Fotografía de Charles Baudelaire (1855) / NADAR

Fotografía de Charles Baudelaire (1855) / NADAR

Poesía

Baudelaire, los años difuntos

El poeta francés, del que este año se celebra su bicentenario, es el resultado de siglos de alta cultura, de las agonías de una religión y de las convulsiones de un sistema político

2 febrero, 2021 00:10

Vois se pencher les défuntes Années, / Sur les balcons du ciel, en robes suranées”. (“Mira cómo se asoman los años difuntos / a los balcones del cielo, con ropa anticuada”). Estos versos, pertenecientes a un soneto titulado “Recogimiento”, prueban hasta qué punto Baudelaire siempre va por delante de uno. Por mucho que creamos haberlo entendido y asumido, su relectura siempre nos descubre algo nuevo e inesperado. Hay autores cuya influencia es tan desmesurada que tardan en mostrar su verdadera originalidad

Los lectores que nos formamos antes en la literatura anglosajona que en la francesa, no pudimos, a diferencia de nuestros mayores, apreciar la verdadera trascendencia de Baudelaire hasta mucho más tarde, cuando deshicimos el camino andado. Toda la poesía urbana del siglo XX, de Eliot a Auden y Larkin, de Ginsberg a Ashbery y Ammons, de Ferrater a Gil de Biedma o Barral, es de raíz baudeleriana. Su influjo está en todas partes, pero cuando uno ha remontado la corriente y se da cuenta del poeta que es, entonces empieza el verdadero disfrute: “Soi sage, ô ma Douleur, et tiens-toi plus tranquille. / Tu reclamais le Soir; il descend; le voici”. (“Se sensato, oh dolor mío, y quédate tranquilo. / Querías la tarde y ahí viene, ya desciende”).

Retrato del poeta  Charles Baudelaire (1862) : ÉTIENNE CARJAT

Retrato del poeta Charles Baudelaire (1862) / ÉTIENNE CARJAT

Baudelaire es el fruto de un final y de un principio. Desde el punto de vista formal, su obra constituye la culminación del alejandrino francés, ese instrumento afinado a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII que él violentó llenándolo de palabras y giros prohibidos, siendo a veces descaradamente prosaico para ser luego de pronto lírico aunque de una manera inesperada. Se nota a veces cómo está a punto de romper la jaula de la prosodia francesa, sacudiendo los barrotes con sus imágenes y sus ideas, aunque la tradición en su lengua fue tan rígida que sólo pudo hacerlo a través del poema en prosa. En lo conceptual, Baudelaire tuvo la suerte, por así decirlo, de que los románticos franceses –Lamartine, Musset, de Vigny– estuvieron tan distraídos con sus puestas de sol que apenas se enteraron de lo que ocurría en el mundo. De la generación anterior, Baudelaire tan sólo pudo beneficiarse de Nerval, Victor Hugo –el mejor versificador– y Gautier, a quien consideró su maestro. Pero él fue el primero en dar cuenta de las transformaciones que Occidente había sufrido desde 1789.

Como vio Walter Benjamin, la civilización moderna es fruto de todo lo que se ensayó en el París del Segundo Imperio. Por eso ahora nosotros, para aprender a dónde mirar, tendríamos que volver a Baudelaire. El flâneur que se pasea fascinado entre las resplandecientes mercancías de Las flores del mal está ya hoy en día enajenado, convertido en un internauta que no es sino un hombre anuncio, un fetiche de sí mismo que se expresa a través de un lenguaje reducido a publicidad. Las redes sociales son la apoteosis de los pasajes. 

Hay unos versos de Ovidio que Baudelaire cita más de una vez según los cuales los dioses dieron rostro al hombre para que pudiera levantarlo y contemplar las estrellas. El movimiento que dibuja su obra es justo el contrario. La metrópoli ha oscurecido para siempre los cielos, apagando el firmamento con su luminiscencia artificial. El hombre ya no puede alzar la mirada y tiene que aprender a verse a ras de tierra, en el fango, reflejado en los escaparates y suspendido en el abismo de los significados. 

