Lo mágico en Brossa y lo caduco

Lo mágico en Brossa y lo caduco

Poesía

Lo mágico en Brossa y lo caduco

Con motivo de la exposición retrospectiva en el Macba, Ignacio Vidal-Folch repasa la trayectoria del irrepetible poeta

30 septiembre, 2017 21:00

Cuando el Pompidou celebró la gran retrospectiva de Dalí, éste se vio impedido a acceder: un piquete de huelguistas les salió al paso, a él, que iba muy ilusionado, y a su corte, y les explicaron sus reivindicaciones. Dalí manifestó su apoyo más pomposo e impostado a la causa de los trabajadores, se ganó la ovación de estos y se retiró, anunciando que desaparecía "hasta su próximo escándalo". Pero la verdad es que aquel episodio le dolió mucho y, si no me equivoco, estuvo en el origen de sus problemas con la depresión. Volvía al París de su esforzada juventud, y volvía por la puerta grande... pero se la encontraba cerrada.

A Joan Brossa, como era de izquierdas, le hubiera costado menos esfuerzo, mucho menos esfuerzo, celebrar la huelga de personal subcontratado en el Macba, donde se exhibe una abrumadora retrospectiva (850 obras propias, además de las de otros artistas con los que le ven emparentado los comisarios, que son Teresa Grandas y el competente Pedro G. Romero, de quien lo último que le he visto es El martirio de las cosas en el monasterio de Santa Clara de Sevilla, que elogié en su día).

A Brossa, como venía diciendo, le hubiera dolido menos que a Dalí la huelga en su retrospectiva, porque era de izquierdas y catalanista (nadie es perfecto) y porque, al estar el personal de venta de entradas de brazos caídos, el acceso es gratuito, de manera que su fantasma ha tenido vía libre para pasearse por las salas y hacerse una composición de lugar retrospectiva de lo que hizo en vida.

Poeta y mago

Ayer en el Macba yo tuve una sensación ambigua. Lo mejor de Brossa como poeta objetual (de su escritura propiamente nada diré porque nunca logré interesarme en ella) está en su colorista, alegremente iconoclástica apropiación y manipulación de artículos de uso corriente para componer objetos contradictorios, a menudo emparentados con el precepto surrealista del "encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección", en los mejores casos, mágicos, muchas veces ocurrencias más o menos felices, y en el peor de los casos, "de protesta", una travesura del tipo "tu ja m’entens", didáctica, politizada, un tanto pueril, que se corresponde bien con los tiempos que le tocó vivir y sufrir pero que quizá por eso mismo han quedado algo trasnochados. Otras veces, en cambio, como digo, producen un feliz sentimiento de exaltación, de ilusionismo luminoso, de magia blanca. Efectivamente él creía que el mago y el poeta vienen a ser lo mismo.

En la exposición que la Virreina le dedicó hace bastantes años fue cuando por primera vez pensé en Brossa como paradigma del modelo de arte diametralmente opuesto al de Tàpies, artista oficial (junto con Subirachs) del régimen pujolista, con quien sin embargo había compartido la aventura exaltante de Dau al Set. Lo que en uno me parece frailuno y trascendente no tiene nada que ver con la magia y el ilusionismo del otro. Es curioso que ahora para ver la retrospectiva de Brossa haya que pasar junto a los lechos de hospital gigantes que Tàpies colgó como homenaje al sufrimiento de los vecinos de Sarajevo, contigüidad de los opuestos que daría para un relato. Pero en fin, esto ya son manías mías. Como la exposición es imponente y se mantendrá visitable hasta el mes de marzo, acaso tendremos ocasión de volver a mirarla y de comentar aquí --yo, o bien algún otro colaborador de Crónica Global-- algunos aspectos ciertamente suculentos.