La cineasta Isabel Coixet / EP

La cineasta Isabel Coixet / EP

Cine & Teatro

Amor y papeo

'Foodie love', de Isabel Coixet, es una propuesta excelente que (casi) puede verse de un tirón: los episodios son de media hora y se quedan en el coco durante bastante tiempo

13 diciembre, 2019 22:00

Aunque especializada en dramas humanos e historias de amor, dos conceptos que suelen ir juntos, Isabel Coixet es una mujer dotada de un gran sentido del humor. Lo sabemos sus amigos, y ahora, gracias a Foodie love, la comedia agridulce en ocho capítulos colgada en HBO, lo sabrá todo el mundo. En ella encontrarán a la Coixet de siempre, pero autosometida a un estimulante cambio de registro a la hora de afrontar las relaciones humanas y sentimentales. Foodie love es una tragicomedia fatalista, que no pesimista, sobre el amor, la comida y el amor a la comida que narra los encuentros y desencuentros de un hombre y una mujer sin nombre que, en cierta medida, contienen a todos los hombres y a todas las mujeres que alguna vez hayan sentido algo por alguien.

Interpretados espléndidamente por la española Laia Costa y el argentino Guillermo Pfenning, los miembros de esta peculiar pareja se conocen a través de una web para foodies (o devotos del buen yantar) e inician su relación, sin creérsela mucho, a través de los sucesivos pasos del cortejo tradicional, que siempre suelen tener lugar comiendo o bebiendo. Empiezan por un café, siguen con una copa, cenan, se atraen, ¿se enamoran?... Bueno, cada uno de ellos lleva su propia mochila a cuestas. Guillermo es un tipo inseguro y con tendencia a la metedura de pata, Laia arrastra una vieja historia de amor imposible con un japonés, ambos parecen tener un poco de miedo al otro y, sobre todo, a sí mismos, y son plenamente conscientes de que esto del amor, por necesario que sea, no está exento de peligros y quebrantos. En ese sentido, el tono de comedia fatalista, de sentimentalismo agridulce, resulta especialmente pertinente: ni los protagonistas ni la autora parecen estar ya para catarsis, como si ya hubiesen vivido suficientes en el pasado (que es lo que le pasa a casi todo el mundo a una cierta edad) y consiguen que el espectador empatice con ellos de una manera inevitable. Yo he vivido eso, yo he pasado por ahí, esos miedos son los míos, puede deducir cualquiera que vea la serie de Isabel (que ya ha sido renovada, por cierto, para otras dos temporadas).

Aunque con expediciones puntuales al sur de Francia, a Roma y a Japón, Foodie love transcurre principalmente en una magnífica Barcelona alternativa en la que no existe el procés, la gente no se muestra permanentemente avinagrada y todos parecen consagrarse a las cosas más importantes de la vida, que son las que guardan relación con los asuntos del corazón. El tono es ligero, pero lo que se cuenta va al fondo de la cuestión: necesitamos amar, pero las cosas no van a ser siempre de color de rosa. Una estupenda banda sonora, ecléctica a más no poder (de Gino Paoli a Bomba Estéreo pasando por Lola Flores, Max Raabe o el difunto fadista Alfredo Marceneiro, canciones que los amigos de Coixet hemos oído en su casa o en su coche en infinidad de ocasiones), se convierte en parte de la narración, lejos de quedarse en un adorno sonoro. Cuando acaba esta primera temporada de Foodie love, hay que tener el corazón de piedra para no sentir nada por Laia y Guillermo, dos náufragos entrañables que no saben muy bien qué han venido a hacer a este mundo, pero intentan aclimatarse lo mejor que pueden.

En resumen, estamos ante propuesta excelente que (casi) puede verse de un tirón (los episodios son de media hora) y que se te queda en el coco durante bastante tiempo. Ignoro si Laia y Guillermo reaparecerán en la próxima temporada o si ésta albergará a una nueva pareja, pero para mí ya son casi como de la familia. Concretamente, de la gozosa y disfuncional familia Coixet.