'Ovidio'

'Ovidio' FARRUQO

Letras

Ovidio o el poeta reversible

Un recorrido (ilustrado) por la obra del gran poeta romano, capaz de ocultarse detrás de sus poemas gracias un singular método de escritura que le permitía distanciarse de los temas que trata, especialmente los amorosos, y relajar la intensidad de poetas como Tibulo o Propercio

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No faltará a la verdad quién señale a Ovidio como el poeta del cambio. Claro está que todos los poetas cambian, pero la mayoría tienen un buen motivo para hacerlo: Catulo cambia cuando Lesbia le abandona; Tibulo cuando se altera su jerarquía; y Propercio trata de convertirse en otro poeta cuando muere Cintia, que era su vida entera… Pero Ovidio parece emplear el cambio como el motor de su poesía, impulsado por su propia razón de ser, que deriva no tanto de transformaciones íntimas y sociales como de retos artísticos. El cambio es su hábitat natural: podemos leer decenas de sus poemas y seguir sin saber quién es Ovidio por debajo de la serie de las transformaciones.

Conviene también señalar que el cambio, de manera coherente con su naturaleza, no responde a un solo mecanismo sino que adopta distintas apariencias. Es más: al examinar la trayectoria de Ovidio se aprecia una evolución que va de las perspectivas a las máscaras, de las máscaras a las metamorfosis, y de las metamorfosis al agotamiento: con su último papel (el de desterrado) fundido ya en el rostro, incapaz de cambiar. 

Pero empecemos por el principio, empecemos por los AmoresEl joven poeta que, ironías de la metamorfosis, insiste en llamarse Nasón, sin que la posteridad se haya sentido aludida ni le haya hecho el menor caso, arranca los Amores confesando que ha sido derrotado por el amor, que ha sentido como su flecha le traspasaba y que ha decidido resignarse: “el peso que se sabe llevar es menos pesado”, a fin de cuentas, ¿qué gana el caballo rebelde?: que las riendas le destrocen la boca. Nasón es poeta y confía en Eros: sabe que protege a los vencidos con la misma mano que los somete. Nasón también le promete lealtad a una muchacha-musa, de nombre Corina, que parece a primera vista de la misma estirpe que Lesbia o Némesis. Con estos mimbres es lógico que el lector que se estrena con Ovidio suponga que se encuentra delante de otro poeta amoroso, en la misma estela que Catulo, Propercio y Tibulo, decidido a transmitir sus aventuras amorosas, más o menos elaboradas literariamente, sus circunstancias y su temperamento.

Retrato de Ovidio (1639)

Retrato de Ovidio (1639)

Pero enseguida advertimos que los poemas no siguen el camino previsto. Nasón aborda muchos temas clásicos de la poesía amorosa, pero lo hace de una manera muy peculiar: parece menos interesado en explicarnos un episodio personal que en desarrollar todas las posibilidades del asunto elegido. Un ejemplo: su poema frente a la puerta cerrada de la amada (lo que en erudito se conoce  como paraclausithyron) se prolonga más de lo habitual, incorpora distintos argumentos, matices y vericuetos psicológicos: se regodea con la situación como si su propósito no fuese tanto recrear la velada pasada frente a la odiosa puerta cerrada (ya no digamos abrirla) como escribir el mejor poema sobre este asunto, sintetizando de manera nueva los logros anteriores.

La misma operación se repite en otros poemas sobre asuntos  clásicos: el del poeta que no paga a la amada con dinero sino con la fama que le proporcionarán sus versos, el de las tablillas le traen un mal mensaje o el de persuadir al criado para que le deje ver a su señora (un poema donde Nasón en lugar de pulir un argumento ganador, disfruta hilvanando una docena, explorando con placer las posibilidades que se le ocurren a su inventiva). Allí donde Tibulo o Propercio trataban de hacer suyo el tema impregnándolo de su temperamento y adaptándolo a la situación personal por la que atravesaban, Ovidio es muy consciente de que escribe detrás de ellos, y lo hace como si la literatura ya hubiese ocurrido, como si se hubiesen agotado todas las personalidades disponibles, y su tarea fuese alcanzar las versiones más logradas y pulidas de cada tema poético.

