Julio Llamazares

Julio Llamazares JEOSM (ALFAGUARA)

Letras

Julio Llamazares: "La historia reciente de España es una lucha ideológica y política entre el recuerdo y el olvido"

El escritor leonés retorna a la crónica de viajes con un libro donde, ochenta años después, repite el mismo trayecto que su progenitor hizo como soldado –con dieciocho años– durante la Guerra Civil para documentar una España de parajes vacíos, pueblos envejecidos y aldeas abandonadas

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Julio Llamazares es uno de esos escritores que no necesitan presentación. La lluvia amarilla es un clásico de la literatura española de las últimas décadas. Y él uno de los mejores narradores del territorio. Lo demostró en esta novela de 1988, así como en textos como El río del olvido, Cuaderno del Duero, Tras-os-Montes y El viaje de don Quijote. Maestro de la literatura de viajes, Llamazares vuelve a las librerías con El viaje de mi padre, donde realiza, ochenta años más tarde, el viaje que realizó su padre cuando, con tan solo dieciocho años, y junto a su compañero Saturnino, fue enviado a la Guerra Civil. Como solados de transmisiones, los dos cruzaron la Península Ibérica hasta llegar a Levante. Participaron en la batalla de Teruel, donde murieron 400.000 soldados, la mayor parte de ellos jóvenes, como ellos. Llamazares sigue los pasos de su padre para imaginar los recuerdos que su progenitor nunca llegó a compartir con él y, a través de este viaje, recorre parajes vacíos, pueblos envejecidos y aldeas abandonadas.

El territorio de El viaje de mi padre es un espacio de memoria, pero también de olvido, puesto que, como escribe en las páginas finales, en el territorio está inscrito todo aquello que no ha llegado a contarse.

La memoria no solo es lo que se recuerda, sino también lo que se olvida. Y el paisaje es el soporte o, si se prefiere, el depósito de la memoria, pero al mismo tiempo es el depósito de los olvidos y de los silencios, que quedan inscritos sobre la piel de los paisajes. Sobre esto es de lo que quería escribir. El libro está lleno, aunque no sé si a partes iguales, de silencio, de olvidos y de memoria.

Julio Llamazares

Julio Llamazares JEOSM (ALFAGUARA)

Cita usted a Adam Zagajewski, que cuando le pregunta a su padre qué hace este le contesta: “recordar”. Usted no puede preguntárselo al suyo, fallecido años atrás, así que debe reconstruir esos recuerdos que nunca llegó a compartir con usted.

Es cierto, pero esto es bastante común. A las personas que hicieron o sufrieron la Guerra Civil no solía gustarles –y no les gusta– hablar de lo vivido en ese periodo. Sus vidas están llenas de recuerdos y de silencios a partes iguales. A eso se suma otro hecho: cuando tú eres joven no sueles escuchar ni a tus abuelos ni a tus padres, no te interesan sus vidas. Consideras que es algo del pasado con poco interés y que la vida importante es la tuya y la de tus amigos. Con el paso del tiempo te das cuenta de que no es así. Por tanto, a los silencios que nuestros padres y abuelos mantenían se suma la ausencia de atención por parte de los que les rodeábamos.

En cierta manera, el pueblo de Celada es una excepción: el recuerdo de la guerra está muy presente.

En la sociedad conviven ambos deseos y pulsiones. Por un lado, la necesidad de conocer lo que pasó en la guerra y, en general, lo que sucedió en cualquier hecho o asunto colectivo; por otro lado está el deseo de olvidar aquellas cosas que no nos gustan y que provocan dolor. Todos nosotros nos encontramos rodeados de contradicciones a lo largo de la vida; por esto encontramos gente empeñada en recordar y otra empeñada en olvidar. Con paisajes donde se pone manifiesto lo que sucedió en ellos y con paisajes donde se borra el pasado. Esto es lo que estamos viviendo en este país: la historia de España, sobre todo la reciente, es una lucha ideológica y, por tanto, política, entre el recuerdo y el olvido.

