Los enemigos de la Ilustración
Los movimientos ideológicos opuestos a la idea de progreso del siglo XVIII, entre ellos el nacionalismo, que sacrifica a los individuos por la patria, están ganando terreno
18 julio, 2021 00:10El siglo XIX fue un siglo ilustrado, hijo de dos acontecimientos que clausuran la edad moderna y abren paso a la contemporaneidad: la Constitución de Estados Unidos (1787) y la Revolución Francesa (1789). Sus características principales son la higiene (sanidad) y la pedagogía (educación). La primera era obligada. Las migraciones de la población rural a unas ciudades que crecían impulsadas por la máquina de vapor necesitaban medidas que contuvieran las epidemias y garantizaran las condiciones mínimas de salud en la mano de obra, de ahí la construcción de grandes hospitales y del alcantarillado.
La pedagogía respondía al espíritu del tiempo: la educación era vista como la vía hacia las transformaciones sociales deseadas, caracterizadas, explica Tzvetan Todorov siguiendo a Kant, por la autonomía individual, base de la emancipación. Así, la edad contemporánea arranca con la propuesta de la universalización de la medicina y de la educación. Universalización vinculada a otra idea ilustrada: el hombre es un ser universal, dotado de una razón que lo iguala a los demás, lo que justifica la democracia y los derechos universales. Por supuesto, la oposición a las ideas ilustradas no tardó en aparecer, pero aquellas propuestas han ido ganando terreno en todas partes. Sin que convenga confundir la proclamación de derechos con su realización efectiva.
Hoy aquellas ideas parecen en crisis, hasta el punto que incluso sus defensores (con la notable excepción de Steven Pinker) creen que su rechazo gana terreno. El avance de la reacción se materializa en ataques a la medicina y educación públicas, desde el cuestionamiento del Obamacare hasta los recortes impulsados por todas las derechas, en paralelo a un movimiento intelectual que niega las dos principales divisas ilustradas: la razón y la idea de progreso. Filósofos tan diversos como Javier Muguerza o José Jiménez habían atisbado la llegada de la crisis, coincidiendo con la emergencia del llamado pensamiento débil, que cuestionaba la razón misma. Muguerza hablaba en 1991 de una posmodernidad que debía ser leída como “postilustración”.
La Ilustración, escribió, es el “sueño de la razón”, o si se prefiere, “el sueño de la liberación de la humanidad erigido en promesa”. Un movimiento de progreso que se atrevió a “acariciar” la posibilidad “de la emancipación”, al menos respecto a los “prejuicios y las supersticiones que atenazaban a la razón humana”. Reconocía, no obstante, que el proyecto estaba cuestionado, sobre todo tras los totalitarismos y sus víctimas en la primera mitad del siglo XX. De modo que, finalmente, la postilustración venía a ser el “cuarteamiento de la fe ilustrada”, no en el progreso científico, sino en la mejora moral de la humanidad. Jiménez apuntaba: “La denostación, el asedio y la crítica sin matices del concepto de razón es un rasgo destacado de este tiempo fragmentado que vivimos. El sentimiento de crisis de nuestro mundo está sin duda ligado a esta creciente pujanza, no ya del irracionalismo, sino del anti-racionalismo, de las posturas militantes en contra de lo racional”.
Pinker acepta que el triunfo de Donald Trump puede ser visto como la culminación de las ideas antiilustradas, pero duda que tenga futuro, porque el principal enemigo de la reacción es la educación. Su libro En defensa de la Ilustración (el mismo título que dio Kant a uno de sus opúsculos) rebosa de datos que, en su opinión, demuestran la existencia de un progreso racional, negado por el reaccionarismo de la derecha y por intelectuales de izquierdas. Citando La idea de decadencia en la historia occidental, de Arthur Herman, apunta que “los profetas de la fatalidad son las estrellas de los currículos de humanidades”. A saber: Nietzsche, Schopenhauer, Heidegger, Adorno, Walter Benjamin, Herbert Marcuse, Jean-Paul Sartre, Frantz Fanon, Michel Foucault y “un coro de ecopesimistas”.
Esa intelectualidad, que sostiene que el futuro será negro, se refuerza con una prensa que difunde los aspectos más negativos de la realidad: “Las noticias tratan de las cosas que suceden, no de las cosas que no suceden. Jamás vemos a un periodista que diga a la cámara: “Estoy informando en directo desde un país en el que no ha estallado una guerra”. De modo que, al final, los que prometen la salida del caos real o imaginario acaban por tener más audiencia, pese a que sus discursos agoreros no sean ciertos. En la segunda década del siglo XXI, asegura, se ha asistido “al surgimiento de movimientos populistas que rechazan abiertamente los ideales de la Ilustración”. Movimientos que sienten especial aversión por la idea de progreso, en la línea de conservadores como Edmund Burke y, convencidos de que la humanidad no puede ir a mejor porque nació corrompida por el pecado original.
