Nuccio Ordine: "La escuela ya no es un ascensor social"
El pensador italiano reflexiona sobre los cambios culturales que acelerará la crisis del coronavirus y augura la involución de Europa en favor de los nacionalismos
27 abril, 2020 00:10Profesor de Literatura en la Universidad de Calabria, Nuccio Ordine es defensor de la educación como herramienta para formar a los ciudadanos y de las Humanidades como disciplina para incentivar el sentido crítico y la ética de la responsabilidad en los individuos. No confía ni en las supuesta bondades de la tecnología ni en la mentalidad mercantilista aplicada a las artes y la creación. Así lo ha explicado en sus libros La utilidad de lo inútil y Clásicos para la vida (ambos publicados por Acantilado). Hablamos con él sobre las lecciones que podemos aprender de la crisis del coronavirus, los retos a los que nos enfrentamos y los cambios culturales que acelerará la pandemia.
–En una entrevista citó usted unas palabras de Robert Kennedy pronunciadas en 1968: “El PIB, por desgracia, no mide las cosas más importantes de la vida. No incluye la belleza de nuestra poesía, la inteligencia de nuestro debate público, la integridad de nuestros funcionarios”.
–Esta frase es muy reveladora: por lo que dice y porque forma parte de un discurso que Robert Kennedy pronunció en una Universidad de Kansas, es decir, en un lugar de cultura. Y es precisamente ahí, en la Universidad donde defiende la idea de que las cosas mejores y que son más útiles para nuestra vida no son tenidas en cuenta por el PIB. ¿Qué significa esto? Pues que todo aquello que nuestra sociedad considera inútil porque no produce beneficios es, en realidad, lo mejor de nuestra vida. Todas estas cosas aparentemente inútiles son las verdaderamente necesarias. Hoy la pandemia nos lo está mostrando de forma clara, puesto que la idea de que la razón económica tiene que estar por encima de la razón social se ha revelado como un auténtico desastre. El coronavirus ha hecho explotar las contradicciones del sistema sanitario en Italia y en España. Afortunadamente, hemos tenido un sistema sanitario relativamente bueno, pero el neoliberalismo de los últimos veinte y treinta años concibe los hospitales como empresas. Las empresas buscan el beneficio, pero el beneficio de un hospital no puede ser otro que el bienestar de los ciudadanos. Ha habido una transformación, el paciente se ha convertido en un cliente.
–¿La privatización de la sanidad pública se ha hecho por influencia del modelo norteamericano?
–Sí, aunque el modelo estadounidense es todavía peor. En Estados Unidos no hay hospitales estatales. Si están sufriendo mucho la crisis del COVID-19 es porque la sanidad está en manos privadas y los costes para el Estado en un contexto de pandemia son enormes. Cuando hablo de costes me refiero no solo al monetario, sino también al coste de vidas humanas. Recuerda que en Inglaterra, donde hay una situación similar, el loco de Boris Johnson hizo un discurso terrible en el que se anteponía la economía a la vida de las personas. Discursos de este tipo muestran cómo de fuerte es en el neoliberalismo la idea darwiniana de que el fuerte debe sobrevivir y el débil morir. Aplicar esta lógica a la sociedad es aberrante. En Italia hemos perdido una generación entera de personas mayores: solo en Milán ha habido 15.000 muertos, de los cuales la mayoría eran personas mayores de ochenta años.
Nuccio Ordine en Barcelona / ACANTILADO
–Los ancianos han sido los más débiles de esta historia.
–Recordemos el segundo libro de la Eneida, cuando Virgilio cuenta que Troya está en llamas y que Eneas tiene que partir para cumplir su misión. Él todavía no lo sabe, pero su misión será fundar una nueva civilización. Antes de partir, Eneas coge a su padre Anquises y lo pone sobre sus hombros. ¿Qué quiero decir con esto? Para fundar el futuro no se puede prescindir del pasado. En la lógica de la producción economicista, los mayores no sirven. Pero en una lógica cultural son el fundamento de la civilización. Eneas no puede partir sin su padre. Vemos así, una vez más, que la literatura no se estudia para superar un examen o para obtener un título. Se estudia para entender esto.
–En Clásicos para la vida este recuerda una frase de Einstein: la auténtica escuela no debe formar especialistas, sino “personalidades armónicas capaces de desarrollar un pensamiento y un juicio independientes”.
–Claro. La lógica neoliberal que ha destruido los hospitales también ha destruido la escuela y la universidad, imponiendo la idea de que las instituciones de enseñanza deben ser empresas. El problema es que, convirtiéndolas en tales, se destruye la función principal de la educación, que no es vender diplomas, sino formar a los ciudadanos del futuro, formar profesionales con ética y con responsabilidad social. Y esto no lo estamos haciendo. Si transformas el paciente en cliente y al estudiante en cliente, destruyes dos pilares de la dignidad humana: el derecho a la salud y el derecho al conocimiento.
–Esa mirada neoliberal cuestiona también la idea de que el libro, entendido como metáfora de la cultura, es un bien esencial.
