El filósofo político Michael Sandel, autor de 'La tiranía del mérito' / TED.COM

El filósofo político Michael Sandel, autor de 'La tiranía del mérito' / TED.COM

Democracias

La arrogancia de los ‘ganadores’ rompe la democracia

Sandel señala en la ‘La tiranía del mérito’ como los beneficiados por la globalización explican su éxito por sus méritos y provocan un sentimiento de culpa a los que no pueden seguir

5 septiembre, 2021 00:10

Estudios, buenas universidades que llevan a salarios sustanciosos y al reconocimiento. La explicación es clara: si estás en ese estadio es porque te lo mereces, lo has conseguido. Eres un ganador en el proceso de globalización y quien no haya llegado hasta esa meta es que no se ha esforzado suficiente. ¿Es una posición moral que nos pueda conducir al bien común? Es lo que se pregunta el filósofo político Michael Sandel en La tiranía del mérito (Debate) con la convicción de que esas actitudes, que se reproducen en todas las sociedades occidentales, son las que llevan a una erosión de la democracia que puede provocar su ruptura. La paradoja está servida: se trataba de lograr una sociedad que pudiera situar en primer término el mérito de sus ciudadanos, con el principio de que el esfuerzo debe recompensarse. Pero, ¿se alcanza el éxito por el mérito personal? ¿Y qué se entiende por éxito para el conjunto de una sociedad democrática?

La izquierda ha basado buena parte de su discurso, en los últimos 25 años, en esa cuestión. Si la mayor cohesión social se lograba a través de la educación, si de lo que se trataba era construir una sociedad meritocrática, entonces había que facilitar los medios para llevar a más ciudadanos a los centros de excelencia y esperar los resultados. Los mensajes del presidente Obama en Estados Unidos, pero antes de Bill Clinton, o de Blair en el Reino Unido, y, posteriormente, de referentes del centro-liberal, como Macron en Francia, han insistido en apelar a la meritocracia. Pero, ¿qué consecuencias ha tenido?

Portada del libro de Sandel

Portada del libro de Sandel

Sandel, responsable de la Cátedra Anne T. y Roberts M. Bass de Ciencias Políticas en la Universidad de Harvard, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, entra de lleno en los elementos negativos de esa apuesta, que, aparentemente, pudiera ser la correcta. Si todo se basa en premiar y alabar a los que han alcanzado esa cúspide --un alumno de Harvard, o de Yale, o de otros centros de calidad, o universitarios-- con la idea de que han sido esos ciudadanos los responsables de sus avances, entonces los que quedan fuera de ese mundo son unos fracasados y no saben cómo manejar sus vidas. La consecuencia es un aumento de la distancia entre esas dos esferas, que crea resentimiento y la voluntad de castigar a esas elites ganadoras del sistema, que, además, miran por encima del hombro a los hombres y mujeres que han quedado ligados al mundo manual del trabajo. ¿Efectos prácticos? Dos terceras partes de la población blanca sin estudios universitarios votó en Estados Unidos a favor de Donald Trump, hasta el punto de que el republicano señaló que le encantaba la gente “sin estudios”.

Las medidas "inteligentes"

Es ese resentimiento hacia los ‘ganadores’ el caldo de cultivo de opciones populistas que han visto la grieta del liberalismo progresista, sin que los partidos políticos que debían defender a esos colectivos hayan todavía reaccionado. Sandel muestra cómo los dirigentes políticos del Partido Laborista, del Partido Demócrata o del SPD alemán se han distanciado de sus bases obreras. Esos dirigentes, creyendo realmente que la solución para una mayor igualdad pasaba por la “meritocracia”, han acabado representando a los ganadores universitarios y a otra una forma de entender el mundo que se engarza con políticas tecnocráticas, con latiguillos que han acabado por irritar a los electores que, supuestamente, les debían votar. Obama, por ejemplo, como especifica Sandel, repetía constantemente que era necesario encontrar “medidas inteligentes” para tal o cual problema. Todo se reducía a pensar de forma “inteligente” para poner en pie un nuevo sistema sanitario o para reducir la contaminación medioambiental. Pero, ¿cómo se llegaba a ser ‘inteligente’?

