Retrato de la familia de Juan Carlos I / ANTONIO LÓPEZ

Retrato de la familia de Juan Carlos I / ANTONIO LÓPEZ

Democracias

Ser monárquico y no morir en el intento

El mejor aliado para que la Corona supere en España la encrucijada crítica en la que se encuentra desde hace años por su falta de ejemplaridad es el paso del tiempo

20 diciembre, 2020 00:10

Sergio Vila-Sanjuán, que es uno de los grandes periodistas culturales de España, además de un escritor notable y un intelectual comprometido con esa otra Cataluña que el nacionalismo ha intentado desterrar, ha escrito un libro de afirmación monárquica. “Menudo atrevimiento en medio de este infausto 2020”, pensamos muchos al enterarnos. La verdad es que si este ha sido un año infeliz para todos por culpa de la pandemia, en la biografía del rey emérito marcará un antes y un después. 

Su sorprendente marcha de España para residir hasta nuevo aviso en una satrapía árabe fue interpretada por parte de la opinión pública como una huida de la justicia y dio por buenos un sinfín de revelaciones periodísticas sobre su falta de ejemplaridad pública, perjudicando gravemente a la Corona y dando alas al republicanismo entre las nuevas generaciones. En medio de una tormenta de informaciones que no cesa, Vila-Sanjuán logra explicarnos Por qué soy monárquico (Ariel) y no morir en el intento.

Sergio Vila-Sanjuán posa para Crónica Global / CG

Sergio Vila-Sanjuán posa para Crónica Global / CG

De entrada confiesa que lo es por tradición paterna, una historia familiar a la que no renuncia, sino que le da pie para organizar este libro con el abuelo y el padre como protagonistas. Pero Vila-Sanjuán también es monárquico por “convicción pragmática”, que diría el filósofo Javier Gomá, quien en 2011 razonaba la diferencia entre no ser estrictamente monárquico pero, en cambio, ser favorable a la monarquía. “La diferencia es la distancia que separa el dogmatismo y la convicción pragmática”, precisaba el autor de Ejemplaridad pública

“El dogmático cree una verdad incondicionalmente, contra el tiempo y contra el espacio. Los dogmáticos de la Corona son los monárquicos que defienden la necesidad de esta institución de una forma absoluta, abstrayendo de las condiciones históricas o políticas donde ha de realizarse. Un monárquico de estricta observancia quiere para su país unas testas coronadas aunque se lleven a su paso el mundo por delante, o lo pongan patas arriba con revueltas sociales, desafección generalizada o sangrientos conflictos civiles. En contraste, un pragmático mide la validez de las cosas humanas por los efectos prácticos, positivos o negativos que producen en una sociedad dada; es un consecuencialista”, concluía el reputado ensayista en una entrevista en el diario La Razón.

Monárquico

Pues bien, Vila-Sanjuán no solo es favorable a la monarquía aquí y ahora por razones de utilidad, sino que se declara biográficamente monárquico, aunque su fe no es evidentemente la del dogmático que describe Javier Gomà. Los detalles ya los encontrará el lector. Entre tanto, su entretenida historia familiar funciona a modo de gran pedestal con la que nos ofrece una sugerente pincelada al estudio de los grupos alfonsinos y juanistas catalanes, por otro lado bastante ignorados por la historiografía, cuando no mezclados o confundidos con otros sectores. 

En las biografías de Pablo y José Luis Vila-San-Juan, abuelo y padre respectivamente, lo que destaca es el moderantismo político, son unos conservadores liberales, para ponerles una etiqueta, que se guiaron siempre por el principio de legalidad. No obstante, en el recorrido histórico que hace nuestro autor, la justificación circunstancial a veces se torna demasiado indulgente bajo el peso de las buenas intenciones, particularmente cuando explica las razones de su abuelo para ser monárquico con Alfonso XIII. 

Juan Carlos I, el rey emérito / EUROPA PRESS

Juan Carlos I, el rey emérito / EUROPA PRESS

Sería injusto despachar un reinado tan largo como el suyo con tópicos negativos, como erróneo depreciar el desarrollo global que vivió España en el primer tercio del siglo XX. Tampoco pueden olvidarse los destellos regeneracionistas en jefes de Gobierno de la monarquía como Antonio Maura, José Canalejas o Eduardo Dato. Ahora bien, el fracaso del monarca es rotundo e innegable, aunque historiadores como Carlos Seco Serrano que el autor cita como fuente de autoridad hayan querido relativizarlo subrayando los aspectos positivos de su tiempo, empezando por el legado cultural de la denominada Edad de Plata