A este pesimismo le prestan apoyo las noticias de catástrofes y maldades que muestran, para decirlo en términos cristianos, que el mundo es un valle de lágrimas. Por eso uno de los principales teóricos del reaccionarismo es Karol Woytila. Para él, sostiene Pinker, “la moral que surge de la Ilustración” es “susceptible de doblegarse a las presiones de los que detentan el poder, a diferencia de la moral cristiana, que es inmutable porque se fundamenta objetivamente en la palabra de Dios”. ¡Como si las religiones hicieran ascos a los poderosos de todo tiempo y lugar! Entre los enemigos del pensamiento ilustrado figuran las teocracias (Tzvetan Todorov) y los nacionalismos (Pinker) que supeditan el individuo a la comunidad.
El cristianismo prioriza a la iglesia como cuerpo de Cristo y, en su versión marxista, da lugar al Estado protector. El liberalismo, en cambio, defiende la prevalencia del individuo sobre la colectividad. Pero hay cambios. Para decirlo con Todorov, la Iglesia garantizaba la redención; la función del Estado es terrenal: garantizar la felicidad. A partir de aquí se abre una brecha entre quienes creen que la felicidad es imposible y que la mera pretensión de lograrla es un desafío luciferino a Dios, y los que sugieren que tal vez no sea posible la felicidad total, pero que la acción del hombre puede mejorar las condiciones de vida.
También está Steven Pinker, convencido de que la mejora ya se ha producido, aunque no haya terminado porque, como sostenía Isaiah Berlin, si se compara el presente con un ideal, el primero pierde siempre. Pero esto no debería impedir un análisis más fino. Barak Obama se preguntaba cuál sería la respuesta de alguien a quien dieran a elegir el periodo histórico de su nacimiento, pero no la situación social. Él no tenía dudas: el presente ofrece muchas más ventajas estadísticas que cualquier momento del pasado. Entre otros logros, por mejorables que sean, Pinker reseña “la libertad de expresión, la no violencia, la cooperación, el cosmopolitismo, los derechos humanos y el reconocimiento de la falibilidad humana”, así como “la ciencia, la educación, los medios de comunicación, el gobierno democrático, las organizaciones internacionales y los mercados”. Cuestiones que “no por casualidad fueron las principales creaciones de la Ilustración”. Y aún cabría añadir una mayor y mejor esperanza de vida, fruto de los descubrimientos en medicina y de su extensión al conjunto de la población.
Muchas de estas mejoras llegaron con una educación que dotó a parte de la ciudadanía de espíritu crítico. Cuando Diderot, prototipo de filósofo ilustrado, aceptó asesorar a Catalina la Grande en el gobierno de Rusia, no dejó de señalarle la importancia de la educación cuya función, escribió a la zarina, “no es producir una aristocracia mejor instruida, sino que es un arma contra la superstición, la intolerancia religiosa, el prejuicio y la injusticia social (…) el motor del progreso social y moral”. Doscientos años más tarde, Muguerza anota: “El postmoderno es aquel que en nuestros días postilustradamente desconfía de que el progreso innegable de la ciencia y la técnica haya de comportar por fuerza un progreso moral”.
Los ataques a la Ilustración se centran en el intento de socavar la educación, la formación del espíritu crítico, porque “cuanta más educación tienen los individuos, más capaces son de decidir por sí mismos y menor es su tendencia a someterse ciegamente al poder”, señala Todorov. Y concluye: “La verdad es tan enemiga del poder como de quienes lo ejercen”. Poco esperaban los impulsores de la Enciclopedia que las críticas a la razón salieran de las plumas de pensadores ilustrados. Pero eso es lo que ha representado, en parte, la posmodernidad y el pensamiento débil, con la notable excepción de Gianni Vattimo, que tras una primera fase “débil” propone hoy la acción transformadora como vía hacia la emancipación. Otros críticos de la razón, en cambio, han dado alas al rechazo de la misma. El caso más claro es Paul Feyerabend, defensor del anarquismo epistemológico. En su obra conviven acertadas críticas al cientificismo con afirmaciones que han permitido a los creacionistas defender que sus tesis tienen el mismo valor que el evolucionismo.
No es casualidad que creacionistas y contrarios al gasto social en educación y sanidad coincidan, y tampoco parece que sea casualidad que esta unión coincida también con posiciones nacionalistas. Entre las organizaciones de poder más dispuestas a reducir el estado de bienestar y cuestionar la razón universal, Pinker señala los gobiernos nacionalistas. Son antiilustrados porque son antiuniversalistas, y son contrarios a la libertad porque contemplan al individuo como un elemento sometido a las necesidades de la patria, del mismo modo que las religiones lo someten a las iglesias: “La religión y el nacionalismo son causas distintivas del conservadurismo político y continúan afectando al destino de miles de millones de personas en los países sometidos a su influencia”. Vale la pena recordar que Trump tenía dos emblemas asociados: la cruz y la bandera. Y no está solo frente a Kant, que abrió su defensa de la Ilustración con las siguientes palabras: “Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad. Minoría de edad es la imposibilidad de servirse de su entendimiento sin la guía de otro”. Kant pensaba en las iglesias y los poderes públicos, de modo que no dudaba en dirigirse al lector para exhortarle: “¡Ten valor de servirte de tu propio entendimiento! Tal es el lema de la Ilustración”.