Horacio Echevarrieta protagoniza un capítulo del libro 'Pioneros' / CEDIDA

Horacio Echevarrieta protagoniza un capítulo del libro 'Pioneros' / CEDIDA

Manuscritos

Horacio Echevarrieta, auge y caída de un potentado inconformista

El empresario bilbaíno creó un grandioso conglomerado empresarial, construyó el submarino más avanzado del mundo para la marina alemana y murió arruinado

9 noviembre, 2022 20:00

Dicen algunos que las historias de empresarios son aburridas. Si piensan eso es porque no conocen la vida de Don Horacio.

Nació en Bilbao el 15 de septiembre de 1870 y en 1903 heredó de su padre, Don Cosme, el liderazgo del republicanismo vizcaíno y una fortuna minera. Debido al primero fue diputado a Cortes por la conjunción republicano-socialista (¡un patrono minero representando a los obreros!), cargo público del que dimitió al ser acusado de participar en la huelga revolucionaria del verano de 1917. Le dio tiempo a oponerse desde la tribuna parlamentaria al proyecto de ley de Santiago Alba que gravaba los beneficios extraordinarios que los navieros –Echevarrieta el primero- estaban obteniendo gracias a la coyuntura de la Primera Guerra Mundial.

Retrato de Horacio Echevarrieta

Retrato de Horacio Echevarrieta

Mecena de artistas

Como heredero de la fortuna de su padre, diversificó sus inversiones dando el salto al carbón asturiano, el cemento, la madera y la electricidad, y construyó veinte casas de pisos en el Ensanche de Bilbao. Cuando el muy lucrativo negocio de vender mineral al Reino Unido en pleno conflicto bélico le costó el tercero de sus buques, torpedeado por un submarino alemán, decidió vender lo que le quedaba de la flota –otros ocho barcos- a precios exorbitantes y con lo obtenido adquirió y remozó los Astilleros de Cádiz, por entonces en quiebra. También se trasladó a vivir a Madrid desde 1918 y empleó su dinero en nuevos proyectos y nuevas residencias y lujos. Fueron famosos los palacios que adquirió o construyó durante esta etapa de su vida, como el de Punta Begoña en Algorta –con sus conocidas y ahora recuperadas galerías-, Munoa en Baracaldo y La Concepción en Málaga.

Fue mecenas de artistas como el pintor Francisco Iturrino y el escultor Paco Durrio, y en parte gracias a su consejo reunió una colección pictórica de primera categoría que incluía obras de Renoir, Sisley, Pisarro, Van Gogh y Gauguin. Mandó traer a Vizcaya el mosaico romano que se hallaba en su finca malagueña para decorar con él el panteón familiar de Algorta. Y en 1929 ganó la regata Plymouth – Santander a bordo de su velero María del Carmen Ana.

Tras su traslado a Madrid, la expansión de sus negocios fue espectacular. Desde sus oficinas de la calle Fernanflor, nº 2 –al lado del Congreso de los Diputados- dirigió un conglomerado de intereses dispares que abarcaban desde los negocios veteranos, como las minas, las maderas y el cemento, hasta los más recientes, como el petróleo, la radio, la presencia en el Protectorado de Marruecos, la urbanización de la Gran Vía madrileña, la línea 1 del metropolitano de Barcelona, los Saltos del Duero y, por supuesto, los Astilleros de Cádiz.

Homenaje de la Diputación de Vizcaya

Homenaje de la Diputación de Vizcaya

Colaboración con la marina alemana

Precisamente, fue la factoría gaditana la que adquirió protagonismo en su vida empresarial a partir de los años veinte. Debido a la crisis de pedidos sufrida en los años posteriores a la guerra mundial, Echevarrieta se vio obligado a buscar otras opciones que dieran trabajo a sus astilleros. A través de Wilhem Canaris –que más adelante se convertiría en el célebre jefe de los servicios secretos del Ejército alemán- logró que la marina de guerra de Alemania le encargara la construcción en Cádiz de un nuevo prototipo de submarino, el E-1, tras el cual vendría un lote de seis.