La crítica a esa forma de gobernar es contundente y enlaza con lo que experimentan países como Estados Unidos y, en gran medida, el conjunto de la Unión Europea. Pero, ¿qué alternativas se pueden aplicar? Dependerá, claro, del objetivo que se tenga. Y esa es la disyuntiva que plantea con crudeza Sandel: ¿interesa o no el bien común? ¿Se desea o no una sociedad en la que sus miembros se relacionen y trabajen, desde la deliberación constante, por un destino común?

Sandel se sitúa en un plano moral para advertir de que la apuesta ilusionada por una sociedad en la que se primen los méritos tiene sus contrapartidas. En primer lugar, porque se debe ser “más humilde”, y se debe interiorizar que los méritos son relativos. En las mejores universidades norteamericanas se matriculan los alumnos de las familias pertenecientes al 1% más ricas del país. Y las cámaras legislativas y los gobiernos están ocupados por las elites más formadas, en una especie de retorno a la sociedad previa a la Segunda Guerra Mundial. No es la democracia --en la práctica-- que se había pensado tras el conflicto bélico, cuando sí se hizo un verdadero esfuerzo por una igualdad real en las sociedades occidentales.  

Montilla y el credencialismo

En España también se puede comprobar lo que denuncia Sandel. La polémica es permanente respecto a los estudios y formación de los políticos. Existe un exceso de “credencialismo”, como señala el profesor de Harvard: una apelación a los títulos universitarios, a los máster. En Cataluña, se vivió una dura polémica por la falta de estudios universitarios del presidente José Montilla, que se contrastaba con la formación “francesa” de Artur Mas. Y lo que indica Sandel es que esa cuestión no garantiza mejores gobiernos. Puede, de hecho, que sea contraproducente, porque la mayoría de los ciudadanos se sienten poco comprometidos con la suerte del país, si todo se aplica con “medidas inteligentes”, producto de las mentes brillantes y “tecnocráticas” de sus gobernantes, que, además, no surten efecto.

El filósofo y teólogo Raimon Panikkar / EP

El filósofo y teólogo Raimon Panikkar / EP

El filósofo y teólogo Raimon Panikkar --fallecido en 2010-- reprochaba una frase que se escucha habitualmente. Apelaba el filósofo a un comentario realizado por el jugador de la selección española de fútbol, Michel, que, tras ser cuestionado por los medios de comunicación, gritó, tras marcar un gol importante con la selección, un sonoro “me lo merezco”. Panikkar, como ahora Sandel, expresaba sus dudas sobre qué se merece o qué no se merece.

El campo de la filosofía política entra en esa esfera, para advertir de que el bien común, sólo se alcanza si se es humilde, si se está en disposición de aceptar que hay muchos factores que no se controlan, y que estar en un lado o en otro puede ser muy circunstancial.

Sandel reclama que exista un claro reconocimiento hacia el mundo del trabajo, que no se juzgue por ese amor al credencialismo, que esa parte de la sociedad --que es la mayoría en cada país-- se sienta apelada y que conviva en un plano de igualdad con los que se han considerado como los ganadores del sistema. Lo que pide Sandel es que se deje atrás esa “arrogancia”, y se deje de ver la vida como una lonja entre los que han apostado y ganado y los que han perdido. Se trata, en realidad, de ofrecer una cierta óptica religiosa, de comunidad, sobre lo que puede ser el bien común.

Sin espacio para la solidaridad

“Concentrarse exclusiva o principalmente en el ascenso social contribuye muy poco a cultivar los lazos sociales y los vínculos cívicos que requiere la democracia. Incluso una sociedad que pudiera facilitar esa movilidad ascendente mejor que la nuestra necesitaría hallar formas de hacer posible que quienes no asciendan florezcan allá donde se encuentren y se vean así mismos como miembros de un proyecto común. No hacerlo así les complica la vida a quienes carecen de credenciales meritocráticas y contribuye a que duden de su pertenecencia”, señala Sandel.

Porque el meollo del asunto es que, si todo depende del esfuerzo personal, con la convicción de que la sociedad premia al que se lo merece, entonces quien se queda atrás es porque se lo ha buscado él mismo y no se apela a la solidaridad. Y ese modelo, que forma parte de la esencia de Estados Unidos, es el que se ha acabado imponiendo en el mundo occidental, con algunas excepciones o modificaciones, como sucede en los países del norte de Europa. Se trata de una concepción moral, que se traduce en instituciones políticas y en unas políticas determinadas. El límite, sin embargo, es que si se mantiene, ello puede forzar la propia ruptura de la democracia liberal como la hemos entendido hasta ahora.