La actriz Kim Novak / WIKIQUOTE

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Filosofía

Kim Novak, 'Vértigo', Trías, Zizek, la vida y Trump

'Vértigo' se ha encaramado como la mejor película de la historia del cine, con Kim Novak como protagonista, de la que ahora se conoce los sinsabores de su vida

21 febrero, 2021 00:00

Nuevamente, la revista Sight and Sound del British Film Institute, tras un exhaustivo sondeo entre destacados críticos y profesionales del cine, ha llegado a la conclusión de que la mejor película de todos los tiempos es Vértigo. O sea que la mejor de las mejores, la gota más finamente destilada de la garrafa de ratafía mental, ya no es Ciudadano Kane, que es la que suele encabezar todas las listas de las obras maestras de lo que se dio en llamar “el arte del siglo XX”. Ahora es Vértigo. Cierto que estos podios son banales. Pues la mejor película es la que cada uno decide que es, la que genere alguna especial interacción entre su mente y las imágenes de la historia que se proyecta en la pantalla, no la que digan mil académicos.

Sin embargo, debe de haber algo especial en esta película de Hitchock para que Eugenio Trías, que era tan inteligente, fuese al cine a verla nada menos que cien veces. Seguro que le daría la razón al British Film Institute. Y también asentiría Slavoj Zizek. Trías escribió sobre ella El abismo que sube y que desborda (un capítulo de Lo bello y lo siniestro), y le consagró todo un libro: Vértigo y pasión.

En esta película “excepcional” veía el filósofo barcelonés la conjunción ideal de lo bello, lo sublime y lo siniestro, tres categorías que deben figurar en toda obra de arte. En cuanto a Zizek, también le ha dedicado varios textos, desarrollando su lacaniana opinión de que este relato policiaco sobre una mujer doble y en realidad inexistente, este fantasma del deseo, constituye una parábola ejemplar sobre el carácter engañoso del amor cortés, el amor romántico, y sobre su cura casi psicoanalítica. 

Aprovechando la “percha” de su consagración como mejor película de la historia, el periodista Simon Hattestone ha ido, comisionado por The Guardian, a visitar en su casa de Oregón a Kim Novak, la rubia protagonista de Vértigo, que ahora tiene ochenta años. Aunque todos la recordamos como aquella rubia suculenta, joven, glacial e interesante. Y ella le ha contado su vida, que ha sido accidentada y llena de vueltas del camino, una vida de esas que hacen arder el pelo.

(“Como la mía”, dirá el lector. Y bien puede ser.)

Un temperamento frío

Así me he enterado de que desde chica sufre de un transtorno bipolar, y así me explico esa dimensión como retraída, algo atónita, enigmática, de su belleza eslava que, desde luego, llena la pantalla con su atractivo hechizante, pero que siempre me había inquietado o disgustado un poco. Esa cara es como ver la pregunta "¿qué?" grafiteada por un desconocido en la pared de tu casa.

El trastorno lo heredó de su padre, checoslovaco como su madre, emigrantes instalados en un barrio pobre de Chicago. Los Novak eran una familia modesta y muy católica. La niña era tan tímida de niña que cuando recibían visitas se escondía tras las cortinas. Durante su primera adolescencia una tarde la violaron “múltiples chicos en el asiento trasero del coche de un desconocido”. Este trauma cree que contribuyó a agravar su trastorno psicológico. Para curarla de su timidez su madre la apuntó a un club. Ahí la convencieron de que hiciese de modelo. Ganó un concurso Miss Reina de las nieves, y por su publicidad de los frigoríficos Thor, el título de Miss Deep Freeze (Señorita Frío intenso), y con estos credenciales dio el salto a Hollywood.

Su padre vio dos películas que ella protagonizaba, no le gustó ver potenciado y exhibido de aquel modo su contundente atractivo erótico, y ya no quiso ver más películas. No le parecía muy cristiano aquel arte. Era un hombre que siempre hablaba de que le gustaría tener un cochecito. Kim se lo regaló, con los beneficios de sus películas, pero él lo revendió. No le gustaba recibir regalos de su hija. Hay gente así, un poco seca y que no le gusta agradecer ni, sobre todo, sentir que están en deuda con nadie. Es lo del dicho: “En mi hambre mando yo.”

El público se rindió a la belleza de la actriz, pero la crítica la denostaba por inexpresiva. Harry Cohn, productor todopoderoso de la Paramount, que se refería a ella como “esa gorda polaca” pero sabía que le hacía ganar mucho dinero, le prohibió entenderse con Sammy Davis, con quien ella estaba tonteando, porque un novio negro podía disolver el glamour de la rubia: Cohn tenía relaciones con la mafia y amenazó a Davis con enviarle a unos sicarios y romperle una pierna o vaciarle un ojo. Sammy desistió. Ella se casó con otro, el matrimonio que duró poco.

Al cabo de diez años y unas cuantas películas dejó la carrera porque llegó a la conclusión de que le estaba robando el alma, que “Hollywood no era algo real”. Uno de los pocos actores a los que el estrellato no infatuó y a los que por consiguiente respetaba profundamente, era su compañero en Vértigo, James Stewart.

 

La pintura como terapia

Abandonó California. Se casó en Oregón con un Mr. Molloy, cirujano de caballos, con quien tenía varios animales. Enviudó hace unos meses. Todavía ahora monta a caballo. Pinta. La pintura es una buena terapia. Los suyos son cuadros feos, pero técnicamente correctos, fruto de un obvio esfuerzo sostenido de aprendizaje e ilustran bien ciertas sombras mentales. Dice Kim que pintando es ella quien se expresa, en vez de expresar, como hacía cuando era actriz, lo que otros llevan en el alma.

De ella lo último que sabíamos es que apareció con muy mal aspecto, una cara como de pan mojado, a entregar un Oscar en 2014; resulta que en vísperas de la ceremonia estaba muy nerviosa y tímida como cuando era niña, insegura de sí misma y temiendo no estar a la altura de la belleza de tanta gente guapa y elegante como acude a esa fiesta, se dejó aplicar en el rostro inyecciones de grasa para borrar las arrugas, con resultados patéticos.

Donald Trump, que por entonces ya tuiteaba compulsivamente, publicó este comentario: “Kim Novak debería demandar a su cirujano plástico”.

Pero, Donald, ¿a ti quién te había dado vela en aquel entierro, en aquella feria de las vanidades, aquella noche de Walpurgis y baile de los vampiros?

Así es la vida, un largo y sinuoso camino, lleno de pena y desengaños, de hechos e incidentes, te violan, te deprimes, te pasan mil cosas, hay gente que llega a tu vida, saluda y se va. El eco de unas risas. Amas a alguien. Montas a caballo…

Y luego, como epitafio adelantado, viene un imbécil y hace un chiste.