Cuando Dios es un estorbo
Yuval Harari reflexiona en 'Homo Deus' sobre cómo las religiones, los sacerdotes y los libros sagrados impidieron durante siglos el desarrollo del pensamiento individual
7 noviembre, 2021 00:10“El pensamiento racional tiene una ficha civil; se conoce su fecha y lugar de nacimiento. Es en el siglo VI antes de nuestra era, en las ciudades griegas del Asia Menor, donde surge una nueva forma de reflexión, totalmente positiva, sobre la naturaleza”. La afirmación la formula Jean-Pierre Vernant al analizar el paso del mito al logos en el pensamiento griego. Hasta ese momento los hombres habían intentado comprender la naturaleza para dominarla o para reducir los miedos derivados de la ignorancia. Sin ir mucho más allá, habían anotado ciertas regularidades observables. Los egipcios aplicaban el teorema de Pitágoras para construir pirámides, pero nunca lo enunciaron; mirando a los cielos fueron capaces de confeccionar un calendario, predecir las avenidas del Nilo y organizar los cultivos, pero sus narraciones nunca superaron la esfera del mito. ¿Por qué fue diferente en Grecia? Vernant señala la versión sobre el origen del mundo que da Hesíodo en la Teogonía . Utiliza la palabra “cosmos”.
Casi todas las mitologías relatan la creación del universo. Las egipcias, las orientales, las mesopotámicas, la judaica o la griega. En Babilonia, Marduk se enfrenta a Tiamat, diosa del caos originario, y aprovechando que ésta tiene gases en su interior la corta en dos mitades. Coloca arriba los cielos y abajo la Tierra, sobre la que moran los humanos. En medio queda el aire. También Jehová, en el Génesis, separa los elementos. En todos los casos hay un proceso de ordenación de la materia, pero sólo Hesíodo lo llama “cosmos”. Zeus se enfrenta a Jaos y, tras vencerlo, instaura un cosmos. Jaos, dios primigenio, ha dejado en castellano las palabras caos y gas. “Cosmos” significa a la vez universo y orden. Eso dice Hesíodo: que Zeus ordenó el caos. En adelante los hombres dejaron de necesitar a los dioses para comprender la naturaleza. Bastaba con observarla para descubrir sus regularidades. Como dice Vernant, “el orden natural y los hechos atmosféricos (lluvias, vientos, tempestades, rayos) cesan de ser inteligibles en el lenguaje del mito” y pasan a ser “cuestiones sobre las cuales la discusión está abierta”, a constituirse en objeto de conocimiento racional: la ciencia.
El progreso del saber científico queda disociado de los dioses. Los excluye.En los tiempos modernos la ciencia se consolida como actividad empírica. Copérnico formula la hipótesis heliocéntrica obviando la narración bíblica geocéntrica. En el libro de Josué, éste ordena al sol y a la luna que se paren. Si Copérnico tenía razón, el Antiguo Testamento estaba equivocado. Se impuso Copérnico, pero el combate entre los partidarios de la observación y los de la revelación no fue cosa de un día. A lo largo de la Edad Media había dominado la verdad revelada en unos escritos cuyos autores se decían inspirados por Dios. Sus textos eran la fuente de todo conocimiento. Constantin-François Chasseboeuf, conde de Volney, imaginó un diálogo entre un clérigo y un laico. El primero afirma: “Querer saber por cuenta propia ofende a Dios”. La revelación incluía todos los saberes necesarios para el único fin sensato: la salvación del alma.
Expulsado de la física
Yuval Harari reflexiona al respecto en Homo Deus: durante siglos, los hombres no necesitaron investigar porque sabían que todas las respuestas estaban en los libros que contenían las palabras de los dioses. Éstos habían revelado a sus criaturas todo lo que necesitaban conocer. Si surgían dudas, bastaba con dirigirse al sacerdote y que éste interpretara los textos sagrados. Si allí no aparecía nada sobre, por ejemplo, el comportamiento sexual de las hormigas, era por la simple razón de que alcanzar la vida eterna no exigía esos conocimientos.
Tras Galileo, Newton demostró que los movimientos de los cuerpos eran explicables sin recurrir a la divinidad. Dios fue expulsado del mundo de la física. Un proceso que resultaría imparable. La teoría de la evolución de Darwin hacía incompatible la creación bíblica con los datos que ofrecían minerales, vegetales y animales. Era imposible seguir sosteniendo, con el obispo irlandés James Ussher, que el mundo fue creado el domingo 22 de octubre del año 4004 antes de Cristo. Hoy, apenas los creacionistas defienden esta tesis. Dios, pues, no sólo no daba cuenta del comportamiento de la naturaleza en sus revelaciones sino que se convertía en un estorbo para su conocimiento.
