Max Brod y Franz Kafka en la playa

Max Brod y Franz Kafka en la playa

Letras

Kafka en Zürau: la historia de los aforismos del desacato

Acantilado publica las reflexiones que escribió el escritor austriaco tras ser diagnosticado de tuberculosis, donde a través de imágenes, aporías, narraciones y paradojas cuestiona el tinglado moral y religioso de Occidente

22 abril, 2024 11:33

“Lo que tengo que hacer solamente puedo hacerlo solo. Aclararme sobre las cosas supremas”, le dijo Kafka a Max Brod en diciembre de 1917, tras su segunda y definitiva ruptura con Felice Bauer y poco tiempo después de que se le diagnosticara la tuberculosis. La enfermedad le había permitido obtener una baja temporal en el Instituto de Seguros de Praga y mudarse unos meses a la granja de Ottla, su hermana pequeña y favorita, en el pueblo de Zürau. La herida de sus pulmones, como escribió en su diario, constituía para él un símbolo del compromiso fallido con Felice. “Agarra ese símbolo”, se dijo a sí mismo. 

En Zürau, Kafka se dedicó a ayudar a su hermana en las tareas del campo, echándose al sol a leer en sus ratos libres. Su obra narrativa quedó entonces interrumpida y eso le permitió considerar toda su experiencia con mayor gravedad. El soplo de la muerte le obligó de alguna manera a dedicarse a las cuestiones últimas. Para ello, leyó con intensidad la Biblia, sobre todo el Génesis (“solo el Antiguo Testamento ve”, apuntó) y a Kierkegaard, además de numerosas correspondencias y biografías. El resultado de esa suspensión de la rutina fue la redacción de los aforismos, ahora editados de nuevo en español en la edición comentada de Reiner Stach, biógrafo del autor, y traducidos para Acantilado por Luis Fernando Moreno Claros. 

'Tú eres la tarea', Frank Kafka

'Tú eres la tarea', Frank Kafka ACANTILADO

Conviene advertir que la clasificación de estos apuntes como aforismos puede inducir a engaño. Sin salirnos de la tradición alemana, el aforismo, de Nietzsche a Wittgenstein o Canetti, constituye una forma de pensamiento que nace del agotamiento de los grandes sistemas filosóficos y que entronca por ello con los presocráticos. Kafka no se inserta en esa genealogía sino que incluso la desafía. Su manera de “asaltar las fronteras” consiste en esquivar a menudo el razonamiento lógico y discursivo, también el confesional o psicológico, y pensar mediante imágenes, aporías, narraciones mínimas o paradojas, de tal manera que la ilusión de dominio tan propia de la modernidad, empezando por la pretensión del lenguaje de encarnar la verdad, queda puesta así en evidencia. 

Kafka se resistió a la teoría como ningún otro autor moderno. En lugar de sucumbir a la pasión por el conocimiento que acabó por destruir el arte de narrar, le opuso a ello una fertilidad sapiencial y mítica caracterizada por lo que Walter Benjamin definió como “vigencia sin significado”. El vacío moderno no se manifiesta en su obra como discurso sin fondo, caso por ejemplo de Musil, sino como parábola o apólogo irreductible, metáfora a su vez de un sentido vacante. Su imaginación se niega a dejarse desbastar por la especulación, sin asumir tampoco la falsa estabilidad del yo. En ese aspecto, muchos aforismos parecen astillas de lo que era ya un proceso de condensación y reflexión patente en los relatos que conformarían Un médico rural (1919), a la vez  que preludian lo que sería su último gran periodo creativo y que culminaría en El castillo y en Un artista del hambre.

La biografía de Kafka de Reiner Stach

La biografía de Kafka de Reiner Stach ACANTILADO

Si en la primera parte de su obra, en El desaparecido, El proceso y los primeros relatos, el escritor dio forma a sus personales demonios –los traumas y angustias nacidos de su relación con el padre, el trabajo o el matrimonio–, en la última esos mismos motivos adquieren una formulación más honda y enigmática. Después del diagnóstico de la enfermedad, Kafka, como suele ocurrir en esos trances, se acercó a otra dimensión, inevitablemente espiritual. Pero según atestiguan los aforismos, en lugar de librarse a una determinada tradición, se atrevió a desmontar el tinglado moral y religioso de Occidente, impugnándolo desde su raíz. Como señala Stach en su prólogo, es imposible sistematizar el legado aforístico de Kafka, tarea siempre abocada al fracaso. Pero no solo eso, sino que la propia naturaleza proteica e indomeñable de estos apuntes constituye ya de por sí una forma de desacato.

