Cartel de propaganda de la antigua URSS. Historias soviéticas

Cartel de propaganda de la antigua URSS. Historias soviéticas

Ensayo

Historias soviéticas

El historiador Steven Forti recupera para la editorial Renacimiento los artículos que Óscar Pérez Solís, socialista y comunista primero, fascista después, escribió sobre la Rusia de 1924

13 junio, 2019 00:00

Existen vidas tan apasionantes como contradictorias. Anómalas y, sin embargo, coherentes, aunque las apariencias nos las presenten como una sucesión (infinita) de arrepentimientos y vaivenes. Es el caso de la historia de Óscar Pérez Solís (1882-1951), un político, periodista e intelectual criado en los valores republicanos que, exactamente igual que el célebre Fouché, pero sin administrar poder alguno, diríamos que movido por la inquietud personal y la pasión política, ese demonio, transitó durante la primera parte del siglo XX, pongamos que en un país como España, entre los dos grandes totalitarismos de su tiempo: el comunismo ortodoxo y el fascismo cuartelero. Algo realmente asombroso pero que, visto con perspectiva y datos ciertos, no fue ni tan excepcional ni tampoco extraño.

¿Cabe hablar de coherencia ante semejante trayectoria ideológica? Diríamos que sí, aunque el sectarismo –tan común en la política– presente esta afirmación como imposible. En el devenir de Pérez Solís parece latir la secreta voluntad de unir las distintas influencias que –de niño– le inculcaron por separado sus progenitores. Su padre, procedente de las clases medias, profesaba un marcado anticlericalismo; su madre, en cambio, era profundamente religiosa y tenía aspiraciones aristocráticas. El político eligió –fue una decisión paterna– la carrera militar, formándose en Segovia y Las Palmas. En la milicia de aquel tiempo, donde nadie diría que abundasen los rojos, el cadete Pérez Solís descubre primero el anarquismo idealista y después el primer socialismo, al que se afilía en Valladolid en 1909, con sólo 27 años de edad.

Óscar Pérez SolísTres veranos después abandonaría el ejército y se dedicaría –en cuerpo y alma– a combatir el caciquismo representado en el prohombre Santiago Alba, uno de los conseguidores y hombres a sueldo del astuto Juan March, el último pirata (capitalista) del Mediterráneo. Pérez Solís creía posible la regeneración de la política española, presa del turnismo interesado, admiraba a Cambó, no cuestionaba la Monarquía como concepto y se mostraba bastante tibio ante los que predicaban la instauración de la república como solución a todos los problemas. Obviamente, era un perfecto iluso, pero también una mente crítica, que disentía con los dogmas de los suyos si lo consideraba necesario. Como la primera norma para prosperar en la partitocracia es no pensar, Pérez Solís no hizo carrera en el PSOE de Pablo Iglesias.

Tres veranos después abandonaría el ejército y se dedicaría –en cuerpo y alma– a combatir el caciquismo representado en el prohombre

Se trasladó entonces a Bilbao, donde bajo el amparo de Indalecio Prieto, que lo puso al frente del diario La lucha de clases, terminó convirtiéndose al comunismo y defendiendo con vehemencia la revolución proletaria. En 1924, dentro de las operaciones fraternales de intercambio entre camaradas, Pérez Solís viajó a Moscú para asistir al quinto congreso de la Internacional Comunista como vocal de su Ejecutiva. De ese viaje estival, hecho con pasaporte falso, nombre incierto y el aire de las mejores novelas de espías, escribió una serie de artículos de prensa publicados casi veinte años más tarde. Son los textos que ahora el historiador italiano Steven Forti, investigador de la Universidad Nova de Lisboa y profesor de la Autónoma de Barcelona, ha resucitado por encargo de la editorial Renacimiento en un volumen delicioso titulado Un vocal español en la Komintern y otros escritos sobre la Rusia soviética.

