Jorge Herralde, memorias de un editor 'kamikaze'
El fundador de Anagrama presenta en Barcelona 'Un día en la vida de un editor y otras informaciones fundamentales', sus últimas memorias editoriales
27 marzo, 2019 00:00“Su peligrosidad se funda”, decía Gabriel García Márquez de Augusto Monterroso, “en la sabiduría solapada y la belleza mortífera de la falta de seriedad”. Con estas palabra, recuperadas por Jorge Herralde en un texto dedicado al escritor mexicano, el escritor Adam Thirlwell describía en 2012 a su editor español, fundador de la editorial barcelonesa Anagrama. “No hay mucha gente en este mundo capaz de entender el verdadero humorismo”, sostenía Thirlwell, para quien Jorge Herralde “es una de las pocas personas que saben que la sabiduría suprema solo se encuentra en una falta de seriedad mortífera”.
Humor y, tal y como dice el autor de Estridente y lúcida, sabiduría es lo que desprendió ayer Jorge Herralde, “el rey de las ruedas de prensa”, en palabras de Silvia Sesé, actual editora de Anagrama. Y como tal, Herralde no defraudó, demostrando que las ruedas de prensa son su “género favorito”. Son incontables las ruedas de prensa que casi semanalmente Herralde ha convocado en el Hotel Condes de Barcelona, en pleno paseo de Gràcia; incontables las veces que ha reunido a la prensa para dar a conocer la obra de un afamado autor o para presentar públicamente a autores hasta entonces desconocidos, pero sobre los cuales había depositado su confianza.
Ayer, sin embargo, el protagonista era él; por una vez, Herralde no ejercía de presentador: sentada a su lado, en una sala atestada de periodistas, Silvia Sesé presentaba Un día en la vida de un editor, un volumen, “concluido algo precipitadamente en diciembre” en el que Herralde reúne artículos, discursos y entrevistas a través de los cuales repasa la historia de la editorial desde sus inicios, a finales de los sesenta, hasta los primeros años del 2000.
Jorge Herralde, acompañado por su sucesora, Silvia Sesé, ayer en Barcelona / LENA PRIETO.
“Este libro es un viaje por el mundo de la edición, de los libros, de los autores y de la lectura; es un retrato de una época, es una especie de plano-secuencia al estilo de Berlanga: aparece mucha gente hablando entre sí”. Se podría añadir que el libro es también una forma de autorretrato: aparentemente reacio a la idea de escribir unas memorias “al uso”, a través de estas páginas, Herralde, un “novelista sin novelas” en palabras de Thirlwell, no nos narra un oficio y una manera de entender la edición, nos cuenta una época, observando los cambios que se han producido en el mundo del libro y traza su retrato. El lector de Un día en la vida de un editor se encontrará con Herralde, cuyo rostro y cuya personalidad van aflorando en cada uno de sus textos y en cada una de las declaraciones ofrecidas a los periodistas cuyas entrevistas están aquí reunidas.
Como dijo Inge Feltrinelli, Herralde se ha dedicado a un “oficio de locos”, a ser editor, “el único trabajo que hubiera podido hacer”, reconoce el propio Herralde, a quien podríamos definir con el mismo apelativo de Jérôme Lindon, editor de Éditions le Minuit: un armador de catálogos. A diferencia de los grandes grupos, “que compran los catálogos”, las editoriales independientes los arman, los construyen. Y para que perduren y conseguir la confianza de los lectores, estos catálogos deben estar basados en la calidad: “Los editores literarios estamos casi obligados a publicar buenos libros. Se detectan enseguida con experiencia, sobre todo en mi caso, que llevo cuarenta y cuatro años al frente de Anagrama. Y que sean congruentes con tu catálogo”, afirmaba Herralde en 2013.