Uno de los efectos que provoca esta estrategia es el alarde. En numerosas ocasiones los versos de Ovidio abandonan el perímetro del relato y se lanzan a caracterizar abiertamente el tema, con independencia de las circunstancias, mediante versos casi expresionistas, donde la poesía parece a punto reclamar su autonomía. Un ejemplo: cuando aborda el tema clásico de la alcahueta, enseguida se olvida de la mujer concreta, para situar en primer plano la atmósfera paranoica de drogas y filtros de amor, implícita e inexpresada en Propercio, Tibulo y Catulo:   

“Conoce bien la virtud de las hierbas

y los venenos que suda la yegua en celo,

ha visto a los astros bailar con el color de la sangre

y la luna suspendida como un hematoma en el cielo”.

La distancia con el tema también le permite relajar la intensidad catuliana que heredaron Tibulo y Propercio. Nasón exagera sin drama, se divierte acumulado argumentos, y en ocasiones le da un giro cómico a temas como el excesivo gusto de la amada por el maquillaje (el poeta deja calva a la suya); en otras parodia clásicos como cuando transforma el pajarito que se le muere a Lesbia en un formidable papagayo, y también se atreve a adentrarse en el cinismo: en un poema le jura a su amada que no se ha acostado con la criada Cipasis y en el siguiente  interroga a Cipasis para averiguar cómo se ha enterado su amante que también se acuesta con ella.

No sufrimos demasiado por una Corina que a estas alturas más que representar a una mujer (con un contorno psicólogico reconocible como el de Delia o Cintia) nos parece un nombre parlante que actúa representando a la amada promedio en las distintas situaciones que explora el poema. Y quizás el efecto más importante del abordaje poético de Ovidio sea el difuminado de la personalidad de Nasón. Un sacrificio tan deliberado como imprescindible para que el poeta pueda colocarse en cada poema una máscara distinta, reconocible para los aficionados a la lírica amorosa: el amante sumiso; el pelmazo; un joven que pierde a su amada contra un rico; el amante que descubre que le gustan todas las mujeres... Un carnaval en el que Ovidio parece disfrutar lo indecible.

'Amores'

'Amores' ALIANZA EDITORIAL

Debajo de su máscara Nasón no se siente obligado a narrar una situación personal ni está condicionado por los episodios biográficos, su propósito (como sucede en el poema sobre la impotencia sexual) pasa por exponer la psicología de ese estado, valida para distintos temperamentos. Ovidio es tan consciente de la originalidad de su estrategia poética que no se resiste a exponerla con un tono desafiante: “No es razonable escuchar a los poetas / como si diesen testimonio”. Versos que con los años irán cargándose con el peso de una tétrica profecía. Ovidio nos revela algo que en adelante la historia privada de la poesía no hará más que confirmar: que un poeta es menos personal cuanto más consciente es, y que esa distancia (a años luz de los angustiosos desahogos de Propercio o de los berridos de Catulo) le permite ser más calculador y cerebral, abordar efectos poéticos muy deliberados.

El más espectacular y significativo quizás sea la escritura de poemas consecutivos que defienden puntos de vista opuestos. Ovidio traslada la técnica de los retóricos griegos de contraponer en el mismo discurso argumentos a favor o en contra de su tema a sus Amores, con tanto acierto y perseverancia, que el joven Nasón se convertirá en un poeta reversible. Así le encontramos en un poema despotricando contra un criado demasiado estricto con la muchacha a la que vigila, y exigiendo en el siguiente a otro criado que redoble sus vigilancia sobre su amada. Lo mismo sucede con los celos o la infidelidad. Ovidio se sitúa en las dos perspectivas: el que sufre la situación y el que la provoca. En ambos casos el poeta ofrece argumentos morales, pero las razones cambian de sentido según el ángulo en el que decide observar el mismo problema. Ovidio es un poeta moralista, pero la suya es una moral situada.

Leídos de manera consecutiva los poemas abarcan tanto espacio que no evitan funcionar como un autoengaño o una justificación defensiva, lo que Nasón persigue no es darse la razón o culparse, sino contemplar la panorámica completa de una circunstancia, desprendida de los condicionantes personales. ¿Dónde queda la experiencia del poeta? Ovidio se reparte con tanta habilidad por ambos poemas que nunca estamos seguros de si sintió o sufrió los celos o la infidelidad, como si pasar por una experiencia fuese suficiente para impulsar la imaginación de la contraria.  La vía biográfica es una ruta muerta para interpretar los Amores.

