionaron las reglas del arte de la fotografía.
Tras los pasos de Friedlander
Carlos Gollonet, Conservador Jefe de Fotografía de la fundación y comisario de la exposición, dice sobre su trabajo que “no son necesarios trucos ni artificios, basta la simple contemplación inteligente de lo que vemos para, por medio del encuadre, hacer entrar a la imagen en el mundo de los significados”.
La muestra formada por 350 fotografías, cerca de 50 libros y varias portadas de vinilos de jazz, que podrá verse hasta el próximo 10 de enero en la Fundación Mapfre de Madrid, recorre la dilatada obra del autor norteamericano nacido en Aberdeen (Washington) en julio de 1934.
El recorrido sigue un orden cronológico pero también temático a través de la heterogénea iconografía del prolífico fotógrafo. De los años 60 son los retratos de músicos de jazz, las únicas fotografías que veremos en color, realizadas para la discográfica Atlantic Records: Miles Davis, King Curtis, Ray Charles, John Coltraine o Aretha Franklin posan para su objetivo. Se exhiben además varias portadas de discos.
A esta década pertenece The Little Screens, una incisiva serie de imágenes con la televisión como protagonista inequívoca de las casas. Una recién llegada a la vida de los norteamericanos que se instala en los hogares y se convierte casi en un miembro más de la familia. En este mismo apartado podemos ver algunos de sus trabajos más íntimos y personales. Una sucesión de autorretratos que lejos de caer en el narcisismo, tan patente en nuestros días, su figura se acomoda con el entorno y forma parte intrínseca del paisaje, jugando con su propia sombra o con los reflejos que tanto le gustan y que domina a la perfección. Retrata también a su esposa Maria, a su familia y a sus compañeros de profesión como es el caso de Helen Levitt, Garry Winogrand o Diane Arbus. A esta época pertenecen además once fotografías realizadas en España durante un viaje por Europa en 1964.
A los 70 pertenece The American Monument, uno de sus trabajos más rotundos y trascendentes, que dio lugar a “uno de los grandes libros de la fotografía del siglo XX”, anota Gollonet en el prólogo que acompaña al magnífico catálogo. Un extenso trabajo documental con una originalidad evidente en los diferentes encuadres y con reminiscencias de la cultura pop imperante en ese momento. Durante estos años realiza desnudos, entre ellos el de una jovencísima Madonna, y de nuevo retratos familiares con su esposa y sus hijos Anna y Erik.
Los últimos capítulos de la exposición exhiben algunos de sus trabajos más conocidos. America by Car, una extraordinaria colección de fotografías realizadas entre el 2000 y el 2010 con una Hasselblad de medio formato en las que los retrovisores, el volante, el salpicadero o las ventanillas ejercen de marco que encierran complejas composiciones. Un formato al que recurrió para realizar Factor Valleys, un encargo documental sobre la zona industrial de Ohio, así como para registrar la agreste naturaleza de los parques nacionales y naturales norteamericanos, las Montañas Rocosas de Canadá, el desierto de Sonora o los cerezos en plena floración en Japón que dieron lugar a Flowers & Tree y Cherry Blossom Time in Japan.
En 2012 recupera su Leica de 35 mm y recorre las calles de Los Ángeles y Nueva York. Maniquíes, edificios, camiones, viandantes y él mismo se reflejan en los escaparates. Una sucesión de imágenes agrupadas bajo el título de Mannequin.
Nada escapa a la infinita curiosidad de este prolífico autor que, en un continuo work in progress, sigue trabajando cada día y al que la pandemia le impidió acudir a la inauguración. Escribe Nicholas Nixon en el catálogo: “Cada imagen de Friedlander --y cada copia-- merece la pena. Formalmente, su mirada no tiene parangón en la historia de la fotografía”.