Mujer joven leyendo de Jean-Honoré Fragonard
Arte de la imprenta, historia de la impresión y asombro de la escritura
El sello Ampersand reúne en una colección específica –Scripta Manent, dirigida por Antonio Castillo–títulos de referencia dedicados a la tradición cultural del libro, la edición y la escritura
Scripta Manent es una magnífica colección de la editorial Ampersand, dirigida por Antonio Castillo, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares. Discípulo de Armando Petrucci, Castillo ha comandado -en los últimos veinte años y en sus inicios casi como un solitario francotirador- el profundo cambio que ha experimentado los estudios de historia de la cultura escrita en España. Hasta fines del siglo XX los paleógrafos -como ahora los arqueólogos- señoreaban en las facultades de letras españolas con asignaturas indigestas. En algunas universidades incluso llegaron a tener más profesoras y profesores que alumnos.
Con el Plan Bolonia sus departamentos fueron renombrados. Bajo la pomposa y huera denominación de Ciencias y Técnicas Historiográficas, la mayoría de estos cenáculos continuaron con la enseñanza básica y lineal de la paleografía, sin mayor intención ni pretensión. Sólo unos pocos profesores limpiaron de telarañas su docencia e investigaciones con contribuciones significativas al estudio de la lectura, la escritura y la transmisión del conocimiento a lo largo de la historia. Fruto de estos esfuerzos podemos disfrutar hoy de ricas y novedosas aportaciones, aunque siguen escaseando las síntesis sobre la renovada historia cultural de la lectura y la escritura, sobre sus discursos, prácticas y representaciones. Cubrir este vacío es uno de los objetivos de la editorial Ampersand con Scripta Manent.
El historiador Antonio Castillo, profesor en la Universidad de Alcalá de Henares
Con la publicación de Historia de la lectura y la escritura en el mundo occidental (2024) de Martyn Lyons se reedita una obra muy útil para comprender la trascendencia del objeto libro, su relación con los lectores y el impacto que tuvo en cada época según el contexto histórico. Como afirma este historiador, todas las sociedades desde el antiguo Egipto han sido una sociedad de la información, donde el control y la restricción del acceso al conocimiento han sido componentes clave del poder. En línea con Roger Chartier, pionero en buena medida de estos nuevos enfoques historiográficos, Lyons plantea que la historia de la lectura va más allá de responder qué, quién y cómo se leía en una sociedad, y debe tratar también de cómo esa sociedad otorga significado a los textos.
Este historiador introduce el concepto del principio de autonomía del lector, que otorga al lector una co-escritura del texto en su interpretación, siempre dentro del marco de una comunidad interpretativa (Bourdieu) o condicionado por las apropiaciones lectoras (Chartier). Es evidente que hoy día es más difícil seguir defendiendo los viejos planteamientos culturalistas que moldeaban al lector como mero reflejo de la estructura textual y de las intenciones del autor. Es comprensible, pues, que en este volumen se proponga una historia en la que el texto físico interacciona con el medio circulante y el significado firmado por el autor, en línea con la ya clásica estética de la recepción que defendía la emancipación de los lectores frente a los condicionamientos del autor.
'Una Historia de la lectura y de la escritura'.
Lyons resume en cuatro momentos clave la historia del libro y la lectura: la invención del códice al reemplazar al rollo; la aparición de la lectura silenciosa; la invención de la imprenta; y la industrialización y el acceso masivo al libro. Aunque reconoce que la cultura oral tuvo un momento de esplendor en el mundo clásico, todas las sociedades incorporaron lo escrito como sustento de la palabra y el pensamiento, generando una “mentalidad archivológica”. Identifica los cambios en los tipos de lectura, desde la scriptio continua leída en voz alta hasta la lectura silente, y señala la convivencia entre la lectura extensiva y la intensiva. La introducción del códice (siglos II-IV d.C.) se fue decisivo para la cultura y civilización occidental, por las ventajas de usarlo por ambas caras del papel y por la posibilidad de manejarlo con una sola mano.
Respecto a la invención de Gutenberg, Lyons comparte la interpretación que niega el carácter revolucionario de la irrupción de la tipografía, y la vincula con la dinámica del capitalismo favorable a la producción en serie. Este historiador reconoce, no obstante, el papel crucial de folletos y panfletos que, en periodos como la Reforma y la Revolución Francesa, influyeron mucho más en cambios de mentalidad de manera directa que los textos clásicos, solo disponibles para las élites intelectuales.
