Los músicos Seán Keane y Matt Molloy

Los músicos Seán Keane y Matt Molloy

Música

Música céltica, belleza a contracorriente

Los festivales de música tradicional de Irlanda y Escocia recuperan su brío característico tras el sombrío paréntesis de la pandemia y llenan sus conciertos con artistas y un público entregado

9 abril, 2023 19:30

Hace menos de un año, en mitad de una de las olas de la pandemia de Covid-19, el grupo irlandés Clannad tuvo que cancelar su programada gira de despedida por los Estados Unidos a consecuencia no solo de las limitaciones que el virus imponía, también por culpa de los sobrecostes en los vuelos (montarse en un avión hoy es mucho más caro que antes de 2020) y en la inviabilidad económica de la tournée para una banda musical que, aunque con muchos seguidores en aquel país como todo lo que tenga raíces irlandesas, no es que llene estadios de fútbol americano. Para esto último basta con tener mal gusto, enseñar más piernas que un ciempiés nudista y fabricar estridencias que muy poco se asemejen a la música.

Clannad, por el contrario, ha sido siempre un ejemplo de elegancia y de sofisticación, de belleza basada en las voces y, por qué no, en los rasgos de sus cantantes femeninas (una de ellas, en tiempos, la élfica Enya) y en una armonía, una riqueza melódica, que parte de raíces populares de la Isla Esmeralda para conseguir algo muy moderno en su día. Estaba aquello en la línea de la música New Age en paralelo a grupos como Nightnoise, que también estuvo formado por, entre otros, los extraordinarios Mícheál Ó Domhnaill y Tríona Ní Dhomhnaill, componentes anteriormente de grupos míticos como Relativity o Planxty. Palabras mayores.

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Clannad significa familia en el dialecto irlandés del Ulster, y familia eran Mícheál y Tríona, a los que acompañaron durante un trecho del camino los también hermanos John y Phil Cunningham (John murió, pero Phil sigue tocando el acordeón, hoy acompañado del violinista Aly Bain, con quien consigue una admirable atmósfera de camaradería ante el público). Ahora sí se está despidiendo Clannad en esa ronda de conciertos que tuvo que suspender. Y el de Dublín ha sido apoteósico, un digno adiós.

A los celtas se les da mejor la derrota que la victoria, la despedida que la bienvenida. Pero si la historia de Clannad ya es inseparable de la música celta, como la de The Chieftains, disueltos tras la muerte de su jefe de jefes Paddy Moloney también en mitad de la pandemia, hay otros conjuntos, otros solistas, otros cantantes e instrumentistas que diariamente muestran la energía de este género musical.

Se ha podido ver esto, sin ir más lejos, en el corazón de la música celta, Dublín, donde hace pocas semanas se ha celebrado la edición anual del Temple Bar TradFest. En él han tocado, entre decenas de músicos, los últimos miembros vivos de The Chieftains: el flautista Matt Molloy y el violinista Seán Keane, ya como dúo, lejos de los seis integrantes que llegó a tener simultáneamente el grupo en sus buenos tiempos.

Pero el festival ha estado cuajado de aciertos, desde el concierto en solitario en el Museo Nacional de Artes Decorativas e Historia de la violinista Sorcha Costello, sobrina nieta del fenómeno del acordeón Tony MacMahon e hija de la no menos brillante Mary MacNamara, a la deliciosa Muireann Nic Amhlaoibh con Dónal O’Connor y Gerry O’Beirne en una iglesia ya sin culto pero rebosante de cultura, la Pepper Canister Church que, como me decía John Banville dos días antes, ofrece una de las perspectivas más netamente bellas de toda Europa. Y así es, vista desde Merrion Square (a la altura, por ejemplo, de la casa georgiana que habitó W. B. Yeats, a un paso, por cierto, de otra en la que vivió Banville).

