Escultura de Alexander Hamilton en el National Constitution Center de Estados Unidos

Escultura de Alexander Hamilton en el National Constitution Center de Estados Unidos

Filosofía

Europa y el 'momentum Hamilton'

El coronavirus reabre la discusión sobre la reforma del proyecto europeo en favor de mayor soberanía continental y una unión culturalmente diferenciada

28 junio, 2020 00:10

Alexander Hamilton (1757-1804) tuvo una vida azarosa. Fue el primer secretario del Tesoro de Estados Unidos y fundador del Partido Federal. Murió del disparo recibido en un duelo frente a un rival político que le retó por haber dicho de él que no era de fiar. Mantuvo una relación extramatrimonial con una dama casada cuyo marido aceptó gentilmente callar a cambio de favores. Cobró en dólares. La moneda única de los trece Estados independientes asociados en los Estados Unidos de América, creada por el propio Hamilton.

Cuando hoy se habla de que Europa se encuentra en el momento Hamilton no se piensa en líos de faldas, sino en procesos de intercambio que beneficien a todas las partes. Porque Hamilton propuso, además de la creación de la nueva moneda, que el nuevo gobierno federal asumiera las deudas contraídas durante la guerra contra Inglaterra por los Estados asociados y que difícilmente hubieran podido pagar varios de ellos. Una deuda única, sostenía, es más barata y solidaria y genera cohesión territorial.

La Unión Europea es hoy una asociación de Estados nacionales, porque son éstos los que toman las decisiones importantes y los que pueden vetarlas si la iniciativa procede, por ejemplo, del Parlamento europeo, elegido por sufragio pero sin capacidad legislativa real. Los presupuestos proceden de aportaciones de los Estados en relación con sus ingresos y producción, no de un sistema fiscal unificado. Los gobiernos nacionales han optado por dar prioridad a los intereses locales para no perder las elecciones siguientes. Así, la desafección de parte de la ciudadanía es comprensible y se traduce en el cuestionamiento del sentido de la UE y una alta abstención. 

Alexander Hamilton (1806) retratado por John TrumbullAlexander Hamilton (1806) retratado por John Trumbull / CG

Alexander Hamilton (1806) retratado por John Trumbull / CG

No siempre fue así. En los años setenta y ochenta, la satisfacción ciudadana era alta y la participación electoral rondaba el 60%. En los noventa, empezó a descender hasta el 42,6% en 2014, aunque subió al 50% en 2019. La indiferencia frente a la UE reflejaba la insatisfacción por la política de estabilidad presupuestaria que limitaba la capacidad de endeudamiento de los Estados para controlar los procesos inflacionarios y consolidar el Euro. Si Bruselas era el origen del mal, nada tiene de extraño que el euroescepticismo acabara calando entre amplios sectores de la población e incluso triunfando en el referéndum británico. 

Las mentiras encontraron un terreno abonado por la desconfianza. La crisis de 2008, con la división entre los países ricos, por una parte, y los más necesitados, por otra, dejó una herida que no ha cicatrizado. Los ciudadanos de Grecia, Italia, Portugal, España se vieron sometidos a restricciones en un Estado de bienestar que apenas estaba despegando. Se frenaron en seco las inversiones en infraestructuras, generando con ello bolsas de paro, y se aplicaron recortes y privatizaciones en la sanidad y la educación públicas. Los gobiernos locales (algunos colaboraron en el austericidio con deleite) se parapetaron en un discurso que sostenía que todo era culpa de Europa. 

Ilustración sobre el duelo entre Burr y Hamilton

Ilustración del duelo entre Burr y Hamilton / CG

Y cuando las cosas apuntaban a mejor, llegó la pandemia con diferente impacto económico entre los Estados de la UE. Aunque la nueva situación hizo que algunos partidarios de la austeridad (por ejemplo, Alemania) reflexionaran, otros países ricos (Holanda, Austria, Finlandia) siguieron aferrados a las recetas nacionalistas. Una situación que “amenaza con crear divergencias perjudiciales entre las economías de los Estados miembros y pone en peligro el mercado único. Europa necesita una respuesta coordinada rápida, ambiciosa y adaptada allí donde sea más necesaria”, señala Josep-Lluis Salazar, de Federalistes d’Esquerres, citando diversos estudios de la Unión Federal Europea.

Y es que de aquellos recortes proceden algunas de las consecuencias desgraciadas de una pandemia que, si se ha cebado en los países del Sur de Europa, ha sido en parte porque los ha pillado con unos sistemas de sanidad pública bajo mínimos. Los nuevos enfrentamientos vividos entre el Norte rico y el Sur menos rico han terminado por colocar a la Unión Europea en un dilema: o se convierte en una verdadera Unión o acabará por disgregarse. Y, de pronto, algunos recordaron a Hamilton. Ayudó que, desde hace tiempo, se esté representando en Broadway un musical sobre su vida, con tal éxito que ya ha llegado a los escenarios europeos y Disney anuncia el lanzamiento de una filmación para el mes de julio. 

1584f7baaca25636d7f638d9e80e6d3684630566

Como hizo Hamilton, se trata de unificar la deudas de los Estados europeos para ganar cohesión territorial. Hay muchos movimientos en este sentido. Hace apenas una semana que diversas entidades cívicas, agrupadas en la Red para el futuro de Europa, convocaron una convención para este otoño en Bruselas con el objetivo de promover una reforma constitucional. En la misma línea, hace unos meses que el Grupo Spinelli promovió un manifiesto –Para el futuro de la UE– en el que sugería diversos cambios políticos y económicos. El sistema financiero de la UE, decía el Manifiesto, es “opaco, injusto e ineficiente”. En un sentido similar se había pronunciado el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger, autor del libro Europa, Europa, en el que, en los años ochenta, analizaba el futuro de la Unión. Treinta años después, Enzensberger sugería que la UE se encamina más hacia la división que hacia la integración, azuzada por “resentimientos, animadversión y reproches” y sin apenas voluntad de entendimiento.

