Antonio Escohotado / DANIEL ROSELL

Antonio Escohotado / DANIEL ROSELL

Filosofía

Escohotado, el sabio psicodélico

El pensador, último filósofo ‘punk’, deja tras de sí una obra luminosa e incorrecta que combate todos los dogmas ideológicos y predica la infinita libertad del conocimiento

23 noviembre, 2021 00:00

Uno de los privilegios de los hombres, siempre que la diosa Fortuna no resuelva lo contrario, consiste en saber elegir el lugar –y la forma– en la que se va a recibir a la muerte, la última invitada de esta feria de vanidades que es la existencia. No siempre se puede, pero cuando se disfruta de tal opción la selección del embarcadero de partida sirve para honrar, o arruinar, la trayectoria previa del velero. Vivir bien es saber despedirse: primero, de las sucesivas edades de la vida; más tarde, de los seres queridos; a la postre, de uno mismo. No existen reglas para este último ritual, salvo la aceptación –expresa o tácita– del desenlace genético. La vida es una narración –a veces épica, a ratos vulgar; en la mayoría de las ocasiones similar a una navegación de cabotaje– cuyo sentido íntimo se construye desde la estación término. 

Antonio Escohotado (1941-2021) eligió San Antoni, una localidad situada al norte de Ibiza, como cruce postrero de la Estigia, apurando sus últimos días (y sus noches) junto a los suyos –¿cabe mejor final?– y sin cerrarse a los extraños, con los que dialogaba a través del ordenador. Por fortuna, no ha tenido la muerte de Sócrates, condenado por la infamia del pueblo de Atenas, sino un final honroso que le llegó habiendo sobrevivido al padre de la filosofía griega –con el permiso de Heráclito– durante una década más, en un estado de revista extraordinario –catástrofes aparte– y con la eterna llama del aprendizaje intacta. 

Escohotado

El joven Antonio Escohotado

De Escohotado, que fue un pensador psicodélico, practicante de la impertinencia a la que conduce el verdadero conocimiento, que tolera la osadía sin despreciar la prudencia, acostumbra a hablarse como activista en favor de la legalización –él insistía en que el término correcto era despenalización, porque la cruzada contra los narcóticos es posterior en términos históricos a su uso por la cultura humana– de las drogas. Sobre ellas escribió muchos libros –el mayor, la Historia general de las drogas, redactada en la cárcel de Cuenca durante el año en el que estuvo preso por un delito de tráfico de estupefacientes y editada primero por Alianza y después por Espasa, su editorial hasta que fundase –con ayuda de sus hijos– una propia, La Emboscadura, en homenaje a Ernst Jünger: “Independientes de fachadas y agrupaciones, los emboscados ni se ocultan de la catástrofe ni aceptan su fatalismo: quieren introducir libertad en la evolución, y atienden a lo fundamental. ¿Es posible librar del miedo al ser humano? Tal cosa resulta más importante que proporcionarle armas o proveerle de medicamentos. El poder y la salud están en quien no siente miedo”.

Escohotado, hitos de sentido

El pensador madrileño, que trabajó primero en el Instituto de Crédito Oficial (ICO) y después, tras sus famosos años hippies en la Ibiza de la contracultura y el amor libre, como profesor de Filosofía del Derecho y Sociología en la UNED, donde se enfrentó a las envidias y a las ridículas conspiraciones del ámbito académico, un gremio al que detestaba con todas sus fuerzas, fue sin embargo un discípulo de Hegel, al que rendía honores cuando tenía que nombrar sus influencias. Desde el principio quedó claro: aquel tipo que defendía en todos sitios el uso civilizado de las drogas –hasta sus últimos días tenía para las urgencias un botiquín con provisiones obtenidas en la dark web, la zona supuestamente oscura de internet– era mucho más que un apologista del consumo de sustancias mágicas (asunto en el que confluían los principios morales de la libertad y la responsabilidad individual). 

