Ignacio Peyró en Londres / RITA ALÁVAREZ TUDELA

Ignacio Peyró en Londres / RITA ALÁVAREZ TUDELA

Democracias

Ignacio Peyró: "Todos esperamos ser algo más que un escritor conservador o un escritor progresista"

El director del Instituto Cervantes en Londres reflexiona sobre su paso por el periodismo político, la derecha española y la tradición literaria confesional

25 enero, 2021 00:10

Ignacio Peyró, director del Instituto Cervantes de Londres, es un hombre de una extensa cultura, donde se mezclan tradiciones y lenguas nacionales e internacionales. Traductor y prologuista de obras de Evelyn Waugh, Louis Auchincloss, J. K. Huysmans, Rudyard Kipling, Valle-Inclán o Augusto Assía, Peyró es autor de títulos como Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa (Fórcola), La vista desde aquí. Una conversación con Valentí Puig (Elba) y Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida (Libros del Asteroide). Su dedicación a las letras ha ido de la mano de su trayectoria como periodista político y escritor de discursos para Mariano Rajoy (PP). Ahora publica Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas (Libros del Asteroide), un diario de gran belleza literaria y asombrosa erudición. 

–Jordi Amat le define como un nieto de Josep Pla, pero yo diría que entre todos sus abuelos posibles hay uno inglés: Evelyn Waugh.

–Ojalá hubiera aires de familia, pero el hecho de que hayamos leído a unos autores no significa que nos hayan influido o que nos parezcamos a ellos. Tu voz puede hacerse de muchas voces, pero lo que cuenta es si al final es la tuya, guste más o guste menos. 

–En su diario lo castizo se entremezcla con lo british.

–Es curioso, porque he leído –y creo que en el libro se ve– mucha literatura francesa. Al menos, la suficiente para no buscar demasiados britanismos en Madrid, que es una ciudad –y esto no quiere decir que no la critique– con un relieve muy propio. Sí es verdad que salí al mundo o, al menos, a la escritura, con la sensación de último romántico común a tantas generaciones.  

Pompa y circunstancia, Ignacio Peyró

–En Pompa y circunstancia mostraba su conocimiento de la cultura inglesa. ¿Cuáles son sus influencias anglosajonas dentro del género del diario?

–Tengo a Samuel Pepys como santo patrón de los diaristas, y soy adicto a algún diarista –pienso en Alan Clark– quizá más maligno que literario. Uno de los hijos de Waugh, Auberon, también llevó diarios satírico-fantasiosos que leí con gusto, aunque he leído otras cosas suyas memorialísticas que me causaron mayor entusiasmo. 

–Usted habla de Pla, de José Carlos Llop, Villalonga o Valentí Puig. Y reivindica a  “escritores y articulistas conservadores sin tocino rancio, católicos no sacristanescos, catalanoparlantes no nacionalistas”. 

–Estas tradiciones estaban ahí al alcance de la mano, en las librerías, cuando empecé a frecuentarlas, y yo me he sentido tan cómodo con Alcover como con Rubén Darío. Esos Llop, Villalonga, Puig encarnan una tradición de finura quizá no tan común entre nosotros, aunque siempre hay que hacer hueco en estos casos a la pura genialidad individual. En cualquier caso, es una noble tradición –pienso ahora en Pla y en Delibes– que los escritores de las diversas lenguas peninsulares tengan una curiosidad los unos por los otros. Y es muy natural. 

La vista desde aquí, Ignacio Peyró

–El género del diario es recurrente en la generación de Trapiello o Llop, pero no en la suya. En su libro afirma que no se siente dentro de la generación a la que por edad pertenece, ya sea por temas culturales o ideológicos, como el 15-M

–Bueno, yo espero que nadie me quite de mi generación, a la que espero aportar mis propios matices. No todo el mundo estuvo en el 15-M. Recordemos que luego hubo mayoría absoluta del centro-derecha. Si mi posición es minoritaria entre los escritores, ni me parece mal ni me envanece: ¡es lo que hay! Todos esperamos ser algo más que un escritor conservador o un escritor progresista.

–Se lo planteo de otra manera: ¿Desde un punto de vista exclusivamente literario se siente más cercano a generaciones anteriores?