La UE debería proceder, sostienen los defensores de más integración, a cambiar de marcha y olvidar los agravios. Esto no significa perpetuar un presente que permite a algunos países haberse constituido en paraísos fiscales, aunque no reconocidos como tales. El ex secretario para Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, puso nombre a esos Estados: Bélgica, Chipre, Hungría, Irlanda, Malta, Holanda y Luxemburgo, que tiene 600.000 habitantes y 137 entidades bancarias diferentes. Los fondos de gestión allí domiciliados suman unos depósitos de 4,3 billones de euros (cuatro veces el presupuesto de la UE).

Para corregir esto, sugiere el Grupo Spinelli, habría que armonizar los impuestos estatales y que fuera la propia Unión quien los fijara y recaudara, estableciendo una fiscalidad común para la zona euro. Se debería disponer de una Hacienda propia con capacidad de endeudarse. Para ello se propone un gran mercado de eurobonos que reducirían el coste del endeudamiento y serían más atractivos que los bonos nacionales. Pero estas reformas económicas exigen otras políticas. “La Unión” puede leerse en el manifiesto, “tiene que ser un poder soberano, si debe alzarse en defensa de los intereses y valores europeos”. Tiene que arrancar la soberanía de los estados y entregarla al conjunto de la ciudadanía, de modo que ésta se sienta implicada y avale las decisiones de un Parlamento Europeo reformado y con listas transnacionales. Se trata de corregir un presente en el que “no todos los ciudadanos de la UE participan de los frutos del mercado único ni de la unión monetaria”.

'Europa' (1666), un óleo de Jan van Kessel

Europa (1666) vista por Jan van Kessel

Por supuesto, la historia no está escrita y los egoísmos nacionalistas pueden llevar a la ruptura. Una solución que cuenta con espectadores nada imparciales: Donald Trump, Vladimir Putin, Boris Johnson, entre otros. El resultado podría ser la desaparición de la UE, al menos como proyecto integrador. El Grupo Spinelli cree que la desintegración de Europa sería “un fracaso” y propone evitarlo con una nueva Constitución europea de carácter federal como “mejor garante para la paz y la prosperidad futuras de nuestro continente”. Hay resistencias, claro. Sobre todo por parte de los países a los que el statu quo beneficia. Pero algo se mueve. 

En las últimas semanas, Alemania, tradicionalmente contraria al déficit, se ha mostrado menos tajante. Se vio en la visita a Valencia de su ministro de Exteriores, Heiko Maas, quien tras reunirse con su colega española, Arancha González Laya, habló de una necesaria solidaridad para resolver financieramente la crisis sanitaria. De momento, explica Xavier Ferrer, presidente del Consejo Catalán del Movimiento Europeo, “hay una propuesta comunitaria muy importante: 540.000 millones de euros y otros 750.000 millones (en referencia al Instrumento Europeo de Recuperación), de los que 500.000 millones serían financiados con deuda comunitaria. 

Grabado bizantino del emperador Justiniano y los miembros de su corte

Grabado bizantino del emperador Justiniano y los miembros de su corte

Esto es una gran novedad porque abre la puerta a una deuda compartida o mancomunada, que permita transferencias a los estados afectados por la crisis del Covid-19. A esto hay que añadir los 1,35 billones de euros que el BCE destinará a comprar deuda a los Estados que lo necesiten. Es de esperar que esta vez las voluntades e intereses compartidos ganen la partida a los egoísmos estatales. Si a Europa le va bien, a Alemania también le irá bien, decía Merkel, y a otros estados de la UE y a la ciudadanía también”. Un documento de la Comisión, aprobado la pasada semana, sugiere que estas medidas podrían “generar aportaciones que ascienden a 3,1 billones de euros”.

Ante los aspectos económicos, palidecen otros. Por ejemplo, los que sostienen que la unificación arrasará las diversas identidades culturales que configuran la Europa actual. Pero es evidente que puede haber un territorio políticamente unificado y culturalmente diferenciado. Roma dominó Europa, pero respetó las otras culturas, incluso las asimiló como propias cuando, como en el caso de la griega, vio que su superioridad le ofrecía múltiples ventajas. Atenas, Esparta, Siracusa o Tarraco no necesitaron sublevarse buscando la independencia porque se sintieron cómodas en el Imperio romano. 

Vista de los foros de Roma / GIONANNI PAOLO PANINI

Vista de los foros de Roma / GIONANNI PAOLO PANINI

Vista de los foros de Roma / GIONANNI PAOLO PANINI

La separación se produjo cuando, con la invasión de los bárbaros, se quebraron los mecanismos de comunicación que unificaban el territorio en beneficio común. Ya hoy, España, Italia, Irlanda, Grecia no han perdido fuerza de producción cultural por la pertenencia a la UE. Al contrario, el cine, las universidades y las investigaciones científicas se han beneficiado de los intercambios y de proyectos comunes. La unificación no tiene por qué llevar al desastre a nadie. Los paralelismos con la peripecia de Hamilton son claros, aunque dado su trágico final, se comprende que no haya políticos dispuestos a asumir su papel. Pero no importa que surja o no un Hamilton, porque probablemente la solución no es cosa de un solo hombre sino de muchos que decidan apostar por el optimismo de la voluntad para vencer el pesimismo que emerge de la realidad enferma.