Ensayo

No es revisionismo histórico, es hispanofobia

3 octubre, 2016 00:00

Lo diré sin ambages: el pretendido revisionismo histórico que practican muchos nacionalistas e independentistas catalanes a día de hoy no es tal; por no ser, no es ni siquiera revisionismo no académico, porque la forma de actuar y el irrenunciable código ético que debe ser pauta de conducta para cualquier historiador que pretenda arrojar nueva luz sobre determinados hechos debe basarse en la asepsia quirúrgica, impecable, despojada de toda perversión ideológica o política. No es esa la forma de proceder de la pseudociencia histórica nacionalista, más carnicera que cirujana, que sin contemplaciones opta por la amputación o tergiversación de los hechos, por la voladura de la reliquia histórica, o por la condena de la memoria decidida en festiva asamblea en narcosala.

Sí, lo han adivinado: estoy hablando de Colón y de su estatua, del Descubrimiento y de la Hispanidad, de la supresión de la bandera española en Cataluña y de la festividad del 12 de octubre; pero sobre todo, de la hispanofobia que subyace en esa iniciativa propuesta por la CUP. Y lo hago al margen de que lo ocurrido estos días haya acabado en agua de borrajas y quede como otra astracanada más, la enésima, del patético procés catalán.

La pseudociencia histórica nacionalista, más carnicera que cirujana, opta sin contemplaciones por la amputación o tergiversación de los hechos, por la voladura de la reliquia histórica, o por la condena de la memoria decidida en festiva asamblea en narcosala

Escuché hace algunos años una formidable pregunta retórica, formulada por el expresidente Felipe González en un debate sobre la legitimidad de los nacionalismos españoles, en la que interpelaba de forma muy inteligente a sus contertulios: "¿Hasta qué punto, hasta qué momento de la Historia debemos retrotraernos, remontarnos, a fin de legitimarla, de darla por buena, y dejarla descansar en paz?". Evidentemente esa pregunta encierra una trampa, porque es un koan digno del budismo zen: no hay respuesta que satisfaga a todos, imposible. Y aún menos si lo hacemos con la pretensión de utilizar la historia como inmunda arma política.

No podemos vivir instalados en la ucronía, en la historia ficción --¿y si en vez de haber sido así, hubiera sido asá?-- ni en la reescritura de los hechos prêt–à-porter. Ningún pueblo puede encarar su futuro anclado en la rémora del pasado, viviendo de agravios y alimentando su inquina como único motor anímico; ahogando sus evidentes carencias y complejos psicológicos a base de revestirlos de una falsa y deleznable superioridad moral. Mucho inculto anda suelto en Cataluña; tanto, que produce sonrojo.

Basta, por consiguiente, de impregnar dardos con el veneno de la Leyenda Negra, que es común, porque en Cataluña la tenemos, y es intransferible y hedionda ¿O es que acaso ignoran todos aquellos que acuden a desfogar su frustración cada once de septiembre que entre 1821 y 1845 cientos de navíos catalanes, al mando de negreros del Maresme, transportaron a decenas de miles de seres humanos en sus bodegas y sentinas, rodeados de mierda y agua fecal, desde África hasta Cuba? Según los archivos históricos de la Armada Británica (Inglaterra abandonó el tráfico en 1820, y no por humanidad sino por escasa rentabilidad) fueron no menos de 220 expediciones, bien documentadas. Un tercio de los desgraciados moría en el trayecto y era arrojado a los tiburones. Carles Maristany (de Masnou) llegó a transportar, amontonados como sacos y al borde de la asfixia, a 606 africanos en un solo viaje.

Otro catalán detenta el honor de haber exterminado la cultura autóctona de la Isla de Pascua, en 1862, asesinando a miles de aborígenes y vendiendo al resto en El Callao (Perú). Paseen ustedes por la costa catalana y contemplen las mansiones de los indianos ricos, que amasaron su fortuna traficando con esclavos. Están ahí... ¿Cuántas de las grandes y rancias familias catalanas deben su fortuna a esa inconfesable ignominia? Causaron tanto dolor e infinito sufrimiento los catalanes, que aún hoy en Cuba, según recoge el escritor Jesús Laínz, se recuerda una coplilla de época que dice: "Desde el fondo de un barranco / grita el negro con afán: / ¡Dios mío, quién fuera blanco / aunque fuera catalán!". Ernest Hemingway adaptó esos versos en su obra For Whom The Bell Tolls (Por quién doblan las campanas), de forma mucho más despiadada: "Mi nariz es chata / mi rostro es negro / pero aún así sigo siendo un hombre / ¡Gracias Señor por ser negro / y no un catalán!".

Ningún pueblo puede encarar su futuro anclado en la rémora del pasado, viviendo de agravios y alimentando su inquina como único motor anímico; ahogando sus evidentes carencias y complejos psicológicos a base de revestirlos de una falsa y deleznable superioridad moral

No es este el único ejemplo... ¿Desconocen los que enarbolan banderas cubanas que hasta el año 2000 en los monasterios ortodoxos de Tracia y Macedonia rechazaban la visita de turistas catalanes, o que katalan (monstruo, en albanés) aún se utiliza para asustar a los más pequeños? Todavía recuerdan, y no perdonan, la llamada Venganza Catalana, cuando los almogávares de Roger de Flor, la llamada Gran Compañía, violó, asesinó y esquilmó a poblaciones enteras para vengar la muerte de su líder.

Basta ya. Recapaciten. Crezcan sobre lo mejor que implica ser catalán, español y europeo. Y ojalá lleguen a sentirse, sobre todo, universales. Porque el microcosmos, el inframundo aritmético, en potencias de signo negativo, es el estercolero del alma. En cuanto a la Historia, acérquense a ella con espíritu crítico, pero sin odio; déjenla reposar, perdónense y perdonen. No lo duden: ninguna nación del mundo, ninguna, se salvaría de la lapidación en un juicio pormenorizado de sus hechos históricos. Hagan suyo, por lo tanto, el digno proceder romano al enterrar a un ser querido --porque todos somos Historia, incluso muertos-- y repitan conmigo lo que ellos solían musitar entre lágrimas:

Sit tibi terra levis.

Que la tierra te sea leve.