Lo esencial es que el rey no quiso que el régimen constitucional nacido en 1876 con Alfonso XII y Cánovas del Castillo transitara hacia una monarquía parlamentaria democrática. Los enormes cambios que había experimentado la sociedad española, sobre todo en el zonas urbanas de desarrollo industrial tras el final de la Primera Guerra Mundial, hubieran tenido que ir acompañados de un programa de democratización del sistema de la Restauración, tal como postulaban los sectores dinásticos reformistas (los Melquiades Álvarez, Gurmesindo de Azcárate, Ortega y Gasset, etc.). Pero Alfonso XIII se resistió a ello y, peor aún, cuando las tensiones sociales se dispararon, apoyó la dictadura de Primo Rivera

Carmen Ruiz de Moragas, amante de Alfonso XIII portada / GOOGLE

Carmen Ruiz de Moragas, amante de Alfonso XIII portada / GOOGLE

Hay que subrayar que ese final anticonstitucional de la monarquía incomodó profundamente a su abuelo, a quien el rey había distinguido años antes con la llave de gentilhombre de cámara, por lo que no quiso aceptar ningún cargo bajo el directorio militar. Tampoco lo hizo tras la victoria de las tropas franquistas en 1939, pese a que la guerra había radicalizado las posiciones de muchos monárquicos y católicos perseguidos en el bando republicano y al hecho de que inicialmente Don Juan apoyó al nuevo régimen esperando que Franco le permitiese volver pronto del exilio para recuperar el trono.  

Si con Alfonso XIII la monarquía se hizo incompatible con la democracia, tras la dura experiencia de la guerra civil, y una vez se impuso la victoria aliada sobre la Alemania nazi, la restauración borbónica apareció para los pequeños grupos liberales (también para catalanistas conservadores como Ramon d’Abadal) como una forma no traumática de salir de la dictadura franquista y volver a conectar con las democracias occidentales. Esas fueron en esencia las razones de su padre, José Luis, para ser juanista contra viento y marea, incluso cuando a finales de los años sesenta quedó patente que las posibilidades de que Don Juan reinase algún día eran nulas. 

Otra Cataluña

Cuando Franco nombró a Juan Carlos “sucesor a título de rey” en 1969, generó una contradicción enorme entre los monárquicos porque la legitimidad de los derechos dinásticos eran del padre, que no renunciaría a favor del hijo hasta mayo de 1977, tras una larga etapa de tensión entre ambos. Solo entonces se reconcilió la legalidad con la legitimidad. Se abre a partir de ese momento, después de la aprobación en referéndum de la Constitución de 1978, el complejo capítulo del juancarlismo, con su cara y su cruz. El problema ahora mismo es cómo transigir racionalmente con la monarquía abjurando del juancarlismo, un juancarlismo que desde la Transición hasta 2012 permitió no tenerse que plantear seriamente el debate sobre la jefatura del Estado. El autor se posiciona a raíz de los escándalos de corrupción que han afectado a la familia real, primero a los duques de Palma, Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin, y después más gravemente al rey emérito.

Pese a la censura que a Vila-Sanjuán le merecen esos comportamientos y a la tristeza ante la forma incomprensible en que el rey emérito ha arruinado su papel en la historia, encuentra buenos argumentos para defender el sentido de la monarquía parlamentaria en España. Nos aclara que él siempre fue más monárquico que juancarlista y, al igual que el historiador Jordi Canal en La monarquía en el siglo XXI, considera que la Corona es un factor de estabilidad institucional, útil para encarnar la cohesión y la unidad de un país. La representación del poder necesita rituales, símbolos y ceremonias, como también sucede en las repúblicas, con lo que la monarquía conecta tradición con modernidad. 

La monarquía en el siglo XXI, Jordi Canal

A mayor prestigio de la dinastía, mayor rentabilidad simbólica y más beneficio social, también en cuanto a proyección de la imagen del país en el mundo. Como tantas veces se ha repetido últimamente, los países más prósperos y de mayor calidad democrática en Europa son monarquías parlamentarias. Sin ser una cosa consecuencia de la otra, ello demuestra que no estamos ante una institución inevitablemente anacrónica, caduca, sino ante una fórmula cargada de sentido práctico. Ahora bien, la cuestión medular es que el crédito de la monarquía en democracia, que por su naturaleza hereditaria y vitalicia es contraria a los principios de igualdad, mérito y capacidad, descansa en la autoridad moral del titular de la Corona y de su entorno familiar. Si se pierde el principio de ejemplaridad la magia de la institución se derrumba como un castillo de cartas y entra en una profunda crisis de autoridad.

Una familia real que no sea querida por el pueblo, o que suscite un fuerte rechazo entre una parte considerable de la ciudadanía, es difícilmente duradera. ¿En qué situación se encuentra ahora mismo la dinastía Borbón en cuanto a aceptación popular? Pues en un momento realmente complejo, con las encuestas puntuando muy bajo y el CIS dejando de preguntar sobre ello desde hace años para no convertir cada barómetro en un plebiscito. Que España casi siempre haya sido un reino (o varios en la época medieval), no significa que la monarquía parlamentaria este enraizada en la historia de España, pues no nace hasta 1978. 

