El cuadro 'El abrazo', de Juan Genovés, se ha convertido en una imagen icónica de la Transición / MUSEO REINA SOFÍA

El cuadro 'El abrazo', de Juan Genovés, se ha convertido en una imagen icónica de la Transición / MUSEO REINA SOFÍA

Filosofía

La España de Julián Marías

Los ensayos de ‘La España real’, publicados entre 1976 y 1978, en paralelo a la Transición, evocan las esperanzas de cambio y el desencanto que trajo la democracia

8 agosto, 2021 00:10

En 1976, un año después de la muerte de Franco, Julián Marías (1914-2005) alumbraba en Espasa-Calpe una colección de “libros de pensamiento” bautizada con el nombre de Boreal. Era un proyecto editorial que rendía un homenaje (a la inversa) a la celebérrima colección Austral del sello editorial. “Boreal” –escribía el filósofo– “nace con la esperanza de abrir una época en que la libertad, la veracidad y la claridad sean posibles, y acaso lleguen a ser las condiciones normales de la vida intelectual”. La aspiración de Marías suponía una anomalía. España todavía estaba gobernada por los herederos de la dictadura y se debatía –en silencio o con estruendo, dependiendo de dónde se mirase– entre el continuismo totalitario, instaurado tras la Guerra Civil, y la incertidumbre de lo que se conocía como la ruptura. 

Muchos españoles deseaban que todo siguiera igual –la etapa crepuscular del franquismo coincidió con el espejismo de una humilde prosperidad material, sin libertades, en un país que antes de la contienda era mayormente pobre, agrario y analfabeto– y otros soñaban con un viraje en relación a un pasado inmediato que, en el fondo, desde el principio siempre simbolizó el pretérito. Al final, triunfó una vía intermedia: una reforma, cocinada en los despachos del poder con la colaboración con la oposición, incluidos los nacionalistas vascos y catalanes, que rodeó a los extremismos –entonces nada irreales–, salvó la amenaza militar (a pesar del 23-F) y encarriló un sistema político que, al amparo de la concordia, decidió mirar hacia adelante, en vez de ajustar cuentas con el pasado reciente. 

08 julian marias retrato Retrato de Enrique Garcí­a Carrilero, 1963.

El filósofo vallisoletano retratado en 1963 por de Enrique Garcí­a Carrilero

La fórmula parecía exitosa en lo formal –una monarquía parlamentaria sustentada en una constelación de partidos que pronto se resumió en bipartidismo– pero incubaba en su código genético otros elementos políticos que, cuarenta años más tarde, tras la espuma de la prosperidad material, y a falta de un desarrollo cultural parejo, explican la encrucijada de la España actual, donde la política es un problema social y la miseria de antaño se ha convertido en una precariedad eterna para las nuevas generaciones y parte de las maduras, atrapadas entre una crisis perpetua y alejadas todavía de unas pensiones cada vez más inciertas

Como esas bromas irónicas que a veces nos gasta la Historia, la reforma política en España devino en una restauración, similar –aunque con perfiles propios– al régimen decimonónico que tan bien retrató Galdós en novelas como ¡Miau!. Nada extraño. De hecho, esta similitud, uno de los ritornellos de los nuevos partidos, que han dejado de serlo en simultáneo a su decadencia súbita, induce a pensar si todo pudo ser quizás de otra forma. Si la fórmula de la Transición, esa concordia que desde la Corona hasta las grandes marcas políticas ampararía la corrupción y nos permitiría ver la obscena exigencia de impunidad de buena parte de las élites políticas, era la única vía posible para saltar –sin violencia– de la dictadura a la democracia. Si no hubo otras alternativas, barridas de la memoria por la erosión del tiempo y el interés de unos héroes que tenían algo de villanos, para hacer exactamente lo mismo. 

Retrato de Galdós realizado por Christian Franzen y Nisser en 1905 / MUSEO PÉREZ GALDÓS

Retrato de Galdós realizado por Christian Franzen y Nisser en 1905 / MUSEO PÉREZ GALDÓS

Se trata de un ejercicio intelectual que, sin duda, tiene que ver con la historia, pero que compete además a la filosofía política y a la literatura, pues también versa sobre las esperanzas –vitales y racionales– que a mediados de los años setenta tenía una sociedad que, como escribe Marías, solía preguntarse con frecuencia qué va a ocurrir en vez de qué vamos a hacer. El filósofo, heredero oficial de Ortega y Gasset, protagonista a su pesar de uno de los más infames episodios de delación de la posguerra, sabía bien que el tren de la Historia estaba en marcha. Y quiso expresar sus reflexiones –que en buena medida son las de su generación, la que vivió la República, sufrió a continuación la guerra y padeció más tarde la dictadura– en simultáneo a las vísperas de unos cambios que, a esa hora, eran más que inciertos. 

