Ciencia

Universidad y ciencia deben ir de la mano

22 junio, 2019 00:00

En las próximas semanas, si la mayoría parlamentaria así lo hace factible, se iniciará la andadura de la XIII legislatura del Congreso de los Diputados de España bajo la presidencia de Pedro Sánchez. Un nuevo gobierno que bien pudiera suponer una oportunidad (y también riesgo según se hagan las cosas) para implementar ciertos cambios en diferentes carteras ministeriales. En esta línea, desde la óptica del sistema universitario y la investigación, el sentido común parece aconsejar que las competencias de Ciencia y Universidades, lejos de separarse, se mantengan “unidas” bajo la cobertura de un potente Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Un ministerio que, en definitiva, asuma las competencias en materia de investigación científica y técnica, desarrollo e innovación, incluyendo la dirección de las relaciones internacionales en esta materia y la representación en programas, foros y organizaciones internacionales y de la Unión Europea de su competencia; así como sea el encargado de ejecutar la política gubernamental en materia de Universidades, investigación científica, desarrollo tecnológico e innovación en todos los sectores.

Aun cuando por sí solo el “hábito no haga el monje”, este modelo estructural en que Universidad y Ciencia “van de la mano” también debería abrir una reflexión sobre el particular en el seno del actual Govern de la Generalitat de Catalunya, pues no son pocas las voces (por ejemplo, ACER, l’Associació Catalana d’Entitats de Recerca, o ACUP, l’Associació Catalana d’Universitats Públiques) que vienen reclamando, desde hace tiempo, la configuración de una Conselleria d’Universitats, Recerca i Innovació, máxime ante la necesidad de impulsar una ley de la ciencia catalana que ofrezca cobertura jurídica a la investigación y también permita afrontar, en paralelo, el problema endémico del déficit de financiación de las universidades públicas de Cataluña. En el momento actual, un Departament d’Empresa i Coneixement, que incluye las responsabilidades de comercio, consumo, turismo, energía, industria, innovación, investigación y Universidades, parece demasiado amplio como para que pueda dar el justo y necesario relieve que corresponde a todas y cada una de ellas de forma individual.

Como bien dice el Pacte Nacional per la Societat del Coneixement, debe partirse de un convencimiento compartido en cuanto a la necesidad de situar el conocimiento propio en la base de todas las estrategias de país, como así hacen el resto de sociedades más avanzadas. Países de referencia, con una formación superior especializada, son aquellos que cuentan con una generación constante de conocimiento que se incorpora de forma rápida y eficiente en los nuevos productos y servicios a través de la innovación. Este convencimiento pasa, de forma ineludible, por situar a las universidades en el eje prioritario de las políticas públicas. No es de recibo situar la educación superior en el “vagón de cola” ante una realidad presidida por unos presupuestos prorrogados en los que la universidad pública, pese a ser una de las instituciones que más y mejor ha sabido mantener e, incluso, mejorar sus indicadores de calidad (en plena crisis), ha quedado injustamente “desatendida” en los últimos años.

Las universidades públicas se han visto abocadas a aplicar estrictos “planes de austeridad” y de “contención presupuestaria”. Por ello están legitimadas, a todas luces, para reclamar en el momento presente, aquí y allá, un liderazgo político y un planteamiento estratégico que permita que nuestro país refuerce e impulse su acción como referente en el ámbito del conocimiento y de la investigación. Es hora de reivindicar, tanto en Madrid como en Cataluña, una apuesta firme, con real soporte político y económico, que posibilite que la educación superior, de una vez por todas, pueda consolidarse como uno de los fundamentos esenciales de nuestro modelo productivo, con especial atención a la cadena de valor que genera el conocimiento y la innovación.

No hacerlo, además de irresponsable y de una manifiesta “cortedad de miras”, no solo nos alejará de las “grandes ligas universitarias”, sino que también nos penalizará como sociedad y país, en tanto que la investigación, como bien ha señalado el doctor Josep Samitier, puede y debe ser uno de los motores de un futuro económico que descanse en sectores referidos, por ejemplo, a las tecnologías cuánticas, la ingeniería de tejidos, las energías limpias o la biotecnología. Ya que no podemos reengancharnos a industrias ya consolidadas, que funcionan solas; bien haríamos en poner las bases que nos permitan ser protagonistas en aquellos nuevos sectores que nacen y nacerán de la investigación. El bienestar del país dependerá de que seamos capaces de desarrollar una economía del conocimiento poderosa.