Retrato de Goethe hecho por Warhol a partir del lienzo 'Goethe en la Campania' de Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

Retrato de Goethe hecho por Warhol a partir del lienzo 'Goethe en la Campania' de Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

Filosofía

Goethe contra los eurobonos

La idea alemana de Europa, basada en un debate sobre conceptos morales, se impone por ahora a la discusión sobre la reconstrucción económica y social tras el coronavirus

19 abril, 2020 00:10

“Deja que todo el mundo barra el portal de su casa y todos los barrios de la ciudad estarán limpios”. El principio de responsabilidad, la moral alemana, plasmada en un aforismo de Goethe. Las entidades con libertad para actuar son también responsables de las consecuencias de sus actos. Eso es algo crucial en Alemania, un país que ahora dirige los destinos de Europa, en una situación delicada, de alto riesgo, y que se antoja rupturista, que puede marcar un antes y un después para el conjunto de los ciudadanos europeos. Goethe y la tradición cultural alemana en contra de los eurobonos, opuestos a la mutualización de la deuda de todos. ¿Qué hacer? ¿Hay alguien más?

La actuación de los dirigentes políticos de cada país viene marcada por el sustrato cultural. Siempre fue errónea la interpretación de que la economía marcaba el paso de los tiempos. Es el anclaje cultural, la idea del mundo que se ha instalado en cada territorio, lo que ha necesitado, después, una traducción económica. Pero cuando se producen cambios drásticos, cuando aparecen situaciones disruptivas, esa tradición puede variar, con cesiones, con orientaciones nuevas. ¿Estamos ahora en ese momento, en el que la obsesión alemana por el riesgo moral pudiera modificarse?

Nos paseamos ahora con Goethe. El autor del Werther marcó la tradición literaria alemana, pero es justo referirse a un precedente, a Johann Christoph Gottsched, el llamado Boileau alemán. Lo explicó el propio Goethe en Poesía y verdad, cuando visitó a Gottsched, ya mayor, y con una peluca a la francesa que ocultaba una enorme calva. Ese detalle no fue menor. Goethe explica, como destaca la filóloga Rosa Sala Rose en El misterioso caso alemán, que por error entró en la estancia del maestro, en su casa, antes de que se hubiera colocado la peluca profesoral, tipo allonge, que solía llevar. A Gottsched no le gustó nada y, mientras se la ponía con una mano le daba una sonora bofetada a su criado con la otra. Nada de bromas, nada de escenas que provocaran la carcajada, aunque toda la escena, al completo, pudiera formar parte de un gran plano cómico.

Johann Christoph Gottsched

Retrato de Johann Christoph Gottsched (1744) / LEONHARD SCHORER

El nombre de Gottsched es determinante, porque se atribuye a él la expulsión de la figura del Arlequín. Fue en Leipzig, en 1737, durante una representación teatral, tal vez satírica, según lo coteja Rosa Sala, de la compañía de teatro de Caroline Neuber. Un actor vestido de Arlequín subió al escenario para “ser inmediatamente ahuyentado de él por los demás miembros serios de la compañía”. Otras interpretaciones señalan que fue quemado en efigie sobre las tablas. El punto y aparte del humor jocoso –pese a la tradición anterior representada en la picaresca de Grimmelshausen– se marcó en ese momento, y no volvería hasta 1945. En ese momento, catártico, tras la II Guerra Mundial, regresarían los Arlequines, de la mano de Thomas Mann, con Felix Krull, o de Günter Grass, con Oskar Matzerath en El tambor de hojalata.

El tambor de hojalata

¿Qué pretendía el adorado maestro de Goethe? No quería desterrar el humor, sino darle un tono moralizante. Reclamaba un uso funcional para la comedia: el de educar moralmente al nuevo estamento social en ascenso, la burguesía, “ridiculizando con intención crítica toda clase de defectos de sus personajes-tipo”, en palabras de Sala Rose. La paradoja es que con ese sustrato cultural, que siempre está presente –la moral, la responsabilidad, que tiene raíces religiosas, pero no tan determinantes –el protestantismo marca al pueblo alemán, pero también un catolicismo a la alemana, que hoy es ligeramente mayoritario en todo el territorio— la escuela económica fue cambiando. Frente a Francia, la otra gran tradición político-cultural europea, Alemania abrazó en la segunda mitad del siglo XX y ahora –con las adaptaciones pertinentes--  referentes franceses, como el economista Jean-Baptiste Say, muy seguido en Francia en el siglo…XIX. Say era un liberal clásico.

Jean Baptiste Say

El economista Jean Baptiste Say

En una obra que marcará un precedente por la forma excepcional en la que se narra la construcción europea, El euro y la batalla de las ideas (Deusto), los tres autores, Markus K. Brunnermeier, Harold James y Jean-Pierre Landau definen el entuerto: “Durante mucho tiempo, casi hasta mediados del siglo XX, los franceses eran partidarios del laisser-faire y los alemanes eran derrochadores que pensaban que el gasto fiscal era clave para la prosperidad y el éxito”. Pero pasaron cosas, hubo transformaciones dolorosas, y es lo que nos puede llevar a la situación actual. Si hubo cambios en aquel momento, ¿los podría haber en los próximos años, a causa de la pandemia del Covid-19?

