Carlos Seco Serrano era una garantía de honradez, sabiduría y veracidad. En sus escritos y en su trato. Profesaba devoción por la verdad. Le conocí, antes de que nos convirtiéramos en amigos, en un curso de verano de El Escorial (Madrid). Me lo presentó el historiador Javier Tusell, que tomaba una copa con él en un receso. Recuerdo que aquella mañana pasaron por el bar Ernesto Cardenal (poeta, cura y ministro de Cultura de la Revolución Sandinista) y el cuñadísimo Ramón Serrano Suñer (a quien Carlos, por cierto, detestaba). Con su muerte, acontecida la noche del pasado 11 de abril, con 96 años, España pierde a uno de sus mejores historiadores. Nadie como él conocía lo que acaeció en la política española durante los siglos XIX y XX.
En 1957, con 33 años, Seco Serrano obtuvo la cátedra de Historia General de España en la Universidad de Barcelona. No tardó en orientarse hacia la historia contemporánea: su tesis doctoral la dedicó al estudio de la época de Felipe III, a comienzos del siglo XVII. Residió en Barcelona hasta 1975. De ese período destacan sus libros Alfonso XIII y la crisis de la Restauración, Sociedad, literatura y política en la España del siglo XIX, su introducción a las Memorias de Godoy o sus lúcidos estudios sobre el carlismo, donde aportó documentación inédita y rescató valiosas cartas.
En los sesenta, Seco Serrano incorporaría a la clásica Introducción a la Historia de España, de Ubieto, Reglà y Jover, un estudio sobre el período 1931-1963, algo que sus autores no se atrevieron a hacer en la primera edición de 1963. Fue un historiador que se esforzó por entender y explicar los hechos y a sus protagonistas, profundizando en la psicología de las personalidades claves. Seco Serrano escribió sobre los grandes nombres de nuestra historia, pero cabe preguntarse: ¿quién era y qué pensaba él? Fue un liberal valiente. Por eso confesaba haberse acostumbrado a recibir golpes de cualquier lado político, lo que le ratificaba en su idea de que había que vivir y actuar con libertad: “Digo las cosas como las pienso”.
El historiador Carlos Seco Serrano / EFE
¿Cómo se forjó este carácter? Seco Serrano nació en Toledo, donde su padre Edmundo Seco Sánchez, profesor de la Academia de Infantería, impartía Álgebra y Dibujo y creaba notables acuarelas. Por no sumarse al golpe de Estado fue fusilado en Ceuta. Los franquistas le acusaron de pertenecer a la masonería (él lo desmintió en una carta dirigida a sus hijos) y de rebeldía. Pero la verdad es que su padre, liberal y monárquico, no se rebeló. Fue leal a la República y a su jefe, el general Romerales, quien mantuvo la legalidad, motivo por el cual también fue pasado por las armas a los dos días; el comandante Seco tuvo que esperar once meses. Fue un militar africanista e intelectual, respetuoso con la cultura autóctona. Años después del desastre de Annual, ejerció como interventor en distintas localidades africanas, donde conoció el mando político: le correspondía pacificar el territorio, pero también mejorar las condiciones de vida de los nativos, entre los que dejó un gran recuerdo; en 1927, él mismo proyectó y dibujó un zoco con un planteamiento higiénico y racional.
A su muerte, Carlos Seco tenía sólo 13 años y estuvo a punto de sumirse en la enajenación; él y sus tres hermanos ya eran huérfanos de una madre muy querida. Su padre se había vuelto a casar y no había tenido más hijos. Quedaron en la indigencia, presos de una desolación devastadora. Elena, hermana de su padre, se hizo cargo de ellos. Estas circunstancias fueron decisivas en la formación de su personalidad.
Monárquico y
En 1975, Carlos Seco pasó a ser catedrático de la
En Historia del conservadurismo español indagó acerca del concepto de centro de Cánovas, un sistema concebido para marginar a dos irreconciliables: reaccionarios y revolucionarios. Y un espejo para la recuperación democrática: “La labor de Adolfo Suárez durante la Transición –su apertura a socialistas, nacionalistas y comunistas– dio como resultado un nuevo sistema centro, que dejó fuera sólo a aquellos que seguían aferrados a los planteamientos de 1936”, me escribió en una carta. Fue necesario el olvido de los bárbaros enfrentamientos de 1936, me decía, donde “no hubo buenos y malos: todos fueron culpables; había mucho que olvidar por unos y por otros”.
Por esto –sostenía– la gran aportación de la Transición fue poner fin, de hecho y de derecho, a la guerra civil. Y sólo quienes se empeñan en replantearla y aspiran a la revancha, “pueden hablar –a sabiendas de que mienten– de chapuza improvisada”. Reaccionarios y revolucionarios, siempre insensibles a la realidad, cubiertos de tópicos y apelaciones pseudohistóricas, jamás querrán entender que “la diversidad en la unidad ha sido siempre clave de la realidad histórica española”. Algunos apelan a la Santa Intransigencia, un disparate lamentable: “Esa es la derechona”.
Seco, primo hermano del lingüista y académico de la RAE Manuel Seco, veía la monarquía como un bien que no se puede improvisar, garantía de estabilidad e imparcialidad, capaz de integrar porque está por encima de los partidos y de los sectores sociales; un presidente de República es siempre un miembro de un partido, y difícilmente podrá aparecer como el presidente de todos. Por indicación suya me leí la monumental biografía que su maestro Jesús Pabón hizo de Cambó (más de 1.500 páginas, creo recordar). Un extraordinario político que se equivocó más de una vez. Seco admiraba a Miquel Roca por su seny y me escribió que nunca habría dicho, como Pujol, el disparate de que “Cataluña es una nación; España no lo es”. Roca dijo de Seco que era uno de los pocos españoles que comprendían a los catalanes.
Carlos Seco escribía en la prensa cuando creía tener algo que decir, siempre con sensatez, mesura y