Formentor: brujas y fantasmas
Me incorporé, hace un par de semanas, a las Conversaciones de Formentor, en Mallorca, organizadas por la Fundación Santillana y por Pedro Simón Barceló (que es un hotelero fino, distinguido, que me ha impresionado), y fui asignado a la mesa Arpías. Sí, tenía que hablar de estos personajes odiosos: seres femeninos y alados, seres nefastos que embrujaron con su mala influencia la vida de pobres desdichados de la literatura.
Y yo estaba encantado de hablar de este tema, de las arpías, porque me daba ocasión de recordar a Malwida van Leyden, maga y celestina de la novela Europa, de Romain Gary (1914-1980), una bruja que atraviesa el espacio y los siglos y que atormenta al protagonista, Jean D’Anthès, embajador de Francia en Roma, hasta que abrumado por ella se abisma en la esquizofrenia.
¡Pobre Jean! De todas las novelas que escribió Gary, su preferida era precisamente Europa, y no me extraña, es de las más complejas, densas y emocionantes, y cuenta su propia historia. Y yo soy el mortal que tuvo el privilegio de traducirla al español. Así que conocí a Malwida a fondo. Y por eso entendí el corazón y el estilo de Gary hasta el fondo. Hubiera podido decirle "te entiendo, Romain", si nos hubiéramos conocido. Y luego en Formentor hubiera podido hablar de Europa, en la mesa sobre las arpías.
Yo también frecuentemente me siento como un guerrero, un jinete que avanza con el sable en la mano, persiguiendo al enemigo, y acompañado de amigos que no saben que están muertos
Pero como un invitado falló a última hora, y había que cubrir su hueco, me mudaron a la mesa de los Fantasmas, donde por cierto también me encontré muy a gusto porque así pude hablar de mi novela preferida de fantasmas, que es El barón Bagge, de Alexander Lernet-Holenia (1897-1976). El barón Bagge, teniente de un batallón de la caballería imperial austrohúngara durante la Primera Guerra Mundial, cabalga con los suyos, cabalga con el sable extendido, galopa por la estepa húngara, la interminable puszta, en dirección a Rusia, buscando al enemigo, que no se presenta. Todo el territorio por el que avanza el batallón está desierto. No hay nadie. Y los camaradas de Bagge cada día se muestran más hoscos y callados, hasta que él comprende que están muertos, y que lleva varios días galopando por el trasmundo...
Yo también frecuentemente me siento como un guerrero, un jinete que avanza con el sable en la mano, persiguiendo al enemigo, y acompañado de amigos que no saben que están muertos. Porque la hipótesis contraria sería más difícil de soportar.