El editor Enrique Murillo en la entrevista con 'Letra Global'

El editor Enrique Murillo en la entrevista con 'Letra Global'

Letras

Enrique Murillo: "Vivimos tiempos de puritanismo, a derecha e izquierda: la víctima es la literatura de verdad"

El editor lo cuenta todo sobre el sector en 'Personaje secundario' y señala que se debe leer, en alusión a María Pombo, no para ser más bueno, “sino porque leer nos hace rebeldes"

Las querencias del editor Enrique Murillo

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Enrique Murillo (Barcelona, 1944) es un hombre entregado al mundo del libro. Ha sido uno de los grandes editores en España, conoce todos los secretos, ha sufrido las miserias del sector y también ha disfrutado de algunos momentos de gloria. Poeta, escritor, traductor, editor y profesor, Murillo también probó con una editorial propia, Los libros del lince, que vendió a Malpaso. Y toda esa experiencia la vuelca en Personaje secundario, la oscura trastienda de la edición (Trama).

Se trata de unas memorias en las que el lector puede descubrir cómo se ha editado en España durante los últimos cincuenta años, por qué surgieron tantas rencillas y reproches entre escritores y editores, y por qué el gran escritor de la España contemporánea, Javier Marías, abandonó al editor Jorge Herralde, el gran patrón de Anagrama.

Murillo señala en esta entrevista con Letra Global que España sigue distanciada respecto a los países de su entorno. No se lee tanto. O más bien, se lee muy poco si comparamos con países como Francia, Alemania o Reino Unido.

¿Ha habido un problema asociado a cómo se ha entendido la literatura, el libro, en España? Murillo señala que se ha entendido mal el hecho literario.

Una visión utilitarista basada en la creencia que la novela realista iba a cambiar el régimen de Franco, por ejemplo. Y, frente a ella, una visión de la literatura como “palabras bellas”. Además, “estas visiones enfrentadas, y erróneas, gravemente erróneas”, han conducido a un exceso de “puritanismo” desde ambos terrenos de la contienda.  

"Vivimos tiempos de puritanismo generalizado, a derecha e izquierda: la víctima es la literatura de verdad", asegura. Y añade: “La literatura sirve, en tiempos de simplificación de los mensajes, para tratar de entender lo complejo. Por ejemplo, ¿a qué se debe el crecimiento de la extrema derecha? ¿A qué se debe la antipatía que generan los discursos estereotipados a diestro y siniestro?”

Pensar el ser humano como algo difícil de entender es el único punto de vista interesante, a juicio de Murillo. Y durante toda la historia occidental “ha habido buena literatura escrita por autores reaccionarios y progresistas. Nabokov, de haber podido, tenía ganas de coger una metralleta y exterminar a todos los rojos que habían echado a su padre como primer ministro de Zar, y además, escribió una novela cuyo protagonista es un paidófilo.  Eso no le convierte en un mal escritor. Porque es muy interesante, pone al desnudo lo que la sociedad no quiere ver. Elías Canetti, desde el progresismo anti nazi, escribe Masa y poder y explica su tiempo. Y el nuestro”.

Editor en Planeta, Alfaguara y --diez años, pero sin contrato-- en Anagrama, director editorial en Plaza & Janés, fundador y editor de Los Libros del Lince, director de la revista El Europeo y subdirector de Vogue, impulsor del suplemento de libros de El País, y editor de Babelia –en su día la gran referencia para cualquier lector interesado en el mundo cultural en España--, Murillo habla con calma y detalle.

Lo sabe todo del mundo editorial. Ha traducido a Nabokov, Martin Amis, Capote, Henry James, Sam Shepard, Kathy Acker o Julian Barnes. Y apostó por autores, para que fueran publicados, como Álvaro Pombo, Martínez de Pisón, García Morales, Chirbes, Loriga, Chacón, Lijtmaer o Reguera.

Su libro lo comenzó a escribir en su cabeza hace muchos años. En Letra Global dio cuenta de ello en una larga entrevista en julio de 2022. Buena parte de lo que explicó era ya la columna vertebral de Personaje secundario. En ese momento ya lo estaba escribiendo negro sobre blanco..

