Edición en inglés de 'The Swerve', de Stephen Greenblatt

Edición en inglés de 'The Swerve', de Stephen Greenblatt

Filosofía

Pensar con Lucrecio

Guillermo García Ureña dedica su ensayo 'Las semillas y el vacío', un libro excepcional, a demostrar que Lucrecio sigue siendo un autor para el siglo XXI en cuestiones que son más urgentes que nunca

8 mayo, 2023 19:00

“Cuando ya no estaban los dioses y Cristo aún no había aparecido, hubo, desde Cicerón a Marco Aurelio, un momento único en el que solo estuvo el hombre”. Con esta frase resumía Flaubert en una carta el intersticio que en la cultura europea se abrió entre dos grandes eras teológicas y que propició el florecimiento de una literatura y una filosofía estoica, escéptica y epicureísta que exploró nuevas vías de relación entre el hombre y la naturaleza. Entre los autores que más contribuyeron a esa emancipación de los dioses destaca Lucrecio, quizá el mayor poeta latino, autor del largo poema didáctico De rerum natura, que Agustín García Calvo, en su hipnótica versión, tradujo como De la Realidad.

La historia de la obra es en sí misma fascinante, tal y como cuenta Stephen Greenblatt en The Swerve (2011), un ensayo polémico y absorbente sobre la cuestión. El poema se dio por perdido durante más de un milenio hasta que en el invierno de 1417, Poggio Bracciolini, un humanista italiano, lo encontró en un monasterio alemán, oculto en el pergamino de un volumen que se había utilizado para escribir encima otra cosa. Imaginar el shock of recognition de Bracciolini al percatarse de lo que tenía entre manos produce todavía escalofríos. Para Greenblatt, quizá en un exceso de entusiasmo erudito, el descubrimiento supuso un seísmo que alumbró el Renacimiento.

Frontispicio de una copia de 'De rerum natura' escrito por un fraile agustino para el papa Sisto IV (1483)

Frontispicio de una copia de 'De rerum natura' escrito por un fraile agustino para el papa Sisto IV (1483)

Sea como fuere, el caso es que De rerum natura no ha dejado de seducir a la modernidad desde su aparición, convirtiéndose en una obra épica central en la constelación europea, comparable a la Divina Comedia en su voluntad de visión cosmológica. George Santayana le dedicó al poema un ensayo inolvidable en el que captó su esencia como nadie: “Lo más grande de este genio es su capacidad de perderse en su objeto, su impersonalidad. Parece que estamos leyendo, no la poesía de un poeta acerca de las cosas, sino la poesía de las cosas mismas. Lo que Lucrecio demuestra a la humanidad de una vez por todas es que las cosas tienen su poesía a causa de su propio movimiento y vida, y no simplemente porque nosotros las hayamos convertido en símbolos”.

Santayana también se fijó en que Lucrecio fue uno de los primeros en advertir que nada hay en este mundo cuya vida no implique la muerte de alguna otra cosa, de tal manera que el movimiento destructor crea y el movimiento creador destruye. El filósofo se refería a unos versos exactos que en la versión de García Calvo dicen: “ahora aquí, ora allí, las cosas vivíficas vencen / y quedan vencidas lo mismo; con fúnebres llantos se envuelven / vagidos que alzan niños que a orillas del día amanecen; / ni noche ha seguido a día ni a noche aurora siguiente / que no haya oído mezclados con los vagidos dolientes / los plantos acompañantes del negro entierro y la muerte”. No por casualidad, el poema se cierra en el libro sexto con una descripción tremenda de los efectos de la peste en Atenas.

Edición de las 'Obras Completas' de Walt Whitman (1902)

Edición de las 'Obras Completas' de Walt Whitman (1902)

Wallace Stevens, discípulo de Santayana, es el poeta que en el siglo XX más se acerca a Lucrecio en sus poems of our climate, por decirlo con Harold Bloom, que situó a su compatriota como integrante privilegiado de una corriente de poetas de estirpe lucreciana en la que también se encontraban Dryden –que tradujo espléndidamente fragmentos del Rerum– Shelley, Leopardi y Walt Whitman. Para Bloom, estos autores eran los que de un modo más rotundo se habían emancipado de cualquier religión establecida para volver a un lenguaje nutrido por la cognición y la sensación, al modo del romano. Bloom, además, utilizó un concepto de Lucrecio, el clinamenel giro que experimentan los átomos en la física de Epicuro– para explicarse el desvío que sufre la imaginación de los grandes poetas en la angustia de sus influencias.

