Leyenda, mito y ocaso del PSUC
Txema Castiella publica una biografía de Antoni Gutiérrez Díaz, 'El Guti', histórico dirigente de un PSUC que perdió su hegemonía en favor del nacionalismo
25 octubre, 2020 00:10La extensa pero amena biografía que el filólogo Txema Castiella ha dedicado, tras años de investigación en los archivos del PSUC y PCE, a la figura de Antoni Gutiérrez Díaz (El Guti. L’optimisme de la voluntat, Edicions 62) tiene muchas lecturas posibles. De entrada, supone un justo reconocimiento a su trascendental papel en los años sesenta y setenta, pues fue el artífice de la estrategia unitaria de oposición al franquismo en Cataluña. Más tarde, como político profesional, fue consejero del Govern de unidad de Josep Tarradellas, diputado y portavoz del PSUC en la primera legislatura del Parlament, candidato a la presidencia de la Generalitat en 1984 y, tras la descomposición del PSUC y la formación ICV, ejerció eficazmente de eurodiputado hasta 1999.
La biografía de Gutiérrez Díaz suscita al lector otras muchas cuestiones generales en torno al papel de la izquierda catalana durante la transición, principalmente el porqué del fracaso del PSUC, que no fue el primer partido en Cataluña en 1977, ni tan siquiera de la izquierda, en contraste con la posición indiscutiblemente hegemónica que había alcanzado durante la lucha antifranquista. ¿Entregaron sin querer los comunistas su preponderancia a los nacionalistas, obnubilados por el éxito a corto plazo de la estrategia unitaria y con el deseo de hacerse perdonar su pasado sectario? Un análisis crítico de la biografía del Guti podría indicar que sí.
El primer acierto del trabajo de Castiella es que sabe enlazar la vida personal del Guti, que este guardó siempre con mucho celo, con el relato pormenorizado de su incansable y hasta heroica acción política desde que salió de la cárcel de Burgos en 1965. Y entre ambas cosas, el relato de los hechos se intercala con la vivaz descripción del apoteósico mitin en la Monumental (1978), que contó con la participación estelar de Enrico Berlinguer. La presencia del líder del PCI fue un potente mensaje de adhesión al eurocomunismo como fórmula para alejarse del espantajo soviético y rivalizar con la socialdemocracia, estrategia que el Guti secundó entusiásticamente incluso después de que el PSUC se rompiera fruto de los debates sobre la identidad comunista aplazados durante la Transición.
El primer acierto del trabajo de Castiella es que sabe enlazar
El padre del Guti había militado en el anarcosindicalismo y dos tíos suyos fueron represaliados durante la guerra civil, uno fusilado en el Campo de la Bota y el otro condenado a 30 años de cárcel, por lo que él era perfectamente consciente de los riesgos que implicaba la acción política bajo la dictadura. Tras cursar medicina en la Universidad de Barcelona y empezar a ejercer de pediatra, en 1959 ingresó en el PSUC a través de José Agustín Goytisolo, que era vecino suyo. En 1962, la caída del veterano dirigente Pere Ardiaca, a quien los padres de Gutiérrez Díaz tenían escondido en casa, lo arrastró a la cárcel y, aunque pudo haberse librado de ser condenado, no quiso humillarse ante el tribunal militar. La larga estancia en Burgos (bautizada como la universidad roja de los presos políticos del franquismo) fue una experiencia que le marcó profundamente, así como el hecho de haber estado junto a Julián Grimau horas antes de que fuera fusilado en 1963.
De la cárcel salió con un compromiso aún más fuerte, “emborrachado de política”, “embalado”, según diferentes testigos, convirtiéndose en un referente indispensable por su capacidad de trabajo y discreción, hasta ser la mano derecha del máximo dirigente del PSUC, Gregorio López Raimundo, con quien hizo de tándem al frente del partido hasta 1986. Es a finales de los sesenta que se convierte en el arquitecto y animador de la estrategia para unir a toda la oposición democrática catalana en base a un programa de libertades, la amnistía y la reivindicación del autogobierno.
