Inquisiciones del mundo
Cátedra publica ‘Fe y castigo’, una colección de ensayos de más de veinte historiadores que comparan las formas de control social ejercidas por el catolicismo y el calvinismo
5 noviembre, 2020 00:00El mito ha devorado a la Inquisición, española para más señas. Después de más de cuatro décadas de investigaciones sobre los discursos y las prácticas inquisitoriales, con todo su reguero de miles de víctimas, los historiadores han fracasado a la hora de difundir todas las realidades –a menudo contradictorias– de esta institución. El Santo Oficio sigue encabezando, como símbolo universal, el pódium de la intolerancia. Ha triunfado la representación que la Inquisición hizo de sí misma para justificar su poder y la necesidad de su continuidad. Así, cuando aquí y allende los mares alguien alude a la maldad y la brutalidad inquisitorial está repitiendo, en parte, la propaganda del Tribunal o la opinión impresa de algunas de sus víctimas más ilustres.
La publicación de Fe y castigo (Cátedra, 2020), casi al mismo tiempo en inglés y en español, es una buena oportunidad para enterrar trasnochados argumentos que, lamentablemente, siguen siendo tan útiles para aquellos que critican o cultivan la Leyenda Negra de España y su Tribunal de la Inquisición. Este libro coral es una magnífica oportunidad para superar el tópico como argumento. Se trata de un estudio comparativo del disciplinamiento religioso de la Europa inquisitorial y la Europa reformada, sobre cuál fue la capacidad de los tribunales para adaptar sus exigencias a los desafíos específicos de los territorios coloniales y qué actitudes y tácticas de defensa desarrollaron las personas ante la acción de estos tribunales.
Con este fin, veintiséis historiadores de muy diversa procedencia (Inglaterra, Escocia, Estados Unidos, Suiza, Francia, Indonesia, Holanda, Brasil, Canadá y España), dialogan a partir de síntesis globales temáticas sobre las inquisiciones y los consistorios calvinistas en tanto que instituciones de control social del Antiguo Régimen en los territorios, católicos y protestantes, en Europa y allí donde se proyectaron sus respectivos dominios coloniales.La comparación se plantea a partir de tres grandes bloques: el marco legal y administrativo (territorios, bases jurídicas, relaciones con otros tribunales, medios humanos, documentación), la actuación (programas de reforma moral y religiosa, las víctimas y su capacidad de agencia, la porosidad de los tribunales a la hora de negociar la penitencia; feminidad y masculinidad en la escena judicial) y la expansión en el mundo global de la Edad Moderna y su decadencia (análisis territoriales del mundo atlántico y el entorno asiático, y la decadencia de estas instituciones).
Todo el volumen se desarrolla en el marco historiográfico del paradigma de la confesionalización, en tanto que inquisiciones y consistorios implementaron programas paralelos de regulación social; pero no todas las imposiciones fueron un éxito, en las páginas de este libro se pueden apreciar las numerosas grietas del modelo confesional. El resultado final es una realidad más rica y llena de matices que la esquemática imagen que aún perdura de una sociedad absolutamente adocenada y sometida.
Desde los siglos XV y XVI la modernidad occidental, como señaló Gerhard Oestreich, se definió por la imposición progresiva de unos criterios estatales o institucionales de control y represión social e incluso moral. Aunque el objetivo último fue similar, los métodos y las legitimaciones que utilizaron las diferentes instituciones implicadas en este proyecto de confesionalización y disciplinamiento no siempre fueron las mismas. Las Inquisiciones católicas eran cuerpos jerárquicos que se esforzaban por ejercer una jurisdicción universal, en última instancia dependientes de la autoridad del papa o un monarca, mientras que los consistorios calvinistas eran instituciones de carácter local. Las Inquisiciones se concentraron en la herejía y los conversos judaizantes, centrándose solo en la moralidad cuando el concepto de herejía se amplió para incluir estas cuestiones morales, mientras que los consistorios fueron responsables de imponer disciplina moral y rara vez se interesaron en la herejía o las conversiones religiosas.