–Me siento cercano a lo que leí en mis años de formación, mucho 98, mucha literatura inglesa y mucha francesa. Creo que muchos fetiches de nuestra generación pasarán pronto. Tienen más de sociología que de literatura. Pero está claro que uno no piensa en sí mismo generacionalmente: hace lo que puede en el tiempo que le ha tocado vivir. 

–“España necesita un centroderecha fuerte y yo apoyaré cuando pueda para conseguirlo”, afirma en su diario. ¿Hasta qué punto este encaje generacional tiene que ver con el conservadurismo?

–España también necesita un centro-izquierda fuerte. En mi generación hay talentos extraordinarios de un signo y de otro. Creo que es deber de la generosidad intelectual reconocer el talento, sea del signo que sea. Es muy malo cuando a un escritor solo le aplauden –o comentan o critican– los de una parroquia: demuestran que están con él por cómo piensa y lo que escribe les importa menos. Gran receta, por otra parte, para la mediocridad. Uno no es del todo libre hasta que no defrauda a su parroquia. 

Ignacio Peyró 5

–¿Y esto sucede frecuentemente? 

–Es natural: la ciencia ha confirmado lo que la experiencia ya nos decía, que somos seres tribales, que nos da calorcito estar juntos, amar lo mismo y odiar lo mismo. Por eso es importante esa generosidad intelectual. Y el valor y la pluralidad de los editores. 

–“En España solo puedes ser conservador una vez has dejado claro que eres progre. No me explico, pero me entiendo”, escribe. ¿Ha conseguido explicárselo? 

–España es un país de centroizquierda y los argumentos conservadores solo resuenan cuando el centro-izquierda los asume.  

–El auge de partidos como VOX demuestra que no es tan de centroizquierda. ¿Usted cree que sigue vigente la frase: “Si de joven no eres de izquierdas no tienes corazón, pero si veinte años más tarde no eres de derechas no tienes cabeza”? 

–Irónicamente, la gente más revolucionaria suele tener unos años y la más conservadora es muy joven. Por lo demás, la edad sí suele hacernos más conservadores: nos hacemos menos ilusiones y tenemos más que perder. Cada uno es conservador de lo que ama. 

'Comimos y bebimos', de Ignacio Peyró

–Quiero preguntarle sobre la tradición liberal, tan arraigada en Gran Bretaña. ¿Es ahí donde se siente cómodo?

–España tiene una tradición de moderantismo, de Jovellanos a esta parte, con la que mucha gente, y yo mismo, nos podemos sentir cómodos. Es bueno mirar a otros países e inspirarse en ellos, pero con la prudencia de que muchas de sus condiciones no se pueden trasladar. Como sea, la suma liberal-conservadora ha sido fértil desde tiempos de Burke hasta la posguerra alemana.

–No son pocos –José María Lassalle lo hizo en Letra Global– los que reivindican a Jovellanos para señalar que el problema del liberalismo en España es la ausencia de ilustración.

–No podemos reescribir la historia, pero sí podemos reponernos de ella. No tuvimos un Locke, pero a otros no les purgó ningún demonio haber tenido a Kant. Creo que durante no pocos tramos –finales del XVIII, cierta Restauración, el 78– hemos sido convalidables a la mayor parte de países europeos. Somos en exceso dramáticos con nuestra propia historia, que es el lugar de las lágrimas para todo el mundo (salvo, quizá, para los suizos). Incluso si aceptamos no haber sido ilustrados de primera hora, ¿qué nos impediría serlo ahora?

–Hace énfasis en la precariedad del periodismo, pero celebra su pasión por los buenos restaurantes y las copas en el Hotel Ritz. ¿Se enfrentó a las dificultades económicas de la profesión gracias al respaldo de venir de una familia acomodada?

–También estuve mucho tiempo –años– sin gastar ni cinco. Por supuesto, no voy a inventarme una infancia dickensiana, pero no soy hijo de una fortuna, ni mucho menos. Más bien, el sueño de una clase media. En todo caso, siempre he sido muy ajeno a si tenían mucho o poco, pues no era para mí: he tenido trabajos desde los diecisiete o dieciocho años, con lo que desde esa edad dejé de pedir dinero en casa. 