'El viaje de mi padre'

'El viaje de mi padre' ALFAGUARA

Usted replica el viaje de su padre que, coincide con el del destierro de El Cid. Capas de historias superpuestas sobre un mismo territorio.

Los territorios y los paisajes están llenos de capas. Son como una sucesión de estratos históricos y testimoniales que van posándose unas sobre otras igual que los niveles arqueológicos en los yacimientos antiguos. Por eso, la mirada del viajero tiene que estar siempre muy atenta y debe profundizar en esas capas para captar todo lo que el paisaje nos dice. Al paisaje hay que saber leerlo; hay que hacer como los arqueólogos, incluso como los mineros de mi infancia que, cuando bajaban a la mina, lo que hacían era separar la ganga del carbón.

Usted sigue las recomendaciones de los pasos a nivel de Portugal: "Pare, escuche, mire".

Sí, cuando viajé al norte de Portugal encontré, supongo que todavía están ahí, grandes carteles en los pasos a nivel de las líneas ferroviarias, no sé si de cemento o de hormigón, con esa leyenda, que es casi poética. En España somos algo brutos y ponemos: “cuidado con el tren”, pero los portugueses ponen esos tres verbos que, para mí, son los tres mandamientos de la literatura de viajes y me atrevería a decir que, incluso, de la vida. “Parar, escuchar y mirar”: Estos son los tres consejos que sigo cuando viajo y que, al mismo tiempo, intento también aplicar a mi vida para conseguir entender mejor la realidad y el mundo que tenemos en frente.

Hablemos de escuchar. En su viaje usted escucha lo que la gente le cuenta, pero no les entrevista. Deja que sean ellos quienes decidan qué contar.

En los viajes hay que escuchar. Y cuando hablo de los viajes hablo también de la vida, porque son la misma cosa. El término viaje es la mejor metáfora para referirse a la vida. Y escuchar es, además, esencial cuando se escribe esta literatura, un género que se sostiene sobre pilares básicos: el paisaje, el paisanaje y el azar. Cuando se viaja y se escribe hay que saber mirar, parar y escuchar el paisaje, pero es también esencial pararse y escuchar a la gente que habita esos territorios. La clave está en hacer todo esto en brazos del azar: es decir, no hay que llevar nada preconcebido ni premeditado. A veces cometemos el error de intentar que la realidad se ajuste a nuestra imaginación y no siempre sucede. Siempre hay que viajar en brazos del azar, para dejarse llevar por los caminos.

Julio Llamazares

Julio Llamazares JEOSM (ALFAGUARA)

Como diría el poeta, ¿hay que viajar ligero de equipaje?

Sobre todo hay que viajar ligero de equipaje mental. Nunca se ha viajado menos que ahora, si bien ahora viajamos todos. Antes de salir de viaje, ahora la gente ya ha leído y ha visto imágenes del lugar al que va, del hotel donde se va a alojar… Es decir, se viaja con una mochila de prejuicios que estorban más que ayudan en el viaje, que requiere ir ligero de equipaje físico pero también mental para poder disfrutar con intensidad.

Ligero de equipaje viajó su padre hacia la guerra, sin saber qué se iba a encontrar ni los motivos del viaje.

Fue arrastrado a la guerra. A su generación, los que se fueron a combatir en el lado de los nacionales, no se le dio nombre, pero fueron una especie de quinta del biberón. Mi padre y su amigo Saturnino pertenecieron a esa generación; tenían dieciocho años, el bachillerato y estaban a punto de estudiar para ser maestros cuando sus planes se interrumpieron. Sabían que iba a ser llamados a filas y llevados como carne de cañón a la guerra, así que se presentaron voluntarios para elegir su arma. De esta manera consiguieron ir a la guerra como soldados de transmisiones, llevando una radio italiana a cuestas. La radio fue el equipaje que llevaron consigo, puesto que eran casi adolescentes, como la mayoría de los que murieron en las batallas del 38 y del 39, como la de Teruel, la del Ebro o la ofensiva de Levante. En estas batallas murieron miles de jóvenes a los que no se les había perdido nada, pero que fueron obligados y arrastrados a la guerra por gente que tenía sus propios intereses.

