El poeta Nicanor Parra / LUMEN

El poeta Nicanor Parra / LUMEN

Poesía

Nicanor Parra, milagros e insolencias

Rafael Gumucio reúne en una galería de estampas impresionistas la biografía oral del gran monarca de la poesía prosaica, Premio Cervantes y energúmeno superlativo

20 noviembre, 2020 00:10

No es fácil escribir la biografía de un tipo que usa máscaras. Mucho menos si el personaje en cuestión, como es el caso de Nicanor Segundo Parra Sandoval (1914-2018), “asmático a tiempo completo”, actúa como un auténtico energúmeno, que es lo menos que puede decirse de un antipoeta, alguien que construye su obra mediante la negación categórica. Todavía más complicada se antoja la tarea del biógrafo si, además, el protagonista del relato rebasa el siglo de vida haciendo burla, escarnio y caricatura de casi todo lo que se considera alto y solemne. ¿Cómo resumir en un libro todas las experiencias, dudas, disgustos, celebraciones, postulaciones y contradicciones de un poeta que niega su condición? ¿Cómo fijar el retrato de alguien que se escapa? Un físico, hijo de una familia humilde de folcloristas que se dedicaba, entre clases magistrales y espantadas sublimes, a descoyuntar sus propios versos. 

De Parra se han dicho muchas cosas, no siempre buenas, pero también excelentes. Su obra se ha estudiado con devoción: es el experimento más vanguardista en el arte de la poesía (en español) después de la era de las vanguardias. Pero no es sencillo atraparlo, porque en sus 103 largos años de vida, milagros e insolencias comenzó a escribir imitando a Lorca, después emuló (con una perfección milagrosa) a Walt Whitman, más tarde desmintió a Neruda (ante sus propias narices) y, al final, descubrió que la mejor manera de construir una voz poética propia consistía en desmontar la tradición heredada para, igual que un terrorista, provocar una explosión tal que hiciera volar todas las esquirlas del sujeto poético –esa invención del infierno– hasta que no quedase nada en su sitio. 

Nicanor Parra

“Parra” –escribe Harold Bloom en el pórtico crítico de sus Obras Completas y Algo +, editadas por Galaxia Gutenberg por iniciativa de Ignacio Echevarría, en edición de Niall Binns– “es un héroe de la ocultación en sí mismo, un mapa de malas lecturas. Ya se rebele contra la poesía chilena, contra Marx o Freud, conoce los límites de la ironía. Es a la vez un auténtico innovador y un monumento cómplice a la ansiedad de la influencia (…) un poeta esencial de las Tierras del Crepúsculo”. 

Nadie sabe exactamente quién es –porque vive, aunque su cuerpo desapareciera hace ahora dos años– el chistoso y malas pulgas de don Nicanor, hijo de una mujer semianalfabeta y un padre risueño, vulgar y parrandero que, en lugar de cumplir con sus obligaciones como profesor rural, amaba el pisco, los guitarrones y la parranda de las pulperías rurales. De esa rama mal cortada salió un niño raro que nunca quiso cantar –al contrario que buena parte de sus hermanos, entre ellos Violeta, la niña suicida– porque eligió gritar y, ante la perspectiva de convertirse en otro Neruda, prefirió decir lo que Huidobro: Non serviam

Poemas y antipoemas

De sus avatares, vivencias, trabajos y quimeras trata Nicanor Parra, Rey y Mendigo (Literatura Random House), una biografía oral y descoyuntada –como la propia antipoesía parriana– que firma Rafael Gumucio, escritor chileno y profesor de la Universidad Diego Portales, bajo cuyo sello editorial el poeta chileno publicó algunas de sus últimas obras. Gumucio reúne los episodios más importantes de la vida y obra de Parra en este libro fragmentario, con capítulos brevísimos, concebidos al modo de las miniaturas o instantes.

Nicanor Parra

En él se mezclan testimonios personales, algunos datos contrastados de su biografía (que no son excesivos), determinadas certezas, muchas incógnitas y la propia voz del escritor chileno, que interviene (en general interrumpiendo la narración) para desmentir a su biógrafo, que se declara incapaz de cumplir con su misión. Más que un estricto relato vivencial, Gumucio ha optado por hacer un retrato coral del gran monarca de la poesía prosaica, probablemente el poeta más importante en español de mediados del pasado siglo. 