La gran cuestión sigue siendo la política que siguen las grandes editoriales, las grandes empresas de la edición, que inundan el mercado con novedades miles de novedades. Murillo ve “un exceso que nadie puede absorber, ni los libreros ni los lectores”.

El editor y escritor se explaya: “La librería bastante tiene con aguantar la subida de los alquileres, el desahucio por venta de edificios como ha ocurrido hace poco con la Ochenta Mundos de Alicante”.

Y considera que es absurdo ese aumento teniendo en cuenta que los índices de lectura en España todavía no han alcanzado el nivel de otros países. “Aquí se lee comparativamente poco”, insiste el editor, que habla de su experiencia en Londres, de joven, junto con su amigo Félix de Azúa.

Aquel verano, todavía como estudiante de periodismo en la Universidad de Navarra, fue crucial para el editor, que se enamoraría para siempre de Londres y Gran Bretaña, que eran en los años sesenta un paraíso de tolerancia y rock and roll y cientos de librerías pequeñas distribuidas por todos los barrios y puebloss.

Portada del libro de Enrique Murillo, que aparece de joven en la imagen, a partir de la fotografía de Miquel Arnal, en 1984

Portada del libro de Enrique Murillo, que aparece de joven en la imagen, a partir de la fotografía de Miquel Arnal, en 1984

Transcurría el verano de 1964. “Hay una escena que recuerdo con detalle y que fue determinante. Con Félix de Azúa caminábamos por South Kensington y vimos una cola muy larga que comenzaba en la acera. Más adelante la cola alcanzaba un edificio bajo en cuya entrada se podía leer la palabra Library, cincelada en una chapa de dorado latón. Sabíamos poco inglés, y aunque pudiéramos pensar que se trataba de una librería, no era ninguna tienda. Pero nos emocionó ver que entraba gente con libros bajo el brazo y salía gente con otros libros en las manos. Era una biblioteca pública de barrio. Y las personas que entraban y salían era gente normal y corriente cargada con cinco o seis libros, los que iban a leer esa semana”.

Murillo reflexiona sobre ello en su obra recién publicada. Los ingleses de esa época, "y eso se ha reducido, pero muy poco", leían varios libros cada semana. Y explica el fenómeno: “No lo hacían por ser más cultos ni esas cosas que se dicen en España. Los ingleses, como los franceses, alemanes, nórdicos… leen como comen, porque es una de las cosas normales, interesantes de la vida, algo tan necesario como respirar. Cada vez que veo los datos de las encuestas de lectura españolas me revuelvo de risa y rabio de dolor. Primero, porque esas encuestas no son nada fiables. Encima, para el encuestador, se clasifica como alguien que lee con frecuencia… ¡al que lee un libro cada tres meses! Y porque, en cualquier caso, cincuenta años más tarde seguimos más o menos igual. Aquí leer se considera ‘cultura’ y lindezas semejantes, en lugar de pasión, entretenimiento y alimento cerebral cotidiano. La gente en España responde a las encuestas lo que cada uno piensa que queda bien. Y leer queda bien. Otra cosa es ponerse a leer un libro. Resulta claro que en nuestro país no se lee prácticamente nada si lo comparamos con lo que ocurre en Reino Unido, Francia, Alemania, Países Bajos o Escandinavia”.

Enrique Murillo: Vivimos tiempos de puritanismo, a derecha e izquierda: la víctima es la literatura de verdad

Enrique Murillo: "Vivimos tiempos de puritanismo, a derecha e izquierda: la víctima es la literatura de verdad"

Pero se publica mucho. Murillo lanza una advertencia. “Mi sensación como observador ahora externo de lo que pasa, es que toda la cadena de valor, todo el sector, desde escritores, libreros, traductores, correctores y editores, se enfrenta a un abismo. Se ha llegado a una situación que podría ser límite. Es verdad que las grandes empresas editoras pueden asumir el enorme volumen de devoluciones que se produce, mientras no exceda el 35%. Con el 40% empieza a preocupar. Y si se está acercando a un 45%, y sigue creciendo, ahí se produciría un reventón. Además de dos gigantes que facturan el 49% del total de lo que se vende en España, hay empresas editoras de clase media que rondan las cien novedades al año. Sumando todo, más de mil nuevos libros al mes, que en buena parte son devueltos al mes siguiente, porque hay tal abundancia que el librero no espera tres meses a devolver como antes.  Pero nadie quiere echar el freno, porque el primero que lo hiciera dejaría un hueco que sería ocupado de inmediato por el competidor. El mercado no puede absorber todo lo que se publica. Y esa es la receta del desastre”.

