Emil Cioran, Eugène Ionesco y Mircea Eliade en la plaza Furstenberg de París (1977)

Emil Cioran, Eugène Ionesco y Mircea Eliade en la plaza Furstenberg de París (1977)

Letras

En la plaza Furstemberg, París, sin Cioran, ni Ionesco, ni Eliade

Invitado por la Fundación Cartier, he ido a París y asistido a la inauguración de su nueva sede, frente al museo del Louvre

Emil Cioran o las turbadoras verdades del insomnio

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Al día siguiente lloviznaba, como suele pasar en París, pero eso no me disuadió de hacer mi proyectada peregrinación a la plaza Furstemberg, al otro lado del Sena, en el barrio latino, que me interesaba más aún que la mencionada inauguración. Es una placita muy elegante y recóndita, donde se sitúa la casa museo Delacroix.

Pero no iba yo a ver la casa de Delacroix, sino la misma plaza, porque en ella, en el año 1977, se reunieron, para hacerse una serie de fotografías míticas, tres escritores rumanos en el exilio: Mircea Eliade, Emil Cioran y Eugene Ionesco. Estoy totalmente rumanizado, llevo ese país y su gran literatura en el corazón, desde el año 1989, cuando, con la caída del dictador Ceaucescu, casi me matan a balazos dos veces, primero en la carretera y luego en Bucarest, durante los sangrientos disturbios.

A Ionesco, Cioran y Eliade, si no hubiesen tenido la suerte de exiliarse antes de la segunda guerra mundial, sí que seguro que los hubieran matado: a Ionesco, porque era de madre judía, lo hubieran deportado como a tantos otros de su raza, a algún campo de exterminio.

A los otros dos los hubieran matado después, cuando los comunistas tomaron el poder, porque habían sido propagandistas de la Guardia de Hierro o Legión del arcángel San Miguel, el movimiento fascista rumano, cuyos militantes acabaron en la inimaginablemente cruel cárcel de Pitesti, donde se les “reeducó” enseñándoles a torturar a sus propios compañeros.

Estos tres grandes escritores tenían, pues, en el año 1977, cuando se reunieron en la plaza Furstemberg para las míticas fotos, una sombra en el pasado. Cioran y Eliade estaban arrepentidos, aunque por supuesto no hablaban de ello, y procuraron ocultarlo en la medida de lo posible –hasta que algunos periodistas se pusieron a olisquear en su pasado--, de haberse dejado convencer por las enseñanzas del maestro de los tres: el profesor Nae Ionescu (que pese a la similitud de los apellidos no tenía parentesco alguno con el autor de El rinoceronte).

Nae Ionescu, ideólogo de la Guardia de Hierro, era un inteligente y carismático profesor de lógica en la universidad, cuyas lecciones y cuyo pensamiento místico-nacionalista y racista, también antisemita, descarrió a toda la extraordinaria generación de jóvenes intelectuales del país. Era un hombre mesiánico. Como detalle curioso, está representado como el diablo, rodeado de sus admirativos alumnos, en el fresco del Juicio Final que figura en la fachada de la catedral patriarcal (ortodoxa) de Bucarest. Algunos, luego, llegaron a considerarlo un ser diabólico.

Hasta Mihail Sebastian

Cuando la Guardia de Hierro fue puesta fuera de la ley –el rey Carlos se hartó de sus asesinatos y además recelaba de que su jefe, el “capitán” Codreanu, estaba complotando con Hitler para destronarlo— y sus cabecillas fueron asesinados o encarcelados, Ionescu fue a prisión varias veces, y luego sometido a residencia vigilada en su domicilio. Esto debilitó su frágil salud, y falleció en su casa, den 1940, de muerte natural, o, según sospechas no confirmadas, envenenado.

Entre los seducidos por su pensamiento figuraba incluso Mihail Sebastian, joven escritor judío, cuyo verdadero nombre era Iosif Hechter, que le pidió un prólogo Desde hace dos mil años. Esta novela fue traducida al español en el año 2009 (ed. Aletheia), con traducción de Joaquín Garrigós y prólogo de Norman Manea. Ahora la ha vuelto a traducir Marian Ochoa de Eribe para Impedimenta.

El final de todo

Esta nueva edición incluye el prólogo original de Ionescu, y el ensayo Cómo me convertí en húligan (hooligan en rumano no se refiere a los hinchas del fútbol sino a los elementos antisociales e indeseables) con el que Sebastian responde a Ionescu y al escándalo que se levantó con la publicación de la novela y el prólogo. De esta historia hablaremos, Dios mediante, el próximo domingo.

Ahora volvamos a los tres autores en la plaza Furstemberg. Ionesco también tenía una “falta” en su curriculum, pues, para escapar de una Rumanía ya fascista y aliada del Eje, en 1942 había conseguido un empleo como jefe de prensa en la embajada rumana en Vichy.

Así pues, los tres viejos amigos de Bucarest (Cioran y Ionesco siguieron siendo amigos hasta la muerte del segundo y se telefoneaban casi cada noche, según consta en sus interesantísimos diarios, y, en cuanto a Eliade, falleció de ataque al corazón precisamente cuando estaba leyendo el elogio que le tributa Cioran en su libro Ejercicios de admiración) se reencuentran en la plaza Furstemberg, para hacerse una foto, al pie de la farola, en la isleta central, para publicar en una antología de escritores rumanos exiliados.

La mítica foto que me impulsaron el otro día bajo la lluvia a ir a esa plaza, con la esperanza de encontrarme con un espectro o por lo menos un pálpito de Ionesco, Cioran y Eliade. Incluso de incluirme, siquiera mentalmente, en ella, donde yo posaría con las manos amistosamente apoyadas sobre los hombros de Ionesco y Cioran.

Ay, ingenuo. Está totalmente desvirtuada. Un temporal hizo caer los grandes árboles que la embellecían y en su lugar se alzan unos arbolitos jóvenes, trémulos. En la isleta, una cafetería ha instalado  toldos y mesitas, y en el suelo unas horrendas lámparas esféricas, blancas.

De Cioran, Eliade o Ionesco, ni el menor rastro. El genius loci, destruido. Es el final de todo.