Escohotado, Marcuse

Representaba una figura nueva y desconocida en España: la del pensador incorrecto que no tiene miedo a avanzar frente a la corriente dominante. Alguien que impugnaba por completo la tradicional estampa del intelectual ex cathedra con traje y corbata. Un disidente capaz no sólo de argumentar, sino de llevar la razón o, en su defecto, de cambiar de opinión si los hechos y las perspectivas ajenas le convencían. Luis Racionero, que exploró este mismo sendero de otra forma, evolucionó en un sentido similar, aunque nunca con la intensidad de Escohotado, que cuando se sentaba a aprender lo hacía a fondo. A muerte. Sin excusas.

Escohotado, trópico

Al contrario que la mayor parte de su generación, no era dogmático, sino vehemente. Nunca descalificaba personalmente a los adversarios dialécticos, rebatía con rigor sus ideas. No perseguía la respetabilidad, sino que, igual que Bob Dylan, “conocía su canción antes incluso de empezar a cantarla”. Sin duda fue una rara avis si lo comparamos con las generaciones de pensadores españoles anteriores, como Ortega y Gasset, Julián Marías o incluso el último Aranguren, que desde el falangismo más o menos tibio pasó a convertirse en uno de los filósofos de referencia de la progresía en la España de la Transición. 

Escohotado, drogas

Acaso Agustín García Calvo, de una generación anterior, o Fernando Savater –hermano de su mismo tiempo– estarían más cercanos a su espíritu, pero tampoco por completo: mientras el pensador zamorano viajaba desde los hallazgos gramáticos de los clásicos para instalarse en una acracia de cinco camisas sin abotonar, y el filósofo vasco alternaba el pesimismo de Cioran con su fascinación por el cine, los dibujos animados y la cultura turf, Escohotado elegió ejercer y escribir –además de pensar– como un hippie, consagrándose al hedonismo, al sexo, a practicar la filosofía dionisiaca y a hacer las traducciones de los libros más abstrusos, que eran los que siempre le gustaron más de la biblioteca de sus padres. 

Escohotado, CienciasSiempre lo dijo: en su familia –era hijo único– fue un repelente niño Vicente que nunca llegó a aceptar de buen grado pasar del soleado Brasil de su infancia –donde su padre ejerció como funcionario de embajada– al Madrid mesetario del nacional-catolicismo. El cambio de continente supuso un trauma y, a la larga, teñiría su carácter con un hondo inconformismo, practicado hasta el último de sus días. En el fondo, Escohotado era una especie de místico: no rezaba, pero sí idolatraba el conocimiento puro, viniera de donde viniera. Estaba dispuesto a aceptar los sacrificios que implica ser coherente entre lo que se piensa y lo que se hace, aunque la consecuencia usual fuera la reclusión, como le sucedió en su momento con las drogas, o la reprobación –altamente ilustrativa– de sus antiguos camaradas

Siempre lo dijo: en su familia –era hijo único– fue un

Escohotado. Physis

Nunca le perdonaron que, a partir de su jubilación, cuando hubiera podido dedicarse a la metafísica –una de sus devociones filosóficas– y al whisky selecto, retirado en su dacha de Galapagar, emplease más de una década en investigar para refutarse a sí mismo y tumbar los dogmas de una generación enamorada de sí misma y con un afán de protagonismo tan patológico como para matar, sojuzgar y corromperse pretendiendo ejercer, al mismo tiempo,  un ridículo monopolio de la moral.

Escohotado, Ibiza

Si de la primera causa –la despenalización de las drogas– surgió su tratado sobre los paraísos naturales, probablemente el mejor que se ha escrito en español, de la segunda –el desvelamiento de las mentiras de la utopía comunista, esa industria del victimismo más mediocre– surgió la deslumbrante trilogía de Los enemigos del comercio, una historia moral sobre la propiedad donde se desmonta –con datos, hechos, razones ciertas y un asombroso rigor– los bellos monstruos del populismo más antiguo que existe, que es el que promete seguridad a cambio de someter al individuo

