Sellos del SPD estampados en la cartilla de un militante del partido socialdemócrata alemán (1923)

Sellos del SPD estampados en la cartilla de un militante del partido socialdemócrata alemán (1923)

Democracias

Europa y el 'revival' socialdemócrata

El resultado de las elecciones en Alemania, que otorgan una mayoría insuficiente a los socialistas del SPD, insinúa un cambio de ciclo cultural en la política europea

3 octubre, 2021 00:00

Las elecciones alemanas suponen un cambio en el panorama alemán, pero no sólo. Desde hace algunos años, en el conjunto de Occidente ha habido un predominio de gobiernos conservadores. Y, de pronto, en Europa, se impone la socialdemocracia. Tras el triunfo del SPD (siglas alemanas de Partido Socialdemócrata Alemán), que le ofrece serias posibilidades de gobernar (en coalición con verdes y liberales) el número de europeos con este tipo de ejecutivos se amplía notablemente y la formación se convierte en mayoritaria dentro de la UE.

Los socialistas gobiernan en Noruega, Suecia, Finlandia y Dinamarca; en España, Portugal y Macedonia, y participan en los gobiernos de Bélgica, Italia, Malta y Chequia (único país del Este que no está regido por partidos conservadores). De hecho, en Alemania la socialdemocracia gobernaba ya en coalición con una Angela Merkel que, más que conservadora en el sentido tradicional de la CDU, era lo que los bávaros prefieren llamar una “socialcristiana”, en la medida en que defendía (defiende, pues gobierna hasta que haya un nuevo canciller) una decidida intervención gubernamental en la reducción de las desigualdades más hirientes.

El triunfo de la socialdemocracia alemana no es sólo electoral. Hay un movimiento general de acercamiento a sus posiciones políticas y sociales por parte de otros partidos. Por ejemplo los Verdes que aunque “todavía conservan un aura progresista (...) está claro que son un partido de clase media acomodada, cada vez más alejado de planteamientos de izquierda”, señala Manuel Cruz (Democracia, la última utopía, su último libro). Cruz escribió estas líneas antes de las elecciones, de ahí que añadiera lo que en aquel momento parecía verdad: “le está comiendo el terreno electoral al antaño poderoso SPD”. Los resultados electorales le dan la razón en lo primero, escoramiento de los verdes hacia el centro, pero lo segundo necesita ser matizado porque los sufragios que ha ganado (menos de los que esperaban) le han llegado de más a la derecha: a costa de la CDU

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Los votantes alemanes han decidido repartir sus votos entre los dos grandes partidos SPD y CDU, dejando en tercer y cuarto puesto a otras dos formaciones de tipo centrista: los Verdes y los liberales, mientras que castigaban a los extremos (la extrema derecha de Alternativa por Alemania y Die Linke). Es posible que la alianza postelectoral lleve a la CDU a la oposición, pero una lectura atenta de los resultados muestra que los alemanes no le han hecho ascos a la continuidad de la gran coalición que ha gobernado el país durante los ocho últimos años. Sólo ha optado por invertir la mayoría, colocando al SPD en primer lugar y a la CDU, en segunda posición. Después de todo, los democristianos ya no tienen a Merkel y su cabeza de lista, Armin Laschet, se parece menos a la canciller que el socialdemócrata Olaf Schozl.

La preeminencia de Alemania, una vez consumado el Brexit, que no parece reversible, tiene una consecuencia nada baladí: no va acompañada de la generalización del idioma alemán, como sí ocurría con el inglés. El resultado es que por primera vez se hace realidad la afirmación de Umberto Eco: “La lengua de Europa es la traducción”, lo que implica también el reconocimiento de la pluralidad cultural. Alemania ha decidido votar más de lo mismo, rechazar cualquier tipo de aventura y reforzar la estabilidad. Puede que sea aburrida, pero es mejor que los sobresaltos. Después de todo, los historiadores cuentan por siglos, pero los ciudadanos se conforman con hacerlo por meses, a lo sumo por los pocos años de una legislatura.

Umberto Eco

Y es que en los últimos tiempos se han vivido muchos sustos. Un día, hace pocas décadas, los intelectuales se levantaron con una noticia impactante: se había acabado la historia. Eso al menos proclamaba la obra del pensador estadounidense de origen japonés Francis Fukuyama. Unos se aprestaron a enterrarla en el mismo panteón en que yacían Dios, muerto por obra y gracia de Friederich Nietzsche, y el progreso, que falleció de muerte natural, junto a la verdad y los valores morales. Otros, en cambio, aseguraron que aquello no podía ser de ninguna manera y expresaron su convicción de que al tercer día, con toda seguridad, la historia resucitaría porque era imposible que el mundo fuera para siempre lo que imponían las reglas del llamado “capitalismo liberal”. En el certificado de defunción de la historia figuraban, como evidencias, el hundimiento del llamado “socialismo real” y, como rúbrica, la caída del muro de Berlín.