Obra de propaganda que exalta la figura de Lenin

Obra de propaganda que exalta la figura de Lenin

Los artículos de Pérez Solís, publicados por entregas en El Español, el diario dirigido por Juan Aparicio, una institución del régimen franquista, todopoderoso señor de la censura y la prensa vertical, se dan a la imprenta por primera vez todos juntos en esta edición, que incluye como complementos escritos anteriores de Pérez Solís sobre la misma materia –la Rusia soviética–, diseminados en diarios y libros ajenos, incluida su biografía novelada (Memorias de mi amigo Óscar Perea). En estos últimos textos muestra un entusiasmo por la causa comunista que el tiempo y las peripecias vitales terminarían modificando. De hecho, hay quien explica la escritura de las crónicas en prensa de su viaje a Rusia en 1924 como el punto clave de una conversión personal que además de política fue religiosa, y que le llevó a integrarse en el régimen franquista, donde le procuraron empleo –en Campsa, la empresa estatal de petróleos–, y le cedieron tribunas periodísticas para que diera cuenta de su desengaño político y, desde el evidente furor de los conversos, expandiera su testimonio sobre los horrores soviéticos.

Un vocal español en la Komintern, Óscar Pérez SolísSin dejar de ser probable, nos parece sin embargo una explicación demasiado simple, por cuanto el suyo ni es el único caso de arrepentimiento político ni, a tenor del contexto que Forti explica en la introducción del libro, tampoco se trata de una deriva extraña. Hay otros casos similares. Lo singular en el caso de Pérez Solís es que nos dejó este interesantísimo testimonio –escrito 18 años después de su viaje, en 1942, en plena campaña de la División Azul, antes de la rendición de Stalingrado– como embajador comunista en Rusia. Es sus artículos se detectan algunos tics propios de la propaganda fascista –el antisemitismo, los tópicos del anticomunismo– pero también reflexiones que, con independencia de su motivación, fruto probablemente del interés, resultan premonitorias, brillantes y certeras.

Sin dejar de ser probable, nos parece sin embargo una explicación demasiado simple, por cuanto el suyo ni es el único caso de arrepentimiento político ni, a tenor del contexto que Forti explica en la introducción del libro, tampoco se trata de una deriva extraña. Hay otros casos similares. Lo singular en el caso de Pérez Solís es que nos dejó este interesantísimo testimonio –escrito 18 años después de su viaje, en 1942, en plena campaña de la

Es evidente que la visión de Pérez Solís sobre los soviets pasa de la devoción a la censura y de la seducción a la crítica. Pero también lo es que lo que narra –conversaciones íntimas con dirigentes revolucionarios, una proverbial entrevista con Troski, un encuentro con el temible Stalin, descripciones de aquel Moscú sin tiendas donde nadie se lustraba el calzado–, ilustra la verdad de unos hechos históricos en los que no es nada fácil diferenciar entre la propaganda y la realidad.

'Memorias de mi amigo Óscar Perea', Óscar Pérez SolisEsta mirada, desengañada, consecuencia de su mala fortuna, y quizás de sus fracasos como conspirador político, es el gran hallazgo de su relato, donde aniquila sin piedad los ideales de su propia juventud para dar fe, ya en la madurez, de que la épica política de cualquier signo esconde todas las sombras de la condición humana. Pérez Solís dibuja a Troski como un brillante idealista –razón de su aciago destino y también del piolet asesino de Mercader–, hace una prodigiosa relación de su encuentro con Stalin –acompañado de Andreu Nin, que le hizo de traductor– y nos descubre el paraíso comunista como un espacio lleno de contradicciones, donde la religión seguía viva entre el pueblo pese al ateísmo decretado por los soviets.

Esta mirada,

Stalin, idealizado en un cartel soviético.

Stalin, idealizado en un cartel soviético.

En esta Rusia real no existe ninguna dictadura de trabajadores. Es un imperio regido por un totalitarismo cruel que los herederos de Lenin aspiraban entonces a controlar mediante la eliminación física del contrario, la mentira, la ambición y la vanidad, convirtiendo el comunismo de los libros en lo que todavía es: un capitalismo de Estado que guiaba al desastre a una nación dividida entre siervos y señores, y donde Stalin, aquel campesino silente, –“mal orador y pobre teorizante que se hizo el amo de todo”–, movía a los dirigentes y a las masas como fantoches, títeres de un guiñol que se presentaba ante el mundo como una Arcadia moderna siendo, como era, nada más que un nuevo teatro de la crueldad.