Wolfram Eilenberger

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Filosofía

Eilenberger: “La tensión entre lo individual y lo colectivo está en la dinámica totalitaria”

El filósofo alemán aborda, tras el éxito de ‘Tiempo de Magos’, las relaciones entre las cuatro mujeres claves del pensamiento del pasado siglo: Beauvoir, Weil, Rand y Arendt

21 junio, 2021 00:10

Tras el enorme éxito de su ensayo de divulgación filosófica Tiempo de magos (Taurus), en el que a partir de las figuras de Ludwig Wittgenstein, Walter Benjamin, Ernst Cassirer y Martin Heidegger estudiaba la gran década de la filosofía del siglo XX (1919-1929), Wolfram Eilenberger, pensador y director de la revista Philosophie, regresa a las librerías con El fuego de la libertad, un ensayo dedicado a cuatro pensadoras clave de la primera década del pasado siglo veinte cuyo pensamiento ha sobrevivido al paso del tiempo y llega hasta el presente. Son Simone de Beauvoir, Simone Weil, Ayn Rand y Hannah Arendt. En estas cuatro mujeres vida y obra van de la mano, igual que su pensamiento y su activismo social y político durante la década más oscura de la última centuria. 

En una entrevista ha dicho que las protagonistas de su libro son “filósofos que eran mujeres” y no “mujeres filósofas”. ¿El concepto filósofa es un problema?

–No, el problema no está en el concepto de filosofía, sino en la percepción y recepción reinante de los filósofos que son mujeres. Con demasiada frecuencia asumimos naturalmente que no piensan y no les importa nada más que cuestiones feministas o cuestiones de género. Lo cual, en sí mismo, es una suposición sexista. Con respecto a los cuatro héroes de mi libro, también es una suposición particularmente engañosa.

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En su libro comenta que pensadoras como Weil o Rand han sido reivindicadas tardíamente. ¿Las filósofas siguen relegadas a un segundo plano? 

–Siempre hay diferentes estrategias en juego cuando se trata de ignorar voluntariamente las voces de las pensadoras, especialmente si resultan tan poderosas y dolorosas como, por ejemplo, las de Ayn Rand o Simone Weil. En el caso de Rand la estrategia retórica de exclusión, principalmente por parte del establishment académico liberal en Estados Unidos, ha sido negarle su estatus de filósofa por completo así como el de escritora de ficción seria. En el caso de Weil, aunque por otros motivos, la situación es similar: comúnmente se la clasifica, de manera despectiva, como mística o activista social. Resulta desconcertante ver cómo son especialmente las mujeres las que luchan en contra de estas dinámicas de exclusión, si bien hay que decir que en el caso de Weil las cosas están cambiando y son muchas y buenas las razones para que así sea. Y es Weil, sin duda alguna, es una de las grandes mentes del siglo XX. Utilizando las palabras de Albert Camus diríamos que es “la única gran mente verdadera de nuestra generación”.

Simone de Beauvoir fue quien más éxito tuvo en vida, junto a Arendt, pero en su momento el Pétit Larousse la presentó como “discípula de Sartre”. 

–Beauvoir siempre se apresuró a señalar que era Sartre, no ella, quien era el verdadero filósofo en su relación. Aunque ella sabía que no era exactamente así. El hecho es que, especialmente en las dos primeras décadas de su desarrollo, es imposible separar claramente los conocimientos y los logros de uno de otro. Ni Beauvoir fue la verdadera fuerza filosófica oculta detrás de Sartre ni éste fue la mente maestra del existencialismo.  Beauvoir no fue su alumna ni nada por el estilo. Lo que sucede es que resulta muy difícil de aceptar que ambos fueron socios iguales en un diálogo, sea para las defensoras feministas del Equipo Beauvoir o para sus contrincantes en el Equipo Sartre. Personalmente, me pregunto por qué lo obvio es tan difícil de aceptar.

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¿Hasta qué punto la influencia de Heidegger ha ensombrecido el reconocimiento de Arendt?