El submarino E-1 en las gradas de los Astilleros de Cádiz

El submarino E-1 en las gradas de los Astilleros de Cádiz

A partir de entonces se desarrolló un programa completo de colaboración entre Echevarrieta, el Directorio presidido por el general Miguel Primo de Rivera y la marina alemana, cuyo máximo objetivo fue burlar las rígidas cláusulas del Tratado de Versalles que le prohibían la producción militar en su país, con vistas a un futuro rearme. Y así, entre 1925 y 1929 se pactaron, además del submarino, varios buques-tanque, lanchas, un nuevo sistema de dirección de tiro y otras construcciones que también debían satisfacer las peticiones del Gobierno español, además de una fábrica de torpedos y la introducción de Alemania en el tráfico aéreo español a través de la fundación de Iberia en 1927. 

Con la República llegó la crisis

Horacio Echevarrieta estaba entonces en la cresta de la ola, y por ello no resulta extraño que todos recurrieran a él por muy diversos motivos. Por eso tuvo un protagonismo destacado en la liberación de los prisioneros españoles en manos de Abd-el-Krim en 1923, acción por la que Alfonso XIII quiso premiarle con el título de Marqués del rescate, honor que rechazó. Y también por ello dirigió los esfuerzos ante el Directorio para la renovación de los conciertos económicos vascos, una cuestión que se solucionó en 1925 uniéndola a la resolución de la quiebra del Crédito de la Unión Minera, y por la que fue nombrado Vizcaíno Esclarecido, Guipuzcoano Honorario y Benemérito, y Padre de la Provincia de Álava.

Echevarriera con ASbd-el-Krim (izquierda) y con Alfonso XIII (derecha)

Echevarriera con ASbd-el-Krim (izquierda) y con Alfonso XIII (derecha)

Sin embargo, los años de bonanza, prestigio e influencia llegaron a su fin abruptamente con el cambio de régimen de 1931. La Segunda República anuló los encargos del Primo de Rivera y acabó con la colaboración hispano-alemana. Echevarrieta se encontró de golpe con que lo había apostado todo a una carta perdedora. En las gradas de sus Astilleros de Cádiz se hallaba el que probablemente era el mejor submarino del mundo en aquel momento, pero nadie lo quería. Y no había más pedidos. De manera sucesiva hubo de enajenar todos sus otros negocios y participaciones en el cemento, la madera, las minas y los Saltos del Duero. Hipotecó sus fincas, vendió sus cuadros y hasta su querido velero. E intentó hallar una solución creativa.

Se entrevistó con Manuel Azaña, quien le prometió ayuda si él a su vez ayudaba con armas a los revolucionarios portugueses que querían acabar con la dictadura de su país. Pero el alijo de armas destinado al país vecino acabó, de la mano de Indalecio Prieto –antiguo protegido suyo- y el partido socialista, en una playa de Asturias intervenido por la Guardia Civil. Don Horacio fue detenido y pasó nueve meses en la cárcel Modelo de Madrid, donde coincidió con Santiago Carrillo, entre otros revolucionarios. Echevarrieta con Abd-el-Krim (izquierda) y con Alfonso XIII (derecha)

Muere en la quiebra

Finalmente fue liberado en 1935 y se aprestó a solucionar sus problemas financieros. En poco tiempo había pasado de la opulencia a la quiebra. Y entonces estalló la Guerra Civil, durante la cual vivió en su palacio de la calle Claudio Coello de Madrid. Cuando terminó en 1939, se le devolvieron sus astilleros. Pero la explosión de un arsenal cercano en 1947 destruyó por completo la factoría, además de matar a 150 personas. A Echevarrieta no le quedó más remedio que recurrir al Instituto Nacional de Industria, que adquirió los astilleros a un precio irrisorio en 1951. Don Horacio murió en 1963, a la edad de 92 años, en su finca de Munoa en Baracaldo. Tal vez fueron estos últimos años los únicos tranquilos de su nada aburrida vida.

Libro Pioneros

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