Portada de 'El termómetro femenino', de Terry Castle / EDITORIAL EL PASEO

Portada de 'El termómetro femenino', de Terry Castle / EDITORIAL EL PASEO

Filosofía

Terry Castle y la modernidad oscura

'Letra Global' publica dos capítulos de 'El termómetro femenino' (El Paseo), un ensayo sobre las pasiones de las mujeres y los cambios culturales que provoca la tecnología

24 septiembre, 2021 00:00

La ensayista norteamericana Terry Castle (San Diego,1953) es crítica cultural. Autora de ocho libros, entre ellos la antología La literatura del lesbianismo, Susan Sontag la describió en su momento como "la crítica más expresiva y esclarecedora de la actualidad". Imparte clases de Humanidades en la Universidad de Stanford desde 1983. En sus libros aborda cuestiones como la literatura y la cultura, el género biográfico o la creación gay y lésbica. Colabora con publicaciones culturales como The London Review of Books, The Atlantic, The New Republic, The Times Literary Supplement o The New York Times Book Review. Hija de padres británicos, Castle, que además de su labor académica y literaria es artista visual, analiza en El termómetro femenino (El Paseo) la evolución del concepto cultural de lo anómalo en la cultura de la modernidad a través de diferentes enfoques y basándose en la obra de autores como Daniel Defoe, Augusta Ada King, condesa de Lovelace o Henry Fielding. A partir de sus libros reflexiona sobre la psicología, la sexualidad, el travestismo, la locura, la ensoñación romántica y las máscaras identitarias en la Inglaterra del siglo XVIII. Letra Global ofrece, a modo de adelanto editorial, dos de sus capítulos.

Terry Castle

Terry Castle

¿QUÉ ES EL TERMÓMETRO FEMENINO?

¿ Y qué es exactamente, pregunta una voz a lo Tristam Shandy, un termómetro femenino ? El ensayista Bonnell Thornton describió este aparato insultantemente egregio en el número 85 del semanario The Connoisseur ( publicado el 11 de septiembre de 1754 ). Perfeccionado por su ingenioso amigo, el señor Ayscough, óptico e inventor de artilugios científicos de Ludgate Hill, el termómetro femenino, escribió Thornton, se inventó con el objetivo de medir "la temperatura exacta de las pasiones de las mujeres". Era un tubo de cristal con una mezcla química en su interior compuesta de extractos destilados del amor de una mujer y cabello de Venus y "cera de abeja virgen". Al reaccionar con "la circulación sanguínea y los espíritus animales", este fluido inevitablemente "subía o bajaba según los deseos y apetencias del usuario". Unos versos ridículos explicaban este principio de la siguiente manera :

Ya amara la frágil dama, ya la razón la guiara,

Así la mágica mezcla subiera o bajara.

Este termómetro femenino estaba calibrado con los siguientes valores :

IMPUDICIA desenfrenada

– Insolencia

– Comportamiento disoluto

– Descaro inofensivo

– Indiscreción

MODESTIA inviolable

Según Thornton, varios experimentos habían demostrado que el grado de subida o bajada del líquido por el tubo era "exactamente proporcional a la altura por la que se llevaran el corsé y las enaguas". En el teatro, sus movimientos se correspondían con "la sensualidad de los diálogos y la procacidad de la trama". En la ópera, "observamos que el termómetro iba siempre a la par ( por decirlo de algún modo ) con la música y el canto" ; mientras que, en la mascarada de Haymarket, "la temperatura ambiente era siempre tan alta que, cada vez que entrábamos al salón de baile, el líquido se evaporaba con una efervescencia extraordinaria, alcanzando de inmediato el valor de IMPUDICIA DESENFRENADA". Si se llevaba a los jardines de Vauxhall y se acercaba a las "mujeres toscas y ordinarias que iban allí a pasar el día para comer tarta de queso y ver la cascada y los fuegos artificiales", el termómetro se mantenía fijo en Modestia ; no obstante, rápidamente marcaba Comportamiento disoluto e Insolencia cuando alguien se adentraba por los senderos más recónditos.

El termómetro, indicó Thornton en su artículo, podía servir como regulador muy eficaz de las pasiones de la persona que lo llevara consigo. Su amigo se había ofrecido a distribuirlo entre la gente, pero mientras esto ocurría se recordaba a las mujeres lectoras que "los distintos valores que marca nuestro termómetro discurren uno tras otro de forma natural y gradual ; que las transiciones del valor más bajo al más alto ocurren con rapidez y de manera evidente ; y que, aunque sea muy fácil ascender en esta escala, es imposible retroceder". El termómetro no funcionaba con los hombres porque, como acabó comprobándose, no registraban ningún grado intermedio entre la Modestia y la Impudicia.

f2873697 2398 498f b6ce 79bc17df722e

Thornton publicitó el termómetro femenino como una novedad, pero no puede decirse lo mismo de su chanza, que en 1754 ya tenía más de cincuenta años. Es cierto, el tal Ayscough que menciona en su artículo fue un inventor de instrumentos meteorológicos contemporáneos, que diseñó un precioso barómetro de pie de estilo rococó que en la actualidad se encuentra en el Victoria and Albert Museum de Londres, y que pudo o no haber participado en el jocoso proyecto que acabamos de describir. Sin embargo, la idea de un termómetro o barómetro ( ambos instrumentos aparecen por igual, en contextos metafóricos, desde el principio ) moral era ya tan antigua como los instrumentos reales.