Escohotado, caos y orden

Ambas obras, hitos mayores del pensamiento crítico de Escohotado, son dos encendidas defensas de la libertad de criterio frente a los dogmas puritanos y buenistas, que prefieren la ortodoxia al conocimiento. Únicamente por estos dos ensayos el pensador madrileño merece un espacio de honor en el canon de la filosofía en español. Hay que tener mucho valor –además de humildad– para aceptar los errores propios, sobre todo si además este proceso exige años de trabajo, lecturas y afán por descubrir la verdad, aunque ésta pueda invalidar toda tu vida. Escohotado nunca le tuvo miedo a las evidencias, pero hasta que no se puso a estudiar a fondo los orígenes de las drogas y el comunismo éstas no eran tales, sino miradas heterodoxas que podían conducirte al ostracismo personal y profesional

Escohotado, El espiritu de la comedia

Al pensador madrileño le importaba saber más que hacer carrera. Vivir, para él, contaba más que figurar. Quizás por esto se reía, con la satisfacción de haber conseguido su objetivo –el conocimiento, uno de los atributos del ser divino– cuando se le acercaban los propagandistas de derechas y, al mismo tiempo, recibía el reproche frustrado de los izquierdistas de salón, molestos porque uno de los suyos fuera quien les había desenmascarado a todos, sin posibilidad de defensa además, porque ninguno de ellos –salvo proferir exabruptos sectarios– había hecho el despiadado autoexamen del viejo filósofo psicodélico. 

Escohotado, los enemigos del comercio

Escohotado en efecto, ha sido el último pensador punk. Un fin de raza. Pero antes de librar la última batalla en contra del tiempo y frente a sí mismo fue también otros muchos hombres: el libertino que se marcha al trópico asiático tras un divorcio tormentoso –en aquel viaje por Tailandia, Vietnam, Birmania y Singapur prende la llama de Los enemigos del comercio–, un sociólogo exquisito, un probo funcionario financiero, un joven airado (que estuvo a un trance de convertirse en terrorista), el fundador de la discoteca Amnesia –de esto habla en Mi Ibiza privada, uno de sus libros de memorias lisérgicas–, un devoto del Real Madrid (el fútbol fue otra de sus pasiones demoniacas), un metafísico vocacional y un divulgador excepcional. Todas estas personalidades están reflejadas en sus obras, que navegan desde las orillas de la contracultura a la playa de la Ilustración, sin olvidar la tradición de la cultura antigua. 

Escohotado, Conciencia

No es ninguna casualidad que uno de sus primeros libros –tras su ensayo sobre Marcuse y su tesis sobre la religión en Hegel, publicada por la Revista de Occidente– lo dedicase a los filósofos presocráticosDe physis a polis (1975)– y el último –Hitos del sentido (2020)– sea una reflexión sobre la cultura clásica. Escohotado nunca abandonó el carril del humanismo, aunque en su pensamiento pasase de la reflexión más teórica y la abstracción conceptual –dos soberbias muy propias de la juventud– a una filosofía de proximidad, realista e íntimamente ligada a lo concreto. Le ha faltado tiempo, salvo que un inédito nos desmienta, para escribir el libro que tenía en mente acerca de los estragos intelectuales causados por las doctrinas identitarias y de género, pero nos deja miles de páginas brillantes, cinceladas sobre el duro peñasco del desconocimiento general y el conformismo cobarde, sobre política, economía, historia, derecho, ciencias, sociología, religión y placer. Igual que una enciclopedia.

Escohotado, Realidad y Substancia

Cuando le preguntaban de qué libro se sentía más orgulloso nunca citaba sus tratados sobre las drogas ni el ensayo –en tres tiempos– sobre la historia cultural del comunismo, sino un tratado de metafísica –“alta poesía escrita en prosa”– titulado Realidad y Sustancia. Otro de sus libros desconocidos, Caos y Orden, comienza con una cita de Pascal: “Todo nuestro razonamiento se reduce a ceder al sentimiento”. Escohotado sentía cuando pensaba pero no dejaba de pensar por sentir. Ha sido el gran filósofo sine nobilitate de la España que va desde el tardofranquismo a la incierta revolución tecnológica. Nuestro mejor Diógenes, el primer hombre que se atrevió a decir que los meteoritos caían del cielo y en rechazar los venenosos elogios del poder. “La verdad se defiende sola, la mentira necesita ayuda del gobierno”.

Antonio Escohotado / @JMSANCHEZPHOTO

Antonio Escohotado en Sevilla / @JAIMEFOTO