Entre aquel mediodía y la última noche, la capital de Irlanda se llenó de la vibrante musicalidad de varias decenas de actuaciones, bastantes de ellas organizadas como sesiones menos formales en diferentes pubs. Si no siempre eran los intérpretes más conocidos estos que se hacían oír entre audiencias que trasegaban pintas de cerveza, también había entre ellos grupos muy notables como Stockton’s Wing, que tocó en un local de lo que sería la Quinta Avenida de este barrio, Temple Bar: Fleet Stret. Mientras Mike Hanrahan y los suyos cantaban, por la cristalera del fondo se veía el río Liffey, algunas manzanas al oeste de Usher’s Quay, tramo de la orilla en la que Joyce situó la casa en la que tiene lugar la cena de 'Los muertos', colofón de Dublineses. Lástima que no atacaran también el “We Had It All” que Hanrahan interpretaba con Ronnie Drew, de The Dubliners, al final de la carrera de este.

Hay una película basada en Ulises de Joyce (Bloom, 2003) protagonizada por el actor Stephen Rea, uno de los creadores del festival. Él participó en dos conciertos en el castillo de Malahide, al norte de la ciudad, cuyas localidades se agotaron muy pronto y en los que se aunaba música y literatura. Esta siempre está presente en Irlanda, y en el concierto de Dervish en el National Stadium, donde tantos músicos irlandeses han tocado en las últimas décadas, no faltó una versión a cargo del estadounidense de origen hibérnico Tim O’Brien del poema “Raglan Road” de Patrick Kavanagh.

Dervish puede presumir de una de las mejores voces de la música irlandesa: Cathy Jordan, contra cuyos agudos nada podría un ejército de espadas afiladas, así fueran campeones fenianos de los poemas de Ossián. En diferentes momentos subieron al escenario su compatriota (de Derry) Cara Dillon, la escocesa Eddie Reader y el todavía muy en forma Ralph McTell, maestro del folk inglés desde los años sesenta. Cómo no, cantó “From Clare to Here”, melancólica balada de 1977 sobre la emigración irlandesa que él conoció de cerca cuando trabajaba en la construcción.

Es como un pilar bien alzado por esos albañiles procedentes del condado de Clare o el de Waterford, está incrustada en la columna vertebral de la música tradicional irlandesa la idea de colaboración, de abrir las puertas a otras tradiciones que la enriquecen, tengan o no algún punto de contacto con ella. La noche en que se inauguraba el festival actuaron en la imponente Catedral de San Patricio bajo el epígrafe “Women of Note” varias mujeres de talento, efectivamente, bajo la dirección de la dublinesa Aoife Scott, castiza del barrio de Liberties. Una de ellas fue Charly Lowry, nativa de una tribu americana de Carolina del Norte, que aportó ese maravilloso equilibrio entre lo tradicional y lo nuevo que caracteriza igualmente a sus colegas irlandesas.

Un concierto completamente ceñido, sin embargo, a la tradición gaélica fue “Bláth na hÓige” (“Flor de la Juventud”), en el que concurrió una decena de promesas de las diferentes zonas de habla irlandesa del país. Como era obligado, hubo varias canciones sin acompañamiento instrumental, siguiendo la más vieja práctica. La actuación fue grabada por la emisora de televisión en irlandés TG4 y será emitida próximamente, presentada por la mencionada Muireann Nic Amhaloibh. Uno de los hitos del amplio programa del TradFest fue “Imbolg”, dirigido por otra de las grandes voces que este país atesora, Mairéad Ní Mhaonaigh, del grupo Altan, a quien acompañaron muchas otras mujeres, algunas ya legendarias.

Imbolg era la festividad céltica del 1 de febrero, asomo de la primavera, luego convertida en la de santa Brígida, patrona de la isla. En el grupo T with the Maggies brilló con luz propia, integrado por la propia Mairéad, Moya Brennan (ex Clannad y hermana de Enya) y por las hermanas Ní Domhnaill (Tríona y Maighread). Bien se podría haber llamado este coro de ángeles Donegal, por el afortunado condado del que proceden sus familias. Citar todos los conciertos sería tarea vana. Todo era bueno.

Temple Bar Fest

Temple Bar Fest

Este cronista estuvo en cuantos pudo y no podría dejar de destacar entre ellos el de Iarla Ó Lionáird, de una delicadeza casi sobrenatural. La propina que ofreció fue la canción “Casadh an tsúgáin”. No llovió apenas en Dublín estos días, pero ciertamente chispeó en más de una mejilla al escuchar esta canción de amor y separación que ni Antonio Machado: “Se canta lo que se pierde”. Es la misma canción que Ó Lionáird interpreta en una escena de Brooklyn, la película basada en la novela de Colm Tóibín.