Hay un momento en El viaje de mi padre en el que cuenta la emoción de su padre y de Saturnino al ver el mar por primera vez.

Entonces los muy ricos y los viajantes de comercio eran los únicos que viajaban; los demás permanecían en sus lugares de origen o, como mucho, emigraban por trabajo o para hacer el servicio militar. La Guerra Civil removió España de arriba abajo, hizo que gente que nunca pensó en salir de su provincia recorriera el país entero en medio de batallas. Esto es lo que le pasó a mi padre y a Saturnino, su amigo, que, muchos años después, nos contaban a sus hijos episodios circunstanciales de aquel viaje, como el día en que vieron el mar por primera vez, el frío que pasaron en Teruel o los paseos junto a unas chicas por Zaragoza durante su mes de descanso. En estos relatos, abundaban los pequeños detalles del viaje, no los recuerdos terribles de la guerra.

'El río del olvido'

'El río del olvido' ALFAGUARA

La batalla de Teruel fue como el Stalingrado español.

Porque llegó a haber temperaturas de 22 grados bajo cero. Fíjate el frío que hizo que hubo días en que se paró la guerra por la imposibilidad física de combatir. Fue la peor batalla de la Guerra Civil: causó 40.000 muertos entre los dos bandos y la mayoría eran chicos de entre 18 y 20 años. Lo más absurdo de todo es que murieron 40.000 jóvenes para conquistar una ciudad de solo 13.000 habitantes, pero que, por el componente propagandístico, era objeto de deseo para ambos ejércitos. Y lo que es todavía más absurdo es que murieron muchísimos jóvenes para conquistar un territorio que hoy es un páramo desolado hecho de aldeas vacías y donde apenas vive nadie.

Usted recorre territorios en los que han desparecido vías de tren porque ya no hay viajeros.

El viaje que hizo mi padre ,y que yo replico ochenta y pico años después, va de León al Mediterráneo y pasa por lo que podríamos llamar el espinazo del sistema ibérico, gran parte de la vieja Castilla y del sistema ibérico entre el Valle del Ebro y el resto de la península, por Soria, Zaragoza, Teruel y Castellón. El viaje me lleva a algunas de las zonas más despobladas del país. Y esto se ve visitando los pueblos cada vez más vacíos y envejecidos o viajando al lado de esas vías férreas por las que se movió mi padre con sus compañeros sobre trenes con vagones de ganado y que hoy son vías muertas. Recorriendo estas tierras uno se da cuenta de que hay dos Españas desde el punto de vista económico y sociológico: una que viaja en alta velocidad hacia el futuro y otra que viaja por vías abandonadas o a punto de morir.

Julio Llamazares

Julio Llamazares JEOSM (ALFAGUARA)

De hecho, uno de los ancianos que usted se encuentra en estas aldeas recuerda a Andrés, el protagonista de La lluvia amarilla, el último vecino de la aldea de Ainielle.

Quería viajar a los paisajes que vivió mi padre; mi propósito no era recorrer la España despoblada pero, a excepción de Zaragoza y Castellón, que son grandes ciudades, el territorio que recorro está despoblado. De esta manera observo a esa España que agoniza sin que al resto le importe demasiado.

La indiferencia es uno de los temas de este libro:por los jóvenes que se envían a la guerra, por el territorio, por la memoria…

Está muy bien visto, no lo había pensado, pero es cierto que en el libro se reflejan distintos tipos de indiferencia de unas personas hacia otras. Está la indiferencia de los que dirigían la guerra y se beneficiaban de ella, mandando al matadero a miles de chavales de uno y otro bando. Está la indiferencia de ciertos gobernantes hacia el pueblo que gobiernan. Y está también la de muchos gobiernos y de muchas sociedades hacia poblaciones débiles o desfavorecidas. Al mismo tiempo está la indiferencia de los grupos y de los grandes lobbies económicos hacia esos territorios que explotan sin preocuparse después de si sobrevivirán. En el libro están todas esas indiferencias que, por desgracia, rigen la vida de los países.

