La primera huelga de sexo en la historia
Aristófanes planteó en la antigua Grecia la abstinencia sexual de las mujeres para forzar a sus maridos a acabar con la guerra que devastaba a las familias de la época
29 septiembre, 2019 00:00En el año 411 a.C., en plena guerra del Peloponeso que enfrentó a las dos principales ciudades griegas, el gran comediógrafo Aristófanes estrena en Atenas Lisístrata, una obra titulada con el nombre de su protagonista. La guerra se prolongaba ya durante veinte años y Lisístrata, "la que disuelve o licencia ejércitos", pone voz al lamento de las mujeres de uno y otro bando, atenienses, espartanas y de sus ciudades aliadas ante los desastres de la guerra: familias rotas, hijos muertos en combate, mujeres solas y muchachas que, o bien no consiguen esposo o bien contraen matrimonio con ancianos. La paz es necesaria y Lisístrata encuentra una singular táctica para alcanzarla: todas sufren por un marido ausente, y ni siquiera disponen del auxilio de un consolador de cuero de unos doce centímetros de largo; si quieren obligar a sus maridos a firmar la paz, han de abstenerse de practicar sexo con ellos. Y así expone los detalles del plan al resto de las mujeres: "Si permaneciéramos dentro empolvadas, / y con tuniquitas de Amorgos / desnudas paseáramos con el delta bien depilado, / y los varones se empalmaran y desearan cubrirnos, / y nosotras no aceptáramos, sino que nos abstuviéramos, / las treguas se harían rápidamente, bien lo sé".
Las mujeres expresan sus dudas sobre la eficacia de la medida pues los maridos podrían forzarlas a mantener relaciones. Lisístrata insiste en que sus esposos no harán tal cosa, pues no pueden disfrutar con el sexo sin el consentimiento de la mujer. Finalmente, el acuerdo se sella con un sacrificio y un juramento que dicta Lisístrata a las demás en el que de nuevo se describen de manera explícita los usos sexuales y bajo el cual se comprometen a cumplir abstinencia, amantes incluidos: "No habrá nadie, ni amante ni esposo / que se me acerque empalmado. / Y, en casa, sin toro, pasaré la vida / con túnica azafranada y bien adornada, / para que mi esposo se encienda muchísimo por mí, / y jamás, de grado, obedeceré a mi esposo. / Y, si, no queriéndolo yo, me fuerza con violencia / de mal grado cederé y no me moveré al compás / ni levantaré hacia el techo mis zapatillas persas / ni me pondré Leona sobre rallador de queso. / Si mantengo eso con firmeza, beberé de aquí, / pero si lo incumplo, ¡de agua se llene la copa!". Se trataba, por lo tanto, de no conceder satisfacción sexual al marido ya fuera en posición pasiva (alzando las piernas) o adoptando un papel activo, como Leona (nombre popular para las cortesanas) que se dispone activamente sobre el miembro del varón sentado, del mismo modo que se apoya el queso en un rallador (para los que hay constatación arqueológica).
Las situaciones cómicas y con doble sentido se suceden en la comedia y a ello contribuyen los nombres parlantes de los protagonistas, como Cinesias, “el que mueve, agita”, (scl. el pene) y por tanto “el que jode”, que no aguanta más la ausencia de su esposa Mirrina (de myrtos, “mirto”, clítoris), no solo por la ausencia de sexo, sino por el total abandono en el que se encuentra la casa, pues a la huelga sexual las mujeres añaden el abandono de sus obligaciones domésticas. Llega un momento en el que la abstinencia sexual resulta muy dura también para las mujeres, que están a punto de quebrantar el juramento y la protagonista llega a confesar: "Queremos follar, para decirlo con suma brevedad". Ante la gravedad de la situación, exhorta a sus compañeras a resistir, y recuerda que también los hombres sufren con esa ausencia nocturna.
Como la desesperación de los enemigos espartanos por la ausencia de sexo iguala a la de los hombres de Atenas, envían un heraldo a negociar y este aparece totalmente erecto, rotundo no solo físicamente sino también en sus palabras: toda Lacedemonia está levantada (sexualmente), todos los aliados, erectos; las mujeres no les permiten tocarles el “mirto” hasta que se firme la paz. Una vez lograda esta, en el desenlace de la comedia, Lisístrata exhorta a laconios y atenienses a evitar un error similar en el futuro.
Desde la mirada del siglo XX, Lisístrata ha sido recuperada en los estudios de género y en las representaciones teatrales como símbolo de los valores del pacifismo, de la emancipación femenina y la liberación sexual. Pero no debemos olvidar, antes de formular una interpretación ajustada a nuestros anhelos, que Aristófanes, como autor de comedias, debía atender, si quería cosechar para su obra un gran éxito, a la demanda del público que asistía a la representación, un público integrado por hombres que reirían ante esta situación utópica. Desde luego, dado el tono sexual de la comedia y la irrealidad de la trama, el éxito estaba asegurado.
Lisístrata no puede, por lo tanto, considerarse como una crítica al belicismo ateniense ni encierra un alegato pacifista, incomprensible en una Atenas que se obstinaba en continuar el conflicto armado con el respaldo de su cuerpo ciudadano, beneficiario último de la intervención imperialista que tanta prosperidad económica, política y cultural había acarreado a la ciudad. La protagonista, además, no quiere la paz a cualquier precio sino un acuerdo aceptable para ambos bandos y dejar la guerra para el proverbial enemigo griego: el Imperio persa.
También debemos despojar el texto de cualquier mensaje revolucionario feminista en defensa de la emancipación de la mujer. El autor exhibe una actitud misógina en toda la obra, y a la procacidad de las mujeres añade la presencia de ancianas feas e indecentes en una actitud coherente con el tono cómico, con el público masculino asistente a la obra y las convenciones sociales y culturales del momento. Además, esa supuesta libertad de acción que despliegan las mujeres forma parte del carácter utópico de la situación, acentúa la comicidad de las escenas y no debe enmascarar la situación real de las mujeres que incluso terminan asumiendo comportamientos masculinos (lo que generaba mayor hilaridad) y al hacerlo no hacen más que reafirmar el modelo social tradicional.
Como reflejo fiel de la sociedad ateniense, Lisístrata expone crudamente la situación de las mujeres, marginadas y recluidas en el hogar; no se les permite hablar ni opinar y se les conmina a que se dediquen a hilar pues, de lo contrario, les dolerá la cabeza por los golpes recibidos. Esta reclusión de las mujeres no solo aparece denunciada con palabras sino en la propia acción dramática: Lisístrata muestra su enojo porque las mujeres no acuden a su llamamiento y Calonica le explica los motivos de esa ausencia: si una tiene que ocuparse del marido, otra, de acostar al niño y otra, de bañarlo; todas están retenidas por las labores del hogar que las apartan de las tareas públicas.
Pero Lisístrata también da una lección a los ciudadanos atenienses para que administren la polis del mismo modo que las mujeres llevan el hogar y compara la diligencia femenina en las tareas domésticas con la transparencia y eficacia con la que debían ser llevados los asuntos ciudadanos: y así como al cardar la lana se retiraban los vellones de mala calidad, del mismo modo había que actuar con quienes medraban para obtener las magistraturas.
No obstante, en esa comicidad misógina podemos descubrir un valor femenino incontrovertible: reconocemos en las mujeres el convencimiento de que se encuentran en una situación subordinada y, aunque no se plantean subvertirla en modo alguno, sí comprobamos la red tejida entre ellas, su absoluta disposición a colaborar, la relación comprensiva y empática entre ellas y, en definitiva, todo aquello que hoy en día definimos como sororidad.