–Hay una frase preciosa de Federico García Lorca: “Pido medio pan y un libro”. Antes, Victor Hugo dijo algo parecido en un discurso en el Parlamento, donde criticaba a los que recortan el presupuesto de las instituciones de culturales. Hacía hincapié en que el pan del obrero era importante, pero también lo era “el pan del espíritu”, es decir, la cultura. Hugo dice en este discurso que a él no le importan las calles con socavones y sin iluminar. Lo que quiere son más librerías y escuelas.Montaigne en sus Ensayos había dicho que el hombre no es solo cuerpo ni solo espíritu; es cuerpo y espíritu. Por tanto, creo que hoy, en estos tiempos de pandemia, si abrimos los supermercados, también tenemos que abrir las librerías. Vender libros es tan esencial como vender pan.
–En su último ensayo se pregunta: “¿Es posible considerar los monumentos y las obras de arte como meras fuentes de ingresos con independencia de su valor cultural?”.
–Hemos perdido el sentido etimológico de la palabra latina patrimonium. Los latinos entendían por tal la herencia que dejaban los padres, pero no como un conjunto de bienes, sino como nos determinados valores que nos son legados. La belleza, que es un valor que hemos heredado, no puede ser considerada solamente una fuente de beneficio. Hoy he escuchado a alguien definir los monumentos como el “petróleo del país”. Es vergonzoso, pero esta misma idea es la de muchos ministros. Es terrible pensar que El Escorial o El Prado son el petróleo de España, o que el Coliseo es el petróleo de Italia. No tengo nada en contra de que el Louvre se autofinancie con sus visitantes, pero creo que, si no tuviera dinero para sostenerse, debería ser forzosamente mantenido por la comunidad. El arte, los monumentos, los museos no son solo una fuente de dinero, sino de conocimiento. No es casual de que la belleza nos permita entender que la cosa más importante de la vida no es tener, sino gozar. Cuando yo voy al Louvre y veo La Gioconda no tengo la necesidad de llevármela a casa. Puedo tener felicidad sin poseer.
–La peste de Albert Camus es uno de los libros más leídos en estos días. ¿Puede tener que ver con la necesidad de buscar respuestas en la literatura?
–Claro. Lo que estamos viviendo demuestra cómo la literatura es una herramienta para comprender no solo el pasado, sino también nuestro presente. La última página de La peste de Camus nos ayuda a entender dos cosas de absoluta importancia. La primera es que lo primero que aprendemos con una pandemia es el sufrimiento del ser humano, terribles injusticias que antes no veías y que ahora descubrimos con más claridad. Camus también nos dice que los hombres tienen más cosas positivas que negativas y esto se pone de manifiesto en los momentos de mayor sufrimiento.
Lo estamos viendo: tanto en España como en Francia, la gente sale cada día a las ocho de la tarde a aplaudir a los sanitarios. En Italia, durante las primeras semanas, la gente salía a los balcones para cantar el himno nacional o canciones napolitanas. El coronavirus nos ha hecho redescubrir este sentido de comunidad y solidaridad que, sin embargo, treinta años de políticas neoliberales han tratado de destruir. ¿Cuáles son los eslóganes que hoy hacen ganar las elecciones? “Prima gli italiani”, “American first”, “La France d’abord” y “Brasil acima de tudo”. Son lemas de fuerzas políticas que fomentan el odio, racismo, antisemitismo, sentimientos que nos alejan a unos de otros.
–A este neoliberalismo se suma el nacionalismo discriminatorio.
–Sin duda. Y lo paradójico es que el acercamiento entre continentes –hoy puedo viajar en solo veinte horas desde Calabria, donde vivo, hasta la otra parte del mundo– ha supuesto el alejamiento de las naciones y de las personas. La reacción en contra de los inmigrantes de estos últimos diez años es terriblemente triste. Y la culpa, en parte, la tiene Europa, que ha considerado que los problemas a los que se enfrentaba España en la frontera con Marruecos, y a los que se enfrentaba Italia en la frontera de Lampedusa, no le pertenecían. Es una actitud egoísta que se repite en otros países estos días, cuando lo que está en juego es el futuro de Europa. Si Europa no entiende que la solidaridad es la única vía para construir un futuro justo desaparecerá. Los nacionalismos acabarán con ella. Holanda, que es la que principalmente se opone a ayudar económicamente a países como Italia y España, no tiene ninguna legitimidad moral para dar lecciones. Es cierto que en Italia y en España, como en otros países, hay deuda y que este hecho implica unas responsabilidades políticas, pero no se puede olvidar que Holanda ha construido un paraíso fiscal legal en Europa para permitir a las multinacionales no pagar impuestos. Para mí esto es un acto criminal.
–¿Cúal es la segunda cosa que nos enseña La peste?