'La lluvia amarilla'

'La lluvia amarilla' ALFAGUARA

Usted recorre territorios bajo los cuales siguen enterrados cuerpos en fosas comunes que no han sido abiertas. Y recorre estos territorios en un momento en el que algunos jóvenes idealizan la dictadura.

Más que de indiferencia hacia la memoria, yo hablaría de miedo a la memoria. Quien tiene algo que ocultar se resiste a que una persona mayor quiera sacar a su padre o a su madre de una cuneta y enterrarlo como manda el Evangelio, dignamente. Solo a alguien que tiene algo que ocultar le puede molestar que otra persona quiera enterrar a sus antepasados. Por tanto, yo no hablaría de indiferencia, sino de resistencia, y lo digo con todas las letras. Una resistencia muy poco cristiana y que tiene que ver, entre otras cosas, con el miedo a contar lo que pasó en nuestra historia. Esta es una de las grandes anomalías de nuestro país.

En comparación con Alemania, por ejemplo.

Exacto. No existe ninguno que sea modélico, pero sí hay países que han resuelto el tema de la memoria mejor que nosotros. En España parte de la población se resiste a que se entierren en los cementerios y con dignidad los muertos de la Guerra Civil y de la dictadura, sacándolos del campo abierto donde reposan como si fueran alimañas. Mientras esto ocurre en España, en Alemania ves cómo, acompañados de sus profesores, los alumnos de los colegios visitan los campos de concentración, siendo conscientes de que los nazis eran sus antepasados. En Alemania hay una mayor naturalidad a la hora de abordar el conocimiento y la enseñanza de la historia.

Julio Llamazares

Julio Llamazares JEOSM (ALFAGUARA)

¿Cree que la literatura, en este caso un libro como el suyo, tiene la capacidad o el poder de intervenir en el debate público y de mostrar lo que otros ocultan?

La literatura y el arte son la memoria histórica de un país. Conociendo su literatura, conoces tanto o más de la historia, de la vida y de la esencia de ese sitio que leyendo cincuenta tomos de un manual historiográfico. La literatura de un país es su memoria, de la misma manera que los recuerdos de una persona son su identidad y su personalidad. La literatura, aparte de una función de entretenimiento, de conocimiento y de emoción, tiene la obligación de dar testimonio, porque los escritores somos testigos de nuestro tiempo y de nuestras circunstancias geográficas. La literatura, más allá de lo estrictamente literario, tiene una función social.

En alguna entrevista ha comentado que este libro era una tarea pendiente. ¿Siente que ya la ha saldado?

No lo diría de esta manera. No escribo con una estrategia, mucho menos comercial; no me siento a pensar qué voy a escribir. Escribo sobre las cosas que me atraen, me emocionan, me apasionan. Siempre digo que los libros se van formando en la conciencia de los escritores durante toda su vida y hay un momento en el que esa pólvora, como me gusta llamarla, explota. Seguramente, para mí fue más necesario escribir El viaje de mi padre que otros libros; fui consciente de que lo tenía que escribir desde que desapareció mi padre hace 30 años y ya no podía preguntarle lo que le tenía que haber preguntado cuando vivía. Ya no podía escucharle ni prestarle esa atención que no le presté en su momento. Esto es algo generacional que nos pasa a todos con nuestros mayores; lo que sucede es que a aquellos que de jóvenes vivieron la guerra y formaron parte de una generación que perdió la vida o la juventud en una matanza colectiva deberíamos de haberles prestado más atención. La historia no sirve para conocer el pasado. Sirve para conocer el futuro. Sabiendo de dónde venimos podemos tener una perspectiva de dónde estamos y hacia dónde vamos.