Las prácticas impositivas y represoras no fueron exclusivas de las inquisiciones católicas, también formaron parte de la practica disciplinante de los consistorios calvinistas. Pero no todo fue represión en sentido estricto y violento. Adriano Prosperi ya puntualizó que las inquisiciones católicas reprimieron, pero también persuadieron mediante ritos de sumisión, alianzas con los confesores y complicidades de los súbditos-fieles. Lo explica también William Monter en un capítulo conclusivo final. Tanto calvinistas como católicos consideraron que algunos pecados eran tan graves que justificaron la existencia de una red amplia de cómplices para identificar y castigar públicamente a los pecadores. Sin el apoyo social hubiera sido muy difícil la supervivencia de estas instituciones. Un apoyo social que en los consistorios se tradujo en la participación de los laicos en la estructura y actividades de moralización social, y en las inquisiciones en la adhesión de los familiares y el personal laico de los tribunales (la inquisición difusa), y en ambos casos, en la colaboración de los vecinos en la denuncia de sus iguales.
En Fe y castigo no sólo se exponen reflexiones comparativas sobre las instituciones católicas y protestantes, también en cada contribución y dentro de su campo específico los historiadores analizan similitudes y diferencias entre las tres Inquisiciones católicas (Roma, Portugal y España) y entre los diferentes tipos de consistorio reformado que existía en cada momento (Suiza, Francia, Escocia). Si bien es cierto que los autores que trabajan un mismo aspecto en el ámbito calvinista y en el católico no siempre logran el diálogo comparado buscado, también lo es que la disposición de las diferentes secciones y los enfoques globales de cada contribución facilitan que el mismo lector pueda realizar esa comparación.
Confróntese, por ejemplo, el capítulo de Raymond Mentzer sobre las ordenanzas de los consistorios y su reforma moral, con el texto de Christopher Black y los manuales inquisitoriales. La distancia entre el discurso represor y su aplicación en la vida cotidiana fue mucho menor en el mundo calvinista que en el católico. Todo apunta a que los consistorios fueron más instructivos y proactivos que las inquisiciones en la vigilancia de la conducta social y moral. Es comprensible que hubiera disidentes religiosos del siglo XVI que, perseguidos con premeditación y ahínco por los teólogos calvinistas, llegasen a afirmar que los consistorios eran peores que el Santo Oficio
La historiadora Doris Moreno / @JMSANCHEZPHOTO
Estos contrastes no siempre inclinan la severidad hacia el lado calvinista. Por ejemplo, Doris Moreno plantea que en el ámbito de la censura fueron las inquisiciones las que tuvieron un papel más destacado. En su capítulo son muy recomendables las páginas dedicadas a una pregunta: ¿Fue eficaz la acción inquisitorial? Una cuestión clave que ha dado lugar a intensos debates desde hace décadas. Su respuesta está llena de matices en la línea de los rebeldes sumisos que apuntara José C. Nieto: individuos que no rechazaban la autoridad, pero buscaban estrategias alternativas de supervivencia. Para la profesora Moreno la eficacia inquisitorial estuvo condicionada por una tensión permanente entre normas y transgresiones en continua negociación: “Frente a la disciplina como imposición de arriba abajo, hubo una auténtica indisciplina crónica, cotidiana, resistente”.
Las conclusiones son claras, pero aún queda el inmenso reto de que estos estudios comparativos trasciendan el ámbito académico. Mientras esto no suceda, estamos expuestos al uso torticero e ignorante de lo inquisitorial en boca de políticos populistas. Incluso, como sugiere Doris Moreno en su introducción a la edición española, este desconocimiento de la poliédrica dimensión de las inquisiciones o los consistorios da lugar a que circulen constantes alusiones a supuestas identidades colectivas heredadas del pasado como arma de confrontación con los otros, inmigrantes o diferentes.
E incluso lamentos jeremíacos y discusiones interminables sobre por qué somos como somos, o son como son, por qué nos quieren o por qué no, interrogantes en bucle para los que todo el mundo tiene una opinión maniquea que ofrecer. Se trata de discusiones de café, manoseadas hasta la náusea, basadas en los tópicos que este libro pretende combatir desde la investigación y la síntesis comparativa. El peligro que pervive es seguir asumiendo como realidad histórica, única e incuestionable, el objetivo que persiguieron durante la época moderna aquellas instituciones: el dogma, sea religioso o ideológico, como principio de identidad colectiva, y para los disidentes el castigo.