Debido a su peculiar y aparentemente orgánica capacidad de sentir los cambios en la atmósfera, los cristales de tormenta, como eran conocidos en el siglo XVIII, fueron desde el principio objeto de usos metafóricos. En las manos de los humoristas del siglo XVIII se convirtieron en medidores de todo tipo de variaciones rocambolescas : fluctuaciones del deseo sexual, de la excitación física o emocional, del entusiasmo religioso y similares. Hoy sobreviven algunas adaptaciones parecidas, como se puede comprobar con la mera observación de la cultura popular y las metáforas coloquiales del siglo XX. Es habitual encontrar, en las típicas tiendas de regalos de los centros comerciales, colgando de expositores horteras, termómetros y barómetros de mentira que miden la pericia sexual, la tolerancia al alcohol o el hándicap del golf. Y, en un sentido ligeramente más elevado, los periodistas se sirven con asiduidad de instrumentos meteorológicos como el barómetro para explicar complejos procesos y cambios políticos, sociales o económicos.

Podríamos considerar este caso como un ejemplo temprano y un poco vulgar de la humanización de la tecnología y dejarlo ahí. Es probable que Wordsworth no tuviera en mente aparatos como el termómetro femenino cuando en el prólogo a sus Baladas líricas alabó a los poetas modernos por "dotar de sensaciones a los objetos propios de la ciencia», aunque sus palabras sí ilustran, no obstante, una tendencia : que la cultura occidental se ha sentido profundamente inclinada desde la Ilustración a vestir las nuevas creaciones de la tecnología científica con sentimientos y habilidades humanas. Y, por otro lado, la imagen también funciona en el sentido contrario, al ilustrar que desde finales del siglo XVII hemos ido conceptualizando poco a poco la naturaleza humana, incluyendo el cuerpo humano, con referencias a nuestras máquinas. En este sentido, los termómetros y barómetros morales del siglo XVIII siguen siendo reveladores, ya que fueron transformando su naturaleza de forma significativa conforme avanzaba el siglo.

9788412297393 portada

No es sorprendente, por tanto, que los escritores y los artistas adoptaran pronto el cristal de tormenta como un indicador del deseo sexual. De hecho, no tardó en pasar de los tratados científicos, con su fantástica imaginería de delicados instrumentos, humedad, calor, sangre y excitados espíritus animales, hasta alimentar ideas simbólicas, en ocasiones de naturaleza jocosamente insinuante. La sexualidad femenina, y su supuesta irracionalidad, se convirtió en el objeto de muchos de estos vuelos extravagantes de la imaginación. En los textos de la Restauración y de principios del siglo XVIII, por ejemplo, encontramos habitualmente referencias a barómetros y termómetros en evocaciones muy retóricas del deseo femenino o en pasajes que describen estados amorosos mercuriales provocados por la presencia de mujeres. El espíritu del ingenio metafísico perdura en estas fórmulas. En la La conquista de Granada de Dryden ( 1672 ), la apasionada y veleidosa Lyndaraxa expresa así sus dudas entre dos pretendientes :

¡Oh! Ojalá pudiera leer los oscuros designios del destino,

y supiera a quién amar o a quién odiar,

pues yo sola no lo sé, con mis pocos pensamientos,

tan distintos y cambiantes los encuentro.

y como en un cristal de tormenta, mi amor aguarda :

a ceder si la temperatura aumenta, o a elevarse si baja.

Credulity, Superstition, and Fanaticism MET DP835452

Alegoría de la Credulidad, la Superstición y el Fanatismo

TECNOLOGÍA Y CAMBIOS CULTURALES EN LA ESTRUCTURA DE LO COTIDIANO

En definitiva, ¿ qué podemos deducir de estas transformaciones ? Ciertamente, siempre podemos recurrir al simbolismo fluctuante del cristal de tormenta para fijar una versión más o menos estándar de la historia cultural. La naturaleza cambiante de la imagen, como hemos visto, sirve para reforzar como mínimo una idea muy extendida : que la sensibilidad, en su sentido más amplio, ha adquirido durante los dos últimos siglos una importancia sin precedentes en la vida de Occidente. De hecho, este motivo demuestra la profundidad con la que el ámbito privado de los sentimientos se ha convertido, minuciosamente supervisado, en parte de la conciencia burguesa moderna.

