Activistas del movimiento queer frente a la librería 'Casa del Libro' para impedir la presentación de un libro / @CUP_LGBTIQ

Activistas del movimiento queer frente a la librería 'Casa del Libro' para impedir la presentación de un libro / @CUP_LGBTIQ

Democracias

Los izquierdistas autoritarios: la intolerancia queer contra la democracia

Colectivos que se definen de izquierdas, anclados en la cultura ‘queer’, amenazan la libertad de expresión con la cancelación de todo aquel que disienta de sus principios

21 mayo, 2022 20:18

La victimización es la nueva moda. El hecho, real, tangible, que determinados colectivos fueran despreciados o marginados, se ha transformado en una reacción ahora del todo inesperada. La menor crítica a los argumentos que esas minorías exhiben se convierte en un ataque, y, por tanto, la respuesta pasa por prohibir esos puntos de vista, por “cancelarlos”. Se vulnera, así, la libertad de expresión, el pilar de cualquier democracia que desee permanecer en el tiempo. El momento es crítico, y en esa posición, ¡oh, sorpresa!, se ha situado la izquierda, porque todos esos movimientos se consideran lo último en la evolución del progresismo, frente a la derecha supuestamente fanática. ¿Qué sucede? La intolerancia queer hizo acto de presencia esta semana en Barcelona, al impedir, por parte de unas decenas de integrantes del movimiento, la presentación del libro Nadie nace en un cuerpo equivocado, (Deusto), de José Errasti y Marino Pérez Álvarez en la librería Casa del Llibre, con protestas que llevaron al cierre del local.

El fenómeno va a más. Se impide la interacción de ideas, el contraste de reflexiones, la critica rigurosa. “Lo hemos conseguido, ante la transfobia, ni un paso atrás”, decían los miembros de Crida LGTBI y Sororitrans en sus perfiles de Twitter. ¿Qué habían conseguido? Pues la ‘cancelación’ de la presentación de un libro, el rechazo, de hecho, a la propia democracia. Ese es el peligro, con todas las consecuencias.

Portada del libro 'You can't say that' sobre las formas de censura recopilado por Leonard S. Marcus / CANDLEWICK

Portada del libro 'You can't say that' sobre las formas de censura recopilado por Leonard S. Marcus / CANDLEWICK

Es cierto que el mundo universitario no pasa por sus mejores momentos y que el púlpito de una cátedra no garantiza hoy el rigor que se exigiría. Pero los autores del libro no son unos fanáticos en contra de algo o de un movimiento minoritario. Errasti es profesor titular de Psicologia en la Universidad de Oviedo, y Marino Pérez Álvarez es catedrático de Psicologia Clínica en la Universidad de Oviedo. Los dos tienen una extensa obra publicada, especializada en sus ámbitos. Y los dos reflejan en el libro reflexiones que, en ningún caso, buscan herir a nadie, admitiendo lo que se señalaba al inicio, y es que ha habido discriminaciones en el pasado, y las puede haber en determinados momentos, también ahora, y en países como España, que es de los más avanzados en el reconocimiento de derechos individuales y de minorías.

Un hecho importante es que el libro lo edita Deusto, con un director, Roger Domingo, que busca esa difusión constante de un pensamiento liberal que no se casa con nadie, que reclama la autoexigencia para aportar, precisamente, argumentos sólidos en el debate democrático.

¿Cuántos sexos hay?

Hay hechos, pero se cuestionan. Depende de cómo se vean. Todo es opinable y se siente, y es subjetivo. Ese es el transfondo del movimiento queer, que, por determinadas razones, se agarra al eje ideológico de la izquierda. Es una mujer, Amelia Valcárcel, catedrática de Filosofía Moral y Política y consejera electiva del Estado, la que, en el prólogo del libro, quiere decir las cosas por su nombre para defender la labor de los dos autores del libro cancelado la pasada semana en Barcelona.

Señala Valcárcel: “Cuántos sexos hay? La respuesta, cuestionada aunque obvia, es que de momento, y desde los mentados seiscientos millones de años, hay dos: uno que pone el gameto, el masculino, y otro que pone otro gameto y además en muchos casos gesta, el femenino. Y esta verdad no tiene salvedades. El sexo no es un continuo ni las criaturas intersexuales son sexos diferentes, sino variantes que todo hecho biológico presenta, por cierto, estadísticamente inapreciables. Empero, desde hace unos cuantos años, cualquier seguridad sobre este asunto se está licuando. No sólo se escucha que el sexo se asigna, sino que en realidad no existe. ¿Tan victorioso ha sido el feminismo en su afirmación de que el sexo no importa o no debería importar como para que tal novedad se haya vuelto moneda corriente? ¿Estamos descreyendo de él?”.

Cartel de la película de animación alemana 'Intolrance III', dirigida por Phil Mulloy

Cartel de la película de animación alemana 'Intolrance III', dirigida por Phil Mulloy

Lo que saca la cabeza, con cierto éxito, y coloca a los sistemas democráticos contra la pared, porque se considera dogma y no se puede contradecir, es una especie de constructivismo posmoderno, que defiende un activismo con una idea muy particular de justicia social. Los que se manifestaron frente a la librería Casa del Llibre mostraban un gesto airado, como si el conjunto de la sociedad les debiera algo importante. La dignidad está en juego y esos autores, a juicio de esos activistas, la pisoteaban.