Al único tema al que Nasón no le dio dos oportunidades, ante el que se negó a darle la vuelta (o no encontró la manera de actuar como un poeta reversible) fue el aborto. Como si quisiera dejar constancia de que ahora sí estaba ofreciendo su punto de vista escribió dos poemas sobre el asunto y en ambos le recrimina a Corina su aborto: el primero desde una preocupación más personal, el segundo con una argumentación más general.

'Pónticas'

'Pónticas' GREDOS

Pero estos brotes de continuidad psicológica son más bien escasos en los Amores; un libro en el que viene a demostrarse que cuanto más se prolonga el examen poético de un asunto, cuantas más perspectivas personales se recorren y se incorporan más se vacía el poeta de personalidad. Y Ovidio es (dicho como el más alto elogio, el que le dedicaríamos a Shakespeare o Woolf) un poeta hueco. Su propósito es ofrecer con la mayor precisión posible el mayor número de aristas de un asunto, no está interesado en destilar su experiencia personal. Fuese quien fuese Nasón, el joven Ovidio es un profesional: un sistema poético. Solo después de muchas lecturas, y de conseguir desprendernos del hábito de encontrar correlatos biográficos en cada página o de satisfacer las expectativas de descubir los ragos psicológicos del poeta, aprendemos a reconocer una inteligencia característica, un brío particular. O si se prefiere, una atmósfera mental afilada, de un cinismo cálido, que terminamos por asociar a la firma personal de Nasón:

“Daré crédito a todas tus palabras aunque sean fantasías

¿por qué iba a rechazar los elogios que tanto deseo?”

De aquí surge el Ovidio más característico, el autor de versos que solo pueden ser suyos: el de la imaginación perversa, a quién casi le vemos entusiasmarse sobre el papel cada vez que se le ocurre una malicia nueva (como quien descubre un nuevo filo en una mente como un cajón lleno de cuchillos). Destaco tres ejemplares de esta especie de poemas, la más original que escribió Nasón en los AmoresEl primero bien podría ser el que se imagina personificado  en el anillo que le ha regalado a su amada, y recorre al detalle la intimidad física y psicológica que le proporcionaría esta unión (íntima y un poco traidora, pues la amada no tiene manera de intuir que el poeta ha transferido su conciencia y su sensibilidad al anillo) preludio y símbolo de la sexual (II, 15). En el segundo nos asegura que el derecho de las mujeres bellas a mentir y perjurar se sustenta en la subyugación amoral de los propios dioses, tan esclavos de la lubricidad que Eros esparce a golpe de flecha como el propio Nasón:

“O la divinidad es un mero vacío de sustancia

que los hombres temen y obedecen como idiotas,

o si existe un dios ama tanto la belleza de las muchachas

que les consiente transgredir sus juramentos”.

El tercer lugar queda reservado para el sensacional poema donde Nasón imagina decenas de estrategias para comunicarse con su amada, presente en el mismo banquete donde el poeta se aburre y acompañada del marido burlado. Poema que se completa con esa joya de amoralidad eufórica donde Ovidio riñe al marido cornudo por no vigilar lo suficiente a su esposa, y garantizarse así que solo él pueda disfrutarla:

“La mujer que ve abierta la puerta

de la infidelidad, lo será menos,

la libertad de movimientos,

debilita las semillas de la pasión

Cuando Nasón persuade al marido de las delicias de ser cornudo se expresa con una excitación lírica donde casi vemos asomar a Yago o a Ricardo III, los clarividentes sádicos de Shakespare, que debió leer a Ovidio con la concentración de un devoto:

“Para qué te buscaste una hermosa si la querías casta.

El hombre juicioso es indulgente con su mujer

depone su mirada severa, se olvida de defender sus derechos,

y cultiva el trato con los amigos de su compañera.