Aún quedaba el mundo del hombre, compuesto de cuerpo mortal y alma inmortal. Que la existencia del alma fuera tan indemostrable como la del propio Dios resultaba una cuestión menor. Después de todo, la divinidad daba sentido a la vida. Por lo menos hasta que los existencialistas se empeñaron en afirmar lo contrario. Ya Kant había ironizado al respecto. En El conflicto de las facultades admite la subordinación de todas las ciencias a la teología, pero anota que, pese a ello, ha comprobado que los enfermos que temen morir llaman antes al médico que al sacerdote.
En tiempos de Kant, la moral derivaba de Dios porque, si éste no existe, todo está permitido, que diría Dostoievski. Pudo decirlo porque Kant había hundido las éticas derivadas de la revelación. Para él hay dos tipos de éticas: las heterónomas (la decisión a tomar viene impuesta por alguien, sea un libro o un poder político, ajeno al sujeto que actúa), y las autónomas, en las que es el sujeto quien decide. La objetividad moral no presenta problemas en el primer caso. Dios o el poder garantizan la validez de la norma. No ocurre lo mismo si quien decide es el propio sujeto, ya que carece de garantías respecto a que su decisión pueda participar de universalismo alguno. Casi toda la ética postkantiana es un intento de justificar (o no) la posibilidad de la objetividad moral de base subjetiva. Ajena a Dios.
La autonomía moral está relacionada con una concepción democrática de la política, como ha visto recientemente el filósofo israelí y profesor en Oxford y Columbia, Joseph Raz, quien la convierte en el eje del individuo libre, es decir, capaz de elegir racionalmente entre valores diversos.
El hombre se convierte en su propio Dios
Sintetizando: Dios quedó primero fuera de la física, luego de la biología, más tarde de la moral y, por el camino, Hobbes y Locke sostuvieron las tesis contractualistas que negaban el origen divino del poder político, mientras que Marx proponía una concepción de la historia que, al convertir al hombre (agrupado en clases) en sujeto de la misma prescindía de la providencia divina. Ni siquiera era necesario que Nietzsche proclamara la muerte de Dios para darse cuenta de que su existencia resultaba innecesaria, salvo en el ámbito de las ilusiones y esperanzas.
Los métodos racionales y experimentales se imponían como vía hacia el conocimiento. No resultaban igualmente útiles las averiguaciones del Abate Mallet. En su artículo para la Enciclopedia sobre el Arca de Noé fue capaz de precisar la cantidad de madera utilizada, el número de animales salvados, los que serían sacrificados para comer y el sistema de eliminación de desechos de las criaturas a bordo. Todo ello basándose en la Biblia. Sin investigación empírica alguna. Con todo, no fue ése el motivo que llevó a Clemente XIII a condenar por “blasfema” a la Enciclopedia y a ordenar que quien tuviera ejemplares los entregara a un sacerdote para su quema. No esperó a conocer el resultado de los debates de algunos redactores de la obra, reunidos en casa de Diderot, sobre si los ovarios de Eva y los testículos de Adán eran normales o contenían las semillas de todas las generaciones futuras.
El pensador francés Fréderic Schiffter ha explicado cómo la noción de cosmos abre el camino hacia el conocimiento: Heráclito, llorando, y Demócrito, entre risas, “expulsaron a los dioses del kosmos griego”. Por “kosmos” entendían “la obra de un dios arquitecto que ha conferido armonía al desorden universal, el kaos”. Pero hay voces discrepantes. Así, Bergson para quien “el desorden no es más que un caso particular del orden”. Schiffter lo parafrasea: “El orden no es más que una forma accidental e incluso, milagrosa, del desorden” que los humanos se empeñan en ignorar para “liberarse de la angustia de vivir en el caos”.
La ciencia no elimina la angustia, pero hace que los aviones vuelen y que los ascensores suban y bajen y, en general, no se caigan. No es capaz de garantizar la vida eterna, pero a veces permite curaciones sin necesidad de milagros e incluso multiplica cosechas para reducir el hambre. La ciencia sólo explica determinados fenómenos contrastables, aceptando que esas explicaciones estarán siempre sometidas a revisión. Afirma Harari que el conocimiento científico convierte al hombre en su propio Dios. Es una forma de decir que hace a Dios innecesario. Y, para el conocimiento, un estorbo.