Portada de 'Lenin pisó la Luna. La disparatada historia de los cosmistas rusos', de Michel Eltchaninoff

Portada de 'Lenin pisó la Luna. La disparatada historia de los cosmistas rusos', de Michel Eltchaninoff

Filosofía

El mayor 'flipe' del Universo: Michel Eltchaninoff y el cosmismo ruso

El libro 'Lenin pisó la Luna. La disparatada historia de los cosmistas rusos' plantea cómo ha sobrevivido una corriente filosófica que conecta con un posible autoritarismo tecnológico

2 mayo, 2023 19:45

El sello Rosamerón acaba de publicar un libro la mar de curioso: Lenin pisó la Luna. La disparatada historia de los cosmistas rusos, del filósofo y periodista parisino Michel Eltchaninoff, traducido por Francesc Esparza. Se trata de un ensayo de historia cultural que se propone, básicamente tres cosas: mostrar los orígenes de una particular filosofía rusa, el cosmismo, que nació a mediados del siglo XIX en mitad de una crisis social y política, mostrar la pervivencia clandestina de este movimiento durante el estalinismo y, por último, explicar de qué forma una versión renovada de ese pensamiento está moldeando el mundo actual globalizado a través de sus adeptos rusos y norteamericanos

¿Qué era el cosmismo? Eltchaninoff lo define como una mezcla de misticismo moderno y pseudociencia. Si nos ponemos irónicos, el cosmismo puede parecer a ojos de un lector actual una inmensa fábrica conceptual de magufadas con pretensiones bastante megalómanas. Vendría a ser una mezcla de arbitrismo desenfrenado, reformismo social, religión pseudocientífica y revolución espiritual. Los cosmistas anhelaban la colonización del Universo, y a ese anhelo de conquistar las estrellas les unían un deseo de comunión universal, la resurrección de todos los muertos y toda clase de sentimientos de pertenecer a un Todo cosmológico espiritualizado en el que el Ser Humano desempeña un papel determinante. La Salvación procedería del Espacio Exterior, en forma de luz solar o de continuidad matérica. El cosmismo habría dejado huella hasta en el cine, porque sin él filmes de Tarkovski como Andrei Rublef o Solaris no tendrían explicación; y hasta puede que 2001. Una Odisea en el Espacio de Kubrick sea una obra cosmista. Evidentemente, buena parte de la ciencia ficción que consumimos hoy en día en nuestro país (de Lem a Ballard, de los hermanos Strugatski a Heinlein) no existiría sin todos estos sueños cosmonáuticos y redentores. 

El filósofo y periodista parisino Michel Eltchaninoff / ROSAMERÓN

El filósofo y periodista parisino Michel Eltchaninoff / ROSAMERÓN

El autor ha acertado en la elección de las teclas que pulsa, tanto para entender el mundo de hace un siglo como para comprender qué está pasando en la actualidad. Escribe, hacia el final de su obra, que “el cosmismo no solo nos enseña mucho sobre la naturaleza del siglo soviético, sino que arroja asimismo luz sobre el transhumanismo contemporáneo, sobre el proyecto de hacer retroceder e incluso eliminar los límites de la vida merced a las nuevas tecnologías”. Esta particular mezcla de tecnocracia y espiritualismo que orienta a nuestra civilización se parece poderosamente a los sueños místicos de una especie de Sócrates ruso que dormía sobre un baúl y vivía en una celda monacal de la ciudad de Kaluga. Nos estamos refiriendo al fundador del cosmismo, Fiodorov, un filósofo prácticamente ágrafo cuyas enseñanzas y cartas fueron reunidas y coleccionadas por sus adeptos, y que de forma continuada han moldeado los sueños expansionistas y milenaristas de los comunistas y los ideólogos putinistas, hasta la actualidad. 

Fiodorov pensaba, ni corto ni perezoso, que la ciencia lograría recuperar la materia perdida que formaba parte de los cuerpos de todos los humanos muertos de la Historia, que se podrían recuperar esos cadáveres y revivirlos para instalar la Humanidad en sociedades armónicas nuevas basadas en el vitalismo y la compasión cristiana. Sus seguidores fueron perseguidos por el estalinismo, pero lograron infiltrar estas ideas en toda clase de científicos, ingenieros y políticos bolcheviques, lo cual explicaría que tras la muerte de Stalin las ideas cosmistas afloraran a plena luz en todo tipo de artículos de revista visionarios y novelas de ciencia ficción.

Putin y el patriarca Kirill

El régimen soviético desconfió de los escritores espiritualistas, pero su legado llegó vivo a 1990, momento en que hizo eclosión un fuerte y variopinto movimiento místico y esotérico más o menos imbricado con el catolicismo ortodoxo. De algún modo ya sabíamos que el comunismo bolchevique no era más que una religión civil que quiso extender su control sobre cualquier faceta del ser humano, lo que no sabíamos y nos aporta Eltchaninoff es que desde el corazón de la filosofía rusa del período positivista existía una corriente mistérica que podría estar en el origen del pensamiento New Age y en la base de las revoluciones neoliberales. 

