John Otway, una estrella del rock peculiar, en una de sus actuaciones / CHANNEL FOUR

John Otway, una estrella del rock peculiar, en una de sus actuaciones / CHANNEL FOUR

Música

John Otway: el fracaso como obra de arte

Un documental analiza la figura del cantautor inglés, que arrastra una legión de fans a pesar de sus peculiares 'hazañas'

7 marzo, 2023 20:00

El pasado cinco de marzo, el indescriptible (y a menudo indescifrable) cantautor inglés John Otway (Aylesbury, 1952) actuó en Adelaida, Australia, pero sus fans españoles, caso de que los tenga, pueden acercarse a Belfast el próximo día 21, que siempre cae algo más a mano que Adelaida. ¿Y quién demonios es John Otway?, se preguntarán ustedes. Tranquilos, yo tampoco lo sabía hasta que me tragué en Netflix el descacharrante documental de Steve Barker Rock & roll´s greatest failure: Otway, the movie (El mayor fracaso del rock & roll: Otway, la película), una producción del 2013 que narra la extraña carrera del señor Otway, obsesionado desde la infancia por ser una estrella de la música, cosa que, más o menos, acabó consiguiendo, aunque gracias a su muy peculiar manera de intentar llegar a la cima del pop.

En la línea de la impresionante Basically Johnny Moped (centrada en un entrañable retrasado mental que formó un grupo punk a finales de los 70 y que también puede encontrarse en Netflix), Otway: the movie recoge, sin dejarse prácticamente ninguno, los momentos estelares de su protagonista, quien ha logrado la hazaña de vivir de la música (o de lo que él y sus peculiares fans, que los tiene a montones, consideran que es música) cuando Dios no lo había llamado por ese camino y que el año pasado celebró su concierto número 5.000. Como en el caso de Basically Johnny Moped, el espectador tiene a veces la impresión de hallarse ante uno de esos falsos documentales de Christopher Guest que tan bien nos lo han hecho pasar a algunos, pues son innumerables las ocasiones en que no sabes si el señor Otway es el perturbado mental que aparenta ser o un actor que está interpretando a un personaje desquiciado.

Vivo de milagro

Pese a que incluso su anciana madre asegura que John no ha sabido cantar en su vida y que ella aún no se explica cómo lo admitieron de niño en el coro de la parroquia, el señor Otway puede considerarse un claro triunfo de eso que Leni Riefehnstal llamaba El triunfo de la voluntad. Sin saber cantar ni tocar ni apenas componer, John Otway aprovechó la actitud anything goes de la era punk para lanzarse al mundo de la música. Lo hizo en compañía de su amigo Wild Willy Barret (que tampoco queda muy claro si está del todo en sus cabales) y se estrenó en un programa de la BBC del que salió vivo de milagro, pues no se le ocurrió nada mejor que subirse encima de un par de bafles, situados uno encima del otro, con tan mala fortuna que el de arriba se cayó y nuestro héroe aterrizó sobre el de abajo con las piernas abiertas, destrozándose los cataplines y terminando su actuación (o lo que fuese aquello, que al espectador barcelonés de la época le recordará inevitablemente a los conciertos de Flowers en La Orquídea) como buenamente pudo. La canción no había por dónde cogerla, pero se convirtió en un hit (relativo) que le ayudó a construir una nutrida base de fans que nunca ha quedado claro si se reían con él o de él.

John Otway, en una de sus actuaciones / WIKIPEDIA

John Otway, en una de sus actuaciones / WIKIPEDIA

Tras esa aparición televisiva, Otway fue fichado por Polydor, que acababa de hacerse con los servicios de The Jam, la banda mod de Paul Weller, y que le soltó una pasta desquiciada a nuestro hombre, quien se la pulió de inmediato en una casa en un buen barrio de Londres y un Bentley que no le servía para nada porque no sabía conducir. Fichado como punkie, Otway se salió por la tangente con su segundo single, Geneve, una balada cursi a más no poder interpretada por una orquesta de cien músicos y dedicada a una chica que pasaba de él como de la peste. La prensa lo puso de vuelta y media y la discográfica, que no entendía a qué venía aquello, se deshizo de él al cabo de poco tiempo (pese a que su primer elepé fue producido por Pete Townshend).

Fomentar la excentricidad

A partir de ahí, la chaladura del señor Otway fue en aumento. Seguía sacando singles malísimos que hacían las delicias de sus fans, pero constituían la rechifla de la prensa especializada. Y, sobre todo, seguía teniendo ideas de bombero a granel, que sustentaban su fama de artista de culto y futuro national treasure, institución muy respetada en Inglaterra y en la que abundan los excéntricos y, directamente, los majaretas. Otway acabó mal con su compadre de los inicios, el hirsuto Wild Willy Barret, pero siguió actuando sin parar, publicó su autobiografía, que consistía en una concatenación de fracasos comerciales, y en los años 90 se hizo con un socio que atendía por el peculiar nombre de Attila, the stockbroker (Atila, el agente de bolsa). En 1998 se dio el gustazo de alquilar el Royal Albert Hall para el día de su cumpleaños y convocó a una orquesta de cincuenta músicos con la que no se aclaraba y nunca sabía cuándo le tocaba entrar. Poco después, sus miles de fans se apuntaron a una encuesta de la BBC para elegir los mejores textos de la historia del rock y consiguieron que su Bunsen burner (Mechero Bunsen) se alzara a la novena posición, justo por debajo de Paul McCartney. Otway es un hacha para los títulos, como demuestra el de su hit Beware of the flowers cause I´m sure they´re going to get you, yeah (Cuidado con las flores, pues estoy seguro de que van a por ti, sí). Pero su principal logro es haber conseguido una base de fans que hasta ponía dinero para que grabara sus birrias y asistía en masa a sus descoyuntados conciertos, en los que siempre terminaba descamisado, sudoroso y tirado por el suelo. En cierta ocasión, 900 de esos fans fueron convocados por Otway a los míticos estudios de Abbey Road para ejercer de coro…¡Y acreditó a los 900 en la contraportada del single!

Otras dos excentricidades interesantes del señor Otway fueron una gira mundial a bordo de un avión en el que figuraría su apellido en letras bien gordas (no llegó a realizarse por falta de presupuesto) y su adicción al theremin, instrumento que le regaló algún insensato y que él incorporó a sus actuaciones en directo tanto si venía a cuento como si no. Puede que ustedes se pregunten: ¿tienen algún interés las canciones de John Otway? Y yo les diré que, objetivamente, no lo tienen, aunque todas juntas forman un puzle muy fiel a la mente perturbada, pero inofensiva, de su autor. A medio camino entre Silvio y el Flowers, John Otway es una rareza musical (y social) que solo se explica en Inglaterra, un país que tolera y fomenta la excentricidad. ¿Que el hombre no está bien del coco? Bueno, eso es evidente, pero, al mismo tiempo, es lo de menos. Yo me quedo con su constancia al seguir un camino equivocado, con su triunfo (relativo) de la voluntad, con su desquiciada base de fans y con la sensación de que sigue actuando en directo con la misma ilusión de la primera vez, cuando casi se emascula en directo en un programa de la BBC. ¿Alguien se anima a acudir al concierto de Belfast del próximo día 21?