Lo que ocurrió entonces es que se cambiaron las tornas. Los alemanes aprendieron que necesitaban reglas, que se acoplaban bien a su tradición cultural, en el campo de la moral, y ocurrió porque querían restringir en lo posible acciones arbitrarias de cualquier Gobierno tras la dictadura nazi. A los franceses les ocurrió lo contrario. Pero el punto de inflexión fue en 1940, al caer frente a los alemanes. “Los franceses pensaron que su sistema político de preguerra bajo la Tercera República tenía muy poca flexibilidad fiscal, militar e intelectual para tratar con la amenaza nazi”, se señala en El euro y la batalla de las ideas. Lo mismo ocurrió, en línea con las necesidades alemanas, en la Europa central que había caído en la órbita soviética: quisieron reglas estrictas para limitar en lo posible los excesos de los gobiernos.

El euro

Podría ser una vana esperanza, dada la experiencia de los últimos años. Pero los cambios se producen cuando las exigencias obligan a ello. Lo cierto es que las culturas económicas, una vez asentadas, y producto, a su vez, de raíces culturales y de lo que se entiende como lo mejor para un determinado pueblo –esas cuestiones han superado a los que entendían que era cosa del pasado, a los cosmopolitas liberales, y de ahí su decepción en nuestros días– han persistido. En la crisis del euro, que tuvo su punto culminante en 2012, tras la crisis financiera de 2008, los alemanes acabaron las diferentes disputas en posiciones todavía más alemanas, y los franceses más franceses.

Los conceptos no se entienden igual. De ahí las dificultades actuales. ¿Cómo las analizaría Goethe? La línea directa con sus paisanos le llevaría a mantener su misma visión. Por ejemplo, ¿qué quiere decir gobernanza económica? Para Alemania, desde la misma creación del euro y de la unión política y monetaria europea, significa la convergencia alrededor de una cultura común de estabilidad. Pero para Francia equivale a las iniciativas comunes para dirigir el desarrollo económico. No es lo mismo. Para los gobernantes alemanes el euro significaba una versión mejorada del viejo mecanismo de tipos de cambio –al que fueron siempre favorables– que circulaba alrededor del marco alemán. Pero para los franceses el euro era una oportunidad para tener una moneda global con la que impulsar políticas de estímulo keynesianas. Tampoco vemos que es lo mismo.

Goethe estaría en contra de los eurobonos porque eso supone para un alemán un riesgo moral, algo complicado de aceptar, a no ser y eso se deja a menudo de lado, que el conjunto de países de la zona euro aceptaran una supervisión fiscal, una vigilancia europea del gasto, algo que Francia –que se opuso a ello– no aceptará. Es el Norte frente al Sur, es la moralidad alemana frente a la flexibilidad de Francia. Es la visión del Morte que tiene relación con las reglas, con el rigor y la coherencia, mientras que en el otro lado tenemos la adaptabilidad y la innovación. Es, de hecho, otro gran duelo: es Kant frente a Maquiavelo. Es, en lenguaje de los economistas, el enfrentamiento entre “las reglas y la discrecionalidad”.

Portrait of Niccolò Machiavelli by Santi di Tito

Nicolás Maquiavelo / SANTI DI TITO

¿No habría otra posibilidad? Los halcones alemanes, los garantes de la ortodoxia, los liberales que apostaron por las reglas tras el régimen nazi, dentro de una escuela que se ha denominado ortoliberal –hay más abogados que economistas que se declaran con tal etiqueta, lo cual explica con mayor claridad el problema– ven dos posibles caminos. En el primero, se establece un orden fiscal descentralizado –producto de la tradición, de nuevo, de la cultura política alemana, basada en estados y ciudades independientes que marcan la federación de Alemania– en el que cada país es responsable de su propia deuda. En el segundo camino se plantea una unión fiscal integrada en la que los poderes de gasto son transferidos a una autoridad europea. Y sólo en ese segundo caso se permitiría eurobonos, con una responsabilidad compartida. Pero claro, Francia nunca ha facilitado esa segunda vía porque no quiere ceder el control fiscal a una autoridad europea en Bruselas. Y esto, a menudo, se olvida cuando se detalla la posición numantina de Alemania.

Los cataclismos históricos han provocado cambios, y los liberales franceses, tras el fracaso de la III República, se transformaron en planificadores, con un control férreo por parte del Estado. Los alemanes, en cambio, adoptaron reglas para controlar al gobierno, pero esos cambios, para adaptarse a situaciones diferentes, parten de patronos singulares, de esencias características

El misterioso caso alemán

Fue Madame de Staël, la hija del ministro de Finanzas de la Francia previa a la revolución de 1789, Jacques Necker, una de las más avanzadas intelectuales de la época, la que analizó esas esencias en su tratado De l’Allemagne: “Los franceses y los alemanes se encuentran en los dos extremos de la cadena moral, porque los primeros consideran los hechos externos como el motor de todas las ideas, mientras que los segundos creen que las ideas generan todas las impresiones. Los dos países, sin embargo, están básicamente de acuerdo en las relaciones sociales, pero no hay nada más opuesto que sus respectivos sistemas literarios y filosóficos

Y eso se ha plasmado en las diferencias para enfocar los sistemas económicos y la Unión Europea. Las reglas pueden estar bien, pero a veces impiden que se mantenga la propia institución. El presidente del Bundesbank, Jens Wiedmann, admitía con orgullo que la Unión Europea había sido diseñada a partir de los principios ordoliberales, por la necesidad de observar las reglas que exige un marco federal. Pero, por ello mismo, y como resultado de las reglas cada vez más complejas que parecen ser necesarias para asegurar su funcionamiento después de la crisis financiera, la Unión Europea es vulnerable, reflexionaba el propio Wiedman.

Tal vez Goethe ahora buscaría algún entendimiento, más allá de las esencias.