Aunque no actuó en el festival, estuvo en Dublín para el TradFest el mejor violinista tradicional de la música irlandesa, Martin Hayes, abierto a nuevas experiencias como demostró en la formación de The Gloaming. Hayes, que desde hace unos años vive en Madrid con su esposa española, visitó el Irish Film Institute, en la estrecha calle que lo alberga en Temple Bar, para rendir homenaje a su amigo el guitarrista Dennis Cahill, fallecido en 2022, en el estreno del documental Litir ó do chara, Carta de tu amigo. Cahill, paradigma de la emigración irlandesa, nació en Chicago (de padres del condado de Kerry), ciudad que en tiempos acogió una importante comunidad irlandesa, como Boston o Nueva York. Y es que como dice la letra de la canción de Christy Moore, “En la ciudad de Chicago, / cuando caen las sombra de la tarde, / hay gente que sueña / con las colinas de Donegal…

Un rasgo del pueblo irlandés es la coincidencia en él de una fuerza centrífuga, la de la emigración, y otra centrípeta, la de la familia, el terruño, el sentido de vínculo con un lugar, como destacó en un importante estudio Seamus Heaney. Así, un nativo del condado de Galway, por ejemplo, puede tener primos en California, Australia o Canadá, y no saber que la cultura de su país, y más en el ámbito de la música tradicional, es un pañuelo (quizá el mismo pañuelo que se agitaba en el muelle al despedir un barco que partía hacia América con un hacinado pasaje en busca oportunidades). Es fácil encontrar parentescos en la sociedad general y en la musical en particular. Aoife Scott, sin ir más lejos, es hija de la cantante Frances Black, a su vez hermana de esa otra voz que, si estuviéramos hablando de flamenco y no de folk, diríamos que “que quita las tapaeras der sentío”: Mary Black.

Tienen estos nombres la capacidad, al invocarlos, de trasladarse uno a una sesión mediúmnica en la que comunica con el pasado de todo un pueblo, en el que los muertos están vivos (no en vano hay tantos relatos de fantasmas en la tradición irlandesa). Es lo que hace que la toponimia esté tan presente en la música tradicional. Y cada lugar tiene una historia que envuelve a sus habitantes. 

Por las mismas fechas que se celebraba en Dublín esta eclosión musical, la escocesa Glasgow ofrecía el aún más largo festival Celtic Connections, nada menos que tres semanas, cuyo cartel compartía no pocos artistas con el TradFest. Luego ha sido el de Belfast, también con nutrida representación. Y los otros festivales van anunciando algunos de los nombres que compondrán sus carteles. El Orkney Folk Festival, que se celebrará en mayo, adelanta ya el nombre del grupo escocés Capercaillie (allí, en las Órcadas, está el yacimiento arqueológico del Neolítico del que tomó su nombre el grupo Skara Brae, que integraron Michéal Ó Domhnaill y sus hermanas Tríona y Maighread, más Dáithí Sproule).

En la Bretaña de Francia ya se pregonan los nombres de las principales actuaciones del veterano Festival de Lorient: Clannad también se despedirá allí. Y el HebFest, fiel a su cita de julio en la isla de Lewis, la mayor de las Hébridas Occidentales, va también dando con cuentagotas, para mantener viva la atención, los nombres de quienes compartirán los ritmos tradicionales en ese baluarte del mundo gaélico escocés.

En el mes de noviembre se celebrará en España la gala de los mal llamados Grammy latinos. Parece lejano el día en el que tenga lugar también aquí una gala gaélica. Ni siquiera existen unos Grammy célticos, aunque en Irlanda se otorgan galardones a los músicos más destacados de cada especialidad. Habrá pues que apuntarse en la lista de tareas pendientes una visita a Dublín, a Glasgow, a Belfast, a las Órcadas… O más módicamente buscar la discografía de cualquiera de sus nombres . Hay una música que arrastra, que suena en todas partes y que hasta ahoga. El salmón, pez muy céltico, va a contracorriente.