El resultado no ofrece sorpresas biográficas –en el sentido de suministrar nueva información personal– ni académica (sobre la valoración literaria de su obra) pero, como artefacto impresionista, por su singular forma de contar, recrea muy bien el campo vivencial –el contexto, si lo prefieren– de una vida pública cuyo perfil privado tenía numerosas lagunas. Parra vivía (y escribía) en permanente estado de representación. “Le contaba a todo el mundo las mismas historias”, escribe Gumucio en el libro. Un monopolio este de inventarse a sí mismo que únicamente está al alcance de los que han descubierto el inmenso poder de las máscaras, que ocultan pero también muestran. 

Artefactos, Nicanor Parra1

Uno de los Artefactos de Nicanor Parra.

Un lustro ha tardado Gumucio en componer esta galería de fogonazos de la existencia de un hombre sabio que era capaz de mezclar en sus poemas la tradición popular, goliardesca, de los cantores de los caminos y la altísima cultura de la ciencia, las matemáticas y la poesía. Un antipoeta que asesinó a los poetas previos –sobre todo, los chilenos– para devolverlos a una vida que ya no es biológica, sino aquella que los emparenta directamente con la noble estirpe de la risa, el humor (cosa seria, huevones) y la provocación nihilista. 

parra nicanor obra gruesa49

En su confesión ante Leónidas Morales, recogidas en un libro de conversaciones esencial para entender las influencias, pretensiones y aspiraciones del gran poeta chileno, Parra explica que la antipoesía nace gracias a un viaje hacia el pasado que lo lleva hasta la Edad Media, donde descubre lo que, en términos culturales, describe Bajtín en su estudio sobre la obra de Rabelais: la verdadera raíz de la poesía es la retórica que no parece ser retórica, porque aparece de forma espontánea, sin intermediarios ni moldes formales, brotando directamente del sentir individual.

A partir de esta conclusión, el poeta chileno construye un discurso a la contra que, además de renegar de su primeros libros –Cancionero sin nombre y Ejercicios respiratorios–, lo coloca en un ámbito hasta entonces no conocido en español: la destrucción de la enunciación lírica tradicional, la atomización del poema y la desaparición del yo, sustituido por el sinsentido (aparente) o directamente la demencia expresiva, personificada en personajes como el Cristo de Elqui, uno de sus sosias tronantes, o el hombre que fustiga a sus semejantes en los Ecopoemas –editados por la editorial Vegueta– para advertirles que la única política digna de tal nombre es la que practica el respeto por la naturaleza. 

Parra, Rey y Mendigo, Gumucio

Parra no es un personaje hecho, sino un poeta que se deshace sin cesar. Gumucio evoca su presente –la biografía comienza con el poeta todavía vivo–, viaja a su infancia en Chillán, sombría y terrible, cuenta su tempranísima orfandad familiar, que lo sitúa a la deriva a los siete años de edad, y nos conduce por una topografía sentimental que abarca Santiago, el internado Barros Arana, donde conoce a sus iguales, los viajes de estudios –Inglaterra, Estados Unidos–, sus años como docente en oscuros liceos y universidades (una experiencia que cuenta sin ninguna piedad hacia sí mismo en el poema ‘Autorretrato’), o las sucesivas vidas, mujeres (suicidas) y libros que jalonaron sus días y sus noches, desde los Versos de salón a Obra Gruesa, pasando por la poesía visual o el arte provocativo de Artefactos y Obras Públicas. Una trayectoria que culmina con la inmersión en la obra de Shakespeare

Gumucio dice que Parra era una inteligencia “completa y compleja”, un científico (amante de las letras) que siempre ambicionó ser periodista, pero al que la fuerza de voluntad convirtió en un artista total que elige desaparecer en sus poemas –véase su epitafio burlesco: Voy & vuelvo–, burlarse en sus discursos de quienes le otorgan premios o retratarse como un corazón con piernas y brazos escuálidos, dibujado en una bandeja de confitería que, ante la impostura reinante –“no soporto la música ambiental”–, exige (a gritos) que caiga de una santa vez el telón de la función circense que es la vida: “Señoras y señores: / Yo voy a hacer una sola pregunta: / ¿Somos hijos del sol o de la tierra? / Porque si somos tierra solamente / No veo para qué / continuamos filmando la película: / Pido que se levante la sesión”.

Artefactos, Nicanor Parra2

Artefactos, Nicanor Parra2