La colección Boreal nació con este objetivo –“vamos a reunir libros de pensamiento en los que se ejercite la razón frente a la realidad”– en un Madrid desdibujado entre el miedo y la esperanza, lo que suponía un acontecimiento si tenemos en cuenta que Austral, su colección gemela, tuvo que tomar su nombre del hecho –en su caso, obligado– de publicarse en Buenos Aires, donde se refugiaron intelectuales de la España peregrina. Que el filósofo diera inicio a la colección con un ensayo suyoLa España real, cuya primera redacción es de 1974– puede juzgarse como un acto de inmodestia por parte de un director editorial, pero lo cierto es que, en ese instante, tampoco eran demasiados los que, dado el vacío simbólico de poder, se atrevían a escribir como Marías: de forma diáfana, clara, sincera y argumentada

Austral

El suelo sobre el que en esos días se pisaba era muy inestable y, a tenor de los antecedentes inmediatos, los ejercicios de libertad a pecho descubierto –y el libro de Marías lo es– podían resultar fatales. El sueño general de volver a ejercer las libertades, algo ni mucho menos garantizado, no estaba exento de retrocesos. Podía ser perfectamente causa de represalias. Marías asumía así un riesgo al continuar –a su manera– la reflexión sobre España que hiciera Ortega y Gasset antes de la Guerra Civil –desde 1959, el maestro en el erial había dejado de escribir sobre política; no hace falta explicar las razones– pero, sin duda, le movía también el deseo de influir en lo que estaba por suceder. En lo que parecía que podía ocurrir. 

El primer ensayo de la serie –La España real– parte de la distinción orteguiana –establecida en Nueva y Vieja Política (1914)– entre el país oficial y país vital, divididos más que por las famosas dos Españas –todo esto vendría después, aunque se estuviera incubado desde décadas ulteriores– por un sesgo generacional. Que el debate de cómo debía ser la España que salía de la oscura noche del franquismo era una discusión viva, no circunscrita a la clase política, sino de evidente interés social, lo demuestra un hecho asombroso: Marías agotó en sólo cuatro días la primera edición de su ensayo, que continuó en dos entregas más: La devolución de España (1977) y España en nuestras manos (1978)–. Siete años después, el filósofo volvería a revisar sus meditaciones en España inteligible (1985). 

La España real, Julián Marías

Su discurso, por supuesto, no surge de la nada. Antes de enunciar su tesis sobre la España posible había escrito en un año –1966– unas Consideraciones sobre Cataluña, un ensayo sobre Andalucía y unas Meditaciones sobre la sociedad española –estos dos últimos publicados en Revista de Occidente–, además de otras disquisiciones sobre la política ilustrada de Carlos III. Marías se propone en este ciclo ensayístico sobre España mantener la tradición de las reflexiones filosóficas y culturales –embrión obligado para la praxis política, según se entendía en aquel tiempo– que en antes habían cultivado los escritores del 98

El filósofo no escribe pues como un político –su nombramiento como senador por designación real fue un cargo honorífico posterior– cuanto como un intelectual atento y alarmado ante la posibilidad, nada remota dada la despotilización (obligada) a la que el franquismo había sometido a los españoles durante cuatro décadas, de que el futuro del país quedase en manos de sus élites. Sin política. Marías defiende una España en libertad, cuya identidad debe ser asumida por los españoles –frente a quienes aspiran a que sea a su imagen y semejanza– y abierta al mundo. En Europa y con Latinoamérica. Las dos primeras cuestiones parecen –con servidumbres– haberse convertido en realidad medio siglo después. Más incierto es, sin embargo, el saldo de la segunda cuestión. ¿Qué diablos es España? 

La devolución de España, Julián Marías

Muchos españoles todavía se lo preguntan, como si realmente fuera una entelequia. ¿Una sociedad? ¿Una élite? ¿Un pueblo? ¿Todas estas cosas? ¿Una suma de regiones que algunos ingenuos quieren convertir en federación? De la lectura de la trilogía se obtienen algunas posibles respuestas, con las que se puede o no coincidir. La aceptación de sus ideas no es lo importante de este ensayo. El valor de su meditación sobre España radica, decenios después de que apareciera, en otro hecho: es un libro que permite evaluar cuál era el espíritu con el que una parte de España, probablemente la mejor, imaginaba su propia metamorfosis.

