Ensayo

Vox y el Día de la Reconquista

11 enero, 2019 00:05

No parece que los líderes de Vox hayan leído un libro de historia, riguroso y serio, en los últimos cuarenta años. Es sabido que los andaluces no se sienten muy identificados con el 28-F como día de su comunidad autónoma, si entendemos por identificación exaltar la patria, mártires, golpes en el pecho y demás ofrendas florales. Emocionalmente los viejos del lugar siempre han preferido el 4-D, pero la Junta impuso el día del referéndum de 1980 como expresión de “la voluntad del pueblo andaluz de situarse en la vanguardia de las aspiraciones de autogobierno de máximo nivel en el conjunto de los pueblos de España”. Se entregan premios y, según como caiga, algunos pueden hacer puente o, incluso, peregrinaciones a El Rocío.

La propuesta de Vox de implantar como nuevo día de Andalucía la polémica fiesta local granadina del 2 de enero, con el objeto de celebrar el final de la Reconquista, muestra qué alejados están de la realidad andaluza sus preclaros ideólogos. Es cierto que ese día invernal de 1492 los Reyes Católicos culminaron la expansión de los reinos cristianos peninsulares que, según la interpretación goticista, se denomina Reconquista, en un intento de legitimar política e históricamente la conquista militar de Al-Andalus hasta el fin del reino nazarí. El término se empezó a usar con una intencionalidad ideológica en el siglo XIX, y en la actualidad es un concepto historiográfico que alude sólo al proceso de colonización cristiana entre los siglos XI y XIII. La guerra de Granada no entraría ya en la Reconquista.

Se llame de un modo u otro, la guinda final de la expansión fue la toma de Granada, y así fue celebrada por todos los cronistas coetáneos, como Pedro Mártir de Anglería que escribió: “Este es el fin de las calamidades, este es el término de los felices hados de esta gente bárbara [los musulmanes] que hace 800 años, según dicen, vino de Mauritania y oprimió cruel y arrogantemente a la vencida España”. Cuando se conoció la noticia también se organizaron distintos actos en las principales capitales europeas del momento. Se trataba de celebrar un hito clave en el proceso general de expansión del Occidente cristiano, y un contrapeso de la caída de Constantiplona a manos de los turcos en 1453. En Roma se representó la comedia latina de Carlo Verardi titulada Expurgatio Regni Granatae; en París, su Universidad glosó la toma en un solemne sesión; en Londres, el canciller leyó un discurso ante Enrique VII en el que predijo el impacto posterior y el error de interpretación más común de este éxito: “Fernando e Isabel, soberanos de España que, para su honor eterno, han recobrado el grande y rico reino de Granada”.

Pese a los esfuerzos de muchos historiadores, el mito de la unidad de España nacida tras la conquista de Granada se ha perpetuado hasta la actualidad. Ni el matrimonio de los Reyes Católicos ni esta conquista supuso la unidad nacional española como tradicionalmente se ha dicho. Granada no fue anexionada al Reino de España --que no existía-- sino a la Corona de Castilla, que junto a la Corona de Aragón y posesiones europeas y americanas integraba la Monarquía (compuesta) de España. Esta forma “federal” perduró hasta que, a comienzos del siglo XVIII, Felipe V dio carta de naturaleza a un único Reino de España, como un proyecto de centralización y de uniformización que no pudo culminar.

En aquel gélido 2 de enero tampoco nació Andalucía. Desde las conquistas castellanas del valle del Guadalquivir durante el siglo XIII hasta 1810 con la invasión napoleónica, Andalucía estuvo constituida por los reinos de Córdoba, Jaén y Sevilla, nunca por Granada. La memoria histórica de aquella separación ha perdurado hasta la actualidad con el topónimo de “la Frontera”, que acompaña a los nombres de pueblos y villas andaluzas situados a lo largo de aquella línea --primero de conflicto y después de intercambio-- entre los reinos andaluces y el granadino. A los franceses les debemos la primera representación cartográfica de Andalucía, incluyendo ya al reino de Granada. Y al granadino Javier de Burgos la organización en ocho provincias en 1833.

Una vez más se demuestra que los nacionalismos son muy dados a manosear la historia en beneficio de una imaginaria nación y su correspondiente día de la patria, así sigue haciéndolo el catalán con el 11 de septiembre o el vasco con el Aberri Eguna, y no iba a ser menos el español. Aunque con las prisas, estas exigencias de Vox están cayendo bien pronto en el ridículo.