Sólo los catalanes locos pueden oponerse a la independencia
Mi artículo del pasado miércoles, Los buenos profesionales no trabajan para el enemigo, despertó del olvido una vivencia de mi hermano la tarde del 9N de 2014 cuando iba conduciendo.
En Radio Lleida entrevistaron al secretario general de Unió de Pagesos, Pep Riera. Riera es indepe y soltó una perla que merece formar parte de la antología del disparate al nivel --si no más-- de los descubrimientos que no paran de encontrar los historiadores Jordi Bilbeny y Víctor Cucurull, del Institut de Nova Història (INH) que, sin ningún genero de dudas, estudiarían los escolares de la futura República catalana.
Cristóbal Colón era el hermano de Miquel Colom, que durante el reinado de los Reyes Católicos fue el president del Consell de Cent de Barcelona; que las tres carabelas que descubrieron América no salieron del puerto de Palos de Moguer, sino de Pals porque, como me contó Bilbeny en una conversación de una hora, los andaluces, pobrets, nunca se hubieran atrevido a cruzar el Atlántico...
No bromeo, y lo peor es que no me pareció que Bilbeny me quisiera tomar el pelo, sino que me quería convencer; que Cervantes no había nacido en Alcalá de Henares sino en Valencia. Y, como no era castellano, por eso respetaba a los catalanes; que Leonado da Vinci también era catalán... por poner cuatro ejemplos preclaros de la tergiversación castellana de la épica catalana.
Pobrets escolars de la República catalana.
Pep Riera soltó una perla aún mayor porque no hablaba del pasado sino del futuro que nos esperaba a los catalanes gracias a la independencia de Cataluña.
Los indepes nos prometen un mundo feliz en el seremos más ricos, más felices y en el que viviremos más. ¿Quién se puede resistir a tanta buenaventura?
En la Semana Santa de 2012 le pedí a Jordi Pujol en una carta abierta que me contestara a mis diez preguntas sobre la independencia. Tuvo la gentileza de responderme un mes después. Me dijo que era "inviable", pero a continuación añadió el apósito de que "la historia demuestra que no existe nada imposible" y que, por lo tanto, un Pujol galaico me dijo que había que remar en la dirección "inviable" pero no "imposible"...
Quienes también me contestaron fueron los de la revista Presència, que regalaba el 9 Nou de Vic, con una sesuda respuesta de cinco páginas a mis diez preguntas elaboradas por cinco expertos, que colocaron una más que no era política, ni social ni económica, sino psicológica: que seríamos más felices, y que se acercaba a la que dijo Pep Riera al locutor de Radio Lleida: que la independencia nos permitirá vivir más años.
Vamos, que es el bálsamo de Fierabrás que escribió el valenciano Cervantes, y que casi le da un patatús a mi hermano mientras oía Radio Lleida.
El periodista, sorprendido por el portentoso hallazgo, que encumbraría al primer pagés al Nobel de Medicina, le preguntó el porqué, y no tuvo remilgo en aclararlo. Dijo que una República catalana protegería mejor a los consumidores y podría ocuparse de una producción hortofrutícola más ecológica que la actual. Eso redundaría en una mejora de la calidad de vida los catalanes. Claro que eso obligaría a una autarquía para preservar nuestra salud.
Los indepes nos prometen un mundo feliz en el seremos más ricos, más felices y en el que viviremos más. ¿Quién se puede resistir a tanta buenaventura? Sólo los locos pueden negarse a tanta dicha.