Kafka habla a menudo de un “engaño original”. Tanto la lectura de la Biblia como su confrontación con el ejemplo de Kierkegaard, le animaron a desafiar el clásico juego de contrarios en los que se había dirimido nuestra condición. Estos aforismos niegan la división platónica entre el mundo sensible y el espiritual o ideal, lo mismo que la oposición entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, el pecado y la redención o la acción y la contemplación. En su búsqueda descendente (“cavemos el pozo de Babel”, dice en sus diarios), su pensamiento apunta a un estado existencial a la vez único y múltiple que aún estaría por descubrir.

En la lectura del Génesis, Kafka encontró la oportunidad de asediar el mito de la expulsión –son constantes en la época sus relecturas de la mitología griega y hebrea–, central en sus obras tempranas. En los aforismos da vueltas una y otra vez al castigo de Adán y Eva, preguntándose por su verdadera naturaleza. Como ha observado Paul North, el intérprete más ambicioso de estos textos, Kafka sostiene que si de verdad fuimos expulsados del Edén es que en realidad no se trataba del Paraíso o que quizá seguimos en él. Las dos posibilidades conviven en su cosmovisión y por ello el hombre lleva en su interior lo indestructible –lo divino– sin que al mismo tiempo cese nunca la caída. El pecado original se habría cometido contra el hombre y la prohibición divina de comer del árbol de la vida sería la verdadera catástrofe: “No somos pecadores sólo por haber comido del árbol del conocimiento, sino también porque todavía no habíamos comido del árbol de la vida. Pecaminoso es el estado en el que nos encontramos, independientemente de la culpa”.

Manuscrito de Franz Kafka de la Biblioteca de Oxford

Manuscrito de Franz Kafka de la Biblioteca de Oxford BIBLIOTECA BODLEIANA

La resituación del hombre en el interior de un Paraíso “caído” consigue que el mundo entero se aparezca bajo una misma luz que contiene a la vez lo eterno y lo perecedero. El mal es lo sensible en lo espiritual, la mentira es el resplandor de la verdad, la acción está en la contemplación, no hay camino sino tan solo meta, hay una esperanza infinita pero no es para nosotros, la salvación solo llega cuando nos olvidamos de ella, este mundo es el único refugio al que podemos huir, tú eres la tarea. Para Kafka, Adán y Eva fueron expulsados por la impaciencia y por la negligencia no regresan, aunque al final es solo la impaciencia lo que hace imposible su vuelta. El error humano se fundamenta así en el ansia por llegar a un lugar lejano e inalcanzable que sin embargo está aquí, olvidado y descuidado. 

Hay además en estos aforismos una exhortación al quietismo y el empequeñecimiento como única forma de protección frente a la desmesura del poder humano. En una anotación posterior, Kafka, abundando en la cuestión bíblica, escribió:

“Para nosotros existen dos clases de verdad, de acuerdo con la representación del árbol del conocimiento y el árbol de la vida: la verdad del que obra y la verdad del que está quieto. En la primera, el bien se separa del mal, pero la segunda, que nada sabe del bien y del mal, no es otra cosa que el bien mismo. La primera verdad se nos ha dado realmente, la segunda solo como un mero vislumbre. Esta es la parte triste. La dichosa es que la primera verdad pertenece al instante, mientras que la segunda, a la eternidad, por eso también la primera verdad se desvanece a la luz de la segunda”.

Kafka solo pudo sondear lo afirmativo después de haber asumido toda la negatividad de nuestra era, pero nunca se permitió caer en la sublimación o en la idolatría de sus propias ideas. La encomienda que se dio a sí mismo fue la de desatar al hombre de todas sus servidumbres, postulando un nuevo concepto de fe que nada tenía que ver con la religión sino solo con una entrega apasionada. La escritura que sustituye a la ley heredada propició en su caso el mandato de crear las condiciones no para recuperar lo perdido sino “para no haber perdido nada”, como si de un nuevo Génesis se tratase; la tarea siempre pendiente, en definitiva, de atreverse a nacer.