¿Por qué? Lo que Errasti y Pérez consideran es que se inculca la duda, la existencia de un problema –que puede existir en algunos casos—para dar por hecho que todo se construye, que todo es social. Y, por ende, está la capacidad de elección, de ser aquello que quieras ser. Ello ha provocado una disfunción en muchos adolescentes, --en Estados Unidos los casos son mucho mayores—que hablan de género, y quieren ser muchos géneros distintos. No hay sexos, sólo géneros. “Hay un importantísimo crecimiento de la disforia de género en la infancia y en la adolescencia”, señalan los autores de Nadie nace en un cuerpo equivocado.

Mala filosofía

La censura al libro, o al discurso que pone en duda que haya un gran problema con toda esa disfuncionalidad de géneros llega cuando se afirma, cuando se habla en voz alta, cuando se intenta ver que hay cuestiones tangibles. Errasti y Pérez se atreven, y eso es lo que se quiere cancelar, algo que ataca a la columna vertebral de la democracia liberal: “El activismo queer se basa en una filosofía insostenible y ya superada. En la base de sus planteamientos se encuentra una mala filosofía: el constructivismo posmoderno, que, a cuenta del mantra de que todo es ‘construido’, procede como si no hubiera nada real fuera de los discursos –por ejemplo, como si el dimorfismo sexual fuera un mero discurso arbitrario—olvidando que, a su vez, las construcciones son ellas mismas realidades con distinto grado de objetividad –ciencias, sistema decimal, ideologías, opiniones, fake news--. Algo puede ser convencional y, por supuesto, social y lingüístico, como por ejemplo la constatación del sexo al nacer, pero no por ello es arbitrario, carente de realidad, de objetividad y de verdad”.

Protesta de activistas 'gays' en Kenia / ASSOCIATED PRESS

Protesta de activistas 'gays' en Kenia / ASSOCIATED PRESS

La cuestión es que el movimiento queer, que los autores reconocen, y que, en ningún caso desprecian –aunque sí manifiestan sus contradicciones con argumentos sólidos y científicos—está en el centro del debate social y político. La izquierda se interesa por ello, porque, de ese modo, cree que se diferencia de la derecha, al no poder combatir en el tradicional campo de la izquierda: el eje socio-económico. Eso lo explicó con detalle y brillantez Mark Lilla, en El regreso liberal, más allá de la política de la identidad. Errasti y Pérez no ocultan esa cuestión: “Ahí está la bien pensante izquierda, con su particular justicia social, haciendo buena parte del ‘trabajo sucio’ del denostado capitalismo neoliberal, tomando las identidades y los cuerpos de los niños y adolescentes como campo de batalla y mercado”.

Lo que se ha conseguido son “nuevas formas de censura democrática”, que incluyen el lenguaje políticamente correcto, “la infantilización de la universidad como ‘espacio seguro’, donde nada choque con las opiniones de los estudiantes y la ‘fobia’, el ‘odio’, la ‘ofensa’, la ‘violencia epistémica’, y la ‘violencia de las palabras’ como armas arrojadizas y acusaciones morales, incluso legales.  A todos se puede acusar de “transfóbicos”, como ocurrió delante de la librería en Barcelona.

Portada del libro de Errasti y Pérez 

Portada del libro de Errasti y Pérez 

El fenómeno es intenso en Estados Unidos, y se ha extendido en todo el mundo occidental. Un grupo de intelectuales --que después fue secundado en países como España—firmaron en la revista Harper’s una carta en la que aplaudían el “necesario ajuste de cuentas” que se había producido tras las protestas antirracistas y las demandas de igualdad e inclusión, pero en la que se denunciaba que se había intensificado “una nueva serie de actitudes morales y compromisos políticos” que debilitaban el debate público. Es el movimiento Woke, que, desde las universidades, y, supuestamente desde posiciones progresistas de izquierda, se cancela todo lo que no gusta, reprimiendo a los propios profesores, como ha comenzado a suceder en España hace esas semanas en la figura de la profesora de la UAB, Juan Gallego, que ha puesto en duda, precisamente, las teorías queer en sus clases, recibiendo el boicot de los estudiantes.

Los firmantes de la carta en Estados Unidos, entre ellos Noam Chomsky –un referente del izquierdismo más consecuente—señalaban el peligro: “El libre intercambio de información de ideas, que son el sustento vital de una sociedad liberal, está cada día volviéndose más estrecho. Aunque esperábamos esto de la derecha radical, lo censurador se está extendiendo más ampliamente en nuestra cultura: la intolerancia hacia las perspectivas opuestas, la moda de la humillación pública y el ostracismo, y la tendencia a disolver asuntos complejos de política en una certitud moral cegadora”.

¿Movimientos de supuesta emancipación para cargarse la democracia?