Ignacio Peyró en Londres Rita Álvarez Tudela 13

–Usted no esconde sus orígenes. ¿Prefiere la honestidad al temor de que la imagen que proyecta en su libro no guste a todos?

–No podemos hacer nada para gustar o no gustar. 

–En los perfiles políticos que escribe en su diario son visibles sus filias y fobias. ¿Cambiaría algo de esos perfiles? ¿Sigue suscribiéndolos por completo? 

–Con algunos de esos personajes luego iba a tener una relación importante y por eso llegué a conocerlos mejor, pero en el año, qué sé yo, 2008 o 2010, no sabía lo que después iba a saber, y el libro, claro, así lo recoge. 

–De Pablo Casado, decía: “Tiene veinticinco años, una cotización ascendente, la mejor posición en el trampolín”. No se equivocaba…

–De hecho, ese que citas es un fragmento publicado en un diario online en su día, y solo aparece en el libro porque alguien se inspiró en él –lo copió– para otro perfil. Imagino que fue lo primero que salió de él en prensa, pero tampoco me las daré de profeta: si un político joven no tiene talento y determinación, ¿quién los tendrá?

–A Casado lo define como inteligente y no intelectual; de Zapatero subraya que le ponen sobre la mesa los libros que tiene que leer. ¿Falta cultura en los nuevos políticos?

–A mí me gusta que los políticos tengan una cierta curiosidad intelectual y sensibilidad cultural, pero no creo que debamos pedirles que, además de políticos, sean también expertos en, qué sé yo, indoeuropeo o literatura comparada. El político, por otra parte, es un hombre de acción, no así el intelectual.  

Ya sentarás cabeza, Ignacio Peyró

–En Francia nos encontramos con Macron, que se graduó en Filosofía en Nanterre. ¿Eso es impensable aquí? ¿Hasta qué punto la carrera de un político no es solo la política?

Macron trabajó, creo, con Paul Ricoeur. No nos pasaría nada por prestigiar más las carreras de letras, ciertamente, aunque a veces seamos nosotros mismos quienes más hacemos para que no se nos tome en serio. Por lo demás, menos mal que hay gente con vocación para hacer carrera política.

–Usted escribió discursos para Rajoy. ¿A quién debemos aplaudir o condenar tras escuchar una intervención parlamentaria? ¿Al político o a su escribidor?

–El discurso es de quien lo pronuncia, no de quien lo escribe. 

–Se lo pregunto de otra manera: ¿Que existan redactores de discursos es una muestra del empobrecimiento de la oratoria política?

–La calidad de la oratoria y la calidad de la política no son equivalentes: nunca mayores cumbres retóricas que en el XIX español, y pocas veces sacamos los pies del charco. Por no hablar de la oratoria de los años 30. Más allá de la especificidad de algunas materias, asesores y redactores de discursos, sucede desde que los políticos tienen una agenda muy intensa, en relación estrecha con la difusión que se le da, y el papel que quieren tener en los medios. En los años sesenta, el primer ministro Macmillan todavía pasaba las tardes leyendo a Trollope. Ahora los gabinetes tienen más trabajo. 

¿Puede uno admirar de joven a un escritor y distanciarse luego de esta influencia?

–Las lecturas de los dieciséis años rara vez son las de los veintiséis. Hay que tener suerte a los dieciséis y, casi siempre, mirar retrospectivamente con piedad los veintiséis.

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–Comenzó como cronista parlamentario, pasó luego a estar dentro de la política y ahora es director del Instituto Cervantes en Londres, un cargo político y, a la vez, cultural. ¿En este punto intermedio es donde se siente más cómodo?

–He estado bien en todos sitios. El Cervantes hace una labor extraordinaria, llega al corazón de la gente y, como trabajo, es apasionante. Es una organización a la que, en su funcionamiento, admiro mucho. En ningún caso tengo la sensación de estar haciendo política. 

–¿El periodismo, en su caso, queda en una experiencia digna de ser recordada?

–Yo siempre me las he arreglado para mantenerme cerca, para escribir aquí y allá, así que no debo limitarme a recordarlo. 

–¿No tiene la tentación de volver a la política parlamentaria? 

–Es un trabajo muy hermoso, pero que ya he hecho, y que con el mayor placer les dejo a otros.