¿Qué se debería hacer? Enrique Murillo entiende que se debería convocar “una mesa de todo el sector, para llegar a un gran consenso sobre la edición”. ¿Es posible que se llegue a convocar? “Por ahora no lo veo, pero sería necesario”, insiste Murillo, que considera que el Gobierno tendría la capacidad para introducir un “cierta racionalidad” en el campo la edición.

¿Cómo? “Hay que resolver algunos problemas. Una cierta tradición de desconfianza del autor y el agente respecto a los datos reales de tiradas, de ventas, de todo. Puede que esa desconfianza sea infundada, pero su existencia provoca una inflación en los anticipos a cuenta que exigen los agentes de los grandes y medianos autores. Sufrimos una inflación en todo, empezando por los anticipos”.

Jorge Herralde, editor de Anagrama

Jorge Herralde, editor de Anagrama

Murillo alude a la Ley de Propiedad Intelectual de 1987, en la que se insta a desarrollar un sistema de control de tiradas que fuera “externo y neutral”. ¿Por qué ese artículo que pide ese control no se ha implementado en más de treinta y cinco años? Esa pregunta se la formula el editor y la deja abierta.

Enrique Murillo refiere en su libro anécdotas que son ilustrativas, como la de un editor que pide al encargado de preparar las liquidaciones de venta  que rebaje la cifra de libros vendidos por un autor porque “ya vive bien en Londres”.

Eso fue hace mucho tiempo. Pero el hecho es que se llegaron a realizar prácticas que falseaban de forma sistémica los datos. “Yo cuento lo que he visto. En mi época en Plaza & Janés encontré un registro manual de ventas, base de las liquidaciones de royalties. Y en esos documentos, había escritas a mano dos cifras por cada libro: las ventas reales, y las que se le decían al autor. Y eso ocurría desde hacía muchos años. Cuando se mostró esos documentos al nuevo director general, Hans von Freyberg, éste respondió que eso de restar venta para no pagar tanto en royalties, no lo hacía Bertelsmann en ningún lugar del mundo. Y exigió que dejara de hacerse eso desde ese mismo día”.

Murillo comenta que esos documentos certificaban lo que la gran agente literaria, que revolucionó el sector, Carmen Balcells, ya había intuido. Balcells le contó a Murillo algo que había dicho a otros, que luego lo han callado. “Enrique, si me pagan royalties, es que me roban. Y entonces me digo, Carmen, te has vuelto a equivocar. Tendrías que haber exigido un anticipo mucho más elevado. Y entonces da igual lo que digan las liquidaciones. Lo has cobrado todo por adelantado”.  Lo que esconde esa apreciación de Balcells es que la agente literaria sospechaba de las prácticas de los editores.

Y Marías se va de Anagrama

Debido a las sospechas del autor, años después, sucedió lo que nunca debía haberse producido. Jorge Herralde, el patrón de Anagrama, --al que Murillo deja muy bien en el libro, sin dejar de mencionar algunos de sus errores y prácticas—perdió a uno de los mejores escritores de la España contemporánea: Javier Marías.

Lo explica también Ignacio Martínez de Pisón –un escritor enorme que Murillo supo ver al recomendar a Herralde que publicara sus primeras obras—en su libro Ropa de casa. Y es que Marías se enfadó con Herralde porque consideraba que vendía más de lo que Herralde declaraba. La historia fue dramática, porque Marías abandonó Anagrama por una discrepancia con Herralde de unos 8.000 ejemplares entre lo que él pensaba que había vendido y lo que se había registrado por parte de la editorial.

Y de rebote, por ejemplo, Marías dejó de escribirse con Pisón, que siguió en la editorial de Herralde, como cuenta el escritor de Carreteras secundarias, aunque al cabo de un tiempo la abandonó, como hicieron también Enrique Vila-Matas y otros..

