Miguel Artola, fallecido el pasado mes de mayo a los casi 97 años, ha ejercido un magisterio sólido en parte de la historiografía española por lo que él mismo produjo y por lo que estimuló y promocionó a un número considerable de discípulos. Abarcó estudios de varios periodos de la Historia de España y, dentro del ambiente en que vivió, lo hizo con independencia y originalidad para los tiempos en que se publicaron sus trabajos. Para los que estudiamos Historia en los años sesenta, sus libros sobre Los Afrancesados (1953), con prólogo de Gregorio Marañón, Los Orígenes de la España Contemporánea (1959) o La España de Fernando VII (1968) constituyeron textos cuyos enfoques y contenidos se alejaban de la historiografía predominante en las facultades de la época. 

Es curioso, como cuenta Soto Carmona en la revista Historia del Presente, el relato de cómo llegó a publicar su tesis sobre los afrancesados, sus relaciones con Marañón –al que llamó a su casa para pedirle una cita y se puso un mayordomo–, y como aquel intercedió con el conde de Motrico para ver si su obra podía ser publicada en Estudios y Publicaciones del antiguo Banco Urquijo. Artola señala que su trabajo se realizó principalmente en solitario, leyendo obras de tendencias diferentes, como la de Paul Hazard La crisis de la conciencia europea de 1952, o los estudios de Max Weber, a la vez que mantenía alguna relación con historiadores consagrados y del sistema de la época como Pérez Bustamante, sin que ello le impidiera desarrollar su propia dinámica investigadora. 

Miguel Artola, visto por Farruqo

Miguel Artola, visto por Farruqo

Y así continuó con obras posteriores como La burguesía Revolucionaria (1973 y 1990); Partidos y Programas Políticos, 1808-1936 (1977); Antiguo Régimen y Revolución Liberal (1977); La Hacienda en el siglo XIX. Progresistas y Moderados (1986) y La monarquía española (1999). Dirigió la Historia de España de Alfaguara y la Enciclopedia de Historia de España y recibió los premios de Historia y Príncipe de Asturias. Ha pasado a ser un estudioso del liberalismo y, de alguna manera, es el historiador liberal español por antonomasia, que representa en cierto modo la réplica a Tuñón de Lara, tan exaltado en los años setenta y en los primeros años de la Transición.

En mi opinión, Artola era más riguroso en sus análisis. Él no entró en ningún debate político de su tiempo ni tuvo tampoco pretensiones de aceptar ningún cargo en la Administración. Su objetivo era estudiar los elementos que posibilitaron los cambios sociales y políticos de la España del Antiguo Régimen, utilizando las fuentes directas. Su relación con el franquismo, por ejemplo, fue de indiferencia. Estaba casado con la hija de un almirante y ministro de Franco y eso, en todo caso, le sirvió para no ser molestado o poder acceder con más facilidad a los archivos, pero nunca lo utilizó --que se sepa-- para pedir nada. 

Todo se lo trabajó con su esfuerzo, al contrario que otros de su generación, que participaron en las instituciones franquistas y colaboraron con su ideología, aunque después se despegarían de aquel sistema e incluso lo criticarían. Fueron también buenos profesionales, pero durante unos años le dieron credibilidad intelectual al franquismo. Ahí están los casos de José Luis Pinillos, voluntario de la División Azul, o Laín Entralgo, aunque, de hecho, dieron a la universidad española un sentido de mayor rigor intelectual.

Artola actuaba al margen de aquel mundo y no tuvo inconveniente en apoyar a investigadores de cualquier sensibilidad ideológica siempre que sus trabajos estuvieran bien fundamentados. Ahí están sus discípulos para atestiguarlo, buena parte de ellos militantes de izquierdas. Él podía compararse a un historiador como Raymond Carr --entonces en boga-- como si enseñara también en Oxford.

Para la revista Aula-Historia Social nos concedió una entrevista a Piqueras, Prats y a mí, en 1999, cuando ya era profesor emérito y una figura consagrada. Nos dijo: “Cuando hice el Antiguo Régimen y la revolución liberal me acerqué más a los planteamientos marxistas, pero no creo que a nadie le confundiese que mi aparente respeto por las preguntas marxistas estuviese inspirado en sus doctrinas”. En sus obras existen, sin embargo, escasas referencias a la historiografía que se hacía en las universidades catalanas. Pocas o ninguna referencia a Vicens Vives, Fontana, Sobrequés, Nadal. Su visión de España no encajaba del todo con la pluralidad española: “No hay ningún incentivo para mantener la integración territorial y este es el más grave problema del Estado”.