Manuscrito de 'Las flores del mal' (1857) con anotaciones de Baudelaire

Manuscrito de Las flores del mal (1857) con anotaciones manuscritas de Baudelaire

La naturaleza para Baudelaire ya no será más que “un conjunto de hortalizas sacralizadas”. El sol ya no sirve para fertilizar las cosechas sino para iluminar las paredes frías de los hospitales y las fábricas. El hábitat del hombre es la basura pétrea, hoy en día extendida a todo el planeta. (Internet ha conseguido que el mundo entero sea sólo ciudad.) El verso de Baudelaire, como por ejemplo en “El crepúsculo vespertino”, funciona a veces como una cámara que registra con un travelling un ritmo de imágenes que nunca antes se había percibido: “Aquí y allá se oyen silbidos de cocinas / chillidos de teatros y zumbidos de orquestas; / y las mesas de hotel, donde el juego es delicia, / se pueblan de rameras y tahúres, sus cómplices, / y también los ladrones, sin tregua ni descanso, / pronto van a iniciar su tarea ordinaria / y a forzar con sigilo las puertas y las cajas / para vivir un tiempo y vestir a sus damas”. 

Eso es lo que Baudelaire vio en Constantin Guy, el pintor, hoy olvidado, que para él fue el epítome de la vida moderna: sus dibujos fueron un precedente del cine. No supo, en cambio, detectar la revolución, mucho más compleja, de Manet, que acabó con la representación tal y como se había entendido hasta entonces. Pero toda su obra como crítico de arte –los Salones– sigue siendo fascinante. Sus comentarios sobre Delacroix sirven aún para entender lo que él mismo estaba haciendo en poesía

Homenaje a Delacroix (1864) / FATIN LATOUR. Baudelaire (el último sentado del lado derecho)

Homenaje a Delacroix (1864) / FATIN LATOUR. Baudelaire (el último sentado del lado derecho)

Homenaje a Delacroix (1864) / FATIN LATOUR. [Baudelaire es el último sentado del lado derecho]

Baudelaire se dio cuenta, además, de que la ciudad no sólo era nuestra nueva naturaleza sino también nuestra nueva forma de tiempo. Las campanas se oyen en París para recordar que el alma no está acompasada con ellas y por eso infunden angustia. De hecho, Las flores del mal podría leerse como la historia secreta de la sustitución del oído por la vista en la evolución de nuestra cultura. En un mundo donde la gente ya no se dirige la palabra en la calle, el ojo es el nuevo órgano de la espiritualidad extinguida. Los ciegos, depositarios en la Edad Media del conocimiento divino, son en la ciudad una tropa de borrachos horribles. 

Una mujer vestida de luto que pasa de largo adquiere en cambio la belleza de una vestal. La multitud, precedente de las masas del siglo XX y de los cardúmenes digitales del XXI, se está apoderando de todo. Incluso el amor ya no es más que prostitución y egolatría. El flâneur es “ese yo sediento de no-yo” cuyo cometido no es sino casarse con la multitud. Por eso Baudelaire, en Las flores del mal, se dirige en primer lugar al lector, esa nueva creación de los periódicos que pasa a ser el nuevo juez supremo. También la actual metástasis de la Opinión tiene ahí su origen. Cuando todo el mundo opina, la poesía se repliega sobre sí misma, encerrándose en el lenguaje. Y ahí están, in nuce, tanto Mallarmé como Eliot y Ashbery.

Escritos de Walter Benjamin sobre Baudelaire.

Escritos de Walter Benjamin sobre Baudelaire / ABADA EDITORES

Baudelaire también fue uno de los primeros en darse cuenta de que la ley moderna ya no es propiamente ley. El nuevo orden que empezó a emerger con la Revolución francesa arrancó al hombre de lo sagrado para someterlo a un nuevo corpus de reglas y tópicos que a partir de entonces se caracterizarían por su irreversible y constante labilidad. En “El espejo”, uno de los poemas en prosa reunidos en El Spleen de París, resumió como nadie el problema:

“Un hombre espantoso entra y se mira en el espejo.

“¿Por qué se contempla usted en el espejo si sólo puede verse en él con desagrado?”

El hombre espantoso me responde: Señor, según los principios inmortales del 89, todos los hombres son iguales en derechos; así pues, tengo el derecho de mirarme con agrado o con desagrado, eso no le importa a nadie más que a mi conciencia.

En nombre del buen sentido, yo tenía razón sin ninguna duda; pero desde el punto de vista de la ley, él estaba en lo cierto”.