Así, sin otro esfuerzo que el de ella, muchos te deberán favores,

y encontrarás abierta la puerta de los jóvenes y sus banquetes”

Esta atmósfera de perversidad psicológica, amoralidad y violencia latente se desborda al pasar de los Amores al Arte de amar, la segunda de las obras de Nasón, cuya principal novedad es que Ovidio abandona como personaje (enmascarado o fingido) el escenario del poema y se reserva un papel fuera de escena: el de maestro del amor. El poeta, decidido a sacarle rendimiento a todo lo que aprendió mientras escribia los Amores nos anuncia que cantará a las verdades del amor precisamente porque no está involucrado de manera personal. Nasón se propone escribir el Arte de amar como un manual para conquistar y retener a las amadas: se presenta como un técnico, como un profesor de realismo.

'Arte de amar'

'Arte de amar' GREDOS

Aunque Ovidio rechaza las pócimas y los filtros de amor, sus enseñanzas quedan muy lejos de la galantería o del idealismo. Los poemas están recorridos por un nervio de amenaza, suenan con un bajo continuo de agresividad y peligro. Nasón ofrece consejos para diferentes ocasiones sociales (teatro, desfiles, banquetes), pero tiende a considerarlas como escenas de caza, donde predominan las metáforas cinegéticas y las comparaciones del amante y la amada con animales: abejas, palomas, águilas, liebres, toros, caballos… El tono de estos pasajes, escritos ya en las inmediaciones de la metamorfosis, adopta el aire de una sapiencialidad cruda (“engañad a las que os engañan / la mayoría pertenece a una raza impía”; “antes se callarán los pájaros en primavera / que una mujer rechace al hombre que la pretende con lisonjas”) y recoge un cinismo utilitario que anima a prometer cosas que no se pueden cumplir sin miedo a los dioses, ganarse el favor de los criados y no confiar en ningún amigo, en la consideración que el amante solo puede contar con un aliado: el egoísmo de su deseo.

Quizás lo más llamativo y perturbador del primer libro del Arte de amar sea la veta de violencia que ya asomaba en Amores, a veces mediante insinuaciones (en el precioso I, 5, donde a la hora de la siesta  el poeta y su amada se entregan a los cálidos ocios del amor, y Nasón reconoce en Corina el espejo de su propia rendición ante Eros: “luchando como si no quisiera vencer / fue vencida sin dolerse de su rendición”) y otras de manera explícita (como en el I, 7, donde la voz poética, presa de la excitación, golpea a la amada, aunque luego se arrepienta). Manifestaciones de violencia que el Arte de amar, durante la brega del cazador por capturar a su presa, se confunden con los consejos de un maltratador, que bordea, inspirándose en la condutca de Júpiter, en una apología de la violación. Una variante de los derechos de conquista: “ahora su cuerpo ya es tuyo, y tu deseo está saciado, tarde o temprano su voluntad (y quizás su corazón) se rindan también para evitar el desprestigio y la vergüenza”. La semilla del tema que Ovidio recorrerá por extenso en Las metamorfosis.

Al adentrarnos en el segundo libro del Arte de amar nos encontramos con una variación significativa, que provocará un cambio en ese tono que estaba conduciendo al libro al borde de lo insoportable. Nasón advierte a sus lectores, reconvertidos ya en discípulos, que la conquista es apenas la mitad del trabajo: “con mi arte la cautivaste, con mi arte debes retenerla”. Después de seducir a las mujeres llegó el momento de aprender a retenerlas.  Pongámonos en situación: la guerra ha dado paso a los cálidos ocios del amor, y la conquista de la presa a los cuidados para mantenerla sana y a nuestro lado, de manera que las metáforas de caza dan paso a comparaciones sobre la cosecha: vamos de la apropiación al rendimiento. Nasón recomienda a sus amantes que le sostengan el espejo a la amada, que sean condescendientes y serviciales (“despójate del orgullo / si quieres conservar un amor”), pacientes y diligentes, obsequiosos de regalos y elogios, cuidadosos, detallistas y que no alejen de ella: 

“Que te vea siempre

que siempre te preste oídos

que la noche y el día le lleven siempre

tu rostro a sus ojos”.