El editor habla con orgullo de sus autores, en concreto de ese dream team formado por Bolaño, Piglia, Pitol, Martín Gaite y Chirbes. Apenas hay rencor hacia los autores que crecieron con él y, con el tiempo, acabaron en otras editoriales. “Este libro, como ninguno de mis textos, no es un ajuste de cuentas”, comentó Herralde, “si bien motivos tendría”. No mencionó motivos ni nombres. Se limitó a decir que todas las editoriales pierden autores –“Anagrama ha perdido, en general, pocos autores”– y que se debe más a las formas que al hecho en sí.
El editor habla con orgullo de sus
Reconoció la educación y el tacto de John Banville, a quien Herralde nunca dejó de publicar, como, en cambio, sí hicieron otras editoriales internacionales por sus escasas ventas. Tampoco en su país natal Banville conseguía vender lo suficiente para tener una vida acomodada, semejante a la que llevaba Ian McEwan o Julian Barnes. Cuando, tras ganar el Booker, recibió la oferta de un gran sello español, no la pudo rechazar, necesitaba ese contrato. “Me escribió una carta de agradecimiento”, recordó Herralde, aplaudiendo unas maneras que, sin embargo, tildó de “más bien escasas”.
No era un día para los reproches, sino para celebrar una carrera que comenzó en 1969 en una Barcelona culturalmente bulliciosa: “A principios de los sesenta surgió Lumen y, a finales, Anagrama y Tusquets. Entren tanto, Carlos Barral se peleó con la familia Seix y fundó en el 70, creo, Barral Editores. Ocho editores nos unimos en una distribuidora, Distribuciones de Enlace, y en una colección de bolsillo común”, recuerda Herralde en Barcelona, años sesenta: el despertar de la cultura en España.
“Pienso que hicimos una gran labor, muy de compinches y amigos, más cómplices que competidores, bajo el signo de la vanguardia cultural y literaria y del progresismo y el antifranquismo”. Desde hace más de dos décadas, Lumen y Tusquets forman parte de los sellos de los dos grandes grupos editoriales; Herralde se resistió a vender Anagrama a pesar del deseo de José Manuel Lara Hernández, que “inventó lo de la peste amarilla para designar nuestra colección Panorama de narrativas, cuya visible presencia en las librerías parecía desasosegarle”. Anagrama no cayó en manos de Planeta. Juan Manuel Lara Bosch nunca le "reprochó la decisión de haber escogido a Feltrinelli", ni le habló del asunto, aunque sí le dijo, apenado, a un amigo común, para que se lo transmitiera, claro: "Creo que Jorge se ha equivocado, conmigo estaría mejor”.
Recordó el editor que el libro de Vicente Verdú, Si usted no hace regalos le asesinarán, estuvo censurado seis años: “El hecho de que fuera Anagrama quien lo publicara ya era sospechoso”. Desde el primer momento Herralde hizo de la edición una forma de resistencia crítica al franquismo. “Cuando tenía 22 años, tuve tuberculosis y me pasé un año en cama, durante el cual leí, perfeccioné mi francés y descubrí a Sartre”, nombre clave en su formación política. “Me convertí en un joven burgués politizado con una mala conciencia que traté de solventar con la edición casi kamikaze”. Ensayos, novelas y periodismo.
A la pregunta de qué autor le hubiera gustado publicar, Herralde fue contundente: “Con todos los buenos autores que tenemos sería injusto hacer de plañidera”. Si hay algo que echa en falta no son los autores que no llegó a publicar, sino a aquellos que configuran un nuevo dream team y que se han quedado fuera de este volumen, como son Marta Sanz, Milena Busquets, Miguel Ángel Hernández, Luisgé Martín, Sara Mesa y Javier Montes. Estos autores son sus últimas grandes apuestas. Un editor es quien acompaña a sus autores. Y Herralde no ha dejado nunca de hacerlo de la misma manera que sus libros han acompañado a generaciones enteras, que se han formado gracias a un catálogo que siempre ha buscado la excelencia.