A la caída del muro le sucedió la unificación de Alemania en un único país (en realidad la absorción de la República Democrática por la Federal y aún quedan cicatrices) y un largo periodo en el que la socialdemocracia entraba en crisis, en Alemania y en Occidente en general, y las derechas conservadoras (no confundir con las liberales) asumían la gestión de Occidente. El desnortamiento de los partidos socialdemócratas era de tal calibre que, incluso cuando uno de ellos ganaba las elecciones, se empeñaba en gestionar el “capitalismo liberal”, contentándose con mejorar las libertades de nuevo cuño por encima de las tradicionales vinculadas a la economía, el trabajo y las condiciones materiales de vida. Al final, el ciudadano tenía la impresión de que no importaba quién gobernase. En Reino Unido, el laborista Tony Blair anunció una tercera vía que resultaba más técnica que política y que en modo alguno alteraba el libre mercado. Una vía que acaba de reivindicar esta misma semana el líder del Partido Laborista, Keir Starmer.

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Ocurre sin embargo que buena parte de las políticas de occidente responden hoy a criterios socialdemócratas. Hasta Estados Unidos, primero con Obama y luego con Biden, reconocen que ayudar a los más pobres no es una cuestión de caridad sino de justicia social. Y ello a pesar de que casi todas las semanas se vaticinaba la desaparición de estos partidos. La socialdemocracia sobrevive incluso sin gobernar en las medidas que aplican o mantienen otras formaciones. Añádase que los partidos a su izquierda acaban defendiendo posiciones socialdemócratas, con algunos matices de consideración escasa. Desde que un sector del comunismo decidiera que ser socialdemócrata era sinónimo de socialfascista hasta el presente se han cubierto muchas etapas.

No hace demasiado que Pablo Iglesias defendía que la verdadera socialdemocracia era Podemos y no el PSOE. Y algunos dirigentes de esa misma izquierda han renunciado a presentarse como revolucionarios, reales o de salón, afirmando (a veces con razón) que son la garantía de que los socialistas se comporten realmente como socialdemócratas.En Alemania, los electores han optado directamente por el original: cambios paulatinos pero constantes y una cultura del pacto tanto en casa como en la Unión Europea y en el resto del mundo. Y, en el plano del debate, una cultura de la racionalidad y el diálogo.

El historiador Josep Fontana en su casa de Barcelona / EE

El historiador Josep Fontana en su casa de Barcelona / EE

En el año 2000, un informe de Freedom House definía el siglo XX como “el siglo de la democracia”. La denominación no hizo fortuna, como señaló poco después Peter Mair (Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental). Tuvo mejor suerte Josep Fontana al llamarlo “el siglo de la revolución” (por la de Octubre). Fontana asume la tesis de Hobsbawm según la cual el siglo XX empieza en 1914 y termina en 1989, con la desaparición del muro. El periodo marcado por los intentos de hacer real el socialismo revolucionario. El XXI, en cambio, lleva camino de ser un siglo sin revoluciones, un siglo socialdemócrata en el que, incluso los partidos de la derecha se moderan por el centro. Un siglo que, como señala Manuel Cruz en la obra citada, se niega a disociar dos elementos: el Estado del bienestar y la democracia.

Que en el horizonte no hubiera ya revoluciones, más allá de la consolidación de los avances logrados, y una apuesta por otras mejoras, lentas pero progresivas, no es una novedad. Tras el Mayo de 1968, Herbert Marcuse explicaba en Berkeley: “Creo que [hay] una cosa que podemos decir con seguridad: que la idea tradicional de la revolución y la estrategia tradicional de la revolución están fuera de uso. Están desactualizadas, simplemente están superadas por el desarrollo de nuestra sociedad. Lo dije antes, y me gustaría repetirlo, porque creo que en esta situación nada es más necesario que una mente sobria: la idea de que un día o una noche, [una] organización de masas o un partido de masas o las masas de cualquier tipo marchen sobre Washington y ocupen el Pentágono y la Casa Blanca y establezcan un gobierno es, creo, absolutamente increíble. De ninguna manera se corresponde a la realidad de las cosas”.

Una manifestación obreros y estudiantes en París durante Mayo de 1968

Una manifestación obreros y estudiantes en París durante Mayo de 1968

Lo mismo vale para los palacios de invierno europeos o los de las economías emergentes de Asia. Lo cual no significa quedarse sin objetivos sociales. Son precisamente esos objetivos los que diferencian a una formación transformadora de otra que vive con la mirada puesta en el retrovisor. Unas creen que todo tiempo pasado fue mejor, otras sitúan los paraísos en un único momento anterior (por ejemplo antes de la pandemia) afirmando que se daban unas condiciones a las que vale la pena retornar. No deja de ser, sugiere Iván de la Nuez, “una sublimación” de un tiempo que, al vivirlo, era ya percibido como lleno de deficiencias y contradicciones que se creían superables. Cabe que hayan caído las grandes utopías, pero no los proyectos de futuro asociados a la idea de progreso político y material. Parafraseando a Brecht, se podría afirmar que para el que tiene hambre, disponer de comida es un gran progreso.

En algunos ámbitos, la posibilidad de mejora paulatina sí se atisba. Se está generalizando la convicción de que la ampliación de los conocimientos científicos supondrán cambios cualitativos en las vidas de los hombres alentando las reducciones de jornada laboral y del hambre o la eliminación de las enfermedades por tratamiento o vacunas preventivas. Otro asunto es la fe en la capacidad de los políticos, elegidos por ciudadanos libres y con información a su alcance, para administrar esos conocimientos. Entre el capitalismo liberal y el socialismo real parece abrirse paso la capacidad de gestionar los cambios de la socialdemocracia, una socialdemocracia que va más allá de los partidos que así se denominan.