Campaña de ERC y Pere Aragonès alentando a injuriar a la monarquía española / TWITTER

Campaña de ERC y Pere Aragonès alentando a injuriar a la monarquía española / TWITTER

El papel de los Borbones, que acceden al trono español en el siglo XVIII con Felipe V tras la guerra de sucesión, ha sido desastroso en la etapa contemporánea, empezando con el felón de Fernando VII, siguiendo con la desdichada y maleable Isabel II, expulsada de España en 1868 por la revolución de la Gloriosa, y acabando con el frívolo metomentodo de Alfonso XIII, que se ve obligado a exiliarse en 1931. El apoyo a la monarquía en España se construye a partir del juancarlismo, ahora hecho trizas. 

Recuperar el prestigio de la Corona, es la gran tarea que tienen entre manos ahora mismo Felipe VI y la reina Letizia junto a la princesa Leonor. La única medicina es aplicarse a sus deberes con rigor, transparencia y ejemplaridad en medio de unas circunstancias muy difíciles de gestionar por la actitud inconsciente del rey emérito y sin el fervor popular del que sí disfrutan otras casas reales europeas incluso ante escándalos familiares gravísimos. Y tienen que hacerlo frente a actores políticos que juegan por razones diversas al acoso y derribo de la monarquía en España. 

El rey Felipe VI en el homenaje a las víctimas del coronavirus / EP

El rey Felipe VI en el homenaje a las víctimas del coronavirus / EP

Si el jefe del Estado es el garante de la unidad y continuidad del Estado, está claro cuál es el símbolo a batir para el independentismo. En sus análisis, la monarquía es ahora mismo es eslabón débil del menospreciado régimen del 78. Y además no perdonan al rey el discurso del 3 de octubre porque cortó de raíz un escenario de dualidad de poderes en Cataluña, y señaló con claridad la deslealtad de los dirigentes políticos de la Generalitat. En cambio, ese día para muchos españoles Felipe VI se ganó la Corona. 

Pero no solo es el separatismo, que aún siendo importante es un enemigo inevitable, lo peor es que una fuerza que se sienta en el Consejo de Ministros hace del republicanismo su horizonte político e identifica a la familia real nada menos que con un cártel de narcotraficantes. La monarquía no solo ha dejado de ser un elemento de consenso entre españoles de diferentes ideologías como ocurrió en 1977, sino que desde la política se la denigra abiertamente y se postula su recambio. Y aunque el advenimiento de la III República está muy lejos, por no decir que es casi imposible, para Unidas Podemos se ha convertido en una señal de identidad electoral, en una declaración de principios y valores, que cuenta con un crecido apoyo en la opinión pública. 

El rey Felipe VI, criticado por Peñafiel / EFE

El rey Felipe VI, criticado por Peñafiel / EFE

Sin embargo, el mejor aliado para superar la encrucijada crítica que sufre desde hace años la monarquía es el paso del tiempo. Por un lado, la Constitución es muy difícil de reformar para cambiar “la forma política de Estado” (título preliminar) y, excepto que surgiese algo gravísimo que afectase directamente al rey Felipe, el PSOE no va a dar un vuelco republicano, ni tampoco el PP, claro está. Aún en ese caso, lo más probable sería un periodo de regencia hasta la mayoría de edad de la princesa Leonor. Por otro, el día que fallezca Juan Carlos la polémica sobre sus finanzas desaparecerá y en el balance global de su figura “lo que ha pasado a partir de 2012 no tendrá tanto peso como su legado histórico”, afirmaba el historiador inglés Paul Preston hace unas semanas en El Periódico con motivo del 45 aniversario de su proclamación como rey. 

Su papel para traer la democracia fue clave, aunque él no fuera un demócrata de verdad sino que actuase por propio interés. Pero poco importa eso, tuvo coraje en momentos clave y demostró una enorme intuición hasta 1982. Después fue un jefe de Estado que cumplió escrupulosamente su papel de neutralidad política, participó con entusiasmo en situar a España en la escena internacional y actuó eficazmente de embajador comercial, lo que seguramente está en el origen de algunos problemas actuales, a juicio del historiador inglés. La biografía que este le dedicó en 2002 y que ha sido sucesivamente actualizada hasta su abdicación en 2014, se titula nada menos que  Juan Carlos. El rey de un pueblo. Hoy una declaración de juancarlismo tan explícita nos sorprende y es un indicativo de cómo han cambiado las percepciones en la última década hasta el punto que declararse hoy monárquico como desacomplejadamente hace Sergio Vila-Sanjuán es casi una provocación