El editor Enrique Murillo, con 'Letra Global'

El editor Enrique Murillo, con 'Letra Global'

Volviendo a la gran pregunta: ¿por qué España no se ha aproximado más en índices reales de lectura a Francia o al Reino Unido? En Barcelona, por ejemplo, el Ayuntamiento puso en marcha una red de bibliotecas públicas “excelentes”. Murillo destaca esa cuestión, que fue responsabilidad del ex concejal del PSC, Ferran Mascarell. Una magnífica forma de fomentar “el maravilloso vicio de leer”.

Sin embargo, “se lee poco, en gran parte porque España es un país católico. En los países de raíz protestante, con magníficas traducciones de la Biblia, en alemán, en inglés, se lee mucho más. Impera la idea del sálvate por ti mismo, lee por ti mismo. En España ese poso cultural católico, el de un país que echó a judíos, musulmanes y moriscos, que son los que sabían leer, y donde un cristiano viejo era un terrateniente que tenía a gala no leer nada… ha resultado ser un lastre enorme”.

Y aquí Enrique Murillo sonríe, porque se acuerda de los años ochenta, de cuando hubo una apuesta por la “Cultura” desde el Estado, con los socialistas en el poder. Con el cambio de quienes detentaban el poder, los que se beneficiaban de las ubres del Estado pasaron de ser Cela y sus secuaces, imitadores y adoradores, y empezaron a beneficiarse otros. “Sólo nos faltaba la institucionalización de la cultura. Cuando oigo a un ministro hablar de Cultura pienso en un pastel de dinero que se reparte, con los paniaguados correspondientes”, sentencia el editor.

Murillo recuerda un caso conocido de la época franquista. Al poeta Leopoldo Panero, fiel al régimen, le tocó la dirección de Selecciones del Reader’s Digest en español. “Estaba claro que su piso en Madrid de la calle Ibiza, al lado del Retiro, no lo podía pagar como poeta”.

Los novelistas del PSOE

Llegaron los ochenta, y Murillo, que comenzó como lector de Carlos Barral, en Seix Barral, de la mano de su amigo Félix de Azúa, obtuvo una beca concedida por Paco Rico, para dedicarse a escribir. Camilo José Cela y Raúl del Pozo llamaban a los becados, dice Murillo, “los novelistas del PSOE, con aquella voz pomposa de Cela que todos imitaban. Y resulta que en la presentación de las memorias de Cela en mi etapa de Plaza & Janés, yo le dije que estaba hablando de su editor, pues yo era uno de los novelistas del PSOE, en mi etapa en Plaza & Janés”.

Pero la conversación con Murillo se intensifica sobre el poder de la lectura y fenómenos como el protagonizado por la ‘influencer’ María Pombo, que ha señalado que por leer “no se es mejor persona”.

“Lo que indica eso es una reacción, que se puede y se debe entender, frente a una generación elitista que ha pecado de cierta soberbia sobre lo que se debe o no leer”, asegura el editor. “Hemos tenido un problema: lo que se escribía aquí era muy refinado y muy académico, pero soberanamente aburrido. Durante decenios, las lecturas obligatorias de la enseñanza media mataron muchas aficiones infantiles y adolescentes, como la mía. Solo la recuperé como estudiante de periodismo, años más tarde”.

“Y de pequeño leía cosas que me permitían soñar en ser muy travieso, muy malo. Amigo de piratas y de conquistadores locos del polo norte.  Pero, sobre todo, de la escuela de la indisciplina: los libros de las aventuras de Guillermo, que también leyó John Lennon”.

El editor toma carrerilla para señalar un hecho trascendente: “Yo aconsejé a Herralde para publicar La Conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Era una novela muy larga y Herralde temía perder dinero al publicarla, por lo caro que iba a ser la traducción de una obra larguísima, pese a lo poco que pagaba a los traductores, por ejemplo a mí. Quería saber si esa novela tendría suficientes lectores para compensar un gasto tan elevado.  Y en mi informe dije que tendría éxito, porque su protagonista se comportaba como soñaban todos los españoles, que somos por naturaleza perezosos y anárquicos, y nos gusta comer a dos carrillos, y eructar y hacer lo que nos da la gana. Todavía me parto de risa recordando aquel informe que era un disparate, pero que acertó, asombrosamente. Fue una novela con mucho más éxito en su edición en español que en el original en inglés, y con un largo recorrido”.