Al mismo tiempo, Baudelaire fue uno de los últimos cristianos verdaderos. Cuando al final de su vida se quedó afásico, después de caerse en la iglesia de Saint-Loup de Namur, en Bélgica, ya sólo acertaba a decir: “¡Non, crénom”!, probable contracción de “Sacré nom de Dieu”. Sus blasfemias fueron una de las últimas formas de afirmación mística, puesto que Baudelaire fue un santo moderno. Como dijo en Mi corazón al desnudo

“Teoría de la verdadera civilización. No está en el gas, ni en el vapor, ni en las mesas giratorias. Está en la disminución de las huellas del pecado original”. 

Cómic sobre Baudelaire de Laura Pérez Vernetti : LUCES DE GÁLIBO2

Viñetas del cómic La cólera de Baudelaire, de Laura Pérez Vernetti / LUCES DE GÁLIBO

Ahí está sintetizado el desahucio espiritual que ha sufrido Occidente más o menos desde el Renacimiento. Baudelaire canta el mal, la destrucción y la caída porque son los últimos ámbitos donde aletea el espíritu. El final del mito de la salvación es en él la única salida, la verdadera redención. De ahí que fuera también el primero en explorar las posibilidades espirituales de las drogas y el alcohol en Los paraísos artificiales.

El bicentenario del poeta, que se celebra este año, es una buena excusa para recapitular y tratar de pensarnos a través de su obra. Baudelaire es el resultado de siglos de alta cultura, de las agonías de una religión y de las convulsiones de un sistema político. En él están tanto los grandes poetas latinos, que se sabía de memoria –cual sería el caso aún de Verlaine y Rimbaud– como Racine y Corneille, todos los románticos franceses, por supuesto Edgar Allan Poe, al que con sus traducciones convirtió en otro escritor, Shakespeare, la Biblia. 

Aunque su posición estética es terminal, su obra fue extraordinariamente fértil y está todavía llena de cosas por aprovechar y comentar. Su ejemplo nos sirve para preguntarnos qué puede surgir de una sociedad que ha desechado cualquier forma de cultura y que no atiende ni siquiera a los restos de su propia tradición religiosa, literaria y artística mientras se apresura a instituir una nueva y asfixiante vigilancia moral que apela a una especie de pureza ideológica de consecuencias imprevisibles y escalofriantes. En ese sentido, su proceso por inmoralidad ha vuelto a incoarse. Pero eso también lo vio el propio Baudelaire, por ejemplo en este párrafo sensacional de sus Fusées:

Retrato de Charles Baudelaire (1848) / GUSTAVE COURBERT

Retrato de Charles Baudelaire (1848) / GUSTAVE COURBERT

Retrato de Charles Baudelaire (1848) / GUSTAVE COURBERT

“El mundo va a terminar. La única razón que tendría para durar es que ya existe. ¡Qué débil es esta razón, comparada con todas aquellas que anuncian lo contrario, principalmente con ésta: ¿Qué tiene que hacer el mundo de aquí en adelante bajo el cielo? […] La mecánica nos habrá americanizado de tal modo, el progreso habrá atrofiado tanto en nosotros toda la parte espiritual, que nada, entre las fantasías sanguinarias, sacrílegas o antinaturales de los utopistas, podrá compararse a sus resultados positivos. Pido a todo hombre que piensa que me muestre lo que subsiste de la vida. Creo inútil hablar de la religión y la búsqueda de cosas distintas, puesto que la pena de negar a Dios es el único escándalo en tal materia. La propiedad ha desaparecido virtualmente con la supresión del derecho de mayorazgo: pero llegará el tiempo en que la humanidad, como un ogro vengador, arrancará su último pedazo a los que creen haber heredado legítimamente las revoluciones. Aun eso no sería el mal supremo. […] Pero la ruina o el progreso universales no se manifestarán por medio de las instituciones políticas, sino por el envilecimiento de los corazones. ¿Tengo, acaso, necesidad de decir que lo poco que quede de la política se debatirá entre los brazos del embrutecimiento general, y que los gobernantes, para sostenerse y crear un fantasma de orden, se verán obligados a recurrir a procedimientos que harían estremecer a nuestra humanidad de hoy, ya tan endurecida?”

No hace falta añadir nada más, me parece, para reivindicar su legado.