–Nos alerta de que el morbo de la peste no desaparece cuando la pandemia termina, sino que está siempre ahí, en los cajones, en las camisas, en los armarios. Si olvidamos las cosas que hemos aprendido durante esta pandemia, no seremos mejores. Si la crisis del COVID la pagan una vez más los más débiles y los más pobres no habremos mejorado como sociedad, al contrario. Hoy se repite que después del coronavirus nada será como antes, pero esto solo sucederá si nosotros aprendemos las lecciones de la pandemia y hacemos posible un mundo en el que los más débiles estén protegidos, en el que la sanidad y la escuela se encuentren en el centro, o en el que se considere inmoral que un empresario cobre cinco mil veces más que un obrero.
–Hay quien dice que el teletrabajo y la educación telemática, a los que ahora estamos obligados, abren posibilidades, no sé si muy halagüeñas, para el futuro.
–Para poder salvar el año académico, ahora no hay otra opción: tenemos que utilizar los ordenadores y dar clases telemáticamente. Sí me preocupa que algunos vean esta solución momentánea como una opción de futuro. Uno de los responsables europeos del informe PISA decía hace unos días que debemos tener el coraje de entender que lo telemático es el futuro de la enseñanza. Expertos como este señor no saben nada de enseñanza. Únicamente en el aula, en la relación directa entre profesor y estudiante, se puede enseñar. Los estudiantes no son jarrones que tienen que ser llenados: necesitan la interacción humana. Los profesores necesitamos también a los estudiantes.
Se puede hacer el mismo discurso sobre las redes sociales, que algunos ven como una herramienta que fortalece las relaciones entre personas. No es así. Es verdad que hoy, para hablar con mi madre que tiene 84 años y vive a cien kilómetros de mi casa, puedo hacer una videollamada. Pero, en cuanto termine el confinamiento, cogeré el coche e iré a verla. En tiempos de normalidad, las redes sociales destruyen las relaciones humanas. La gente cree que, por estar conectado veinticuatro horas al día, tiene relaciones auténticas con otras personas, pero no es así. Lo que hacen las redes sociales es que, desde la soledad de tu habitación, vivas la ilusión de establecer relaciones humanas. Solo las relaciones personales directas, en todos los ámbitos de la vida, pueden garantizar una forma correcta de cultivar la humanidad.
–Las redes sociales reducen la discusión a un simple “me gusta” o “no me gusta.
–Facebook se basa en una lógica binaria en ligar de dialógica, que es la que nos ayuda a crecer. Internet es una mina de oro para quien tiene conocimiento, pero un infierno lleno de tonterías para personas con menos recursos. Esto es así porque en internet todos dicen su opinión, tengan o no criterio u autoridad. Internet está hecho para gente que no cae en estas trampas. El problema no es internet en sí mismo, sino en cómo se utiliza. Los móviles también son un gran invento, pero los estudiantes que pasan horas frente a la pantalla terminan siendo dependientes del móvil. Todos los grandes empresarios de Silicon Valley envían a sus hijos a colegios donde no hay ordenadores. Lo hacen porque han entendido que el valor de la formación está en las relaciones humanas. Los colegios para ricos tienen un profesor para pocos alumnos, mientras que la educación para la masa será telemática, con un profesor que habla para muchísimos alumnos sin conocerlos.
–Los colegios que siguen el método Waldorf –ninguna pantalla– con sede en España tienen unos precios a los que solo puede hacer frente la élite.
–Esto es precisamente lo que a mí me da miedo. Es paradójico: en el pasado tuvimos una educación centrada en la figura del profesor, basada en la relación profesor-alumno. Todo esto ha cambiado porque hemos querido aplicar criterios anglosajones a nuestros sistemas educativos sin razón alguna. ¿Por qué tiene mayor consideración una universidad que da clases en inglés? ¿No podemos dar clases en italiano o en castellano, que son dos lenguajes de cultura? ¿Por qué privilegiamos la cantidad antes que la calidad? El sistema de valoración de los alumnos de primaria y ESO en Italia no evalúa que un profesor enseñe a sus estudiantes que ganar dinero con la droga es algo indigno.
Ningún parámetro mide esa educación que va mucho más allá de las asignaturas y tiene que ver con formar estudiantes para que sean ciudadanos con valores éticos. Parámetros como el PIB no se preocupan de la sustancia, del saber capaz de construir una cultura de la responsabilidad. Estamos creando profesionales que serán consumidores pasivos y acríticos, que no discutirán las órdenes del capital. La vieja escuela europea no era así: permitía a personas que venían de familias humildes dar un salto. Yo he crecido en una familia sin libros; era impensable que pudiera llegar a ser lo que soy. Si he llegado a serlo es gracias a la escuela, que me dio la oportunidad. Pero la escuela ya no es un ascensor social.
–Pienso en la famosa carta que Camus envío a su profesor de colegio tras ganar el Premio Nobel.
–Esa carta es magnífica porque habla el verdadero sentido de la escuela y de los docentes. El objetivo de la escuela es cambiar la vida de los estudiantes. Una plataforma digital no cambiará ninguna vida. Solo los buenos profesores pueden hacerlo.