Por un peculiar conjunto de razones, de las cuales algunas tienen que ver con las teorías psicológicas y filosóficas tradicionales y otras con el instrumento en sí, el cristal de tormenta se convirtió en el emblema perfecto de la volatilidad emocional humana que empezó a emerger plenamente en el siglo XVIII. Yo he añadido un giro a esta familiar historia al sugerir que el descubrimiento de los sentimientos tuvo una dimensión sexual y que fue la imagen cultural preexistente de la feminidad la que desembocó en la conformación de este nuevo ser humano mercurial ; por otro lado, la esclarecedora y más elemental ficción aún se sostiene. Siempre quedará la opción de considerar el termómetro o barómetro humanizado como un síntoma de un cambio cultural mayor.

No obstante, podemos darle la vuelta a esta predecible suposición y llegar a una conclusión más profunda, al menos especulativamente, sobre nuestra relación con los objetos. Parece igual de probable que la repentina aparición de objetos mercuriales como el barómetro y el termómetro en la vida doméstica del siglo XVIII no solo representó la reificación de una nueva concepción de las emociones, sino que también influyó en el desarrollo histórico de esta nueva idea. No podemos subestimar el carisma subliminal del mundo material y el inquietante poder de ciertos objetos para cambiar la vida humana que se desarrolla alrededor de ellos.

Por ejemplo, los espejos, que fueron introducidos poco a poco en los hogares durante la Edad Media, pudieron contribuir al progreso del individualismo burgués en mayor medida que cualquier nuevo dogma filosófico o religioso. La tecnología del siglo XX nos aporta muchos ejemplos de máquinas personales ( aparatos como teléfonos, televisores y ordenadores ) que han penetrado hasta tal punto en la conciencia humana que ahora es casi como si vivieran en nosotros y dieran forma a todos nuestros deseos. Un cambio en las estructuras de lo cotidiano, y no las formulaciones abstractas de la filosofía, puede de hecho constituir el ímpetu fenomenológico esencial para provocar un giro en el mundo de las ideas.

urn cambridge.org id binary 91869 20160505050655947 0668 04421fig2 4

Podemos servirnos de un término de la teoría de las relaciones objetales y decir que el cristal de tormenta es un objeto transicional en la vida psíquica de Occidente. No solo este instrumento sirvió como símbolo de la feminización de la naturaleza humana, sino que de hecho pudo haber facilitado el proceso. La extrañamente móvil vida interior del cristal de tormenta, como hemos visto, fue en un principio femenina : el nuevo objeto encapsuló cómicamente las creencias tradicionales de la hipersensibilidad y del irracional temperamento sexual de las mujeres. Pero la presencia continua de estos objetos en la vida cotidiana, junto con sus reacciones orgánicas al mundo, estimuló la universalización de los sentimientos. Los barómetros y los termómetros representaron, por así decirlo, el futuro de la psique.

Esta teoría, aunque tal vez no pueda probarse, no es tampoco del todo fantasiosa. En 1700, el fabricante de instrumentos John Patrick ya ofrecía a los consumidores cristales de tormenta que incluían "un espejo dispuesto en el mismo marco, entre el barómetro y el termómetro, para que los caballeros y las damas, mientras se visten, puedan adaptar su apariencia según el tiempo que haga". "Una invención no solo curiosa, sino también rentable y simpática", escribió Patrick sobre su invento. La relación material fue profética : el emblema de la mercurialidad se fundió con el emblema de la autoconciencia. El tiempo interior y el tiempo exterior quedaron así fusionados. De un modo significativo, el espejo-barómetro no hacía distinción entre los sexos ; invitaba a una autocontemplación universal. Tal vez no sea descabellado afirmar que una vez se hizo un hueco en el reino de los objetos cotidianos, este aparato, junto con otros similares, tuvo el poder de alterar la estructura misma de la autoconciencia humana.

Es evidente que algunos satíricos como Bonnell Thornton intentaron mantener el paradigma femenino durante décadas, pero la tecnología del XVIII ya apuntaba a algo nuevo y había abonado el terreno material para el surgimiento de nuevas metáforas. Para 1800 esta transformación simbólica ya era completa. Desde el punto de vista de la teoría psicológica del siglo XX, hemos interiorizado por completo el modelo universalista de la fluctuación de las emociones. Todos nosotros, hombres y mujeres, nos hemos convertido en termómetros femeninos. No obstante, es posible que esta humillación ( si es que realmente es tal cosa ) esconda una verdad mucho más impactante : que debemos gran parte de nuestros cacareados sentimientos humanos, aunque sean cambiantes, impredecibles y vivaces, a los extravagantes cambios de humor de una máquina.

–––––––––

[El termómetro femenino. La invención de lo inquietante en la cultura moderna. Terry Castle. El Paseo Editorial, Sevilla 2021. Serie Memoria. 192 páginas. 22,95 €]