–Filosóficamente hablando no hay duda de que los años de Arendt con Heidegger en Marburg fueron muy formativos para ella y marcaron el origen de su propio camino hacia la filosofía. Arendt lo reconoció hasta el final de sus días. Ella no era ciega y veía perfectamente los profundos e imperdonables defectos de Heidegger como filósofo y ser humano. Al mismo tiempo, supo reconocer la importancia que su pensamiento tuvo para su formación y la importancia de su relación para su vida personal. En una época como la nuestra, cuando todo el mundo parece apresurarse a cortar lazos e incluso cancelar amistades por un tweet tonto o una palabra incorrecta dicha en el contexto equivocado, me parece importante recordar la actitud de Arendt. No había nada que Arendt odiara más que la intolerancia burguesa y la obligación de ceder a la presión pública superficial. Creía en la amistad. Para ella era lo más importante de la vida. Y también creía en la libertad y en la importancia de extraviarse, aunque fuera del todo, tanto en el pensamiento como en la vida.

¿Estas cuatro filósofas destacan porque su pensamiento ha vencido el tiempo?

–Sí, su influencia crece por distintas razones. Todas eran escritoras talentosas y capaces de escribir de forma profunda y accesible. Poseían un conjunto de habilidades que los filósofos académicos de hoy en día, por razones que nunca aceptaré, no parecen resultarles de importancia o, en el mejor de los casos, son incapaces de adquirir. Piense en las preguntas que plantean: identidad cultural, libertad política, la naturaleza del buen trabajo, la vigilancia, los derechos humanos, la importancia de las artes para una vida buena y significativa. Y además abordan los problemas relacionados con el género. Todas son cuestiones actuales, de nuestro tiempo. En el caso de Weil también cabe destacar su preocupación por la ecología. De hecho, se podría decir que, en un artículo que escribió a principios de la década de 1930, teorizó sin ayuda de nadie en torno a lo que hoy llamamos De-Growth (Decrecimiento) cuando tenía apenas 25 años.

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Su anterior ensayo estaba escrito pensando en las coincidencias que podemos hallar entre los años veinte y el presente, ¿Hasta qué punto El fuego de la libertad dialoga con el presente?

–Pretendo que mis libros sean mensajes en una botella que, provenientes de un pasado no muy lejano, llegan hasta el presente. La tensión entre lo individual y lo colectivo está en el corazón de la dinámica totalitaria y, por tanto, el peligro de los totalitarismos siempre está entre nosotros, aunque en algunas décadas más que en otras. Simone Weil escribe en sus Cahiers una de las frases más profundas e inquietantes del siglo XX: “El yo es malo, pero el nosotros es aún peor”. Lo que quiere expresar, supongo, es que no hay políticamente hablando nada más explosivo y devastador que el tipo de colectivismo narcisista al que nos enfrentamos actualmente: un conglomerado de yoes que fingen ser uno y cuyos miembros se sienten abandonados por el resto de la sociedad y están enfadados. Ante esto nos encontramos con una solidaridad tribal falsa en nombre de intereses personales. En nuestros días existen muchos colectivos de este tipo: el tribalismo regional –es el caso de Cataluña- o los defensores de la política identitaria. Todos pretenden luchar por el fuego de la libertad, pero no aprecian su poder real y su apertura ontológica.

¿Simone Weil fue quien primero supo ver lo que estaba sucediendo? 

–El título provisional de mi libro era Die Prophetinnen (Las profetas). Los verdaderos filósofos pueden ver a través del tiempo, tanto pasado como futuro. No solo son capaces de predecir, sino también de provocar cambios que están más allá del horizonte de su tiempo. Estas cuatro mujeres tenían ese don. Precisamente por eso fueron consideradas locas por sus compañeros de viaje en el tiempo, incluso por sus amigos más cercanos.

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Weil era judía, igual que Arendt. ¿De qué manera dicha condición marcó su pensamiento?

–La relación de Weil y Arendt con su origen judío era tensa. Se podría decir que durante largos períodos de su vida consistió en una negación activa. Algo similar sucede en el caso de Ayn Rand, nacida como Alissa Rosenbaum. La tensión de la propia identidad se encuentra a menudo en los filósofos cuando toman consciencia de que no pueden dar por sentado que el mundo en el que viven es un punto de partida para pensar. La marginación social, lamentablemente, parece proporcionar un terreno fértil para la existencia filosófica. Dicho esto, hay que tener en cuenta estas mujeres eran intelectuales; tres de ellas fueron judías que vivieron a mediados de los años treinta y cuarenta, una experiencia, sin duda trascendente si se tiene el coraje de pensarlo.

¿La experiencia de Ayn Rand con los totalitarismos ha sido ahora recuperada por el Tea Party y los sectores más conservadores de Estados Unidos?

