Música
Daniel Johnston, la herida luminosa
La figura del músico norteamericano representa mejor que nadie el icono del artista herido por los demonios interiores que trasciende la enfermedad gracias al arte
17 septiembre, 2019 00:00Lo cantó bien Leonard Cohen en Anthem y ya es leyenda: “Hay una grieta en todas las cosas, así es como entra la luz”. Si existe algún artista agrietado por excelencia en el universo indie de los últimos años, ha sido el cantautor y dibujante de culto, sea lo que sea que quiera decir eso, Daniel Johnston (Sacramento, 1961) –gurú de la baja fidelidad, ilustrador de cassettes, trabajador de McDonald’s–, fallecido hace apenas unos días en la casa paterna de Texas a los 58 años de edad por culpa de un ataque al corazón después de días de hospitalización.
Agrietado, sí, por una recua de enfermedades mentales –trastorno bipolar severo, paranoia, brotes de esquizofrenia– que convirtieron su vida y la de sus allegados en un calvario, un drama apto para telefilmes de sobremesa y otros subproductos de la pena y el amarillismo. Una existencia constantemente en alerta, con accesos violentos agravados por el consumo de drogas, que hicieron de la vida de Daniel un continuo entrar y salir de instituciones mentales, a lo Leopoldo María Panero. En fin, un panorama delicado, tan goloso y fascinante para plumillas tardorrománticos como dramático –nos tememos– en el día a día.
Las crónicas hablan del retrato de un artista gravemente enfermo –no se pierdan el fantástico documental de Jeff Feuerzeig: El diablo y Daniel Johnston–, pero también traspasado por la luz, como si las grietas de su psique produjeran una apertura diferente a la conexión con las musas; tocado por la varita mágica del talento desbocado de unas canciones que trascienden su formato para convertirse en clásicos inmediatos. La figura de Johnston ha representado mejor que nadie el icono del artista herido por los demonios interiores que trasciende la enfermedad en forma de arte. En el imaginario Hall of Fame de artistas malditos, donde cuelgan las camisetas retiradas de, entre otros, Brian Wilson, Vincent Van Gogh o Alejandra Pizarnik, ya esperan la suya.
¿Qué hacer con la enfermedad santificada en forma de arte? ¿Qué hacer con la tradición de santos locos que sintonizan de otra manera con el subconsciente? ¿Será verdad –como aseguraba el autor de cómics Harvey Pekar– que Johnston era tan buen artista a pesar de sus trastornos y no gracias a ellos? Su obra, originalísima en su mezcla de surrealismo e inocencia brutal, psicoterapia y delirio, está indeleblemente marcada por la sombra del desequilibrio y la obsesión. ¿Pero qué obra grande no lo está? Tal vez no estaría de más dar la vuelta a la sentencia de Pekar: ¿qué hubiese sido de la vida de Johnston sin el arte?
Polémicas al margen. Lo que nos queda claro es que Johnston, más allá de la falsilla de su vida personal, fue un artista completo y valioso. No hay más que dejarse arrullar por su colección de primeras canciones heridas, grabadas de forma casera en baja fidelidad y con un teclado barato, con caratulas dibujadas a boli por él mismo, para caer rendido a su embrujo. Hartas del formulismo del buen acabado, de las aguas estancadas del rock para adultos, son crónicas de sus más íntimos dolores y miedos, grabaciones de las broncas de su madre –lo atemorizaba diciéndole que no era más que un profeta inútil– y canciones de amor no correspondido, tal vez la luz que más queme. Canciones de estructuras pop elemental, cristalino, que suenan como psicofonías del otro mundo que también es éste, transidas de una sinceridad desarmante. Composiciones que nos dejan con el cable pelado, a la intemperie, de una hipersensibilidad dolorosa, sin más protección que la honestidad brutal de los inocentes. Escúchenlas todas, especialmente The story of an artist:
“Escúchame, voy a contarte una historia de cómo madura un artista. Unos buscan la fama y la gloria. Otros no son tan optimistas. Todos, los amigos, la familia, te dicen que busques trabajo ¿Por qué solo te dedicas a eso? ¿Por qué eres tan raro? No nos gustas lo que haces y tampoco le va a gustar a nadie. Tienes un problema y eso es el que hace que estés enfermo. El artista camina en solitario. Alguien le dice a sus espaldas: Qué desfachatez llamarse artista. Ni si quiera sabe en qué consiste".
En la obra de Johnston no hay impostura que valga. Aquí el espíritu punk es de verdad y no como esos que se compran camisetas de Green Day en Zara y suben el volumen del amplificador. El estudio de grabación era el sótano de sus padres, un hábitat que pese a alguna huida ocasional –Daniel grabó un disco con la discográfica Atlantic en un verdadero estudio de grabación– fue siempre su ecosistema perfecto. El refugio ideal con las paredes repletas de sus propios dibujos, en los que aparecen los mismos personajes que pululan por sus canciones, a saber: el Capitán América, el fantasma Casper, la rana alienígena Jeremiah o su propio alter ego. La música de The Beatles como inspiración perenne y el deseo de reconocimiento global.
Inconcebiblemente, el reconocimiento llegó. Tal vez en ningún momento de la historia de la música rock el panorama fue más ecléctico que en el inicio de los años 90. En aquellos tiempos hasta la MTV era una cadena exclusivamente musical. Lo escribe bien el poeta Toni Quero en El cielo y la nada, su último libro de poemas: “Respetadme,/ fui un adolescente en los noventa,/ nuestra religión era la música,/ acampábamos en el margen de un río/ y bailábamos como fuegos fatuos hasta el alba”. El caso es que Daniel se cuela en una especie de concurso de talentos que la cadena musical había preparado en su ciudad y el gran público, incrédulo, dudando si lo que ve es una broma o algo sublime, lo descubre por primera vez.
Algo después, los periodistas empiezan a llegar al McDonald’s donde Johnston trabaja como limpiador para entrevistarle. Algunos coleccionistas empiezan a recopilar sus dibujos. Pasan años y discos y crisis y Kurt Cobain, sumo sacerdote del grunge, decide fotografiarse en todas partes con una camiseta en la que aparece la portada de una de las cassettes de Daniel. Ahí eclosiona la leyenda Johnston. Desde entonces, múltiples y reconocidos artistas admiran su legado e interpretan sus canciones. Wilco, Beck, Tom Waits y Flaming Lips entre otras luminarias han declarado su amor incondicional.
En los últimos años, ya muy erosionado debido a la medicación y la enfermedad, temblequeante, en compañía de uno de sus hermanos en las giras y músicos fetén, Daniel Johnston se ha paseado por los mejores auditorios internacionales. En el peor de los días sus conciertos resultaban interesantes. En sus mejores actuaciones, cuando Daniel estaba contento porque había comprado cómics nuevos o quién sabe, uno salía tras la escucha como se sale de las mejores obras de arte: con el corazón en un puño, la lágrima a flor de córnea, el alma, si es que existiera, reconfortada.