Johannes Gutenberg
En el capítulo que dedica al período prerrevolucionario y a la relación entre la Ilustración y la Revolución Francesa, destaca la necesidad de conocer la historia del libro y la lectura para comprender la complejidad de ese proceso. Como ya adelantara Chartier, Lyons subraya el surgimiento de una opinión pública habermasiana como un nuevo tribunal que juzgaba a los gobiernos, un nuevo e influyente República de las Letras. La fiebre lectora y la revolución de los medios de comunicación, acelerada desde fines del siglo XVIII y principios del XIX, que dieron paso a la época de la lectura de masas, a una sociedad de consumo editorial y a la escritura a máquina.
Dedicado al impacto cultural de ese “aparatito ruidoso y particular”, Lyons ha publicado un segundo volumen en esta misma colección editorial, en el que analiza la estrecha conexión entre escritura y tecnología: El siglo de la máquina de escribir (2023). Desde su puesta en venta en la década de 1880 hasta el surgimiento del procesador de texto en los años 80, la máquina de escribir “cambió para siempre la vida humana” y, según Lyons, fue junto al cine y el psicoanálisis uno de los inventos definitorios del siglo XX. Como sucedió con la imprenta, la máquina de escribir no fue el resultado de una única invención, sino la culminación de diversas aportaciones a lo largo de casi un siglo.
'El siglo de la máquina de escribir'
Pellegrino Turri en 1808 construyó una máquina para una condesa ciega e inventó el papel carbónico. Pierre Foucault en 1851 creó un rafígrafo para asistir a personas con discapacidad visual. Christopher Latham Sholes fue quien en 1874 patentó y denominó al aparato Typewriter, que perfeccionó al incorporar un cilindro móvil, una barra espaciadora, un pedal para el retorno del carro y un timbre para el final del renglón. Para evitar el atasco de las teclas se insertó el teclado qwerty, que se estandarizó mundialmente.
El modelo final, la Remington Nº1, la puso a la venta una fábrica de armas neoyorquina en 1874. La comercialización de este invento supuso, para Lyons, la constitución de la tiposfera: una comunidad imaginaria global de usuarios que compartían prácticas y problemas comunes” La veloz máquina se convirtió en un emblema del progreso, pero sobre todo fue el símbolo de un nuevo modelo de escritor que abandonó la pluma por la mecanografía. Las conexiones íntimas entre máquina y autor fueron peculiares: Larry McMurtry agradeció a su Hermes 3000, Hunter S. Thompson le disparó a la suya, Paul Auster calificó su Olympia de “ser frágil y sensible”, Barbara Taylor Bradford la consideraba “mi propio psiquiatra”, Ian Fleming elevó su Royal Quiet Deluxe chapada en oro a un “ídolo pagano”.
Hunter S. Thomson
La máquina obligó a los escritores a ser precisos, sin una tecla de borrar había que ser “tacaño con las palabras” o rehacer en limpio el texto por completo. No debe extrañar que, ante la frustración del recurrente error, Miles Franklin dijera que sufría “mucho después de teclear” o que Ernest Hemingway se quejara de que su máquina era “rígida como un bigote congelado”. Pese a todo Lyons niega que se puede hablar de un “determinismo tecnológico”, aunque reconoce que introdujo una nueva dimensión en la antigua relación entre escritura y oralidad (notas preparatorias, adiciones y correcciones a mano) y posibilitó el auge de la industria del bestseller al facilitar la producción.
Con la irrupción de la máquina de escribir no sólo se consumó una profunda transformación cultural de la escritura, también tuvo un impacto social. Para Lyons, la máquina de escribir contribuyó a la emancipación de las mujeres. En la primera mitad del siglo XX aparecieron empleos femeninos no domésticos como secretarias. Las mecanógrafas, desde un papel de aparente sometimiento, adquirieron una técnica que usarían para su emancipación.La máquina de escribir fue un instrumento representativo de la democratización de la cultura y la tecnología de un siglo XX que culminó con el surgimiento de los procesadores de texto, el fin de la máquina y la reconversión de los teclados.
El siglo XXI ha supuesto la concentración y la manipulación de la información en soportes digitales que ja convierte al lector en coautor, con textualidades informáticas interactivas. La desaparición de la memoria digitalizada sin un soporte en papel, y la nueva forma de discriminación que sufren quienes no tienen acceso a los ordenadores son algunos de los riesgos actuales que está experimentado la lectura y la escritura. Y, mientras, el universo editorial -en formato papel y electrónico- sigue creciendo.