La biografía central del Guti es la de un PSUC que, pese al mal recuerdo que había dejado en muchos sectores por la Guerra Civil, logró encarnar el combate antifranquista, convirtiéndose en una fuerza transversal, prestigiosa, joven, moderna y eficaz. “Más antifranquistas que comunistas”, escribiría años después Antoni Gutiérrez para explicar la militancia de tanta gente en el partido. La gran pregunta por resolver todavía hoy es por qué, pese a ese éxito indiscutible, a la proeza de convertirse en el partido por excelencia en Cataluña, el PSUC no fue capaz de rentabilizar electoralmente su hegemonía durante la transición.
Cataluña no fue Italia y el 15 de junio de 1977 los socialistas de Joan Reventós, en alianza con el PSOE de Felipe González, se llevaron el gato al agua con el 28,5% de los votos en las primeras elecciones generales, pese a que el proceso de unidad socialista todavía no había culminado y no estaba exento de fuertes tensiones que se harían patentes más adelante. El PSUC tuvo que conformarse con la segunda posición y un excelente 18%, ocho puntos por encima de lo que obtuvo el PCE de Santiago Carrillo en el conjunto de España. Tampoco en 1980 en las primeras elecciones autonómicas el PSUC obtuvo los frutos esperados con Josep Benet como cabeza de cartel, un candidato más nacionalista y católico que realmente de izquierdas y cuya elección simbolizaba la apuesta del PSUC por mantener viva la estrategia unitaria en torno a un catalanismo progresista. Jordi Pujol, cuyos resultados en las dos elecciones 1979 no habían sido particularmente buenos, se alzó con la victoria para sorpresa de Reventós, que era el favorito en las encuestas para suceder a Tarradellas. Desde entonces el nacionalismo no hizo más que una patrimonialización partidista del autogobierno a favor de cuya recuperación el PSUC lo había dado todo.
Es sorprendente que los partidos de izquierdas, ganadores indiscutibles en las tres elecciones anteriores, las generales de 1977 y 1979 y las municipales de abril de ese último año, se estrellasen en las primeras autonómicas tras haber liderado un discurso catalanista unitario desde la formación, primero, de la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques (CCFP) y, después, de la Assemblea de Catalunya, sin olvidar el impulso a las manifestaciones de la Diada ya en 1967 hasta llegar a la mítica concentración de Sant Boi en 1976 y la apoteosis callejera del año siguiente en el centro de Barcelona bajo el lema “llibertat, amnistia i estatut d’autonomia”. Así pues, tiene sentido plantearse si el éxito de la política unitaria que el PSUC del Guti promovió con todas sus fuerzas no fue a costa de sus intereses electorales a largo plazo. Para el filósofo Juan Ramón Capella, que junto a Manuel Sacristán y tantos otros formaba parte del Comité de Intelectuales del PSUC, donde se ventilaron, como da cuenta Castiella, serias discrepancias con el Guti, la estrategia catalanista unitaria impulsada por la dirección iba a significar que “les cederíamos a los nacionalistas la hegemonía de la oposición”. En sus interesantes memorias (Sin Ítaca. Memorias 1940-1975, Trotta), hay un párrafo muy revelador:
Es sorprendente que los partidos de izquierdas, ganadores indiscutibles en las tres elecciones anteriores, las generales de 1977 y 1979 y las municipales de abril de ese último año, se estrellasen en las primeras autonómicas tras haber liderado un discurso catalanista unitario desde la formación, primero, de la Comissió Coordinadora de Forces Polítiques (CCFP) y, después, de la Assemblea de Catalunya, sin olvidar el impulso a las manifestaciones de la Diada ya en 1967 hasta llegar a la mítica concentración de Sant Boi en 1976 y la apoteosis callejera del año siguiente en el centro de Barcelona bajo el lema “
"Antonio Gutiérrez Díaz llevó a la comisión de la unidad del PSUC el proyecto de lo que finalmente sería la Assemblea de Catalunya. Debía ser en la primavera de 1971, si no antes. Si la CCFP era un proyecto de gobierno en la sombra, la assemblea debía ser una sombra del parlamento. Pero la idea no me gustó nada desde el principio […]. La assemblea proyectada sería una imitación del encierro de Montserrat [la protesta que reunió a 300 escritores, artistas y profesionales de la cultura en el monasterio en diciembre de 1970 para protestar por el proceso de Burgos contra miembros de ETA] ampliado a los políticos e intelectuales nacionalistas. ¿Qué iban a pintar los trabajadores, los estudiantes y el movimiento vecinal en una reunión así?".