Al mismo tiempo, nos ayuda a evaluar cuál ha ido, cumplido el tiempo, el resultado definitivo. El balance es agridulce, por no decir directamente amargo. Sobre todo porque Marías, al contrario que otros escritores que antes hicieron un ejercicio similar, como Cadalso, Forner o Giner de los Ríos, no escribe desde el pesimismo, sino animado por el viento (compartido) de una esperanza que bien pudiera calificarse como ingenuidad inteligente. Su tesis es que los españoles –el país verdadero– son mucho mejores que sus dirigentes –el país oficial, compuesto que los que diseñaron la Transición–. A partir de esta idea se comprende lo inevitable que fue el inmediato desencanto, que el libro no aborda porque es cronológicamente posterior, pero sobre el que advierte con prevención e inteligencia. 

España en nuestras manos, Julián MaríasLa España real hace una defensa razonada del compromiso político de toda la sociedad por encima –y a veces, en franca oposición– de la voluntad coyuntural de sus representantes. En aquellos años todavía no se había consumado la coyunda del olvido, donde muchos asesinos (de uno y otro bando) se declaraban abiertamente demócratas y tolerantes, y hasta las revistas de la Iglesia pasaban del nacional-catolicismo al marxismo –sin incurrir nunca en el cristianismo– para permanecer en la industria social. El acuerdo que España necesitaba entonces –y necesita también ahora– no consistía en fijar un modelo de Estado o un reparto del poder. Se trató de otra cosa: aprender a hacer política de firma civilizada. Luchar y confrontar sin matarse. Avanzar desde la discrepancia, sin ocupar el espacio de convivencia común, llamado a ser neutral. La libertad debía ser de todos, o sencillamente no existiría. 

La

Al contrario que otros intelectuales, en mayor o menor medida posicionados con un bando o cultivadores del revisionismo, que no es desmemoria, sino la manipulación interesada del pasado, el filósofo se explica de forma honesta, diáfana y decente. Igual que un clásico. Teniendo en cuenta que Marías saludó la República pero no fue ciego a su posterior  radicalización, colaboró de joven con el político socialista Julián Besteiro, fue declarado persona non grata por la dictadura –que le impidió ejercer en España su vocación de profesor universitario, lo que le obligó a tener que vivir de la escritura y las conferencias– y hasta encarcelado, es todo un mérito que escriba sin resentimiento

Julián Marías

Julián Marías, durante sus últimos años.

Su perspectiva es liberal e independiente. Su mirada de España es antisectaria y, en cierto sentido, la antítesis de lo que ha terminado siendo la política española, en especial en Cataluña y el País Vasco, donde el nacionalismo pretende imponer –con la colaboración de la izquierda de pasarela y salón– la cuadratura del círculo: un falso progresismo basado en la asimetría, los privilegios y la insolidaridad. Comparar el modelo ilustrado de la España de Marías con la España multinivel bajo cuyo paraguas se intenta institucionalizar la influencia secesionista en la vida pública española parece un ejercicio grotesco, pero es necesario para comprender la degradación política que vive nuestro país. El filósofo, que defiende el protagonismo político de las regiones –Marías siempre fue partidario de que el Senado ejerciese como una cámara territorial, lo que nos hubiera evitado los virreinatos autonómicos– alerta también sobre los inconvenientes que entraña el dogma de un autogobierno sin límites, donde absolutamente todo sea objeto de negociación (interesada) permanente. 

El culto al falso consenso, ya se sabe, es fuente infinita de calamidades. El tiempo, lejos de desmentirle, le ha dado la razón. La noción de España de Marías induce a la nostalgia, pues se sustenta en virtudes públicas que han desaparecido del mapa. Es respetuosa y sensible ante la identidad individual y alérgica a la idea de que una nación dependa del origen o la identidad comunal. Marías, como Ortega, fue un humanista. Alguien que sabía enjuiciar a las personas con independencia de sus ideas. Amigo devoto del último Ridruejo. En la vida –decía– es necesario tener dos cosas para avanzar: entusiasmo y exigencia. La política española rebosa ambición, pero carece de cualquier capacidad autocrítica y voluntad de regeneración. Marías, un sabio educado, firme en sus principios porque los ha razonado, sería una rara avis en estos días. Su forma de ser intelectual muestra, por contraste, lo lejos que la España real está de la España actual. Tanto como el error (involuntario) está de la mentira (consciente).