–Sí, el trauma de la Revolución Rusa, el saqueo de la tienda de su padre en San Petersburgo o el contexto violento y de muerte que vivió en primera persona de estos primeros años la marcó el resto de su vida y la vacunaron contra las fuerzas morales representadas por el lema Nosotros, el pueblo, a partir del cual se asume, a través de una voz colectiva, el poder para hacer cualquier cosa a cualquier precio por el bien común. Se convirtió en una extremista del individualismo y creó un evangelio del egoísmo, en sintonía con su nueva patria, Estados Unidos, la Tierra de los libres. Al fin y al cabo, esta es la pregunta central. Tenemos una palabra hermosa apreciada: libertad. Pero ¿qué significa en cada contexto?

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En su anterior ensayo nos encontrábamos al binomio Cassirer-Heidegger. Aquí es Rand y Beauvoir, que llegó a declararse maoísta. ¿Hasta qué punto en Francia, los totalitarismos comunistas fueron acogidos por parte de la intelectualidad?

–Diría que en este nuevo libro existe más de una oposición central, igual que en el anterior. Prefiero hablar de un nido de contradicciones, a las que todos tenemos que hacer frente en nuestra vida. En cuanto al papel político que Beauvoir y Sartre jugaron después del final de la Segunda Guerra Mundial en Francia, déjeme decir esto: no hay una posibilidad filosófica en el infierno (o en el cielo) de combinar de manera concluyente el existencialismo y, por tanto, lo impulsos heideggerianos de autenticidad y autoelección radical, con el discurso socialista y menos con el estalinista. Sartre y Beauvoir lo sabían. Acariciaban contradicciones infranqueables. Y esto les hizo pensar. Reconozco que cuando abrazo anímicamente el cinismo sospecho que en privado se reían de los trucos publicitarios que solían hacer juntos. Tenían un sentido del humor muy extraño.

¿El rechazo al nazismo fue más general? 

–Sí, sin duda.

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–¿Lo que vincula a estas cuatro pensadoras entonces es la reflexión sobre la relación del individuo con la sociedad?

–Sí. De hecho, aquí radica el salto que se produce entre Tiempo de Magos y El fuego de la libertad. Pasamos de la pregunta en torno al ser a la pregunta en torno al ser del otro y, por tanto, a la reflexión sobre el estar con los demás

¿Es esta preocupación es la causa de que Weil o Beauvoir compatibilizaran la filosofía teórica con el activismo político?

–Hay momentos, generalmente en tiempos oscuros, en los que ser filósofo en el verdadero sentido de la palabra y ser activista pueden ser lo mismo. Dicho esto, el activismo de Weil estaba motivado por razones distintas al de Beauvoir, bebía de otras fuentes y conocimientos. El de Beauvoir fue un activismo de inmanencia; el de Weil, de trascendencia. Preguntar ahora cómo podría ser una política de trascendencia en nuestro tiempo presente resulta no solo muy interesante, sino que, en mi opinión, es una cuestión clave, especialmente en lo que respecta a la situación ecológica.

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¿Son estas pensadoras la imagen de un tipo de intelectual que ya no existe? 

–Sin duda. Hemos dejado atrás la era del intelectual desde hace décadas, quizás por buenas razones. Ahora vivimos en la era del experto. Este salto del intelectual al experto ya lo predijo Arendt, alertando del peligro para la democracia que suponía al implicar la santificación de los hechos, considerados como la única pauta para la toma de decisiones. Para ser sincero, no estoy seguro a qué le tengo más miedo, si a una era post-factual o a una era factual. Al final los hechos no deberían determinarnos a la hora de hacer cosas. Nos corresponde a nosotros juzgar y determinar, según los objetivos e ideales que nos propongamos, qué es lo que tenemos que hacer. Y estos objetivos o ideales nunca son hechos ni tampoco son elementos post-factuales. En todo caso serían pre-factuales. Por eso, al igual que las cuatro heroínas de mi libro, soy un firme defensor de una era pre-fáctica, que todavía está por venir.

Con sus libros ha conseguido divulgar la filosofía. ¿Se había quedado encerrada esta disciplina el ámbito académico?

–Es mejor formular esa pregunta a mis queridos colegas que trabajan en la industria académica. En su mayor parte son seres humanos muy finos y tienen las mejores intenciones, pero están atrapados trágicamente en un terrible sistema de publicar y perecer que no pueden, o no quieren, cambiar.