Pero más allá de la cuestión literaria, el pensamiento de Lucrecio supone en muchos aspectos la adaptación y transformación latina de la filosofía de Epicuro y en general del atomismo griego como explicación del origen y a la vez como correctivo de las supersticiones asociadas a la religión y el mito. Lucrecio reaccionó contra la barbarie del sacrificio, por ejemplo el de Ifigenia, para tratar de concentrar la imaginación del hombre en la contemplación de la naturaleza, cuyo movimiento encerraría el verdadero enigma que tradicionalmente se había atribuido a los dioses, que en su cosmología pasan a ser parte –y no creadores– de esas mismas fuerzas naturales. Así, De rerum natura es una estación más en el extraño e intermitente pensamiento lógico y sapiencial que atraviesa nuestra cultura desde Parménides hasta Heidegger, pasando por Spinoza y Nietzsche, y que se opone a lo que Severino llamó la “esencia del nihilismo” latente en el fabuloso edificio platónico cristiano y trasladado ahora a la nueva utopía técnico-científica.

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A esta cuestión ha dedicado ahora Guillermo García Ureña un ensayo, Las semillas y el vacío. Pensar con Lucrecio (La Oficina), que no cabe sino calificar de magistral. Dueño de un conocimiento muy particularizado de la problemática filosófica y científica, en el mundo antiguo como en el moderno –se nota el benéfico influjo de la escuela de Felipe Martínez Marzoa–, el autor lleva a cabo una poderosa e incitante meditación en torno a la teoría cosmogónica de De rerum natura, un poema que le ha acompañado durante años con una fertilidad interpretativa admirable y contagiosa. Además de iluminar los vericuetos conceptuales del poema, García Ureña demuestra que Lucrecio sigue siendo un autor para el siglo XXI en cuestiones que hoy son más urgentes que nunca:

“El De rerum natura nos sitúa ante un mundo que no fue creado para nosotros y en el que ni la más poderosa de las civilizaciones puede dominar la naturaleza, acaso la vida, en un nivel complejo por un periodo limitado de tiempo. La pretensión de expansión o dominio civilizatorio es otro modo de superstición más, esto es, una proyección de un falso infinito que prolonga la vida propia no en el más allá de la religión, ni en los objetos propios (riquezas, honores, poder), sino en un nuevo constructo social, la humanidad”.

A lo largo del ensayo, el autor va explicando cómo Lucrecio describe la actividad de los primordios –los átomos– en el vacío como fundamento ontológico y físico de la realidad, algo que a su vez sirve como principio explicativo del resto de órdenes de sentido, desde el lingüístico y biológico hasta el social y político, con la amistad como virtud suprema y motora de la maquinaria del poema.

Guillermo García Ureña

Guillermo García Ureña

Al final, el lector obtiene una visión muy bella y persuasiva del lugar que los hombres, libres de todo determinismo –también del científico–  deberían ocupar en la naturaleza y en el que si “el principio de conocer es la duda, el principio del ser son los átomos trenzados en el vacío”. Con respecto a la cuestión del vacío hay un problema que se podría debatir indefinidamente y que tiene que ver con su identificación con el concepto de nada. García Ureña señala con precisión en qué momento la nada (tò méden) se asumió como el vacío (tò kenón):

“La recepción de Parménides parte, con Zenón y Meliso, de tomar la vía del ser como algo que anula la vía del parecer y, con ello, negando que haya multiplicidad y movimiento puesto que, por una parte, el ser es por todas partes igual y, por otra parte, afirmar el movimiento o la generación y corrupción de la multiplicidad de cosas sería afirmar que es posible el paso del ser al no-ser y viceversa. Ante esta recepción de Parménides se comprende que Leucipo y Demócrito afirmen el ser parmenídeo como principio y como elemento primero de la realidad (según la distinción antes vista de átomo principio y átomo elemento) a la vez que, para no caer en el absurdo de negar todo el plano de lo que aparece o de las cosas, afirman el no-ser parmenídeo, convertido en la ausencia del ser, esto es, en el vacío (lo cual se expresa terminológicamente como la nada: tò oudén, tò méden; o como el vacío: tò kenón)”.

de rerum natura de la naturaleza

Parménides, en su propio poema, fue el primero en conceptualizar, gracias a la particular dotación del griego para ello, lo que no es como la nada (tò méden), que se opone de forma absoluta al ser (ésti). Es decir, lo que está siendo –lo que hay– no tiene ninguna relación con lo que no está siendo –con lo que no hay. De ahí que la asunción del no ser como un vacío generador, a la manera del pensamiento taoísta, donde el hueco de la ventana es fundamento de la morada, suponga un salto mortal. Para Parménides, el ser tiene una homogeneidad absoluta e indivisible, lo mismo que el no ser, que sería también total e inmutable, sin gradación posible hacia el ser.

Considerar el vacío como idéntico al no ser supondría entonces desvirtuar la afirmación de Parménides. El vacío, además, puede entenderse como parte de lo que está siendo –de lo que hay–, del mismo modo que la música está contenida en el silencio y surge de él y no después de él. A tenor de todo ello, Lucrecio estaría quizá más cerca de Parménides que Leucipo y Demócrito, puesto que su cosmos no tiene ni principio ni fin, a la manera del de Elea: “Entonces el origen se extingue y no se oye la muerte” . Vaya esta última reflexión, en cualquier caso, como forma de homenaje y agradecimiento a un ensayo ejemplar y excepcional en el panorama hermenéutico y filosófico de este país.