Galileo Galilei mira por un telescopio

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Ideas

Ver con palabras, leer con imágenes: la historia sin final de Carlo Ginzburg

El historiador italiano, padre de la microhistoria, publica Una historia sin final (Ampersand), una colección de nueve ensayos en los que sigue el rastro de la compleja relación entre el arte visual y el verbal a lo largo de la historia del arte, la filosofía, la literatura y la crítica cultural

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Carlo Ginzburg ha sido una figura central en el desarrollo de la microhistoria, junto a Edoardo Grendi y Giovanni Levi. En El queso y los gusanos (1976), su libro más conocido, reconstruyó la cosmovisión de un molinero del siglo XVI, a partir de las actas de su juicio inquisitorial. Domenico Scandella había sido denunciado por sus vecinos por tener ideas extravagantes y herejes y haber pronunciado las palabras con las que el historiador dio título al libro: "De la más perfecta sustancia del mundo los ángeles fueron producidos por la natura, a semejanza de un queso en el que se producen gusanos, pero al crearse reciben de Dios que los bendice la voluntad, el intelecto y la memoria".

Ginzburg demostró cómo a partir de un caso se podía reconstruir unas relaciones sociales, religiosas y culturales mucho más amplias. Ginzburg es también reconocido por haber reformulado para el trabajo histórico el método indiciario, o cómo mediante el análisis de señales pequeñas e, incluso, involuntarias se pueden recuperar los significados y las relaciones que establecieron los individuos durante sus vidas.

Carlo Ginzburg

Carlo Ginzburg CLAUDE TRUONG-NGOC

Una historia sin final continúa esa tradición, pero con un enfoque menos narrativo y más reflexivo, al tiempo que rompe los corsés académicos de las historias del arte y de la literatura. Ginzburg propone en este volumen, como forma de conocimiento, la interacción entre palabras e imágenes a lo largo de la historia. Publicado por la editorial argentina Ampersand en marzo de 2025 y reeditado en una cuidada e ilustrada segunda edición, Una historia sin final reúne nueve ensayos, publicados entre 2005 y 2024, en los que el lector viaja por distintas épocas mientras se entrecruzan disciplinas -de Vasari a Wittgenstein, de la historia del arte a la filosofía, la literatura y la crítica textual y cultural-, y siempre con un hilo conductor: la continua y compleja relación entre lo visual y lo verbal.

En el primer ensayo, Historia del arte de cerca y de lejos, Ginzburg plantea si es posible una historia global del arte que supere categorías etnocéntricas y anacrónicas, y que profundice en el contexto en el que se produce el objeto, como el de los anticuarios de los siglos XVI y XVII, coleccionistas de obras de arte, pero también de conchas y de fósiles. A este estudio le sigue Las dos perspectivas, sobre Vasari y el éxito de su proyecto historiográfico Vidas (1550), o cómo leemos a Vasari según la interpretación que hizo Philippe-Auguste Jeanron en la traducción francesa de 1839. Por ejemplo, el humanista italiano nunca habló de época del Renacimiento, mientras que su comentarista francés exaltó esa época e inventó esa noción histórica como un proceso deseado por la Providencia. Y así hasta hoy, que aún seguimos reproduciendo esa categoría historiográfica como si hubiera sido recuperada por Jules Michelet.

'Una historia sin final'

'Una historia sin final' AMPERSAND

El volumen continúa con Pequeñas diferencias, que explora la tensión entre la descripción (ékhphrasis) y los expertos (connoisseurship) para concluir que las palabras son un elemento mediador fundamental entre pintura y experiencias visuales. En el ensayo Las falsificaciones en el arte se cuestiona los criterios de autenticidad y valor, y se pregunta, con cierta y lúcida provocación, cuánto hay de contigüidad entre falsificador y conocedor (historiador del arte), para proponer como único modo de controlar el anacronismo el recurso a la filología, aunque esta también sea falseable. La cita de una broma de Ernest Gombrich revela la delgada línea que existe entre atribución y falsificación: "Dénme un millón, y les daré un Giorgione: dénme mil millones, y les daré un Leonardo"; como el subastado Salvator Mundi, ironiza Ginzburg.

Cada ensayo es un exquisito ejercicio de amplia erudición que, sin arrogancia alguna, encierra perlas para disfrutar en una lectura reposada y divertida. En sus páginas se abordan también conocidos textos de Aby Warburg y Walter Benjamin. En Las tijeras de Warburg, Ginzburg reflexiona de nuevo sobre la noción de Pathosformel con la que explora cómo ciertas imágenes que arrastran significados emocionales más allá de su época de creación. Textos, imágenes y reproducciones es un homenaje a Benjamin y su tesis sobre la reproductibilidad técnica, punto de partida para discutir la tensión entre original y copia.

Fiel al enfoque microhistórico e indiciario, Ginzburg analiza casos concretos, sea un gesto en un fresco, un silencio en una biografía artística, un diagrama de Darwin o un cambio técnico casi imperceptible, todos son puntos de partida para desentrañar mecanismos culturales más amplios: "Buscar fragmentos imbricados en el presente, transformándolos en indicios en condición de acceder al pasado: la filología hace esto a menudo, de manera metafórica". Aunque su método parte de lo diminuto, una pregunta central atraviesa toda la obra: ¿de qué modo las representaciones visuales y verbales conforman o deforman nuestra comprensión histórica del mundo?

'El queso y los gusanos'

'El queso y los gusanos' PENÍNSULA

El libro incluye un prefacio especial: el discurso que Ginzburg pronunció en 2023 al recibir el doctorado honoris causa por la Universidad de Buenos Aires. En ese texto, el autor revisa su recorrido intelectual, pero también recupera su historia familiar marcada por el pensamiento crítico y la tragedia: su padre, Leone Ginzburg, fue un importante profesor de literatura rusa, perseguido por el régimen fascista y asesinado por los nazis. Su madre, Natalia Ginzburg (Levi) fue una de las escritoras italianas más destacada del pasado siglo, con obras tan reconocidas como Léxico familiar, Las pequeñas virtudes, Nuestros ayeres o Así fue, sin olvidar su magnífica labor como editora: impulsó la publicación de Elsa Morante o de El diario de Ana Frank. 

En el posfacio de Una historia sin final, Ginzburg resume muy bien la clave de este último libro: "Desde tiempos inmemoriales la especie humana produce imágenes, reflexiona sobre imágenes y habla de imágenes: el homo sapiens es también homo fingens y homo loquens". El ser humano imagina, el ser humano habla. La historia que surge de estas tensiones e interacciones no busca ser definitiva, sino que alimenta el diálogo continuo entre discursos y formas de representación. Una historia sin final es una obra imprescindible para historiadores (incluidos los de arte y la literatura), filósofos, artistas, críticos y lectores interesados en las complejidades de la comunicación humana. Ginzburg invita a pensar, a interrogar, a revisar, a desconfiar de sentencias simples y transmitidas sin crítica. Una historia sin final es una bocanada de aire fresco para un mundo académico tan necesitado de ello. Hay que volver a mirar, hay volver a leer.