Y continúa: "La idea me pareció cuanto menos prematura: les cederíamos a los nacionalistas la hegemonía de la oposición. Me opuse con tanta fuerza que Gregorio López Raimundo acudió a una reunión a ver qué pasaba. Expuse mis razones, así como mi disposición a dejar la comisión de unidad si estorbaba. Gutiérrez hablaba de constituir en el futuro assembleas de Catalunya en multitud de pueblos y ciudades. Yo sabía que en pueblos y ciudades, salvo en el cinturón barcelonés, solo había militantes aislados. Finalmente Gregorio dictaminó que podía seguir en la comisión de unidad sin participar en los trabajos de la asamblea y el proyecto tiró adelante sin mí. Muchos años más tarde le preguntaría yo a López Raimundo qué opinaba de la histórica Assemblea. “El momento culminante de la influencia del PSUC en Catalunya –respondió convencido–. “¿Y por qué crees que disminuyó nuestra influencia después?” –volví a preguntar–. No obtuve respuesta".
Otro ejemplo muy gráfico de hasta qué punto el Guti sacrificó el legítimo protagonismo del PSUC como partido hegemónico del antifranquismo en aras de la unidad catalanista fue en 1976. La elección de los oradores en la Diada de Sant Boi siguió el principio del militar ateniense Temístocles, que para derrotar a los persas no ejerció de general de los ejércitos, sino que cedió el mando de las tropas a los espartanos, menos numerosos y recelosos del poderío de Atenas. Pues bien, el Guti, en base a ese principio de generosidad para fortalecer la unidad, propuso como oradores a dos nacionalistas, Miquel Roca, moderado, y Jordi Carbonell, independentista, y a Octavi Saltor, representante de los sectores que habían colaborado con el franquismo y que ahora querían un cambio.
No habló ningún comunista, nadie en representación del PSUC, pese a que sin su capacidad organizativa y de convocatoria la concentración de Sant Boi no hubiera sido el éxito de masas que fue. En nombre de la unidad, los comunistas entregaron el protagonismo a partidos menores y a intelectuales o figuras del nacionalismo, lo que acentuó que las reivindicaciones nacionales acabaran teniendo mayor fuerza simbólica que las propiamente sociales. Estratégicamente tenía sentido si después el PSUC hubiera rentabilizado su asociación con el autogobierno, pero Pujol les pasó por delante en las autonómicas, gracias al miedo que se fomentó entre la derecha económica, pero sobre todo porque una parte significativa del electorado de izquierdas en los barrios obreros y populares no fue a votar. ¿Acaso nunca creyeron que lo de la autonomía iba realmente con ellos sino que era una concesión a los catalanistas?
Jordi Pujol y Josep Tarradellas durante la investidura del primero como presidente de la Generalitat en 1980 / EFE
En definitiva, la política de unidad fue un éxito que permitió el restablecimiento de la Generalitat provisional y retorno de Tarradellas como president (aunque en realidad fue una hábil jugada de Adolfo Suárez que acabó beneficiando a Pujol), pero puede ser analizado como un error de ingenuidad del PSUC. El Guti no era nacionalista, ni jamás tuvo pensamientos secesionistas (de forma torticera Muriel Casals utilizó su figura en la campaña de Òmnium Cultural para la consulta soberanista de 2014), e incluso le molestaba que se omitiera el nombre de España a favor de “el Estado o “la Península”. Defendía un catalanismo popular, que a principios de los ochenta intentó animar con diversas iniciativas (el corpus teórico sería el Llibre blanc del catalanisme popular), pero que quedó en muy poca cosa.
Igual le hubiera ido mejor si el PSUC, en lugar de dejarse arrastrar en los años setenta por el romanticismo bienintencionado del un sol poble y de un catalanismo interclasista etéreo que acabó siendo fagocitado por el nacionalismo, hubiera puesto sus esfuerzos en la construcción de un relato federalista para España. La construcción federal acabó siendo la divisa del Guti para la casa común europea, como no se cansó de repetir en el intenso debate sobre la Constitución europea (2005), que él apoyó abiertamente enfrentándose al entonces eurodiputado Raül Romeva y en contra de la posición mayoritaria en ICV. Frente al dogmatismo y las quimeras, “feu política, feu política, feu política”, ese fue el consejo que el Guti brindó en su despedida al frente al PSUC y que hoy a buen seguro seguiría dándonos por encima de aciertos y errores.