Uno podría suponer que la musa del amante es más cordial que la del seductor, pero también sospechar que la nueva religión del antiguo conquistador es ahora el servilismo. Después de todo el cúmulo de dulzuras estratégicas no distraen a Nasón de su compromiso con la áspera verdad; el profesor de realismo no olvida de donde proviene y de qué carece la clase de alumno que recurre a sus enseñanzas:

“Soy poeta para los pobres

siempre he amado siendo pobre

como no podía permitirme los regalos

regalaba palabras

[…]

Y es que los grandes amores se consiguen con oro

Y tampoco reniega del fondo de toxicidad casi asfixiante al que se reduce el amor asediado por el juego mutuo de los egoísmos. La garra apretará más suave, pero el cinismo sigue tensando los versos:

“Las mentes se vuelven orgullosas con la propiedad

las comodidades complican el amor

cuando veas que un corazón se vuelven perezoso

atraviésalo con tu aguijón y que el temor a perderte

recaliente el corazón que se volvía tibio”

El poeta reversible aparece de nuevo en el libro tercero. El maestro del amor se dirige ahora a las mujeres con el propósito de armarlas para resistir la caza, atrapar a su favorito o superar a sus rivales. Los primeros consejos no son estratégicos, están relacionados con el bricolaje cosmético, con cultivar las destrezas femeninas (cantar, conocer a los poetas amorosos, aprenderse juegos divertidos), adoptar una actitud pasiva (no levantar la voz, mostrarse siempre de buen ánimo: “la paz tranquila conviene a los humanos / la rabia a las fieras salvajes”) y atreverse a dejarse ver en los espacios comunes.

Nasón también previene a las muchachas de los muchos peligros a los que se enfrentan: presumidos, mentirosos, estafadores y cretinos, criados, débiles y coléricos, entre otras muchas especies peligrosas. Y les proporciona armas para conquistar y retener al amante que más le guste: fingir, provocar celos, no beber demasiado, la negativa táctica, hacer el amor en posturas que oculten los defectos. Un catálogo poco original al que el poeta dedica sus versos más rutinarios.

'Metamorfosis'

'Metamorfosis' AUSTRAL

Si el libro más allá de los méritos de su imaginación, su elocuencia y su precisión poética evita trazar una masculinidad a medio camino entre lo abrupto y lo servil, con miras a capturar a una mujer que se siente cómoda entre lo pasivo y lo taimado, es gracias que a diferencia de los amores adúlteros de su libro anterior Nasón trabaja aquí a favor de amores duraderos, sancionados por el matrimonio. Su crudeza, su utilitarismo, toda la aspereza del egoísmo de la caza están supeditados a un fin superior: alcanzar un amor que dure lo máximo posible, para descubrirse y evolucionar juntos. El Arte de amar guía a hombres y mujeres en una breve fase, un prolegómenoEn esta línea ya en el libro II Ovidio empieza a ofrecer consejos para librarse de las expectativas demasiado altas, con el propósito de acogerse a una benéfica resignación, casi un dios tutelar:

“Acostúmbrate a lo que soportas mal,

y lo soportarás bien:

el paso del tiempo dulcifica

todos los reparos del amor incipiente

[…]

El tiempo borra las imperfecciones del cuerpo,

lo que se vio como un defecto dejará de serlo”

El libro, presentado como una penosa travesía hacia el puerto del amor, como una despiadada competición de caza, donde la presa también dispone de estrategias para hacerle frente al depredador, se despide mirando hacia un horizonte de paz, con la promesa de que ahora viene lo bueno: cuando la Venus Celeste se impone a la Musa Licenciosa:

“El placer que se entrega por obligación me disgusta

que ninguna mujer se sienta obligada conmigo,

me gusta escuchar su voz cuando me confiesa su placer,

si me pide que vaya más deprisa o me retenga,

ver los ojos desmayados de mi amor fuera de sí,

que desfallezca, que me impida tocarle un tiempo”.

Y en este contexto de confianza el amor se expurga de su violencia y de su egoísmo, y alcanza una suerte de compenetración y complicidad, despojada de idealismo, que revierte con ternura humana las implacables exigencias de sus predecesores:

“Mil son los juegos de Venus

que la amada sienta a Venus en lo más hondo de sus fibras,

el juego debe ser agradable para ambos

que no decaigan los murmullos amorosos ni los susurros alegres

que no callen las palabras obscenas que animan los juegos

desgraciada es la muchacha insensible en la zona

donde hombre y mujer disfrutan al mismo tiempo;

indícale con tus jadeos lo que más te guste, muchacha,

que no te avergüence desarrollar vuestro código secreto”.