'Roma muere todos los días'. República romana / DANIEL ROSELL.

'Roma muere todos los días'. República romana / DANIEL ROSELL.

Ensayo

La muerte de la República (romana)

Edward J. Watts analiza en ‘República mortal’ las crisis que destruyeron el modelo político de la antigua Roma republicana hasta degenerar en una autocracia imperial

13 diciembre, 2019 22:10

Todo está inventado y, al mismo tiempo, se encuentra a punto de suceder. La Historia se repite con una obstinación categórica, pero rara vez ocurre de manera idéntica. Las coincidencias entre pasado y presente tienen la forma de una disonancia. No son iguales, pero se parecen mucho. Hasta el punto de que en el pretérito podemos encontrar –en un contexto distinto y con actores dispares– episodios equivalentes a los que vivimos en la hora contemporánea. La degeneración de las actuales democracias occidentales, propiciada por factores intrínsecos, y aceleradas gracias a fenómenos exteriores, tiene su reflejo pavoroso en las causas y azares que en su momento provocaron la transformación de la Roma republicana en la mayor de las autocracias del Mundo Antiguo: el régimen imperial que dominó el Mediterráneo y, en cierto sentido, ha sobrevivido hasta ahora gracias a una institución como la Iglesia católica. 

De este apasionante proceso trata el extraordinario ensayo que Edward J. Watts, profesor de Historia de la Universidad de California San Diego, ha escrito para explicar cómo la corrupción de las élites sociales y la demagogia de los populismos son dos de los síntomas que indican la (inminente) destrucción de los regímenes políticos moderados. República mortal (Galaxia Gutenberg) es, en todos los sentidos del término, un libro magnífico. Primero, porque está escrito con una precisión envidiable, sin adornos melodramáticos, al estilo de la brillante escuela anglosajona de Historia, capaz de narrar igual que los clásicos: con la milagrosa rotundidad de los hechos y sin caer en la tentación (tan grata) de inventar a capricho el pasado. Y, en segundo lugar, por su capacidad para explicar el presente a partir de un tiempo universal y, en cierto sentido, inevitable. 

El ensayo de Watts relata el friso de acontecimientos que provocaron la conversión de la primitiva forma de gobierno de la oligarquía romana –formada por distintas tribus familiares– en una dictadura militar y sangrienta que controló todo el orbe conocido al mismo tiempo que se suicidaba. Roma fue destruida por Roma mucho antes de que llegaran los bárbaros. Las razones de esta inmolación tienen que ver con un acto de voluntad social: la elección entre la autonomía política o la seguridad de la tiranía populista. Ninguno de ambos modelos de poder es perfecto ni está libre de tensiones, pero mientras el primero permite el equilibrio entre diferentes intereses y logra un cierto grado de prosperidad basado en el consenso entre opuestos, el segundo garantiza un orden totalitario e injusto. Lo asombroso es que entre ambos sistemas políticos no exista un puente seguro que salve a los pueblos de sus propios extremismos. Sucedía entonces. Y ocurre también hoy.

The Fall of Rome

The Fall of Rome

La muerte de Julio César, de Vicenzo Camuccini.

La tesis esencial de Watts es que la Roma republicana, a lo largo de sus sucesivas edades, fue un sistema capaz de configurar un espacio público compartido –la res publica– gobernado a través de las leyes, donde existía un equilibrio entre la influencia de las diferentes castas sociales –los patricios, por un lado; la plebe, por otro– y en el que cada grupo de interés aceptaba las mismas reglas del juego, no escritas pero eficaces. Lo que hacía funcionar este mecanismo era la asunción del mismo principio: la política consistía en construir consensos, esa forma de victoria parcial que, mediante la negociación, en vez de con el enfrentamiento civil, se traducía en un pacto (cambiante) entre todos los intereses en colisión. 

Este modelo, idealizado por Polibio, es la base de las democracias modernas, entre ellas la norteamericana. La Roma republicana sustituyó la violencia por la transacción política, creando un marco virtuoso que, sin ser formalmente democrático, mantenía dentro del mismo eje a todos grupos del poder romano. La utilidad del sistema dependía, sin embargo, de la sabiduría política de sus dirigentes. De ahí que uno de los primeros síntomas de la degeneración republicana fuera la aparición en la escena política de nuevos líderes que, desde dentro del sistema, antepusieron sus ambiciones particulares sobre los logros colectivos, deteriorando sin remedio las instituciones que formalmente representaban a todos. 

Las tensiones políticas son inherentes a cualquier república. El problema, según Watts, surge cuando los representantes públicos, en lugar de encauzar los conflictos naturales hasta su desactivación pacífica, los avivan, igual que el fuego de una hoguera, para prosperar con rapidez en la lucha por el poder. Estos movimientos demagógicos desestabilizan los valores republicanos hasta hacerlos derrumbarse desde dentro, como le sucedió a la Roma antigua, cuyas tensiones degeneraron en un caos caracterizado por la violencia política.

Edward J. Watts con la edición norteamericana de su libro

Edward J. Watts con la edición norteamericana de su libro

Edward J. Watts con la edición norteamericana de su libro

El relato de Watts se inicia en el año 280 a.C., discurre por los distintos periodos de expansión militar –Roma, en cierto sentido, se sostenía gracias a sus fronteras– y culmina con las crisis populistas que convirtieron este juego de contrapesos en una lucha –sin cuartel– por aplastar al rival político. Un proceso que culminó en una autocracia imperial, de corte militar, alabada por unas masas tan temerosas de su propia libertad como para otorgar el don terrestre de la divinidad a césares crueles, dementes y sanguinarios que cada cierto tiempo, sin excepciones, eran asesinados por familiares, parientes, soldados o iguales para ser sustituidos a su vez por otros dictadores idénticos, en un carrusel de sangre permanente.

La Roma imperial fue el resultado de una suma de desigualdad, populismo, ambición y violencia que, vista con distancia, no se diferencia en exceso de algunos episodios de nuestra historia reciente. Su nacimiento es, pese a sus increíbles logros militares, producto de una degeneración política que consistió en sustituir las antiguas virtudes públicas por el interés privado, la épica por el dinero, el acuerdo civilizado por el aniquilamiento del adversario y la cooperación por la confrontación.

Su decadencia es fruto de una ruptura social interna, antes que externa. Y se manifiesta en signos vigentes en toda época y lugar, aunque a distinta escala: la corrupción de las clases dominantes, la manipulación política del resentimiento plebeyo y la utilización espuria de cualquier medio para obtener cualquier fin. Watts no cuenta una historia lejana de un mundo remoto. Relata (mediante la analogía) el nuestro. La narración perpetua de cómo la lucha por el poder en el seno de cualquier sociedad que sea incapaz de respetar a sus minorías, o cuyo proyecto político consista en exterminar al diferente, hace derrumbarse absolutamente a todas las repúblicas. Incluso a las imaginarias.