La bronca en El País

¿Por tanto? “Creo que lo de María Pombo es una reacción ante esa seriedad, esa pomposidad desdeñosa con la que a veces se habla de libros en España. Generalmente, olvidamos que leer es una de las cosas más divertidas del mundo, porque es apasionante, y si empiezas, compruebas que tiene más tirón que Instagram”.  Y recuerda la pasión lectora de las chicas a partir de los catorce años, enganchadas a la novela romántico-erótica, ‘fantasy’ y no sé qué más”.

¿Falta en el mundo editorial español lo que sí tiene, por ejemplo, el cine francés, que ofrece películas de todo tipo, para todos los gustos?

 “Yo intenté que, al frente de Babelia, hubiera contenidos muy distintos. Por ejemplo, incorporé a Santiago Segurola, que escribía sobre deportes, porque sabía mucho de blues y de literatura norteamericana. Y me dijeron de todo. También pedí que colaborase Ramón de España, a quien encargué desde algún Ken Follet hasta el American Psycho de Bret Easton Ellis”.

¿Pero? “Por cierto, en un año de trabajo en aquella redacción, fue la única vez que el director me llamó a su despacho para pegarme una bronca por dar la portada a esa novela, ahora un clásico de la literatura norteamericana. Dijo que en una librería le comentaron que era un libro escandaloso. Le expliqué que eso fue una bobada de un alto directivo, y que al negarse a publicar Simon & Schuster, la contrató Knopf y la convirtió en éxito de crítica y lectura”.

Portada de 'La conjura de los necios'

Portada de 'La conjura de los necios'

¿Qué pasa con la novela española?, pregunto a quien inventó y promocionó por su cuenta el concepto de “Nueva narrativa española”.

“La novela políticamente correcta me aburre y suele aburrir a la mayoría de lectores. Preferimos todos a autores como Eduardo Mendoza. ¿Por qué todos hemos leído sus novelas? Porque ha tomado las peores tradiciones españolas y las ha elevado al cubo para de caricaturizadas, convertirlas en un disparate. Eduardo es un irreverente, y en un país pacato, su sentido del disparate es tan liberador como el de John Kennedy Toole”.

¿Salidas? “Cada escritor debe escribir lo que crea conveniente, lo que desee escribir. Y hay que editar obras diferentes, de estilos diversos, con tal de que te lleguen al corazón tanto como al intelecto. Yo tuve que publicar de todo por salvar a una empresa que estaba casi en quiebra, Plaza & Janés. Edité El Rey, de Vilallonga, que resultó un enorme éxito.

En cuanto al falso dilema de leer o no leer, “vivimos tiempos de puritanismo, a derecha e izquierda: la víctima es la literatura de verdad", dice Murillo.

Si María Pombo condena la lectura, ¿qué se podría hacer para elevar el número de lectores, de todo tipo de narraciones? Murillo insiste en que algo se debe hacer, que se debe mostrar “que la lectura es sexy, es rebeldía, es dejar de pensar como siempre para ver el mundo de otra manera. Y que es una experiencia que es pura pasión”.

¿Quién puede ayudar? “Rosalía es un fenómeno de rebeldía en el mundo de la música, y también es una mujer que lee, podría ser un gran referente. Podría ayudar, empujar en esa dirección. Está claro que se pueden hacer campañas inteligentes. Que no parezca que el escritor es un cura que predica desde el público. Las campañas que pagaba el ministerio o a veces el tono mismo de los suplementos de libros, provocan muy poca lectura, aunque hay algunos críticos que empiezan a entender que se puede hablar de libros de otra manera y con otro puno de vista. Y tener claro una cosa, no leas para hacerte más bueno, lee para hacerte más malo, por volver a Guillermo Brown y sus proscritos, para ser rebelde. O lo que cuenta una novela de adolescentes, El guardián entre el centeno. Si tienes ganas de irte de casa, si no aguantas más, tal vez hay que irse de casa, como yo me fui de este país. La lectura es amar la libertad, reconocer que eres como eres, con tus malos y buenos instintos. A partir de ahí, saber que la libertad de uno acaba cuando empieza la del prójimo”.