Pero lo más insólito no es esto, no es el alcance de la influencia histórica que pudo alcanzar el cosmismo, sino su increíble irracionalidad. A veces (lo consigna el autor) las propuestas cosmistas son tan delirantes que sin conocer el alma rusa uno podría llegar a la conclusión de que esas hipótesis fueron elaboradas por una pandilla de perturbados. Algunos botones de muestra. Medvedev, un importante empresario ruso actual, escribe: “Estamos avanzando en un proyecto de trasplante de cabeza, que está muy avanzado y podría ver la luz este mismo año. Tomamos la cabeza de alguien que está muriendo  y la trasplantamos al cuerpo de un voluntario, sin retirar la cabeza original. Esto supone dos cabezas en un solo cuerpo. Ambas podrían pensar de forma autónoma, si bien la cabeza original controlará el cuerpo, mientras que la otra podrá controlar una interfaz informática. Es perfectamente plausible imaginar el uso de la tecnología de Neuralink, la empresa fundada por Elon Musk”. Este gran altruista proponía, además, fusionar en un solo cuerpo las cabezas del presidente Putin y el patriarca Kirill en un solo cuerpo que simbolizara el liderazgo total. 

Vladímir Ilich Uliánov, Lenin. Imagen referencia a la Revolución Rusa

Vladímir Ilich Uliánov, Lenin. Imagen referencia a la Revolución Rusa

Mucho antes, un cosmista clásico, Iliá Ivanov, autorizado por el comisario del Pueblo para la Educación, Lunacharski, intentó aparear chimpancés macho con hembras humanas para crear una especie híbrida que, obviamente, hubiera tenido fines militares. El sueño de un ejército de simios totalmente obedientes era una hipótesis  demasiado seductora para las autoridades soviéticas. Lunacharski mismo formó parte de un grupo inicialmente perseguido por Lenin por desviaciones espiritualistas, el de los “constructores de Dios”, revolucionarios teístas. Muchos compañeros de Lenin que militaban en el Partido Bolchevique (Krasin, Bogdánov, personalidades destacadas luego a partir de 1917) fueron “empiriocriticistas”, partidarios de una filosofía importada de Alemania menos materialista que la que llegó a ser oficial durante el reinado de Lenin. Éste los combatió y acalló a través de su libro Materialismo y empiriocriticismo (1909), antes de que las corrientes cosmista y biocosmista se fusionaran clandestinamente con el marxismo oficial y continuaran funcionando de manera más o menos latente. Con el tiempo, Bogdanov se obesionó con la inmortalidad y las transfusiones de sangre rejuvenecedoras, antes de caer muerto víctima de sus propios experimentos.

Sueños extravagantes

Fueron claramente escritores y científicos cosmistas el ya citado Fiodorov, Tsiolkovski, inventor autodidacta aclamado como el fundador de la astronáutica soviética; Vernadski, el científico más serio de todos, fundador de una disciplina científica vigente, la Biogeoquímica, y pionero de las reflexiones sobre la biosfera, aunque a veces se abandonara a todo tipo de sueños extravagantes; el novelista Platonov y, ya en los sesenta, el botánico Kuprevich.

Nadie parece haber reparado nunca en la semejanza que todos estos autores medio delirantes guardan respecto a otro espécimen curioso de las letras catalanas, el filósofo de Martorell Francesc Pujols. Como los cosmistas, Pujols intentaba crear una nueva religión armonizada con los avances de la ciencia, pero en lugar de opinar que la conquista de los mundos exteriores traería el progreso humano por encima de sus propios límites, escribió que era la catalanidad el elemento que nos proporcionaría a todos una condición sobrehumana, angélica. 

Pujols también pensaba que el otro mundo era un fenómeno natural, tan lógico como la existencia de esta propia vida. Es posible que los cosmistas rusos, en lugar de catalanidad, en el fondo lo que desearan fuera una actualización futurista del panrusismo. Con todo, los países con dificultades de identidad parecen proclives a generar delirios filosóficos, sistemas tan simpáticos como disparatados, contemporáneos del surrealismo. Eltchaninoff tiene especial cuidado en distinguir el cosmismo original, profundamente imbuido de ideas colectivistas, del transhumanismo acual, una ideología individualista y ultracapitalista, para distinguirlos asimismo del posthumanismo, una filosofía de reconexión con la Naturaleza y los animales basada en el abandono de las dominaciones humanas sobre el resto de las formas vivas del planeta. 

Cartel de propaganda maoísta donde aparece la figura de Mao junto a las de Stalin, Lenin, Engels y Marx (1967)

Cartel de propaganda maoísta donde aparece la figura de Mao junto a las de Stalin, Lenin, Engels y Marx (1967)

Lenin pisó la Luna no elude el debate sobre las relaciones entre el cosmismo y los totalitarismos del siglo XX. Es más, en sus últimas partes describe con gran claridad el tipo de dispositivos filosóficos que podrían desarrollar un absolutismo tecnológico procedente de Silicon Valley, si bien acaba siendo tranquilizador, porque no parece que el transhumanismo tenga intenciones de asociarse a una Idea política de Imperio o albergue intenciones de imponer un régimen racista o frontalmente antidemocrático. Más bien se podría llegar a la conclusión de que la curiosa mezcla de tecnofuturismo y pseudociencia mística característica del cosmismo puede desembocar en un elitismo clasista basado en la riqueza individual, pero no en proyectos de eugenesia explícita. El libro de Eltchaninoff termina con unos párrafos muy emocionantes, basados en doctrinas humanistas de Hannah Arendt, que no reproduciré aquí para no fastidiar al lector. Lenin pisó la Luna hará las delicias de los aficionados a la ciencia ficción, la historia de la ciencia o exploradores de las culturas de la antigua URSS. Eltchaninoff ha sabido bucear extensamente en las vísceras de las ideologías rusas para construirnos un relato más rico y verosímil del turbulento siglo XX en el mayor país del mundo, un país que, remozando viejas tesis deterministas de Taine, invita por sus desaforadas características a la reflexión cosmológica y teológica.